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Razones y sinrazones del desencanto democrático

Las democracias latinoamericanas —o muchas de ellas— navegan en un mar de desconfianza. 

Por José Woldenberg

Contra el optimismo que tiñó a la región a inicios de siglo, cuando el ciclo de restablecimiento o fundación de regímenes democráticos presagiaba no solo nuevos sino mejores tiempos, hoy “la sensación generalizada de que las reglas del juego democrático son una fachada de sociedades injustas, autoritarias y gobiernos autocráticos” parece expandirse. El desencanto, la apatía, el cinismo, flotan en el ambiente y ello no presagia nada bueno. Aunque existan voces que afirman que el enojo y el malestar son consustanciales a los regímenes pluralistas, creo que les asiste la razón a Wences y Güemes al preocuparse por los efectos desgastantes, erosionadores, que tiene la desconfianza en las instituciones que hacen posible la reproducción del sistema democrático. Y por ello intentan hacer avanzar algunas propuestas para revertir esa situación.

La confianza es una construcción. No se puede decretar ni aparece de la noche a la mañana. Y es el piso necesario no sólo para una vida política más o menos armónica y productiva, sino para hacer medianamente habitable la vida misma. Y como dicen las autoras, “la literatura insiste” en que son dos pilares los que pueden incrementar la confianza en las instituciones republicanas: “un Estado de derecho democrático y eficiente […] y el establecimiento y garantía de una equidad que permita paliar el daño que causa la desigualdad”. No tengo duda de ello. Pero lograrlo requiere de políticas mayores y con horizonte, que es a lo que apunta el artículo.

Lo sabemos o intuimos: “gobiernos deshonestos o ineficientes minan la confianza”, y para superar esa situación, nos dicen las autoras, es menester revisar el entramado normativo e institucional, subrayar el combate a la corrupción e incluso desatar potentes campañas pedagógicas en la materia (que abarquen desde la escuela hasta los medios). Tienen razón, pero (creo) que en el mundo no se ha inventado mejor método para atajar los fenómenos de corrupción que la acción penal contra los infractores. Cuando “quien la haga la pague”, será la mejor fórmula para inhibir conductas delictivas.

Pero a diferencia de otros estudiosos cuyas reflexiones no trascienden el círculo de los “problemas políticos”, el artículo que comentamos apunta —y con razón— a lo que yo llamo la falla estructural de las democracias latinoamericanas: la desigualdad que escinde y polariza a nuestras sociedades. Y sobre ese terreno es muy difícil construir algo medianamente sólido y confiable. Las cito en extenso:

Estudios comparados destacan los efectos de políticas públicas de bienestar social en la creación de confianza social, enfocándose principalmente en los regímenes de bienestar socialdemócrata […] Cuando el Estado invierte en mejorar la redistribución y socializar los riesgos individuales, se contribuye al desarrollo de una identificación emocional con el colectivo de que se forma parte, una especie de solidaridad y sentido de pertenencia.

Al igual que ellas, creo que esa es la asignatura más relevante a la que debemos hacer frente. Porque una sociedad escindida —en las que unos pueden ejercer todos sus derechos y millones se encuentran excluidos de esa posibilidad— difícilmente generaría la cohesión social necesaria para una coexistencia medianamente armónica.

El texto, además, hace un resumen eficiente de dos iniciativas que intentan atender los problemas enunciados: la de la OCDE y la de la Alianza para el Gobierno Abierto, que pueden servir como puntos de partida para un debate al respecto; y el artículo concluye con una reflexión general que entiende que la democracia, como cualquier otro régimen de gobierno, no flota en el aire, sino en un contexto determinado y que el mismo puede ayudar a su consolidación o a su erosión. Porque al malestar imperante no se le puede hacer frente solamente con reformas de carácter político-procedimental (que son importantes), sino asumiendo que el principio de igualdad que preside el ideal democrático tiene que trascender el cerco de la política e instalarse con fuerza en nuestra hoy sociedad estamentada.

Annunziata, R. (2016, enero-abril). La democracia exigente. La teoría de la democracia de Pierre Rosanvallon. Andamios. Revista de investigación social, 13 (30), 39-62.

La democracia es un régimen de gobierno que aspira a ofrecer un cauce de resolución a la convivencia y competencia de las diferentes corrientes político-ideológicas que tienen asiento en una sociedad determinada. Esa es su virtud intransferible. Porque los regímenes autoritarios, dictatoriales, totalitarios y teocráticos lo que intentan es lo contrario: erradicar la diversidad, puesto que suponen que una sola concepción, un solo ideario, una sola organización son los portadores del Bien. Así, la democracia ofrece una fórmula para resolver la coexistencia pacífica de la diversidad y otra para la sustitución de los gobernantes sin el costoso expediente de la sangre, como decía Popper. Pero las democracias no son paraísos terrenales (entre otras cosas porque los paraísos no existen en la tierra), sino apenas un arreglo institucional que porta consigo infinidad de problemas que les son connaturales. Y a comprender esa dimensión, sin duda alguna, ayuda la obra de Pierre Rosanvallon.

El autor francés —dice Rocío Annunziata— nos ayuda a comprender cómo la democracia “hace inteligible el desencanto contemporáneo”, pero sobre todo lo “traduce positivamente en exigencia”. El desencanto se convierte en un motor de diversas transformaciones que construyen un régimen laberíntico y plagado de pesos y contrapesos (esto lo digo yo).

Rosanvallon nos permite comprender cómo en el código genético de la democracia están sembradas las nociones que lo vuelven un sistema complicado. El momento o la fórmula electoral permiten la competencia regulada de la diversidad política, llaman a la participación ciudadana y legitiman a los titulares de los poderes constitucionales. Pero la suspicacia frente a los políticos y los gobernantes y los legisladores y los funcionarios públicos, pone en acto una “sociedad de la desconfianza” que debe ser organizada y encausada de manera institucional.

“La contrademocracia —que porta en sus genes la democracia (la acotación es mía)— se define como la democracia de la desconfianza frente a la democracia de la legitimidad electoral” y es la que pone en acto los “poderes de control, de obstrucción o veto y judiciales”, es decir, poderes de denuncia y calificación, de crítica y de juicio, que crean un contexto de exigencia a los poderes constitucionales que no pueden ser ajenos a esa situación. El pueblo no es solo el elector sino el pueblo controlador, el pueblo veto y el pueblo juez. Tiene razón Annunziata, pero creo que Rosanvallon va más lejos: esos contrapoderes no solo están colocados en la sociedad, en el pueblo, sino en las propias instituciones estatales. Así, el control del Ejecutivo, por ejemplo, está colocado en el Legislativo. La capacidad de veto la pueden ejercer las oposiciones siempre y cuando tengan suficiente fuerza. Y el Poder Judicial es capaz de revertir decisiones del resto de los poderes si juzga que sus acciones vulneraron la Constitución o las leyes. No contradigo a Annunziata, solo digo que mi lectura de Rosanvallon me indica que los pesos y contrapesos se encuentran ya desde el propio diseño del régimen democrático.

La desconfianza en los poderes públicos ha generado, como bien lo apunta la autora, la necesidad de generar legitimidades de nuevo cuño. La “legitimidad de la imparcialidad” que demanda un funcionamiento por encima de las lógicas partidistas y facciosas. En nuestro caso, la creación de un buen número de instituciones autónomas podrían ilustrar lo dicho (INE, Banco de México, CNDH, INAI, etc.). Esa imparcialidad “debe ser demostrada públicamente de manera constante” y de alguna manera son facultades cercenadas a los actores tradicionales de la política democrática.1 La “legitimidad de reflexividad”: “en el lugar de la simplificación que supone la elección […] coloca la insistencia reflexiva de volver a pensar las decisiones, de pluralizar los enfoques y los ángulos de cada cuestión para lograr una visión más completa de la misma.” Entre nosotros cada vez resulta más frecuente que la Corte tenga que desahogar controversias de constitucionalidad y acciones de inconstitucionalidad, lo que está obligando a los legislativos y a los ejecutivos a leer “correctamente” las posibilidades y límites de las normas constitucionales. Y la “legitimidad de proximidad” que obliga a los actores de la política a atender las particularidades de cada tema, acción o política. “A los ciudadanos les importa […] escuchar que la decisión que finalmente se toma con respecto a su caso los tome en cuenta.” De ahí la necesidad de los políticos de mostrarse cercanos, atentos a la singularidad de los casos, lo que impacta incluso a su gestualidad y comportamiento.

Cito en extenso a Rocio Annunziata:

La gran transformación política de la democracia, que ha sacado de su centro a la dimensión que ocupara durante dos siglos ese lugar (lo electoral-representativo), fue también acompañada por una gigantesca transformación social. La de los años ochenta es la década del cuestionamiento al Estado de bienestar y una forma de concebir la igualdad y la solidaridad social. Por eso es que en el presente también está en cuestión la democracia como una forma de sociedad de iguales o semejantes. Mientras progresa la ciudadanía política […] parecería que retrocede la ciudadanía social. En nuestras democracias, las desigualdades crecen durante los últimos años de manera sorprendente.

Ese proceso —sin duda— ha erosionado uno de los pilares de la reproducción de los sistemas democráticos. Al darle la espalda a la justicia social, al cancelar o atemperar los mecanismos redistributivos, la democracia pierde mucho de su vigor y atractivo. Y si a ello le sumamos la expansión de un individualismo, en el que el ciudadano se contempla a sí mismo sin lazos ni compromisos, el círculo tiende a cerrarse. Por ello, si mal no entendí, habría que aceptar la “singularidad”, pero fomentando la “reciprocidad” y la “comunalidad”, de tal suerte que se pueden reconstruir los lazos sociales.

En el texto hay un llamado de atención más que pertinente a “los peligros que entrañan las transformaciones actuales”: 1) Esa separación retórica entre sociedad civil y esferas de gobierno, que coloca en la primera todas las virtudes y en las segundas todas las taras de la vida social. “La pura negatividad constituye una expresión empobrecida de la crítica”. Y en efecto, porque es necesario recalcar que para que exista una sociedad civil fuerte, representativa, plural, es imprescindible la existencia de un Estado democrático de derecho. Y para que este sea realmente robusto, representativo y capaz, conviene la existencia de una sociedad civil autónoma, expresiva y activa, capaz de construir un contexto de exigencia; 2) la fragmentación que de manera natural acarrean los poderes contrademocráticos, “dispersos”, “segmentados”, que sin duda son expresivos de diversos diagnósticos, malestares y reclamos, pero que a su vez requieren de fórmulas integradoras para observar el conjunto y no solo a su rosario de particularidades.2

Pazé, V. (2016, enero-abril). La democracia, ayer y hoy. Andamios. Revista de investigación social, 13 (30), 113-132. (Traducción: Israel Covarrubias).

En democracia, la mayoría decide. Ese es un principio fundamental. Sí, ya sé que no puede ni debe hacer su simple voluntad, que hay un marco normativo que le fija límites, que existen los derechos de las minorías, que hay controles de constitucionalidad y legalidad. Pero en materia electoral, para elegir a gobernantes y legisladores, la mayoría manda.

Y eso puede tener derivaciones perversas. Lo sabían los clásicos de la antigüedad y lo sabemos nosotros. Valentina Pazé nos presenta una reconstrucción del pensamiento al respecto de Platón y Aristóteles, que mucho alumbra lo que hoy acontece. Se trata de una posibilidad que el propio régimen democrático porta en sus genes: la demagogia, “un modo de hacer política de aquel que busca solo los consensos fáciles” (Aristóteles).

El demagogo es “un adulador del pueblo” y, dice Platón, “sabe adivinar los gustos y los deseos de las masas” y lo “único que enseña es precisamente las opiniones de la masa misma, que son expresadas cuando se reúnen colectivamente, y es esto lo que llaman saber”. El demagogo no trata de elevar el nivel de comprensión de su auditorio, por el contrario, “desciende a su nivel”, simplifica sus mensajes. Apela al mínimo común denominador. “Exhibe su trivialidad, ignorancia, bajeza moral, al ser premiado por el pueblo que lo aclama”. Según Platón, democracia y demagogia eran sinónimos, se encontraban anudadas de manera indisociable, porque el principio mismo de mayoría desembocaba de manera “natural” en la demagogia. Dado que la mayoría carecía de conocimientos especializados y de autonomía, su destino era ser seducida por la demagogia: la capacidad de decirle al público lo que el público quiere oír. Quizá Platón fuera excesivamente contundente, pero que la fórmula demagógica puede ser explotada con éxito en democracia no cabe duda.

Aristóteles, según Pazé, tejió más fino. Tampoco “tiene confianza en la capacidad del demos de autogobernarse, pero no se limita a la denuncia del infantilismo y de la manipulación de las masas populares”. Acepta que la demagogia puede ser una auténtica forma de gobierno, pero es solo una de las posibles derivaciones de la democracia. Es decir, no son una y la misma cosa. Si las leyes se encuentran por encima de los hombres, los demagogos toparán con pared. “En las ciudades en las cuales la democracia gobierna según la ley no se tiene al demagogo, sino los mejores ciudadanos siguen al poder, mientras que los demagogos surgen donde la ley no es soberana: el pueblo deviene entonces en el auténtico monarca”.

Hoy la demagogia —nos dice Pazé— aparece con distintos ropajes: “populismo, plebiscitarismo, bonapartismo, cesarismo”, que tienen en común legitimarse “invocando la autoridad del pueblo”. Rechazan “las mediaciones de la democracia representativa y los vínculos constitucionales” y se refieren al pueblo como un bloque granítico sin fisuras de los que por supuesto ellos son representantes. (Sobra decir que esa es la piedra de toque de todo autoritarismo; mientras que para las concepciones democráticas en el pueblo palpitan diferentes intereses, ideologías, sensibilidades, etc., a las que hay que ofrecer cauce de expresión y representación).

Dice Pazé: “la demagogia acompaña, como una sombra perenne, a la democracia”. Y ello por una razón sencilla de entender: el primer recurso para hacer política es la palabra. Y la arenga puede ser modulada por el demagogo para encantar a las masas: un discurso “engañoso, vacíamente retórico, indiferente a la verdad”. Dado que se trata de persuadir todas las buenas y las malas mañas son posibles. El demagogo —nos dice la autora— apela a la emoción, no a la razón; repite lo conocido, lo que está implantado en el imaginario público; explota los estereotipos y los lugares comunes.

Y ese discurso tiende a prosperar, nos indica Pazé, en

un contexto de crisis social y económica, donde masas amorfas y desorganizadas no encuentran instituciones y ‘cuerpos intermedios’ que se interpongan entre ellos y el discurso del líder. Es en la relación directa e inmediata entre el demagogo y un polvillo de individuos aislados y asustados, en efecto, que puede cumplirse el milagro de la compactación de los ‘muchos’ en ‘uno’, de la creación desde arriba de un ‘pueblo’ que exalta y arremete al unísono en respuesta a las exigencias del líder.

No obstante, la democracia no se encuentra inerme ante los embates de la demagogia. Pazé cree que los pesos y contrapesos institucionales y las normas que consagran derechos son un dique para contenerla. El bicameralismo, los tribunales constitucionales, los partidos, “la deliberación horizontal”, crean un sistema complejo para procesar las diferentes iniciativas y para cerrarle el paso a la voluntad de uno que habla a nombre del pueblo. Pero como ella misma indica: los dos grandes inventos de la modernidad para contener a la demagogia, los parlamentos y los partidos políticos, se encuentran en graves problemas, y no es raro encontrar en ellos expresiones demagógicas desatadas.

La autora termina con una nota que debe llamar a la reflexión: “En el pasado, la batalla por la extensión del sufragio estaba acompañada con la batalla por la escolarización de las masas.” Es decir, el ideal democrático estaba fuertemente anudado con los valores de la ilustración. El pueblo debería ser el soberano, pero al soberano había que alejarlo de supercherías de toda clase por medio de la instrucción y los avances del conocimiento científico. Como al parecer la segunda parte de la ecuación fracasó (o fracasó a medias), el campo es fértil para la más descarnada demagogia.

Ortiz Leroux, S. y Morales Guzmán, J. C. (2016, enero-abril). Democracia y desencanto: problemas y desafíos de la reconstrucción democrática del Estado. Entrevista a Luis Salazar Carrión. Andamios. Revista de investigación social, 13 (30), 135-153.

El dossier se completa con una muy buena entrevista: por el entrevistado (Luis Salazar), un hombre no sólo con una espléndida formación, sino sagaz, buen expositor y un analista que trasciende prejuicios de todo tipo; y por los entrevistadores (Ortiz Leroux y Morales Guzmán), quienes prepararon y decantaron las interrogantes y pusieron el dedo en varias de las llagas de nuestra incipiente democracia.

Empiezo con un asunto aparentemente marginal pero que me interesa sobremanera. Los entrevistadores hacen una breve introducción donde dicen que en México se produjo una “llamada” “transición democrática”. Así, entre comillas. Creo que esa es parte de nuestro problema. No aceptar, asimilar e incluso festejar el tránsito democrático. No fue un tránsito hacia la arcadia ni hacia el paraíso (entre otras cosas porque ni la arcadia ni el paraíso existen), pero todos los signos de la transformación de un sistema autoritario a otro democrático están a la vista: partidos equilibrados, elecciones competidas, fenómenos de alternancia en todos los niveles de gobierno, presidencia de la República acotada por otros poderes constitucionales y fácticos, congreso vivo en el cual ninguna fuerza política puede hacer su simple voluntad, Suprema Corte jugando el papel de árbitro entre poderes constitucionales, expansión de las libertades y, súmenle, ustedes. Sé que quizá todo ello ha defraudado a capas enormes de ciudadanos, pero los nutrientes de ese desencanto, de ese malestar, son múltiples y ojala no acabemos lanzando al niño junto con el agua sucia.

Vale la pena releer lo que Salazar dice de Bobbio. “Este nunca participó de un encantamiento democrático”. Es decir, no la convirtió ni en una varita mágica ni en la ilusión de un régimen que todo lo puede y soluciona. “Se hacía cargo de sus promesas incumplidas”, de “los enormes problemas para traducir los ideales democrático”, pero insistió que sin duda era superior moral y políticamente sobre el resto de los regímenes políticos conocidos. El propio Salazar nos recuerda de dónde venimos, no sólo nosotros (México), sino muchos otros países latinoamericanos y por eso le preocupa, igual que a mí, que “no seamos capaces de reconocer los avances”.

Como él señala: “las instituciones de los Estados latinoamericanos […] han ido perdiendo legitimidad (mientras) los poderes fácticos […] han ido aprovechando justamente el desprestigio de lo público, el descrédito de las instituciones públicas para ganar terreno.” Porque en la vorágine de la antipolítica quizá estamos perdiendo el rumbo. Necesitamos al mismo tiempo fortalecer a los poderes constitucionales para que sean capaces de normar y regular el comportamiento de los poderes fácticos y para ello, como apunta Salazar, es necesaria la creación de una auténtica burocracia profesional: capaz, eficiente, honrada.

Salazar detecta además lo que llama “el problema de todos los problemas”: “la ausencia de un horizonte de izquierda democrática”. ¿Cómo construir ese horizonte? Creo que en la plática por lo menos se esbozan dos grandes líneas de trabajo: “el problema de la igualdad, el problema de la justicia social” y el eventual tránsito de un sistema presidencial a otro parlamentario. Lo primero, el tema de la equidad, si no aparece con fuerza en la agenda de la izquierda condena a ésta a dejar de serlo. Se trata de su resorte fundador, el que le da sentido e identidad, el que la distingue con claridad de otras corrientes. Lo segundo, requiere abandonar “la visión paternal y patriarcal del poder” para poner en el centro un órgano plural capaz de “negociar las diferencias y buscar acuerdos y compromisos entre las diversas fuerzas políticas y sociales”.

Es cierto, como afirman los entrevistadores, que “la palabra democracia no significa demasiado” para los jóvenes. Y también es cierto, como dice Salazar, que para muchos “lo democrático es estar contra la autoridad”. Por ello mismo reivindicar y defender y ampliar la democracia, requiere de operaciones en muy diferentes terrenos: desde el pedagógico, para explicar su superioridad en relación a los regímenes autoritarios, hasta el combate a todos los fenómenos que tienden a erosionarla en el aprecio público: la falta de crecimiento económico, las ancestrales desigualdades sociales, la corrupción sumada a la impunidad, la espiral de violencia que asola al país.

Hay que leer a Salazar porque nada garantiza que lo que hoy tenemos en materia política esté condenado a pervivir, más bien puede degenerar, puede erosionarse, puede desgastarse aún más. Y quizá esté sucediendo. Por ello es necesario, como un primer paso, no meter en el mismo saco las causas del malestar y sus manifestaciones, los fenómenos que desprestigian a la democracia y sus instrumentos y la retórica antipolítica. Hay que discernir qué debemos combatir y qué conservar, qué reformar y qué apuntalar. Porque me temo que las descalificaciones en bloque de todos y de todo, solo siembran el terreno para el autoritarismo.

1El artículo de Dante Avaro, “Democracia y desacuerdos fácticos: ¿Procesarlos o eliminarlos? Una aproximación desde el acontecimiento indec”, ilustra de manera inmejorable de qué manera cuando una institución estatal actúa de manera facciosa —en este caso el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de la República Argentina, en su cálculo del Índice de Precios al Consumidor— dinamita no solo la confianza, sino el piso común a partir del cual el debate público tiene sentido.

2El dossier contiene un sugerente trabajo de Helena Modzelewski, “Fundamentos para un programa de educación de las emociones en una sociedad democrática”. En él discute las fuentes de las emociones (cognitivas, fisiológicas, mixtas) y subraya la necesidad de un programa de educación de las mismas en un sentido democrático. No sé si es posible educar las emociones, pero estoy convencido que a las personas sí. Y en efecto, dada la complejidad actual de los sistemas democráticos, son necesarias la autorreflexión y las narraciones (la literatura) para dotar de sentido, ya no digamos la vida democrática, sino la vida a secas.

* Autor para correspondencia: José Woldenberg, e-mail: josewolk@prodigy.net.mx

José Woldenberg: Profesor-investigador en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Wences, I.; Güemes, C.. 2016. Andamios. Revista de investigación social. 13-37p.


https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-00632017000300405

Un mensaje de la Iglesia de Brasil con énfasis en la «reconciliación» tras triunfo de Lula

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La presidencia de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB) emitió un escueto comunicado en el que afirmó que «el ejercicio de la ciudadanía no termina con el fin del proceso electoral»

Por Pablo Cesio

uiz Inácio Lula da Silva ganó la segunda vuelta presidencial con el 50.9% de los votos este 30 de octubre y fue elegido presidente de Brasil por tercera vez.

En su primer discurso, en la noche del domingo, lo primero que hizo fue agradecerle a Dios y hasta se refirió a un mensaje que el papa Francisco dirigió a los brasileños antes de la segunda vuelta.

«El miércoles pasado, el papa Francisco envió un mensaje importante a Brasil, rezando para que el pueblo brasileño esté libre del odio, la intolerancia y la violencia», expresó Lula, tal cual reproduce la edición en portugués de Aleteia.

En efecto, durante la audiencia general del 26 de octubre en el Vaticano, el Papa indicó:

«Pido a Nuestra Señora de Aparecida que proteja y cuide al pueblo brasileño, para liberarlo del odio, la intolerancia y la violencia».

Lula agregó durante su discurso: «Quiero decir que queremos lo mismo y trabajaremos incansablemente por un Brasil donde el amor prevalece sobre el odio, la verdad vence la mentira y la esperanza es mayor que el miedo».

En horas de incertidumbre, un mensaje de la Iglesia

Tras lo sucedido el domingo, que se dio tras un largo y duro proceso electoral, el otro de los competidores, el actual presidente Jair Bolsonaro (obtuvo 49.1% de los votos), no reconoció la derrota de manera inmediata.  Posteriormente, hasta se dio la situación de bloqueos parciales o totales de carreteras en 20 de los 26 estados del país, tal cual indica BBC Mundo.

En medio de esta situación de incertidumbre, quien se pronunció este 31 de octubre fue la Iglesia de Brasil. Lo hizo a través de un breve comunicado en el que se hace referencia a que las elecciones de 2022 llaman aún más a la «reconciliación» en el nuevo ciclo que se abre.

«Acompañar, exigir y supervisar»

«Ahora, todos, sin distinción, deben acompañar, exigir y supervisar a quienes han logrado el éxito en las urnas. El ejercicio de la ciudadanía no termina con la terminación del proceso electoral», continuó la Iglesia.

En el comunicado, la Iglesia saluda a quienes han resultado electos, entre ellos Lula da Silva, y afirmó:

«Que todos caminen juntos para construir una política mejor, que esté al servicio del bien común, como la definió nuestro amado papa Francisco. Estos son los votos de la CNBB. Esto es lo que suplicamos en oraciones por nuestro país».

Fuente

Todos los Santos y Holywins: ilusión y disfraces en los colegios

Son cada vez más los colegios que en los últimos años se han sumado a celebrar la festividad de todos los Santos en sus aulas. Bajo el título de fiesta de Holywins (algo así como «lo santo gana») celebran con alegría y esperanza que la santidad siempre vence y que tenemos la suerte de contar con un legado de grandes santos que con sus vidas nos han enseñado mucho sobre el camino de santidad.

Aleteia ha hablado con algunos de estos colegios repartidos por la geografía española y nos han contado de primera mano cómo han celebrado esta festividad en sus aulas.

El director del colegio San Ignacio de Loyola en Alcalá de Henares (Madrid) se ha lanzado con esta iniciativa por primera vez este año.

Nos cuenta que los alumnos de infantil y primaria han empezado el día con una oración conjunta, pidiendo a Jesús que estén siempre unidos a Él, siendo siempre sus mejores amigos.

Y tú, ¿como qué santo quieres ser?

El lema que están trabajando todo el año en el colegio es «Atrévete a descubrir la Iglesia» y a partir de él han profundizado en la vida de los santos. Profesores y niños se han disfrazado y han hecho un concurso de disfraces. Han completado el día con una gincana sobre santos y sus virtudes o «superpoderes». 

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Los 4 evangelistas: un disfraz en equipo.

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Los profesores también se disfrazaron.

COLEGIO SAN IGNACIO DE LOYOLA ALCALA

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Las niñas escogieron disfraces entre santas y mártires y conocieron sus vidas. Estas van de Santa Justa y Rufina.
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Un peque vestido de Santiago Apóstol.

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La Giralda de Sevilla que lleva una niña forma parte del disfraz de las santas Justa y Rufina, hermanas y de aquella ciudad.

COLEGIO SAN IGNACIO DE LOYOLA ALCALA

Con mucha alegría

El colegio Chesterton, ubicado en la localidad de Meco (Madrid), es sin embargo ya veterano en esta propuesta.

Comenzaron hace cuatro años celebrando la alegría de la santidad y el amor a Cristo en sus aulas y desde entonces la implicación de padres, profesores y alumnos ha ido creciendo.

En sus aulas la festividad recoge a los alumnos desde guardería hasta sexto de primaria y las actividades se adaptan según la edad: disfraces, películas de santos, cuentos, rezo del Rosario, oración, murales de santos…

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San Juan Diego.

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Una niña disfrazada de santa Teresa de Calcuta y con un dibujo de san Martín de Porres sobre la mesa para colorear.

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En un cartel gigante se leía «Todos podemos ser santos». En el corazón junto a la Santísima Trinidad, había una foto de cada niño.

COLEGIO CHESTERTON

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Los más peques colorearon santos en posters que había en la pared.

COLEGIO CHESTERTON

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Cada niño iba vestido de un santo diferente.

COLEGIO CHESTERTON

Otros muchos colegios de la Comunidad de Madrid se han sumado a esta celebración como el Colegio Maria TeresaColegio OrvalleColegio AlboradaNuestra Señora del RecuerdoCEU San Pablo Montepríncipe

Todos ellos coinciden en la buena acogida de la propuesta por parte de los padres y en la importancia de transmitir las virtudes y la belleza de la santidad a los niños desde pequeños.

Conocer la vida de los santos

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Vidas de santos en la celebración de Holywins.

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Beato Carlo Acutis, San Francisco de Asís… En clase elaboraron una manualidad para conocer las vidas de los santos.

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Esta fiesta no sólo cobra importancia en los colegios de la zona centro de España: muchos otros colegios de la geografía española como Colegio Peñacorada (León), Colegio Karol Wojtyla (Toledo), Colegio Santa Isabel (Barcelona), Colegio Ceu San Pablo (Sevilla) son veteranos en llevar a cabo este proyecto en sus aulas. En ellas han visto crecer la ilusión y conciencia de esta festividad por parte de sus alumnos y familias.

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En el colegio Peñacorada de León llevan varios años celebrando la fiesta de Todos los Santos.

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Una niña disfrazada de santa Teresa de Calcuta.

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Los profesores también participaron activamente mientras que los niños hablaban de la vida de cada santo.

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Un alumno vistió de san Juan Pablo II.

COLEGIO PEÑACORADA LEON

En camino hacia el cielo

Como dice el Papa Francisco:

“Hay que tener en cuenta que la santidad no es algo que nos proporcionamos a nosotros mismos, que obtenemos con nuestras cualidades y nuestras habilidades. La santidad es un don, es el regalo que nos hace el Señor Jesús, cuando nos lleva con Él, nos cubre de Él y nos hace como Él… La santidad es el rostro más bello de la Iglesia: es descubrirse en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y su amor… no es la prerrogativa de unos pocos: la santidad es un don que se ofrece a todos, sin excepción, por eso es el carácter distintivo de cada cristiano”.

En la vida más íntima de los alumnos de cada uno de estos colegios hay una «promesa de santidad» y qué maravilla que padres y profesores les ayuden a descubrir desde la infancia el regalo que supone para los demás y para uno mismo una vida santa.

Ojalá celebremos cada vez más y con mayor conciencia, grandes y pequeños, esta festividad, la cual nos obsequia con gozar y vislumbrar un trocito de cielo

Fuente

El peligro de la tentación totalitaria

Por Raúl Espinoza Aguilera

Aquel 9 de noviembre de 1989, cuando los alemanes disidentes demolían el Muro de Berlín, parecía un sueño largamente esperado por millones de personas, no sólo  en aquellas naciones dominadas por el Comunismo, sino en todos los ciudadanos del mundo libre que se oponían a ese sistema totalitario marxista-leninista, que despreciaba y no reconocía ningún derecho humano. Los berlineses del Este y del Oeste, al atravesar el Muro derruido, se abrazaban y gritaban de júbilo. Por fin, muchas familias se volvieron a reunir, después de tantos años de separación forzada.

Por esos años, el gobernante de la URSS, era Mijaíl Gorbachov (recién fallecido), desde 1985 a 1991. Fue impulsor de movimientos políticos y económicos renovadores, como la “Glásnost” y la “Perestroika”. Durante las elecciones presidenciales de junio de 1991, Boris Yeltsin salió electo como Presidente de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia con el 58% de los votos.

En forma inesperada, en agosto de 1991, un grupo de comunistas de la “vieja guardia” intentaron dar un golpe de estado, pero fracasaron. Fueron unos días bastante tensos y críticos en que parecía que se vendrían abajo todas las libertades conquistadas. Me parece que resulta inolvidable la figura de Yeltsin montado sobre un tanque ruso, con un micrófono, exhortando a la desobediencia civil contra “los golpistas”, dispuesto a defender con su vida la libertad de su Patria.

Boris Yeltsin, quien gobernó de1991 a1999 -para sorpresa del mundo entero-, el 21 de diciembre de 1991 disolvió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A esos países les proporcionó independencia y autonomía. Un mes antes, el 6 de noviembre de 1991, Yeltsin había prohibido el Partido Comunista Soviético. Se comenzaban a respirar nuevos vientos de libertad.

El 25 de diciembre de 1991, precisamente en la noche de Navidad, por vía televisiva, Mijaíl Gorbachov afirmó, delante de millones de telespectadores: “que el antiguo sistema (la URSS) se había derrumbado antes de que empezara a funcionar el nuevo sistema”, a la vez que anunciaba su renuncia total al Sistema Comunista Soviético. Desde luego, ese inolvidable1991 fue un año de trascendentales cambios para Rusia y esos países subyugados bajo de Comunismo de Europa del Este. En general, entre algunos intelectuales y académicos, se consideraba que -después de la disolución de la URSS- el marxismo-leninismo prácticamente estaba aniquilado. Pero, sin duda, era una visión ingenua y exageradamente optimista porque los seres humanos -a lo largo de la Historia- han mostrado que tienen la tendencia a imponerse sobre los demás y tomar el control político de una nación o de una institución.

Por ejemplo, en la China Comunista, desde 1949 con Mao Tse Tung, poseía un tremendo poderío militar, económico y humano. Y se hablaba del “despertar de ese gigante dormido” que en pocos años asombraría al mundo, como de hecho así ha ocurrido. Mismo caso, del Comunismo de Corea del Norte, establecido en 1948; Cuba, desde 1959, se encuentra bajo un férreo régimen marxista que parece no tener fin. En Laos, se instauró el Comunismo desde 1975, al término de la Guerra de Vietnam. Éste último país, al siguiente año, se declaró marxista-leninista. Otro país que tomó el mismo rumbo es: Nicaragua, con Daniel Ortega, que sucedió a Doña Violeta Barrios de Chamorro. Ortega ha sido Presidente desde 2007. A partir de ese año no ha dejado el poder político, al estilo de Fidel Castro. Es decir, en ambos casos se cancelaron las elecciones democráticas, los derechos humanos y se cayó en una dictadura.

En el caso de Venezuela, Hugo Chávez fundó el “Movimiento Bolivariano Revolucionario”. En 1992, Chávez encabezó un fallido golpe de Estado contra “Acción Democrática” del Presidente Carlos Andrés Pérez. Y a raíz de su fracaso fue encarcelado. Pero un par de años después, fue liberado de la prisión por el Presidente Rafael Caldera, de la Democracia Cristiana y en su Segundo Mandato (1994-1999), debido a que consideró que “faltaban pruebas suficientes” para que estuviera encarcelado. En realidad, el Estadista Caldera vio conveniente apoyar a los pequeños partidos de izquierda. Hugo Chávez era un oficial de carrera del ejército. Fundó el Partido Político “Movimiento Quinta República”. Fue electo Presidente de Venezuela en las elecciones de 1998. Tras años de turbulencia política en ese país, fue reelegido en 2006 y volvió a obtener la victoria en 2012. Un año antes le habían diagnosticado cáncer y falleció en Caracas en 2013, contando con casi sesenta años. Le sucedió Nicolás Maduro.

Ahora bien, ¿Qué pasos suele dar una democracia cuando pretende imponer el comunismo en un país? 1) Se promueve una fuerte división social entre las clases económicamente desahogadas (que son llamados “los malos”) y el pueblo proletario (que invariablemente son considerados “los buenos”). Les llueven adjetivos negativos a los empresarios y personas adineradas, como: burgueses, ultraconservadores, neoliberales, extremistas de derecha, etc.; 2) Históricamente el comunismo, poco a poco va controlando los medios de comunicación para manipular la información y se termina suprimiendo la libertad de prensa. 3) El Estado se convierte en el supremo rector de la Economía y único promotor de empleos. A las empresas independientes se les tiende a controlar con auditorías, o bien, se les satura con excesivos impuestos, de ordinario, difíciles de cumplir hasta el último detalle. 4) Se mira con desconfianza a las sociedades intermedias que muchas de ellas son de carácter filantrópico, altruistas y de apoyo social a los más necesitados; 5) En algunos casos, se expropian los bienes de “la clase burguesa” en beneficio del pueblo; 6) Se suprime la propiedad privada de los medios de producción; 6) Se aprueban leyes contra los no nacidos; se promueven a los homosexuales (en todas sus variables); 7) Se busca destruir los valores de la familia; 8) Se toma el control de la educación para indoctrinar de marxismo a los alumnos; 9) La errónea Economía de Estado lleva el país a la quiebra y, a continuación, surge una fuerte la Inflación y escasez de alimentos y medicinas. Bolivia y Ecuador que se autodenominan “socialistas”, lo más probable es que terminen siendo países comunistas.  Es evidente la trayectoria que lleva México, que ha tomado como modelo a Hugo Chávez y a su “Revolución Bolivariana”. Da toda la impresión que terminará por ceder ante “La Tentación Totalitaria”.

En conclusión, recomiendo la lectura del artículo: ”LOS 5 ERRORES FUNDAMENTALES DEL MARXISMO”, que se puede encontrar en: https://www.mises.org.es/2015/01). Y para repasar conceptos básicos sobre el capitalismo responsable también es aconsejable la lectura del portal de la “Escuela Austriaca de Economía e Ideas de Libertad”.

La Ley

Por Frédéric Bastiat  

¡La ley pervertida! ¡La ley (y a su estela, todas las fuerzas colectivas de la nación), la ley, digo no solo se ha desviado de su dirección apropiada, sino que ha seguido una completamente opuesta! ¡La ley se ha convertido en la herramienta para todo tipo de codicia, en lugar de ser su control! ¡La ley culpable de esa misma iniquidad que era su misión castigar! Es verdad que es un hecho grave, si se produce, y uno al que me siento obligado a llamar la atención de mis conciudadanos.

Obtenemos de Dios el don que, en lo que a nosotros respecta, contiene todos los demás, la Vida (la vida física, intelectual y moral).

Pero la vida no puede sostenerse por sí misma. Quien nos la ha otorgado, nos ha encargado la tarea de sostenerla, desarrollarla y perfeccionarla. Para ese fin, nos ha proporcionado una serie de maravillosas facultades, nos ha colocado en medio de una variedad de elementos. Es por la aplicación de nuestras facultades a estos elementos por lo que se producen los fenómenos de asimilación y apropiación, por los que la vida continúa el círculo que la ha sido asignado.

Existencia, facultades, asimilación (en otras palabras, personalidad, libertad, propiedad), esto es el hombre.

Es de estas tres cosas de las que puede decirse, aparte de toda sutil demagogia, que son anteriores y superiores a toda legislación humana.

Personalidad, libertad y propiedad no existen porque los hombres hayan hecho leyes. Por el contrario, es porque existían previamente personalidad, libertad y propiedad, por lo que los hombres hacen leyes. ¿Qué es entonces la ley? Como hemos dicho en otro lugar, es la organización colectiva del derecho individual a una defensa legítima.

Si todo hombre tiene derecho a defender, incluso por la fuerza, su persona, su libertad y su propiedad, un grupo de hombres tienen derecho a unirse, a extender, a organizar una fuerza común para atender constantemente a su defensa.

Así que el derecho colectivo tiene su principio, su razón para existir, su legitimidad en el derecho individual y la fuerza común no puede tener racionalmente ningún otro fin o ninguna otra misión, que la de las fuerzas aisladas a las cuales sustituye. Así que mientras que la fuerza de un individuo no puede legítimamente tocar las personas, libertad o propiedad de otro; por la misma razón, la fuerza común no puede utilizarse legítimamente para destruir la persona, libertad o propiedad de individuos o de clases.

Pues la perversión de la fuerza sería, tanto en un caso como en otro, una contradicción a nuestras premisas. ¿Pues quién se atrevería a decir que la fuerza nos ha sido dada, no para defender nuestros derechos, sino para aniquilar los derechos iguales de nuestros hermanos? Y si esto no es cierto para cada fuerza individual actuando independientemente, ¿cómo puede ser verdad para la fuerza colectiva, que es solo la unión organizada de fuerzas aisladas?

Por tanto nada puede ser más evidente que esto: La ley es la organización del derecho natural de legítima defensa, es la sustitución de las fuerzas individuales por las colectivas, con el fin de actuar en la esfera en la que tienen derecho a actuar, de hacer lo que tienen derecho a hacer, de asegurar personas, libertades y propiedades y de mantener a cada uno en su derecho, para hacer que la justicia reine sobre todos.

Juez

Y si un ha de existir un pueblo creado sobre esta base, me parece que debería prevalecer el orden entre ellos en sus actos, así como en sus ideas. Me parece que esa gente tendría el gobierno más sencillo, más económico, menos opresivo, menos notado, menos responsable, más justo y, por consiguiente, más solido que podría imaginarse, sea cual sea su forma política.

Pues bajo una administración como esa, todos sentirían que poseen todo la plenitud, así como toda la responsabilidad de su existencia. Mientras se garantice la seguridad personal, mientras el trabajo sea libre y los frutos de este estén asegurados contra todo ataque injusto, nadie tendría dificultades para enfrentarse al Estado. Es verdad que cuando somos prósperos no debemos tener que agradecer nuestro éxito al Estado, pero cuando somos desafortunados, menos debemos pensar en gravarlo con nuestros desastres, igual que nuestros campesinos no atribuyen a este  la llegada del granizo o la helada. Solo deberíamos conocerlo por la inestimable bendición de la Seguridad.

Puede afirmarse además que, gracias a la no intervención del Estado en asuntos privados, nuestros deseos y sus satisfacciones se desarrollarán en su orden natural. No deberíamos ver a familias pobres buscando instrucción literaria antes de que se les proporcione pan. No deberíamos ver pueblos poblados a costa de distritos rurales, ni distritos rurales a costa de pueblos. No deberíamos ver esos grandes desplazamientos de capital, de trabajo y de población que ocasionan las medidas legislativas: los desplazamientos hacen así inciertas y precarias las mismas fuentes de la existencia y agravan así en la misma medida la responsabilidad de los Gobiernos.

Desgraciadamente, la ley en modo alguno se confina a su propia área. Tampoco es algo simplemente indiferente y debatible la opinión de que ha dejado su ámbito apropiado. Ha hecho más que eso. Ha actuado en oposición directa a su fin apropiado, ha destruido su propio objeto, se ha empleado para aniquilar esa justicia que tendría que haber establecido al borrar del Derecho ese límite que era su verdadera misión al respecto, ha puesto a la fuerza colectiva al servicio de quienes desean traficar, sin riesgo ni escrúpulos, con las personas, la libertad y la propiedad de otros, ha convertido el saqueo en un derecho que puede proteger y la legítima defensa en un delito que puede castigar.

¿Cómo se ha producido esta perversión de la ley? ¿Y qué ha ocasionado?

La ley se ha pervertido por la influencia de dos causas muy distintas: el crudo egoísmo y la falsa filantropía.

Hablemos de la primera. La autoconservación y el desarrollo son aspiraciones comunes de todos los hombres, de tal manera que si todos disfrutaran del libre ejercicio de sus facultades y de la libre disposición de sus frutos, el progreso social sería incesante, ininterrumpido, inevitable.

Pero hay asimismo otra disposición que es común a ellas. Es decir, a vivir y desarrollarse, cuando puedan, a costa de otro. No es una acusación precipitada que derive de un espíritu negativa y no caritativo. La historia es testigo de la verdad de ello, por las incesantes guerras, las migraciones de razas, opresiones sacerdotales, la universalidad de la esclavitud, los fraudes en el comercio y los monopolios que abundan en los anales. Esta fatal disposición tiene su origen en la misma constitución del hombre, en ese sentimiento primitivo y universal e invencible que le dirige hacia su bienestar y le hace buscar escapar del dolor.

Los hombres solo pueden conseguir vida y placer de una perpetua búsqueda y apropiación, es decir, de una aplicación perpetua de sus facultades a objetos o del trabajo. Este es el origen de la propiedad.

Pero también puede vivir y disfrutar apropiándose de las producciones de las facultades de sus conciudadanos. Este es el origen del saqueo.

Ahora, al ser el trabajo un dolor en sí mismo y al estar el hombre inclinado naturalmente a evitar el dolor, de esto se deduce, y lo prueba la historia, que dondequiera que el saqueo sea menos gravoso que el trabajo, aquel prevalece y ni a religión ni la ética, en este caso, pueden impedir que prevalezca.

Entonces, ¿cuándo cesa el saqueo? Cuando se hace más gravoso y peligroso que el trabajo. Es muy evidente que el objetivo apropiado de la ley es oponer el poderoso obstáculo de la fuerza colectiva a esta tendencia fatal, que todas sus medidas deberían ser a favor de la propiedad y en contra del saqueo.

Pero la ley la hace generalmente un hombre o una clase de hombres. Y como la ley no puede existir sin la aprobación y apoyo de una fuerza preponderante, debe finalmente poner esta fuerza en manos de quienes legislan.

Este fenómeno inevitable, combinado con la tendencia fatal que, como hemos dicho, existe en el corazón del hombre, explica la casi universal perversión de la ley. Es fácil concebir que, en lugar de ser un control contra la injusticia, se convierte en su instrumento más invencible.

Es fácil concebir que, de acuerdo con el poder del legislador, destruya, para su propio beneficio y en distintos grados entre el resto de la comunidad, la independencia personal por la esclavitud, la libertad por la opresión y la propiedad por el saqueo.

Está en la naturaleza de los hombres levantarse contra la injusticia de la son víctimas. Por tanto, cuando el saqueo lo organiza la ley, en beneficio de los que lo perpetran, todas las clases saqueadas tienden a entrar de alguna forma en la redacción de las leyes, mediante medios pacíficos o revolucionarios. Estas clase, de acuerdo con el grado de ilustración al que hayan llegado, pueden proponerse dos fines muy diferentes cuando intentan así alcanzar sus derechos políticos: o pueden querer desear poner fin al saqueo legal o pueden desear tomar parte en el mismo.

¡Ay de la nación en la que este último pensamiento prevalezca entre las masas, en el momento en que, a su tiempo, se apropien del poder legislativo!

Hasta entonces, el saqueo legal se ha ejercitado por los pocos sobre los muchos, como en el caso de países en los que el derecho a legislar se limita a unas pocas manos. Pero ahora se ha convertido en universal y el equilibrio se busca en el saqueo universal. La injusticia que contiene la sociedad, en lugar de verse libre de esto, está generalizada. Tan pronto como las clases lesionadas han recobrado sus derechos políticos, su primer pensamiento es, no abolir el saqueo (esto les supondría poseer ilustración, que no tienen), sino organizar contra las demás clases, y en su propio perjuicio, un sistema de represalias, como si fuera necesario, antes de que llegue el reino de la justicia, que todos deban sufrir un cruel castigo, algunos por su iniquidad y algunos por su ignorancia.

Sería por tanto imposible introducir en la sociedad un cambio mayor y un mal mayor que este: la conversión de la ley de un instrumento de saqueo.

¿Cuáles serían las consecuencias de tal perversión? Harían falta tomos para describirlas todas. Debemos contentarnos con apuntar las más chocantes.

En primer lugar, borraría de la conciencia de todos la distinción entre justicia e injusticia. Ninguna sociedad puede existir sin que se respeten las leyes hasta cierto punto, pero la forma más segura de hacer que se respeten es hacerlas respetables. Cuando la ley y la moral se contradicen, el ciudadano se encuentra en la cruel alternativa de perder su sentido moral o perder su respeto por la ley, dos males de igual magnitud, entre los cuales sería difícil elegir.

Hay tanto en la naturaleza de la ley para apoyar la justicia que en las mentes de las masas son una y la misma. Hay en todos nosotros una fuerte disposición a considerar lo que es legal como legítimo, tanto que muchos deducen falsamente toda la justicia de la ley. Basta entonces que la ley ordene y apruebe el saqueo, para que pueda aparecer en muchas conciencias como justa y sagrada. La esclavitud, el proteccionismo y el monopolio encuentran defensores, no solo en quienes de benefician de ellos, sino en quienes los sufren. Si sugieres una duda acerca de la moralidad de estas instituciones, se te dice directamente: “Eres un peligroso innovador, un utópico, un teórico, un despreciador de las leyes: sacudirías las bases sobre las que se asienta la sociedad”.

Si investigamos acerca de moralidad o economía política, encontraremos cuerpos oficiales para hacer esta solicitud al Gobierno:

Que a partir de ahora la ciencia se enseñe no con sola referencia al libre intercambio (a la libertad, la propiedad y la justicia), como ha sido hasta el día de hoy, sino asimismo con referencia a los hechos y la legislación (contrarios a la libertad, la propiedad y la justicia) que regula la industria francesa.

Que, en púlpitos públicos pagados por el tesoro, el profesor se abstenga rigurosamente de poner en peligro en lo más mínimo el respeto debido a las leyes ahora en vigor.[1]

Entonces, si existe una ley que aprueba la esclavitud o el monopolio, la opresión o el saqueo en cualquier forma, no debe siquiera mencionarse, pues ¿cómo podría mencionarse sin dañar el respeto que inspira? Más aún, la moralidad y la economía política deben enseñarse en relación con esta ley, es decir, bajo la suposición de que debe de ser justa, solo porque es ley.

Otro efecto de esta deplorable perversión de la ley es que da una preponderancia exagerada a las pasiones humanas y las luchas políticas y, en general, a la política en su sentido propio.

Podría probar esta afirmación de mil maneras. Pero me limitaré, por medio de ejemplos, a exponer un asunto que ha ocupado últimamente la mente de todos: el sufragio universal.

Sea lo que sea que piensen sus adeptos de la escuela de Rousseau, que profesa ser muy avanzada, pero a la que considero atrasada en veinte siglos, el sufragio universal (tomada la expresión en su sentido estricto) no es uno de esos dogmas sagrados respecto de lo cuales su examen y duda resultan delitos.

Pueden hacerse serias objeciones.

En primer lugar, la palabra universal esconde un gran sofisma. En Francia hay 36.000.000 de habitantes. Para hacer universal el derecho de sufragio deberían considerarse 36.000.000 de electores. El sistema más extendido solo reconoce a 9.000.000. Así que tres personas de cada cuatro están excluidas y aún más, están excluidas por la cuarta. ¿Bajo qué principio se fundamenta esta exclusión? Bajo el principio de la incapacidad. Así que sufragio universal significa: sufragio universal de quienes son capaces. En realidad, ¿quiénes son los capaces? ¿Son edad, sexo y condenas judiciales las únicas condiciones a las que debe asociarse la incapacidad?

Al aproximarnos más al tema, podemos percibir pronto el motivo que causa que el derecho de sufragio dependa de la presunción de incapacidad: el sistema más extendido se diferencia solo en este aspecto del más restringido por la apreciación de estas condiciones de las que depende esta incapacidad y que constituye una diferencia no de principio, sino de grado.

El motivo es que el elector no decide para sí, sino para todos.

Si, como pretenden los republicanos de tono griego y romano, el derecho de sufragio habría recaído a todos al nacer, sería una injusticia que los adultos impidieran votar a mujeres y niños. ¿Por qué se prohíbe? Porque se presume que son incapaces. ¿Y por qué es la incapacidad un motivo de exclusión? Porque el elector no asume solo él la responsabilidad del voto, porque todo voto implica y afecta a la comunidad en su conjunto, porque la comunidad tiene un derecho a reclamar ciertas garantías respecto de los actos de los que dependen su bienestar y su existencia.

Sé lo que podría decirse en respuesta a esto. Sé qué podría objetarse. Pero no es el lugar para acabar con una polémica de este tipo. Lo que quiero observar es esto, que es esta misma polémica (en común con la mayor parte de las cuestiones políticas), que agita, excita y altera a las naciones, perdería casi toda su importancia si la ley hubiera sido siempre lo que tendría que ser.

De hecho, si la ley se limitara a hacer que se respetaran todas las personas, todas las libertades y todas las propiedades, si fuera meramente la organización del derecho individual y la defensa individual, si fuera el obstáculo, el control, el escarmiento de toda opresión, de todo saqueo, ¿es probable que debiéramos discutir tanto, como ciudadanos sobre el asunto de la mayor o menor universalidad del sufragio? ¿Es probable que comprometiera la mayor de las ventajas, la paz pública? ¿Es probable que las clases excluidas no esperaran tranquilamente su turno? ¿Es probable que las clases con derecho a voto fueran tan celosas de sus privilegios? ¿Y no está claro que siendo el interés de todos uno y el mismo, algunos actuarían sin muchos problemas para los demás?

Pero si llegara a introducirse el principio fatal de que, bajo la pretensión de organización, regulación, protección o estímulo, la ley debe tomar partido para dar a otro, haciendo que la riqueza adquirida por todas las clases pueda aumentar la de una sola, ya sea la de los agricultores, los fabricantes, los navieros o artistas o comediantes; entonces indudablemente, en este caso, no hay clase que no pueda pretender, y con razón, poner sus manos en la ley y demandar furiosamente su derecho de elegir y ser elegida y que prefiera derribarla a no conseguirlo. Incluso mendigos y vagabundos te demostrarán que tienen un incontestable derecho a ella. Dirán:

Nunca compramos vino, tabaco o sal sin pagar el impuesto y parte de este impuesto se entrega por ley en incentivos y gratificaciones a hombres que son más ricos que nosotros. Otros hacen uso de la ley para crear un aumento artificial en el precio del pan, la carne, el hierro o la ropa. Como todos trafican con la ley para su propio beneficio, deberíamos hacer lo mismo. Nos gustaría que hiciéramos que produjera el derecho de asistencia, que es el botín del hombre pobre. Para ello, tendrían que ser electores y legisladores, para poder organizar, a gran escala, limosnas para nuestra propia clase, como habéis organizado, a gran escala, protección para la vuestra. No nos digáis que asumiréis nuestra causa y nos echéis 600.000 francos para mantenernos callados, como si fuera un hueso para roer. Tenemos otras demandas y, en todo caso, queremos estipularlas nosotros mismos, igual que otras clases las han estipulado para sí mismas.

¿Cómo se respondería a este argumento? Sí, mientras se admita que la ley puede desviarse de su verdadera misión, que puede violar la propiedad en lugar de asegurarla, todos querrán redactar la ley, ya sea para defenderse del saqueo o para organizarlo en su propio beneficio. La cuestión política siempre será discriminatoria, predominante y absorbente; en una palabra, siempre se estará peleando en torno a las puertas del Palacio Legislativo. La lucha no será menos furiosa dentro de él. Para convencerse de esto, apenas basta ver lo que pasa en las cámaras en Francia e Inglaterra: basta para saber cómo está la cuestión.

¿Hay alguna necesidad de probar que esta odiosa perversión de la ley es una fuente perpetua de odio y discordia, que incluso tiende al desorden social? Mirad Estados Unidos. No hay país en el mundo en que la ley se mantenga más dentro de su dominio adecuado, que es garantizar a todos su libertad y su propiedad. Por tanto, no hay país en el mundo en el que el orden social parezca descansar sobre bases más sólidas. Sin embargo, incluso en Estados Unidos hay dos cuestiones, y solo dos, que desde el principio han puesto en peligro el orden social. ¿Y cuáles son estas dos cuestiones? Las de la esclavitud y los aranceles, que son precisamente las dos únicas cuestiones en las que, contrariamente al espíritu general de esta república, la ley ha adoptado el papel de un saqueador. La esclavitud es una violación, aprobada por la ley, de los derechos de la persona. El proteccionismo es una violación perpetrada por la ley contra los derechos de propiedad e indudablemente es muy notable que, en medio de tantos otros debates, este doble azote legal, la lamentable herencia del Viejo Mundo, deba ser el único que pueda causar, y quizá cause, la ruptura de la Unión. En realidad no puede concebirse un hecho más pasmoso en el corazón de la sociedad que este: Que la ley deba convertirse en un instrumento de injusticia. Y si este hecho ocasiona consecuencias tan formidables para Estados Unidos, donde solo hay una excepción, ¿qué debe pasar con nosotros en Europa, donde es un principio, un sistema?

M. Montalembert, adoptando el pensamiento de una famosa declaración de M. Carlier, decía: “Debemos hacer la guerra contra el socialismo”. Y por socialismo, según la definición de M. Charles Dupin, quería decir saqueo. ¿Pero a qué saqueo se refería? Pues hay dos tipos: saqueo extralegal y legal.

Respecto del saqueo extralegal, igual que el robo o la estafa, que está definido, previsto y castigado por el código penal, no creo que pueda adornarse con el nombre de socialismo. No es esto lo que amenaza sistemáticamente los fundamentos de la sociedad. Además, la guerra contra este tipo de saqueo no ha esperado a la señal de M. Montalembert o M. Carlier. Se ha realizado desde el principio del mundo; Francia la lleva librando desde mucho antes de la revolución de febrero (mucho antes de la aparición del socialismo), con todas las ceremonias de magistratura, policía, gendarmería, prisiones, mazmorras y cadalsos. Es la propi ley la que está dirigiendo esta guerra y, en mi opinión, hay que desear que la ley deba mantener siempre esta actitud con respecto al saqueo.

Pero no es el caso. La ley a veces se lleva su parte. A veces lo logra con sus propias manos, para ahorrar a las partes beneficiadas la vergüenza, el peligro y el escrúpulo.  Veces pone toda esta ceremonia de magistratura, policía, gendarmería y prisiones al servicio del saqueador y amenaza a la parte saqueada, cuando se defiende, como el delincuente. En una palabra, hay un saqueo legal y sin duda a este se refería M. Montalembert.

Este saqueo puede ser solo un defecto excepcional en la legislación de un pueblo y en este caso lo mejor que se puede hacer es, sin tantos discursos y lamentos, eliminarla lo antes posible, a pesar de las quejas de partes interesadas. ¿Pero cómo se va a distinguir? Muy fácilmente. Ved si la ley toma de algunas personas lo que les pertenece para darlo a otras lo que no les pertenece. Ver si la ley realiza, en beneficio de un ciudadano y en daño de otros, un acto que este ciudadano no pueda llevar a cabo sin cometer un delito. Derogad esta ley sin demora; no es solo una iniquidad: es una fértil fuente de iniquidades, pues invita a represalias y si no os ocupáis, el caso excepcional se extenderá, multiplicará y se convertirá en sistemático. No hay duda de que la parte beneficiada gritará: reclamará sus derechos adquiridos. Dirá que el Estado debe proteger y estimular su industria, alegará que es algo bueno para el Estado enriquecerse, que puede gastar más y así rebajar los salarios de los pobres trabajadores. Cuidad de no escuchar sus sofismas, pues es precisamente por la sistematización de estos argumentos por lo que el saqueo legal se convierte en sistemático.

Y esto es lo que ha pasado. El engaño del día es enriquecer a todas las clases a costa de las demás, es generalizar el saqueo bajo el pretexto de organizarlo. Ahora el saqueo legal puede ejercitarse en una multitud infinita de maneras. De ahí proviene una multitud infinita de planes de organización: aranceles, proteccionismo, gratificaciones, estímulos, impuestos progresivos, instrucción gratuita, derecho al trabajo, derecho al beneficio, derecho al salario, derecho a la asistencia, derecho a instrumentos de trabajo, gratuidad del crédito, etc., etc. Y todo lo que tienen en común estos planes, tomados en su conjunto, es el saqueo legal, que toma el nombre de socialismo.

Contra el socialismo, así definido y formando un cuerpo doctrinal, ¿qué otro tipo de guerra harías que no fuera una guerra doctrinal? Encuentras esta doctrina falsa, absurda, abominable. Rebátela. Será más sencillo, cuanto más falsa, más absurda y más abominable sea. Sobre todo, si deseas ser fuerte, empieza eliminando de tu legislación toda partícula de socialismo que pueda haberse colado y esto no será un trabajo brillante.

Se ha reprochado a M. Montalembert que deseara recurrir a la fuerza bruta contra el socialismo. Tendría que ser exonerado de este reproche, pues ha dicho sencillamente: “La guerra que debemos hacer contra el socialismo debe ser una que sea compatible con el derecho, el honor y la justicia”.

¿Pero cómo no ve M. Montalembert que está entrando en un círculo vicioso? Opondrías la ley al socialismo. Pero es la ley lo que invoca el socialismo. Aspira al saqueo legal, no al extralegal. Es de la propia ley, como los monopolistas de todo tipo, de la que quiere hacer un instrumento y una vez que tenga las leyes de su lado, ¿cómo serás capaz de dirigir la ley contra ello? ¿Cómo la pondrás bajo el poder de tus tribunales, tus gendarmes y tus prisiones? ¿Qué harás entonces? Quieres impedirle tomar parte alguna en la redacción de las leyes. Tendías que mantenerlo fuera del Palacio Legislativo. No tendrás en éxito en esto, me aventuro a profetizar, mientras el saqueo legal sea la base de la propia legislación.

Es absolutamente necesario que esta cuestión del saqueo legal deba resolverse y hay solo tres soluciones para ello:

  1. Cuando pocos saquean a muchos.
  2. Cuando todos saquean a todos.
  3. Cuando nadie saquea a nadie.

Tenemos que elegir entre saqueo parcial, saqueo universal o ausencia de saqueo. La ley solo puede producir uno de estos resultados.

Saqueo parcial. – Es el sistema que prevalecía mientras el privilegio electoral era parcial, un sistema al que se recurre para evitar la invasión del socialismo.

Saqueo universal. – Se nos ha amenazado con este sistema cuando el privilegio electoral se ha hecho universal, al haber concebido las masas la idea de hacer la ley sobre los principios de legisladores que las habían precedido.

Ausencia de saqueo. – Es el principio de la justicia, la paz, el orden, la estabilidad, la conciliación y el buen sentido, que proclamaré con toda la fuerza de mis pulmones (¡aunque sea muy inadecuada!) hasta el día de mi muerte.

Y, con toda sinceridad, ¿puede requerirse algo más de manos de la ley? ¿Puede la ley, cuya sanción necesaria es la fuerza, usarse razonablemente contra algo más allá de asegurar a cada uno su derecho? Desafío a cualquiera a eliminarla de este círculo sin pervertirla y consecuentemente oponiendo fuerza contra derecho. Y como esta es la perversión social más fatal, más ilógica que puede imaginarse, debe admitirse que la verdadera solución, después de mucho mirar, del problema social se contiene en estas sencillas palabras: LA LEY ES JUSTICIA ORGANIZADA.

Ahora es importante reseñar que organizar la justicia por ley, es decir, por fuerza, excluye la idea de organizar por ley o por fuerza cualquier manifestación de actividad humana: trabajo, caridad, agricultura, comercio, industria, educación, bellas artes, religión; pues cualquiera de estas organizaciones destruiría inevitablemente la organización esencial. ¿Cómo podemos, de hecho, imaginar aplicar la fuerza sobre la libertad de los ciudadanos sin infringir la justicia y actuar así contra su objetivo adecuado?

Aquí me encuentro con el prejuicio más popular de nuestro tiempo. No se considera suficiente que la ley deba ser justa, debe ser filantrópica. No basta con que deba garantizar a todo ciudadano el ejercicio libre e inofensivo de sus facultades, aplicado a su desarrollo físico, intelectual y moral: hace falta que extienda el bienestar, la educación y la moralidad directamente sobre la nación. Es el ledo fascinante del socialismo.

Pero, repito, estas dos misiones de la ley se contradicen. Tenemos que elegir entre ellas. Un ciudadano no puede al mismo tiempo ser libre y no libre. M. de Lamartine me escribió esto un día: -“Tu doctrina es solo la mitad de mi programa; te has detenido en la libertad, yo continuaré con la fraternidad”. Le respondí: “La segunda parte de tu programa destruirá la primera”. Y de hecho me es imposible separar la palabra fraternidad de la palabra voluntaria. No puedo concebir la fraternidad obligada por la ley sin que se destruya legalmente la libertad y se aplaste la justicia. El saqueo legal tiene dos raíces: una de ellas, como ya hemos visto, está en el egoísmo humano; la otra está en la falsa filantropía.

Antes de proceder, creo que tendría que explicarme respecto de la palabra saqueo.[2]

No la tomo, como se hace habitualmente, en un sentido vago, indefinido, relativo o metafórico. Lo uso en su acepción científica y expresando la idea opuesta a la propiedad. Cuando una porción de riqueza pasa de las manos de que quien la ha adquirido, sin su consentimiento y sin compensación, a las de quien no la ha creado, ya sea por fuerza o artificio, digo que se ha violado esa propiedad, que se ha perpetrado saqueo. Digo que esto es exactamente lo que la ley tendría que reprimir siempre y en todo lugar. Si la propia ley realiza la acción que tendría que reprimir, digo que se sigue perpetrando saqueo e incluso, desde un punto de vista social, bajo circunstancias agravantes. En este caso, sin embargo, quien se beneficia del saqueo no es responsable del mismo: es la ley, el legislador, la propia sociedad y aquí es donde reside el peligro político.

Hay que lamentar que haya algo ofensivo en la palabra. He buscado en vano otra, pues no quiero en ningún momento, y especialmente ahora, añadir una palabra irritante a nuestras discrepancias; por tanto, me crean o no, declaro que no quiero decir que ataque las intenciones ni la moralidad de nadie. Estoy atacando una idea que creo falsa, un sistema que me parece injusto y esto es independiente de intenciones, de que cada uno de nosotros se beneficie de él sin desearlo y sufra por él sin ser consciente de la causa.

Cualquier persona debe escribir bajo la influencia del espíritu de partido o del miedo, lo que pondría en duda la sinceridad del proteccionismo, del socialismo e incluso del comunismo, que son una y la misma cosa en tres distintos periodos de su crecimiento. Todo lo que puede decirse es que el saqueo es más visible por su parcialidad en el proteccionismo[3] y por su universalidad en el comunismo, de lo que se deduce que, de los tres sistemas, el socialismo sigue siendo el más vago, el más indefinido y consiguientemente el más sincero.

Sea como sea, concluir que el saqueo legal tiene una de sus raíces en la falsa filantropía es evidentemente poner las intenciones fuera de la cuestión.

Una vez explicado esto, examinemos el valor, el origen y la tendencia de esta aspiración popular, que pretende conseguir el bien general con el saqueo general.

Los socialistas dicen: si la ley organiza la justicia, ¿por qué no debería organizar el trabajo, la educación y la religión?

¿Por qué? Porque no podrían organizar el trabajo, la educación y la religión sin desorganizar la justicia.

Pues recordemos que la ley es fuerza y que consecuentemente el dominio de la ley no puede extenderse legítimamente más allá del dominio de la fuerza.

Cuando la ley y la fuerza mantienen a un hombre dentro de los límites de la justicia, no le imponen nada sino una mera negación. Solo le obligan a abstenerse de hacer daño. No violan ni su personalidad, ni su libertad, ni su propiedad. Solo preservan la personalidad, la libertad, la propiedad de otros. Se mantienen a la defensiva, defienden el mismo derecho para todos. Cumplen una misión cuya falta de daño es evidente, cuya utilidad es palpable y cuya legitimidad no se discute. Esto es tan cierto que, como me apuntó una vez un amigo mío, decir que el objetivo de la ley es hacer que reine la justicia es usar una expresión que no es rigurosamente exacta. Tendría que decirse que el objetivo de la ley es impedir que reine la injusticia. De hecho, no es la justicia la que existe por sí misma, es la injusticia. Una resulta de la ausencia de la otra.

Pero cuando la ley, a través del medio de su agente necesario (la fuerza) impone una forma de trabajo, un método o una materia de educación, un credo o un culto, ya no es negativa: actúa positivamente sobre los hombres. Sustituye su propia voluntad por la voluntad del legislador, su propia iniciativa por la iniciativa del legislador. No tienen que consultar, comparar o prever: la ley hace todo por ellos. El intelecto es para ellos un cachivache inútil, dejan de ser hombres, pierden su personalidad, su libertad, su propiedad.

Aventuraos a imaginar una forma de trabajo impuesta por la fuerza que no sea una violación de la libertad, una transmisión de riqueza impuesta por fuerza que no sea una violación de la propiedad. Si no podéis conseguir reconciliar esto, debéis concluir que la ley no puede organizar el trabajo y la industria sin organizar injusticia.

Cuando, en la soledad de su gabinete, un político echa un vistazo a la sociedad, se sorprende por el espectáculo de desigualdad que se le presenta. Se lamenta por los sufrimientos que son la suerte de muchos de sus hermanos, sufrimientos cuyo aspecto se hace más lamentable por el contraste con el lujo y la riqueza.

¿Tendría que preguntarse tal vez si esa situación social no se ha causado por el saqueo de tiempos antiguos, ejercitado por medio de conquistas y por saqueo de tiempos posteriores, realizado por medio de leyes? ¿Tendría que preguntarse si, dada la aspiración de todos los hombres al bienestar y la perfección, el reino de la justicia no bastaría para conseguir la mayor actividad de progreso y la mayor cantidad de igualdad compatible con esa responsabilidad individual que Dios ha concedido como justa retribución de la virtud y el vicio?

Nunca dedica un pensamiento a esto. Su mente se dedica a combinaciones, disposiciones, organización legales o artificiales. Busca el remedio perpetuando y exagerando lo que ha producido el mal.

Pues, justicia aparte, que hemos visto que es solo una negación, ¿hay alguna de estas disposiciones legales que no contemple el principio de saqueo?

Decís: “Hay hombres que no tienen dinero” y apeláis a la ley. Pero la ley no es una fuente que se abastezca a sí misma, en la que cada corriente pueda obtener suministros independientemente de la sociedad. Nada puede entrar en el tesoro público a favor de un ciudadano o una clase, salvo lo que se haya obligado a otros ciudadanos y otras clases a enviar allí.  Si alguien toma del él el equivalente a lo que haya contribuido, vuestra ley, es verdad, no es saqueadora, pero no hace nada por los hombres que quieren dinero (no promueve la igualdad). Solo puede ser un instrumento de igualación en la medida en que toma de una parte para dar a otra y entonces es un instrumento de saqueo. Examinad, a la vista de esto, la protección de los aranceles, las gratificaciones de estímulo, el derecho al beneficio, el derecho al trabajo, el derecho a la asistencia, el derecho a la educación, los impuestos progresivos, la gratuidad del crédito, los talleres sociales y siempre encontraréis en el fondo el saqueo legal, la injusticia organizada.

Decís: “Hay hombres que quieren conocimiento” y apeláis a la ley. Pero la ley no es una antorcha que dé luz más allá de lo que le es propio. Se extiende sobre una sociedad en la que hay hombres que tienen conocimiento y otros que no, ciudadanos que quieren aprender y otros que están dispuestos a enseñar. Solo puede hacer una de dos cosas: o permitir la libre operación de este tipo de transacciones, es decir, dejar que este tipo de deseo se satisfaga libremente o forzar la voluntad de la gente en el asunto y tomar de algunos de ellos lo suficiente como para pagar profesores encargados de educar gratuitamente a otros. Pero, en este segundo caso, no puede dejar de haber una violación de la libertad y la propiedad: saqueo legal.

Decís: “Hay hombres que flojean en moralidad o religión” y apeláis a la ley, pero la ley es fuerza y ¿tengo que decir lo violenta y absurda que es una empresa de introducir la fuerza en estos asuntos?

Como consecuencia de sus sistemas y sus esfuerzos, parecería que el socialismo, a pesar de su autocomplacencia, apenas puede ayudar a percibir el monstruo del saqueo legal. ¿Pero qué hace? Lo oculta inteligentemente de otro, e incluso de sí mismo, bajo los nombres seductores de fraternidad, solidaridad, organización, asociación. Y como no pedimos mucho en manos de la ley, como solo le pedimos justicia, supone que rechazamos fraternidad, solidaridad, organización y asociación y nos califican de individualistas.

Podemos asegurarles que lo que repudiamos no es la organización natural, sino la organización forzosa.

No es la libre asociación, sino las formas de asociación que nos impondrían.

No es la fraternidad espontánea, sino la fraternidad legal.

No es la solidaridad providencial, sino la solidaridad artificial, que es solo un desplazamiento injusto de responsabilidad.

El socialismo, como la antigua política de la que emana, confunde gobierno y sociedad. Y así, cada vez que protestamos ante algo que está haciendo el gobierno, concluye que objetamos a que se haga en general. Desaprobamos la educación por el estado, luego estamos contra la educación en general. Protestamos ante una religión de estado, luego no tendríamos ninguna religión en absoluto. Protestamos por una igualdad que produzca el estado, luego estamos en contra de la igualdad, etc. También podrían acusarnos de desear que los hombres no coman, porque protestamos ante el cultivo de grano por el estado.

¿Cómo es que la extraña idea de hacer que la ley produzca lo que no contiene (prosperidad, en un sentido positivo, riqueza, ciencia, religión) ha podido ganar terreno en el mundo político? Los políticos modernos, especialmente los de la escuela socialista, fundan sus distintas teorías sobre una hipótesis común e indudablemente no podría haber entrado en un cerebro humano una idea más extraña y más presuntuosa.

Dividen a la humanidad en dos partes. Los hombres en general, excepto uno, forman la primera; el propio político forma la segunda, que es con mucho la más importante.

De hecho, empiezan suponiendo que a los hombres carecen de cualquier principio de acción y de cualquier medio de discernimiento, que no tienen iniciativa, que son una materia inerte, partículas pasivas, átomos sin impulso, como máximo una vegetación indiferente a su propio modo de existencia, susceptibles de asumir, desde una voluntad y mano exterior, in infinito número de formas, más o menos simétricas, artísticas y perfeccionadas.

Además, cada uno de estos políticos no duda en asumir que él mismo, bajo los nombres de organizador, descubridor, legislador, instituidor o fundador, es esta voluntad y mano, esta iniciativa universal, este poder creativo, cuya misión sublime es reunir en la sociedad todos estos materiales dispersos, es decir, los hombres.

A partir de estos datos, como un jardinero de acuerdo a su capricho da a sus árboles forma de pirámides, parasoles, cubos, conos, vasos, espalderas, ruecas o abanicos; igualmente los socialistas, siguiendo su quimera, dan forma a la pobre humanidad en grupos, series, círculos, subcírculos, colmenas o talleres sociales, con todo tipo de variaciones. Y como el jardinero necesita hachas, podaderas, sierras y cizallas para dar forma a sus árboles, así el político, para dar forma a la sociedad, necesita las fuerzas que solo puede encontrar en las leyes: la ley arancelaria, la ley impositiva, la ley de asistencia y la ley de educación.

Es tan verdad que los socialistas ven a la humanidad como un sujeto de experimentos sociales que si por casualidad no están muy seguros del éxito de estos experimentos, pedirán una porción de la humanidad como sujeto de experimentación. Es sabido lo popular que es la idea de probar todos los sistemas y se sabe que uno de sus líderes ha reclamado seriamente a la Asamblea Constituyente una parroquia, con todos sus habitantes, en la que llevar a cabo sus experimentos.

Es por tanto como si un inventor fabricara una máquina pequeña antes de hacer una de tamaño normal. Como el químico sacrifica algunas sustancias, el agricultor alguna simiente y un rincón de su campo, para probar una idea.

Pero pensemos en las diferencias entre el jardinero y sus árboles, entre el inventor y su máquina, entre el químico y sus sustancias, entre el agricultor y su simiente. EL socialista piensa, con toda sinceridad, que hay la misma diferencia entre él y la humanidad.

No sorprende que los políticos del siglo XIX vean a la sociedad como una producción artificial del genio del legislador. La idea, resultado de una educación clásica, ha tomado posesión sobre todos los pensadores y grandes escritores de nuestro país.

Para todas estas personas, las relaciones entre la humanidad y el legislador parecen ser las mismas que existen entre la arcilla y el alfarero.

Además, si han consentido en reconocer en el corazón del hombre una capacidad de acción y en su intelecto una facultad de discernimiento, han considerado a este don de Dios como algo fatal y pensado que la humanidad, bajo estos dos impulsos, tiende fatalmente a la ruina. Han dado por supuesto que si se abandonan a sus propias inclinaciones, los hombres solo se ocuparían de la religión para llegar al ateísmo, de la instrucción para llegar a la ignorancia y del trabajo y el intercambio para extinguirse en la miseria.

Felizmente, según estos escritores, hay algunos hombres, llamados gobernadores y legisladores, sobre los que el Cielo ha depositado tendencias opuestas, no solo para su bien, sino para el del resto del mundo.

Mientras que la humanidad tiende al mal, ellos se inclinan al bien; mientras que la humanidad avanza hacia la oscuridad, ellos aspiran a la iluminación; mientras que la humanidad se dirige al vicio, ellos se ven atraídos por la virtud. Y, una vez concedido esto, reclaman la ayuda de la fuerza, por medio de la cual van a sustituir sus propias tendencias por las de la raza humana.

Basta con abrir, casi al azar, un libro de filosofía, política o historia, para ver lo fuertemente que está enraizada esta idea (hija de estudios clásicos y madre del socialismo) en nuestro país: que la humanidad es meramente materia inerte, recibiendo vida, organización, moralidad y riqueza del poder o si no, aún peor, que la propia humanidad tiende a la degradación y solo se evita esta tendencia por la misteriosa mano del legislador. El convencionalismo clásico nos muestra en todas partes, tras una sociedad pasiva, un poder oculto bajo los nombres del derecho o del legislador (o, por un modo de expresión que se refiera a alguna persona o personas de indiscutible peso y autoridad, pero no nombradas) que mueve, anima, enriquece y regenera a la humanidad.

Daremos una cita de Bossuet:

Una de las cosas que fue más fuertemente impresa (¿por quién?) en la mente de los egipcios fue el amor por su país. (…) No se permitía a nadie ser inútil para el estado; la ley asignaba a cada uno su trabajo, que pasaba de padre a hijo. No se permitía a nadie tender dos profesiones, ni adoptar otra. (…) Pero había una ocupación que se obligaba al común de todos, que era el estudio de las leyes y de la sabiduría; no se excusaba en ninguna condición de la vida la ignorancia de la religión y de las regulaciones políticas. Además, toda profesión tenía un distrito asignado (¿por quién?). (…) Entre las buenas leyes, una de las mejores era que se enseñaba todos a observarla (¿por quién?). En Egipto abundaban las invenciones maravillosas y no se dejaba de lado nada que pudiera hacer la vida más confortable y tranquila.

Así que los hombres, según Bossuet, no derivan nada por sí mismos: patriotismo, riqueza, invenciones, paternidad, ciencia, todo les viene de la operación de las leyes o de los reyes. Todo lo que tienen que hacer es ser pasivos. Es sobre esta base como Bossuet hace una excepción cuando Diodoro acusa a los egipcios de rechazar la lucha y la música. “¿Cómo es posible”, dice, “si estas artes fueron inventadas por Trismegisto?”

Lo mismo pasa con los persas:

Una de los primeros cuidados del príncipe era estimular la agricultura. (…) Igual que había puestos establecidos para la regulación de los ejércitos, había oficinas para la superintendencia de las obras rurales. (…) El respeto con el que los persas eran inspirados por la autoridad real era excesivo.

Los griegos, aunque llenos de inteligencia, no eran menos extraños a sus responsabilidades, tanto que, como los perros y los caballos, no se habrían aventurado en las cosas más simples. En un sentido clásico, es algo indiscutible que todo le viene a la gente desde fuera.

Los griegos, naturalmente llenos de espíritu y coraje, habían sido pronto cultivados por reyes y colonias que habían venido de Egipto. De ellos habían aprendido los ejercicios del cuerpo, las carreras a pie y a caballo y en carro. (…) Lo mejor que les habían enseñado los egipcios era a ser dóciles y a permitirse formarse por las leyes del bien público.

Fénelon – Criado en el estudio y la admiración de la antigüedad y testigo del poder del Luis XIV, Fénelon adoptó naturalmente la idea de que la humanidad debería ser pasiva y que sus desgracias y prosperidades, sus virtudes y sus vicios, estaban causados por la influencia externa que se ejercita sobre ella por la ley o por lo que hacen la ley. Así, en su utopía de Salento, pone a los hombres, con sus intereses, sus facultades, sus deseos y sus posesiones, bajo la dirección absoluta del legislador. Cualquiera que pueda ser el tema, no tienen ninguna voz en ello: el príncipe juzga por ellos. La nación es solo una masa amorfa, de la cual el príncipe es el alma. En él reside el pensamiento, la prevención, el principio de toda organización, de todo progreso; por tanto, en él reside toda la responsabilidad.

Para probar este aserto, podría transcribir todo el décimo libro de Telémaco. Remito a él al lector y me contentaré con citar algunos pasajes tomados al azar de esta célebre obra, a la cual, en todos los demás aspectos, soy el primero en rendir justicia.

Con la asombrosa credulidad que caracteriza a los clásicos, Fénelon, contra la autoridad de la razón y de los hechos, admite la felicidad general de los egipcios y la atribuye, no a su propia sabiduría, sino a la de sus reyes:

No podíamos dirigir nuestros ojos a las dos orillas sin percibir ricos poblados y distritos rurales agradablemente situados; campos que estaban cubiertos cada año, sin interrupción, con doradas cosechas; prados llenos de rebaños; trabajadores curvados bajo el peso de las frutas que la tierra derrochaba sobre su cultivadores y pastores que hacían que los ecos que nos rodeaban repitieran los suaves sonidos de sus flautas. “Feliz”, dijo Mentor, “es el pueblo que es gobernado por un rey sabio”. (…) Mentor deseó después remarcar la felicidad y abundancia que se extendió sobre el pueblo de Egipto, en el que podían contarse veintidós ciudades. Admiraba las excelentes regulaciones de policía de las ciudades; la justicia administrada a favor de los pobres contra los ricos; la buena educación de los niños, que estaban acostumbrados a la obediencia, el trabajo y el amor a las letras y las artes; el exactitud con la se realizaban todas las ceremonias de la religión; el desinterés, el deseo de honor, la fidelidad de los hombres y el miedo a los dioses, con el que todo padre inspiraba a sus hijos. No podía admirar lo suficiente el estado de prosperidad del país. “Felíz”, decía, “el pueblo a quien un rey sabio gobierna de esa manera”.

El idilio de Fénelon con Creta es aún más fascinante. Se hace decir a Mentor:

Todo lo que verás en esta maravillosa isla es el resultado de las leyes de Minos. La educación que reciben los niños hace al cuerpo sano y robusto. Se acostumbran desde el principio a una vida frugal y laboriosa; se supone que todos los placeres de los sentidos enervan el cuerpo y la mente; no se les presenta ningún otro placer sino el de ser invencibles por la virtud, el de adquirir mucha gloria (…) allí castigan tres vicios que no se castigan en otros pueblos: la ingratitud, el disimulo y la avaricia. Respecto de la pompa y disipación, no hay necesidad de castigarlas, pues son desconocidas en Creta. (…) No se permite ningún mueble costoso, ninguna ropa magnífica, ninguna fiesta deliciosa, ningún palacio dorado.

Es así como Mentor prepara a su pupilo para moldear y manipular, indudablemente con las mejores intenciones filantrópicas, al pueblo de Itaca y, para confirmarle en estas ideas, le da el ejemplo de Salento.

Así recibimos nuestras primeras nociones políticas. Se nos enseña a tratar a los hombres como Oliver de Serres enseñaba a los granjeros a gestionar y mezclar los terrenos.

Montesquieu – Para sostener el espíritu del comercio, es necesario que todas las leyes lo favorezcan; que estas mismas leyes, por sus regulaciones de dividir la fortunas en proporción a como el comercio las engrandece, pongan a cada ciudadano pobre en circunstancias los suficientemente sencillas como para permitirle trabajar como los demás y a cada ciudadano rico en tal mediocridad que deba trabajar para retenerlas o adquirirlas.

Así que las leyes han de disponer de todas las fortunas.

Aunque en una democracia, la igualdad real es el alma del estado, es tan difícil de establecer que una exactitud extrema esta materia  no sería siempre deseable. Basta con que se establezca un censo para reducir o fijar las diferencias hasta un cierto punto, a partir del cual, serían las leyes particulares, por decirlo así, las que igualen la desigualdad de cargas impuestas a los ricos y las ayudas concedidas a los pobres.

Aquí vemos de nuevo la igualación de fortunas por ley, por fuerza.

Hubo en Grecia dos tipos de repúblicas. Una era militar, como Esparta; la otra comercial, como Atenas. En una se deseaba (¿por quién?) que los ciudadanos estuvieran ociosos: en la otra, se animaba al amor al trabajo.

Merece que prestemos atención a la existencia del genio requerido por estos legisladores, que podemos ver cómo, confundiendo todas las virtudes, demostraban su sabiduría al mundo. Licurgo, mezclando el robo con el espíritu de justicia, la más dura esclavitud con la libertad extrema, los sentimientos más atroces con la mayor moderación, dio estabilidad a su ciudad. Parecía privarla de todos sus recursos, artes, comercio, dinero y murallas; había ambición sin la esperanza de ascenso; había sentimientos naturales donde el individuo no era niño, ni marido, ni padre. Incluso a la castidad de la privó de modestia. Por ese camino Esparta fue llevada a la grandeza y la gloria.

El fenómeno que observamos en las instituciones de Grecia se ha visto en medio de la degeneración y corrupción de nuestros tiempos modernos. Un legislador honrado ha creado un pueblo en el que la probidad ha aparecido tan natural como la bravura entre los espartanos. Mr. Penn es un verdadero Licurgo y aunque el primero tenía por objeto la paz y el segundo la guerra, se parecen en el camino singular por el que han llevado a sus pueblos, en su influencia sobre los hombres libres, en los prejuicios que han superado, las pasiones que han sometido.

Paraguay nos ofrece otro ejemplo. Se ha acusado a la sociedad del delito que considerar el placer de mandar como el único bien de la vida, pero siempre será algo noble gobernar a los hombres haciéndoles felices.

Quienes deseen formar instituciones similares establecerán la comunidad de propiedad, como en la república de Platón, la misma reverencia que éste daba a los dioses, separación de los extranjeros para la preservación de la moralidad y hacer que la ciudad y no los ciudadanos creen el comercio: deberían dar nuestras artes sin nuestro lujo, lo que queremos sin nuestros deseos.

La infatuación vulgar puede exclamar, si quiere: “¡Es Montesquieu! ¡Magnífico! ¡Sublime!” No temo dar mi opinión y decir: “¿Qué? ¿Tenéis la desfachatez de decir que eso está bien? ¡Es aterrador! ¡Es abominable! Y estos extractos, que puedo multiplicar, demuestran que, según Montesquieu, las personas, las libertades, la propiedad, la propia humanidad no son sino la molienda para el molino de la sagacidad de los legisladores”.

Rousseau – Aunque este político, la autoridad suprema de los demócratas, hace que el edificio social descanse en la voluntad popular, nadie ha admitido tan completamente la hipótesis de la completa pasividad de la naturaleza humana en presencia del legislador:

Si es verdad que un gran príncipe es algo raro, ¿cuánto más debe ser un gran legislador? El primero solo tiene que seguir el patrón que le propone éste último. Este último es el ingeniero que inventa la máquina; el primero es simplemente el operario que la pone en marcha.

¿Y qué papel tienen que realizar los hombres en todo esto? El de la máquina que se pone en marcha ¿o no son más bien la materia en bruto de la que se hace la máquina? Así, entre el legislador y el príncipe, entre el príncipe y sus súbditos, hay la misma relación que la que existe entre quien escribe de agricultura y el agricultor, el agricultor y los terrones de tierra. Así que se pone a esa inmensa altura al político, que gobierno por encima de los legisladores y les enseña su profesión en términos tan imperativos como los siguientes:

¿Daríais consistencia al estado? Juntad los extremos todo lo posible. Que no sufran ni los ricos ni los mendigos.

Si la tierra es pobre y estéril o el país demasiado reducido para lo habitantes, dedicadlo a la industria y las artes, cuyas producciones intercambiaréis por las provisiones que necesitéis. (…) En buena tierra, si tenéis pocos habitantes, prestad toda vuestra atención a la agricultura, que multiplica a los hombres y desterrad las artes, que solo sirven para despoblar el país. (…) Prestad atención a costas extensas y accesibles. Cubrid el mar con barcos y tendréis una existencia brillante y corta. Si vuestros mares solo tienen rocas inaccesibles, dejad que el pueblo sea bárbaro y comed pescado: vivirá más tranquilamente, tal vez mejor e indudablemente más feliz. En resumen, aparte de esas máximas que son comunes a todos, todo pueblo tiene sus propias circunstancias, que reclaman una legislación apropiada.

Así pasó que los hebreos, antes, y los árabes más recientemente, tenían a la religión como objeto principal; que los atenienses tuvieran a la literatura; que la gente de Cartago y Tiro el comercio; Rodas, los asuntos navales; Esparta, la guerra, y Rom, la virtud. El autor de “El espíritu de las leyes” ha demostrado el arte por el que cada legislador debería dar forma a sus instituciones hacia cada uno de estos objetos. (…) Pero si el legislador, equivocando su objeto, debe asumir un principio distinto de que deriva de la naturaleza de las cosas; si uno debería tender a la esclavitud y otro a la libertad; si uno a la riqueza y el otro a la población; uno a la paz y el otro a las conquistas; las leyes se harán insensiblemente cada vez más débiles, la constitución se trastornará y el estado estará sujeto a incesantes agitaciones hasta ser destruido o cambiarse y la invencible Naturaleza reconquistará su imperio.

Pero si la Naturaleza es suficientemente invencible como para reconquistar su imperio, ¿por qué no admite Rousseau que no hace falta que el legislador gane su imperio desde el principio? ¿Por qué no permite que, obedeciendo a su propio impulso, los hombres puedan por sí mismos aplicar la agricultura a un distrito fértil y el comercio a costas extensas y accesibles sin la interferencia de un Licurgo, un Solón o un Rousseau, que se encargarían de ello a riesgo de engañarse?

Sea como sea, con qué terrible responsabilidad inviste Rousseau a inventores, institutores, conductores y manipuladores de sociedades. Por tanto, es muy exacto respecto de ellos.

Quien se atreva a asumir las instituciones de un pueblo, tendría que sentir que puede, por así decirlo, transformar a cada individuo, que es por ´si mismo y todo perfecto y solitario, recibiendo su vida y ser de un gran todo del que forma parte, debe sentir que puede cambiar la constitución del hombre, fortificarla y sustituir con una existencia social y moral la física e independiente que todos hemos recibido de la naturaleza. En una palabra, debe privar al hombre de sus propios poderes, darle otros que le son extraños.

¡Pobre naturaleza humana! ¿En qué se convertiría su dignidad si se confiara a los discípulos de Rousseau?

Raynal
El clima, es decir, el aire y la tierra, es el primer elemento para el legislador. Sus recursos le prescriben sus tareas. Primero debe consultar su posición local. Una población ubicada en orillas marítimas debe tener leyes apropiadas para la navegación. (…) Si la colonia está ubicada en un territorio interior, un legislador debe proporcionar para la naturaleza del terreno y para su grado de fertilidad. (…)

Es más especialmente en la distribución de la propiedad en donde aparecerá la sabiduría del legislador. Por regla general, y en todos los países, cuando se funda una colonia, debería darse tierra a cada hombres, suficiente para sostener a su familia. (…)

En una isla sin cultivar, si estáis colonizando con niños solo haría falta que los gérmenes de verdad se expandan en los desarrollos de la razón. (…) Pero cuando estableces a gente mayor en un nuevo país, la habilidad consiste en solo permitir aquellas opiniones y costumbres injuriosas que sea imposible curar y corregir. Si queréis evitar que se perpetúen, actuaréis con la nueva generación mediante una educación general y pública de los niños. Un príncipe o legislador no tendría que fundar nunca una colonia sin enviar previamente a hombres sabios para instruir a los jóvenes. (…) En una colonia nueva, toda instalación está abierta a las precauciones del legislador que desee purificar el tono y las maneras del pueblo. Si tiene genio y virtud, las tierras y los  hombres que están a su disposición inspirarán su ánima con un plan de sociedad que un escritor solo puede trazar vagamente y de una forma que estaría sujeta a la inestabilidad de todas las hipótesis, que varían y se complican por una infinidad de circunstancias demasiado difíciles de prever y combinar.

Uno pensaría que era un profesor de agricultura que diciendo a sus alumnos:

El clima es el único gobernante del agricultor. Sus recursos le dictan sus tareas. Lo primero que tiene que considerar es su posición local. Si está en un terreno arcilloso, debe hacer esto y esto. Si tiene que luchar con la arena, esta es la manera en que debe actuar. Toda instalación está abierta al agricultor que desee roturar y mejorar el terreno. Si solo tiene la habilidad, el estiércol que tiene a su disposición le sugerirá un plan de operación, que un profesor solo puede trazar vagamente y de una forma que estaría sujeta a la inestabilidad de todas las hipótesis, que varían y se complican por una infinidad de circunstancias demasiado difíciles de prever y combinar.

¡Pero, oh, sublimes escritores, dignaos recordar a veces que esta arcilla, esta arena, este estiércol del que disponéis de una forma tan arbitraria son hombres, vuestros iguales, seres inteligentes y libres como vosotros, que han recibido de Dios, como vosotros, la facultad de ver, de prever, de pensar y de juzgar por sí mismos!

Mably – Supone que las leyes se desgastan con el tiempo y el descuido de la seguridad y continúa así:

Bajo estas circunstancias, debemos convencernos de que las bondades del gobierno son flojas. Dele una nueva tensión (se dirige al lector) y el mal de remediará. (…) Piense menos en castigar las faltas que en animar las virtudes que quiera. Por este método, conferirá a su república el vigor de la juventud. ¡Por la ignorancia de esto, un pueblo libre ha perdido su libertad! Pero si el mal ha avanzado tanto que los magistrados normales son incapaces de remediarlo en la práctica, pueden recurrir a una magistratura extraordinaria, cuyo periodo debe ser corto y su poder considerable. La imaginación de los ciudadanos requiere verse impresionada.

Sigue en este estilo durante 20 tomos.

Hubo un tiempo en que, bajo la influencia de enseñanzas como éstas, que son la abse de la educación clásica, todos se ubicaban más allá y por encima de la humanidad en disponer, organizar e instituir a su propio estilo.

Condillac

Asuma, mi señor, el papel de Licurgo o Solón. Antes de acabar de leer este ensayo, disfrute dando leyes a gente salvaje en América o África. Establezca a estos hombres errantes en moradas fijas; enséñeles a cuidar ganado. (…) Dedíquese a desarrollar las cualidades sociales que la naturaleza ha implantado en ellos. (…) Hágales empezar a practicar las tareas de la humanidad. (…) Haga que los placeres de las pasiones se conviertan en molestos para ellos mediante castigos y verá a estos bárbaros, con cada plan de su legislación, perder un vicio y ganar una virtud.

Todos estos pueblos han tenido leyes. Pero pocos entre ellos han sido felices. ¿Por qué pasa esto? Porque los legisladores casi siempre han ignorado el objeto de la sociedad, que es unir a las familias por un interés común.

La imparcialidad en el derecho consiste en dos cosas, en establecer igualdad en las fortunas y en la dignidad de los ciudadanos. (…) En proporción la grado de igualdad establecido por las leyes, más queridas se harán para cada ciudadano. ¿Cómo pueden la avaricia, la ambición, la disipación, el ocio, la pereza, la envidia, el odio o los celos animar a hombres que son iguales en fortuna y dignidad y a quienes las leyes no les dejan ninguna esperanza de perturbar su igualdad?

Lo que os ha sido dicho de la república de Esparta tendría que ilustraros en esta cuestión. Ningún otro estado ha tenido leyes más de acuerdo con el orden de la naturaleza o la igualdad.

No cabe preguntarse si los siglos XVII y XVIII han considerado a la raza humana como materia inerte, lista para recibir todo: forma, figura, impulso, movimiento y vida, de un gran príncipe o un gran legislador o un gran genio. Estas eras se basaron en el estudio de la antigüedad y la antigüedad presenta en todas partes: en Egipto, Persia, Grecia y Roma, el espectáculo de unos pocos hombres moldeando la humanidad a su gusto y a la humanidad esclavizada para este fin por fuerza o impostura. ¿Y qué prueba esto? Que porque hombre y sociedad sean improbables, el error, la ignorancia, el despotismo, la esclavitud y la superstición deben ser más prevalentes en los primeros tiempos. El error de los escritores citados antes no es que hayan afirmado este hecho, sino que lo han propuesto como regla para la admiración e imitación de generaciones futuras. Su error ha sido, con una inconcebible ausencia de discernimiento, y con la fe de un convencionalismo pueril, que han admitido lo que es inadmisible, es saber, la grandeza, dignidad, moralidad y bienestar de las sociedades artificiales del mundo antiguo; no han entendido que el tiempo produce y difunde ilustración y que en proporción a aumento de la ilustración, el derecho de que sostenerse por la fuerza y la sociedad recupera la posesión de sí misma.

Y de hecho, ¿cuál es la obra política que estamos tratando de promover? Nada menos que el esfuerzo instintivo de todo pueblo hacia la libertad. ¿Y qué es la libertad, cuyo nombre puede hacer latir a cada corazón y puede agitar el mundo, sino la unión de todas las libertades, la libertad de conciencia, de educación, de asociación, de prensa, de movimientos, de trabajo y de comercio; en otras palabras, el libre ejercicio para todos de todas las facultades inofensivas y también otras palabras, la destrucción de todos los despotismos, incluso del despotismo legal y la reducción de la ley a su única esfera racional, que es regular el derecho individual a la legítima defensa o a reprimir la injusticia?

Debe admitirse que esta tendencia de la raza humana, se ve bastante frustrada, particularmente en nuestro país, por la fatal disposición, resultante de la enseñanza clásica y común de todos los políticos, de ponerse por encima de la humanidad, para disponerla, organizarla y regularla de acuerdo con sus gustos.

Pues mientras la sociedad está luchando por conseguir la libertad, los grandes hombres que se ponen a su cabeza, imbuidos por los principio de los siglos XVII y XVIII, solo piensan en someterlo al despotismo filantrópico de sus invenciones sociales y que acepte con docilidad, según la expresión de Rousseau, el yugo de la felicidad pública como aparece en sus propias imaginaciones.

Éste fue el caso particularmente en 1789. Tan pronto como se destruyó el sistema antiguo, la sociedad fue sometida a otras disposiciones artificiales, siempre con el mismo punto de partida: la omnipotencia de la ley.

Saint-Just – El legislador ordena el futuro. A él corresponde velar por el bien de la humanidad. A él corresponde hacer  de los hombres que quiere que sean.

Robespierre – La función del gobierno es dirigir los poderes físicos y morales de la nación hacia el objeto de su institución.

Billaud Varennes – Un pueblo que haya de ser restaurado en la libertad debe formarse de nuevo. Deben destruirse los antiguos prejuicios, cambiarse las costumbres anticuadas, corregirse los afectos depravados, erradicarse los vicios inveterados. Para ello, será necesario una gran fuerza y un impulso vehemente. (…) Ciudadanos, la inflexible austeridad de Licurgo creó la base firme de la república espartana. La disposición débil y confiada de Solón llevó a Atenas a la esclavitud. Este paralelismo contiene toda la ciencia del gobierno.

LePelletier – Considerando el grado de degradación humana, estoy convencido de la necesidad de realizar una regeneración completa de la raza y, si puedo decirlo así, de crear un nuevo pueblo.

Por tanto los hombres no son sino materia prima. No es suya la voluntad de su propia mejora. No son capaces de ella; según Saint-Just solo lo es el legislador. Los hombres se limitarán a ser lo que éste quiera que deban ser. Según Robespierre, que copia literalmente a Rousseau, el legislador ha de empezar asignando el objetivo de las instituciones de la nación. Después de esto, el gobierno solo tiene que dirigir todas sus fuerzas físicas y morales hacia este fin. Todo este tiempo, la propia nación ha de mantenerse pasiva y Billaud Varennes nos enseñaría que no tendría que tener prejuicios, afectos ni deseos, sino los autorizados por el legislador. Llega a decir que la inflexible austeridad de un hombre es la base de una república.

Hemos visto que, en casos en que el mal sea tan grande que los magistrados ordinarios sean incapaces de remediarlo, Mably recomienda una dictadura, para promover la virtud. “Recurrir”, dice “a una magistratura extraordinaria, cuyo periodo debe ser corto y su poder considerable. La imaginación de los ciudadanos requiere verse impresionada”. No se ha olvidado esta doctrina. Escuchemos a Robespierre:

El principio del gobierno republicano es la virtud y el medio para adoptarla, durante su establecimiento, es el terror. Queremos sustituir, en nuestro país, la autoindulgencia por la moralidad, el honor por la probidad, las costumbres por los principios, el decoro por los derechos, la tiranía de la moda por el imperio de la razón, el desdén ante la desgracia por el desdén ante el vicio, la insolencia por el orgullo, la vanidad por la grandeza de espíritu, el amor al dinero por el amor a la gloria, la buena compañía por la buena gente, la intriga por el mérito, el ingenio por el genio, la brillantez por la verdad, el hastío del placer por el encanto de la alegría, la pequeñez de los grandes por la grandeza del hombre, un pueblo fácil, frívolo y degradado por uno magnánimo, poderoso y feliz; es decir, sustituiríamos todos los vicios y absurdos de la monarquía por todas las virtudes y milagros de una república.

¡A qué enorme altura sobre el resto de la humanidad se coloca a sí mismo Robespierre! Y observad la arrogancia con la que habla. No se contenta con expresar un deseo de una gran renovación del corazón humano: ni siquiera espera ese resultado por un gobierno normal. No, trata de realizarlo él mismo y por medio del terror. El objeto del discurso del que se extraía esta masa pueril y laboriosa de antítesis era mostrar los principios de moralidad que tendrían que regir un gobierno revolucionario.

Además, cuando Robespierre pide una dictadura, no es simplemente para repeler a un enemigo exterior o acabar con las facciones: es poder él establecer, por medio del terror y como un prólogo a la operación de la constitución, sus propios principios de moralidad. Pretende nada menos que extirpar del país por medio del terror, el interés propio, el honor, las costumbres, el decoro, la moda, la vanidad, el amor al dinero, la buena compañía, la intriga, el ingenio, el lujo y la miseria. Hasta que él, Robespierre, no haya conseguido estos milagros, como justamente los llama, no permitirá al derecho recuperar su imperio. Verdaderamente estaría bien que estos visionarios, que piensan tan bien de sí mismos y tan mal de la humanidad, que quieren renovar todo, se contentaran con tratar de reformarse a sí mismos: la tarea sería lo suficientemente ardua para ellos. Sin embargo, en general, estos caballeros, los reformistas, legisladores y políticos no desean ejercitar un despotismo inmediato sobre la humanidad. No, son demasiado medrados y filantrópicos como para eso. Se contentan con el despotismo, el absolutismo, la omnipotencia de la ley. Solo aspiran a hacer la ley.

Para demostrar lo universal que ha sido en Francia esta extraña disposición, no solo habría tenido que copiar la totalidad de las obras de Mably, Raynal, Rousseau, Fenelon y haber hecho largos extractos de Bossuet y Montesquieu, sino que habría tenido que presentar todas las transacciones de los escaños de la Convención. Sin embargo, no haré nada de eso sino que remitiré a ello al lector.

No cabe sorprenderse de que esta idea deba haberse ajustado a Bonaparte excelentemente. La abrazó con entusiasmo y la puso en práctica con energía. Actuando como un químico, Europa fue para él el material para sus experimentos. Pero este material reaccionó en su contra. Más que medio desengañado, Bonaparte, en Santa Helena, parecía admitir que hay una iniciativa en cada pueblo y se hizo menos hostil a la libertad. Pero eso no le impidió dar esta lección a su hijo en su testamento: “Gobernar es difundir moralidad, educación y bienestar”.

Tras todo esto, apenas necesito mostrar, con fastidiosas citas, las opiniones de Morelly, Babeuf, Owen, Saint Simon y Fourier. Me limitaré a unos pocos extractos del libro de Louis Blanc sobre la organización del trabajo.

En nuestro proyecto, la sociedad recibe el impulso del poder.

¿En qué consiste el impulso que da el poder a la sociedad? En imponerla el proyecto de M. Louis Blanc.

Por otro lado, la sociedad es la raza humana. Luego la raza humana va a recibir su impulso de M. Louis Blanc.

Hay libertad para hacerlo o no, se dirá. Por supuesta, la raza humana es libre de seguir el consejo de cualquiera, sea quien sea. Pero no es esta la manera en que M. Louis Blanc entiende la cosa. Quiere decir que su proyecto debería convertirse en ley y, por consiguiente, se imponga por el poder a la fuerza.

En nuestro proyecto, el Estado solo tiene que dar una legislación al trabajo, por medio de la cual el movimiento industrial podría y tendría que alcanzarse con total libertad. El Estado simplemente pone a la sociedad en una pendiente 8eso es todo) que puede descender, cuando uno se ubica ahí, por la mera fuerza de las cosas y por el curso natural de los mecanismos establecidos.

¿Pero cuál es esta pendiente? La indicada por M. Louis Blanc. ¿No lleva a un precipicio? No, lleva a la felicidad. Entonces, ¿por qué no va allí la sociedad por sí misma? Porque no sabe lo que quiere y requiere un impulso. ¿Qué va a dar ese impulso? El poder. ¿Y quién va a dar el impulso al poder? El inventor de la máquina, M. Louis Blanc.

Nunca saldremos de este círculo: humanidad pasiva y un gran hombre moviéndola por la intervención de la ley. Una vez en esta pendiente, ¿disfrutaría la humanidad de algo como la libertad? Sin duda. ¿Y qué es la libertad?

De una vez por todas: la libertad consiste no solo en el derecho otorgado, sino en el poder dado al hombre de ejercitar, de desarrollar sus facultades bajo el imperio de la justicia y bajo la protección de la ley.

Y no es una distinción vana: hay un profundo significado en ella y sus consecuencias no han de estimarse. Pues una vez que se admite que el hombre, para ser verdaderamente libre, debe tener el poder de ejercitar y desarrollar sus facultades, de ello se deduce que todo miembro de la sociedad tiene un derecho sobre dicha educación, y debe permitírsele mostrarlo y sobre los instrumentos de trabajo, sin los que la actividad humana puede encontrar espacio. Ahora bien, ¿por la intervención de quién va la sociedad a dar a cada uno de sus miembros la educación requerida y los instrumentos necesario de trabajo, si no es por la del Estado?”

Así que libertad es poder. ¿En qué consiste este poder? En poseer educación e instrumentos de trabajo. ¿Quién va a dar educación e instrumentos de trabajo? La sociedad, que los posee. ¿Por la intervención de quién va a la sociedad a dar instrumentos de trabajo a aquellos que no los poseen? Por la intervención del Estado. ¿De quién va a obtenerlos el Estado?

Queda para el lector responder a esta pregunta y advertir a dónde nos lleva todo esto.

Uno de los fenómenos extraños de nuestro tiempo, y uno que probablemente será materia de asombro para nuestros descendientes, es la doctrina que se fundamenta sobre esta triple hipótesis: la radical pasividad de la humanidad, la omnipotencia de la ley y la infalibilidad del legislador; este es el símbolo sagrado del partido que se proclama exclusivamente democrático.

Es verdad que profesa asimismo ser social.

En la medida en que es democrático, tiene una fe ilimitada en la humanidad.

En la medida en que es social, la pone por debajo del barro.

¿Se están discutiendo derechos políticos? ¿Hay que elegir a un legislador? Oh, entonces el pueblo posee conocimiento por instinto: está dotado de un tacto admirable, su voluntad siempre es correcta, la voluntad general no puede errar. El sufragio no puede ser demasiado universal. Nadie tiene ninguna responsabilidad para con la sociedad. La voluntad y la capacidad de elegir bien se dan por hecho. ¿Puede equivocarse el pueblo? ¿No vive una época de ilustración? ¡Qué! ¿Ha de llevar andadores por siempre el pueblo? ¿No ha adquirido sus derechos a costa de esfuerzos y sacrificios? ¿No ha dado suficiente prueba de inteligencia y sabiduría? ¿No ha llegado a la madurez? ¿No está en situación de juzgar por sí mismo? ¿No conoce su propio interés? ¿Hay un hombre o clase que se atreva a reclamar el derecho de ponerse en el lugar del pueblo, de decidir y actuar por él? No, no: el pueblo sería libre y lo será. Quiere dirigir sus propios asuntos y lo hará.

Pero una vez que es elegido el legislador, entonces se altera de verdad el estilo de su discurso. La nación vuelve a la pasividad, la inercia, la nada y el legislador toma posesión de la omnipotencia. A él le toca inventar, a él le toca dirigir, a él le toca impulsar, a él le toca organizar. La humanidad no tiene nada que hacer sino someterse; ha sonado la hora del despotismo. Y debemos darnos cuenta de que esto es decisivo, pues el pueblo, antes tan ilustrado, tan moral, tan perfecto, no tiene inclinaciones en absoluto, o si tiene alguna, lleva en picado a la degradación. ¡Y aun así tendría que tener un poco de libertad! ¿Pero no nos aseguraba M. Considerant que la libertad lleva fatalmente al monopolio? ¿No se nos dijo que la libertad es competencia? ¿Y que la competencia, según M. Louis Blanc, es un sistema de exterminación para el pueblo y de ruina del comercio? ¿Por esa razón, es exterminada y arruinada la gente en proporción a lo libres que es, como por ejemplo en Suiza, Holanda, Inglaterra y Estados Unidos? ¿No nos dice de nuevo M. Louis Blanc que la competencia lleva al monopolio y que, por la misma razón, lo barato lleva a precios exorbitantes? ¿Qué la competencia tiende a drenar las fuentes de consumo y requiere de la producción una actividad destructiva? ¿Qué la competencia obliga a la producción a aumentar y al consumo a disminuir, de lo que se deduce que el pueblo libre produce para no consumir, que no hay sino opresión y locura en él y que es absolutamente necesario que M. Louis Blanc mire por él?

¿Qué tipo de libertad se permitiría a los hombres? ¿Libertad de conciencia? Pero deberíamos ver a todos beneficiándose del permiso para convertirse en ateos. ¿Libertad de educación? Pero los padres estarían pagando a profesores para que enseñaran a sus hijos inmoralidad y errores; aparte, si creyéramos a M. Thiers, la educación, si se deja libre en la nación, dejaría de ser nacional y estaríamos educando a nuestros hijos con las ideas de turcos o hindúes, salvo los que, gracias al despotismo legal de las universidades,  tengan la buena fortuna de ser educados en las ideas de los romanos. ¿Libertad de trabajo? Pero esto es solo competencia, cuyo efecto es dejar todos los productos sin consumir, exterminar al pueblo y arruinar a los comerciantes. ¿La libertad de intercambio? Pero es bien conocido que los proteccionistas han demostrado, una y otra vez, que un hombre debe arruinarse cuando intercambia libremente y que para hacerse rico es necesario intercambiar sin libertad. ¿Libertad de asociación? Pero, según la doctrina socialista, libertad y asociación se excluyen entre sí, pues la libertad de los hombres es tacada al obligarles a asociarse.

Por tanto, debemos apreciar que los socialdemócratas no pueden en conciencia permitir a los hombres ninguna libertad, porque, por su propia naturaleza, tienden en todos los casos a todo tipo de degradación y desmoralización.

Por tanto solo nos queda conjeturar, en este caso, qué fundamento del sufragio universal reclaman para sí con tanta inoportunidad.

Las pretensiones de los organizadores sugieren otra pregunta, que les he planteado a menudo y a la cual no creo haber recibido nunca respuesta: Si las tendencias naturales de la humanidad son tan malas como para permitirle la libertad, ¿cómo resulta que las tendencias de los organizadores son siempre buenas? ¿No forman parte de la raza humana los legisladores y sus agentes? ¿Consideran que están compuestos de materiales diferentes que el resto de la humanidad? Dicen que la sociedad, abandonada a su suerte, se precipita hacia una destrucción inevitable, porque sus instintos son perversos. Pretenden detener su caída y darle una mejor dirección. Por tanto, han recibido del cielo inteligencia y virtudes que les ponen más allá y por encima de la humanidad: dejemos que muestren sus títulos de superioridad. Serían nuestros pastores y seríamos su rebaño. Esta disposición presupone en ellos una superioridad natural, sobre cuyo derecho estamos plenamente justificados a pedirles que la prueben.

Debéis observar que no estoy argumentando contra su derecho a inventar combinaciones sociales, a propagarlas, a recomendarlas y a probarlas consigo mismos, por su cuenta y riesgo, pero discuto su derecho a imponérnoslas por medio de la ley, es decir, por fuerza y por impuestos públicos.

No insistiré en que cabetistas, fourieristas, proudhonianos, académicos y proteccionistas renuncien a sus ideas particulares, solo les haría renunciar a esa idea que es común a todos ellos, a saber, la de someternos por la fuerza a sus propios grupos y series a sus talleres sociales, a su banca gratuita, a su moralidad grecorromana y a sus restricciones comerciales. Les pediría que nos dejaran la facultad de juzgar sus planes y no obligarnos a aceptarlos, si creemos que dañan nuestros intereses o repugnan nuestras conciencias.

Presumir poder recurrir al poder y los impuestos, además de ser opresivo e injusto, implica además la injuriosa suposición de que el organizado es infalible y la humanidad incompetente.

Y si la humanidad no es competente para juzgar por sí misma, ¿por qué hablan tanto acerca del sufragio universal?

Esta contradicción en las ideas se encuentra desgraciadamente también en los hechos y pese a que la nación francesa ha precedido a todas las demás en obtener sus derechos, o más bien sus reclamaciones políticas, esto no ha impedido en modo alguno que esté más gobernada y dirigida y más impuesta y encadenada y engañada que cualquier otra nación. Es asimismo entre todas donde se temen constantemente las revoluciones y es perfectamente natural que deba ser así.

Mientras se mantenga esta idea, que es admitida por todos nuestros políticos y es expresada tan enérgicamente por M. Louis Blanc en estas palabras: “La sociedad recibe su impulso desde el poder”, mientras los hombres se consideren como capaces de sentir, aunque pasivo e incapaces de alzarse por su propio discernimiento y por su propia energía hacia ninguna moralidad o bienestar y mientras esperen todo de la ley, en una palabra, mientras admitan que sus relaciones con el Estado son las mismas que las de un rebaño con el pastor, está claro que la responsabilidad del poder es inmensa. Fortuna y desgracia, riqueza e indigencia, igualdad y desigualdad, todo precede del él. Se le acusa de todo, asume todo, hace todo, por tanto tiene respuesta para todo. Si somos felices, tiene derecho a reclamarnos gratitud, pero si somos miserables, solo él debe asumir la culpa. ¿No están de hecho nuestras personas y propiedades a su disposición? ¿No es omnipotente la ley? Al crear el monopolio universitario, se ha dedicado a responder a las expectativas de padres de familias que se han visto privadas de libertad y si se frustran esas expectativas, ¿de quién es la culpa?

Al regular la industria, se ha dedicado a hacerla próspera, de otra forma sería absurdo privarla de su libertad y si sufre, ¿de quién es la culpa? Al pretender ajustar la balanza del comercio con el uso de aranceles, se dedica a hacerlo próspero y si, lejos de prosperar, lo destruye, ¿de quién es la culpa? Al conceder su protección a armamentos marítimos a cambio de su libertad, se ha dedicado a hacerlos lucrativos, se convierten en gravosos, ¿de quién es la culpa?

Así, no hay un motivo de queja en la nación para el que el Gobierno no se haya hecho responsable a sí mismo voluntariamente. ¿Cabe maravillarse de que todo fracaso amenace con causar una revolución? ¿Y cuál es el remedio propuesto? Extender indefinidamente el dominio de la ley, es decir, la responsabilidad del Gobierno. Pero si el Gobierno se dedica a aumentar y regular los salarios y no es capaz de hacerlo, si se dedica a asistir a todos los que pasan necesidades y no es capaz de hacerlo, si se dedica a proporcionar un asilo para cada trabajador y no es capaz de hacerlo, si se dedica a ofrecer crédito gratuito a todos los que ansían tomar prestado  y no es capaz de hacerlo, si, en palabras que lamentamos que hayan escapado de la pluma de M. de Lamartine, “el Estado considera que su misión es ilustrar, desarrollar, engrandecer, fortalecer, espiritualizar y santificar el alma del pueblo”, si fracasa en esto, ¿no es evidente que después de cada desengaño, que, después de todo, es más que probable, habrá una revolución no menos inevitable?

Reanudaré ahora el tema apuntando que inmediatamente después de la parte cómica[4] del asunto y al entrar en la parte política, aparece una pregunta esencial. Es la siguiente:

¿Qué es la ley? ¿Qué tendría que ser? ¿Cuál es su dominio? ¿Cuáles son sus límites? ¿Dónde reside de hecho la prerrogativa del legislador?

No tengo reparo en responder que la Ley es la fuerza común organizada para impedir la injusticia; en resumen, Ley es Justicia.

No es verdad que el legislador tenga poder absoluto sobre nuestras personas y propiedades, ya que preexisten y su trabajo es solo impedir que se dañen.

No es verdad que la misión de la ley sea regular nuestras conciencias, nuestras ideas, nuestra voluntad, nuestra educación, nuestros sentimientos, nuestras obras, nuestros intercambios, nuestros regalos, nuestros placeres. Su misión impedir que los derechos de uno interfieran con los de otro en cualquiera de estas cosas.

La ley, al tener fuerza para su necesaria sanción, solo puede tener como dominio legítimo el dominio de la fuerza, que es justicia.

Y como todo individuo tiene un derecho a recurrir a la fuerza solo en casos de legítima defensa, la fuerza colectiva, que es solo la unión de las fuerzas individuales, no puede utilizarse racionalmente para cualquier otro fin.

Así que la ley es únicamente la organización de los derechos individuales, que existían como legítima defensa.

Ley es justicia.

Lejos de poder oprimir a las personas del pueblo o de saquear su propiedad, incluso para un fin filantrópico, su misión es proteger a las primeras y garantizarles la posesión de las segundas.

Tampoco debe decirse que pueda ser filantrópica, mientras se abstenga de toda opresión, pues esto es una contradicción. La ley no puede evitar actuar sobre nuestras personas y propiedades; si no las garantiza, las viola si las toca.

La ley es justicia.

Nada puede ser más claro y sencillo, más perfectamente definido y limitado o más visible para cualquier ojo, pues la justicia es una cantidad dada, inmutable e intransferible y que no admite aumento ni disminución.

Fiera de este punto, haced a la ley religiosa, fraternal, igualitaria, industrial, literaria o artística y os perderéis en vaguedades e incertidumbre, estaréis en territorio desconocido, en una utopía forzosa o, lo que es peor, en medio de una multitud de utopías luchando por conseguir la posesión de la ley e imponérosla, pues la fraternidad y la filantropía no tienen límites fijos como la justicia. ¿Dónde os detendréis? ¿Dónde se detendrá la ley? Una persona, como M. de Saint Cricq, solo extenderá su filantropía a algunas de las clases industriales y pedirá que la ley disponga de los consumidores a favor de los productores. Otro, como M. Considerant, asumirá la causa de las clases trabajadoras y reclamará para ellos, por medio de la ley, ropa, alojamiento, comida y todo lo necesario para la vida a un tipo fijo. Un tercero, como M. Louis Blanc, dirá, con razón, que esto sería una fraternidad incompleta y que la ley tendría que proveerlos con instrumentos de trabajo y medios de formación. Un cuarto observaría que esa disposición sigue dejando espacio a la desigualdad y que la ley tendría que introducir en las aldeas más remotas el lujo, la literatura y las artes. Es el camino al comunismo; en otras palabras, la legislación sería (ahora lo es) el campo de batalla para los sueños y la codicia de todos.

Ley es justicia.

En esta propuesta representamos un Gobierno sencillo e inamovible. Y desafío a cualquier a que me diga de dónde podría provenir una revolución, una insurrección o una simple perturbación contra una fuerza pública confinada a la represión de la injusticia. Bajo ese sistema, habría más bienestar y ese bienestar estaría más equitativamente distribuido y respecto de los sufrimientos inseparables de la humanidad, nadie pensaría en acusar de ellos al Gobierno, pues sería tan inocente por ellos como de las variaciones de la temperatura. ¿Se ha sabido alguna vez que el pueblo se levante contra el tribunal de revocaciones o atacado a los jueces de paz para protestar por los salarios, reclamar crédito gratuito, instrumentos de trabajo, las ventajas del arancel o el taller social? Saben perfectamente que esto queda fuera de la jurisdicción de los jueces de paz y pronto aprenderían que no están dentro de la jurisdicción de la ley.

Pero si la ley se creara bajo el principio de la fraternidad, si se proclamara que de ella proceden todos los bienes y males, que es responsable de todo motivo individual de queja y de toda desigualdad social, se abriría la puerta a una interminable sucesión de quejas, irritaciones, problemas y revoluciones.

Ley es justicia.

¡Y sería muy extraño si pudiera ser adecuadamente cualquier otra cosa! ¿No es un derecho la justicia? ¿No son iguales los derechos? ¿Con qué tipo de derecho puede la ley interferir para someterme a los planes sociales de MM. Mimerel, de Melun, Thiers, o Louis Blanc, en lugar de someter a estos caballeros a mis planes? ¿Tiene que suponerse que la Naturaleza no me ha concedido suficiente imaginación como para inventar también una utopía? ¿Corresponde a la ley elegir entra tantas alternativas y hacer uso de la fuerza pública a su servicio?

Ley es justicia.

Y no dejemos que se diga, como se hace continuamente, que la ley, en este sentido, sería atea, individualista y despiadada y que haría a la humanidad a su propia imagen. Es una conclusión absurda, bastante digna de la obsesión gubernamental que ve a la humanidad en la ley.

¿Entonces qué? ¿Se deduce que si somos libres dejaremos de actuar? ¿Se deduce que si no recibimos un impulso de la ley no recibiremos ningún impulso en absoluto? ¿Se deduce que si la ley se limita a garantizarnos el libre ejercicio de nuestras facultades, se paralizarán nuestras facultades? ¿Se deduce que si la ley no nos impone formas de religión, modos de asociación, métodos de instrucción, normas de trabajo, instrucciones para el intercambio y planes de caridad nos despeñaremos ansiosamente en el ateísmo, el aislamiento, la ignorancia, la miseria y el egoísmo? ¿Se deduce que ya no reconoceremos el poder y la bondad de Dios, que dejaremos de asociarnos, de ayudarnos, de amar y ayudar a nuestros hermanos desafortunados, de estudiar los secretos de la naturaleza y de aspirar la perfección en nuestra existencia.

Ley es justicia.

Y es bajo la ley de la justicia, bajo en reino del derecho, bajo la influencia de la libertad, seguridad, estabilidad y responsabilidad como cada hombre alcanzará la medida de su dignidad, toda la dignidad de su ser y la humanidad alcanzará, con orden y calma (lentamente, es cierto, pero con seguridad) el progreso a ella decretado.

Creo que mi teoría es correcta, pues cualquiera que sea la cuestión sobre la que esté argumentando, ya sea religiosa, filosófica, política o económica, ya afecte al bienestar, la moralidad, la igualdad, el derecho, la justicia, el progreso, la responsabilidad, la propiedad, el trabajo, el intercambio, el capital, los salarios, los impuestos, la población, el crédito o el Gobierno, en cualquier punto del horizonte científico en el que empiece, llego invariablemente a lo mismo: la solución del problema social está en la libertad.

¿Y no tengo la experiencia de mi lado? Echad vuestra mirada sobre el planeta. ¿Cuáles son la naciones más felices, más morales y más pacíficas? Aquellas en las que la ley interfiere menos con la actividad privada, donde se nota menos el gobierno, donde el individualismo tiene más espacio y la opinión pública más influencia, donde la maquinaria de la administración  es menos importante y menos complicada, donde los impuestos son más ligeros y menos desiguales, el descontento popular se excita menos y está menos justificado, donde la responsabilidad de individuos y clases es más activa y donde, por consiguiente, si la moral no está en un estado perfecto, en todo caso tienden a corregirse a sí mismos, donde transacciones, reuniones y asociaciones  se ven menos limitadas, donde trabajo, capital y producción sufren menos por desplazamientos artificiales, donde la humanidad sigue casi completamente su curso natural, donde el pensamiento de Dios prevalece más sobre las invenciones de los hombres; estos son, en resumen, los que se encuentran más cerca de esta idea de que dentro de los límites del derecho, todo debería derivar de la acción libre, perfectible y voluntaria del hombre, nada debe intentarse por ley o por fuerza, excepto la administración de la justicia universal.

No puedo evitar llegar a esta conclusión de que hay demasiados grandes hombres en el mundo, hay demasiados legisladores, organizadores, instituidores de sociedades, conductores de pueblos, padres de naciones,. Etc. Demasiadas personas se ponen por encima de la humanidad, para gobernarla y tutelarla, demasiadas personas hacen negocio cuidando de ello. Se responderá: “Tú mismo te ocupas de ellos todo el tiempo”. Muy cierto. Pero debe admitirse que es en otro sentido exactamente de lo que estoy hablando y si me uno a los reformadores es solamente con el propósito de inducirles a aflojar sus riendas.

No lo hago como hizo Vaucauson con su autómata, sino como un psicólogo hace con la organización del ser humano: lo estudiaría y admiraría.

Actúo respecto de esto con el espíritu que anima a un famoso viajero. Se encontraba en medio de una tribu salvaje. Acababa de nacer un niño y una multitud de adivinos, magos y charlatanes lo rodeaban armados con anillos, ganchos y vendas. Uno decía: “Este niño nunca olerá el perfume de un calumet, si no le ensancho sus fosas nasales”. Otro decía: “No tendrá el sentido del oído si no alargo sus orejas hasta sus hombros”. Un tercero decía: “Nunca verá la luz del sol si no le doy a sus ojos una dirección oblicua”. Un cuarto decía: “No será capaz de pensar si no presionó su cerebro”. “¡Parad!”, dijo el viajero. “Lo que haga Dios, está bien hecho; no pretendáis saber más que Él y como Dios ha dado órganos a esta frágil criatura, permitid que esos órganos se desarrollen por sí mismos, se fortalezcan por el ejercicio, el uso, la experiencia y la libertad”.

Dios ha implantado también en la humanidad todo lo necesario para permitir alcanzar sus destinos. Hay una psicología social providencial, así como una psicología humana providencial. Los órganos sociales están constituidos así para permitirles desarrollarse armónicamente en el gran aire de la libertad. ¡Fuera, entonces, los charlatanes y organizadores! ¡Fuera sus anillos y sus cadenas y sus ganchos y sus pinzas! ¡Fuera sus métodos artificiales! ¡Fuera sus talleres sociales, sus caprichos gubernamentales, su centralización, sus aranceles, sus universidades, sus religiones de Estado, sus bancos gratuitos o monopolizadores, sus limitaciones, sus restricciones, sus moralizaciones y su igualación mediante impuestos! Y ahora, después de haber infligido en vano sobre el cuerpo social tantos sistemas, dejemos que acaben donde tendrían que haber empezado: rechazad todo los sistema y probad la libertad, la libertad que es un acto de fe en Dios y en Su obra.

Frédéric Bastiat  

[1] Consejo General de manufacturas, agricultura y comercio, 6 de mayo de 1850.

[2] La palabra francesa es spoliation.

[3] Si la protección se otorgara solo en Francia a una sola clase, por ejemplo, a los ingenieros, sería un saqueo tan absurdo que sería incapaz de mantenerse. Así que vemos que se combinan todos los comercios protegidos, hacen causa común e incluso reclutan de tal manera que parecen abarcar a la mayoría del empleo nacional. Entienden instintivamente que el saqueo se camufla al generalizarse.

[4] La economía política precede a la política: la primera tiene que descubrir si los intereses humanos son armoniosos o antagónicos, un hecho que debe haberse decidido antes de que la segunda pueda determinar las prerrogativas del Gobierno.


[Este ensayo se publicó en francés en 1850]

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original en inglés se encuentra aquí.

Una defensa feminista de los derechos de los hombres

El feminismo individualista y el feminismo NOW difieren dramáticamente en su aproximación hacia los hombres, pero quiero señalar un tema para mostrar cómo los hombres han sido ignorados y despreciados por la mayoría de feministas… y por la ley: el aborto.

Wendy McElroy 

Se ha convertido en un lugar común la idea de que el feminismo está muerto. Yo no sé si eso es cierto, pero sé que la mayor esperanza del feminismo, quizás la única para que el feminismo vuelva a ser relevante de nuevo… está en escuchar la voz de los hombres que demandan justicia, el tipo de hombres que oirán hablar esta tarde.

Cuando ellos hablan, sus voces suenan parecidas a aquellas de las mujeres de los 60, cuando el movimiento feminista, llamado feminismo de segunda ola, barrió nuestra cultura como una fuerza de la naturaleza y la cambió para siempre. Las mujeres exigieron a los hombres «dadnos derechos iguales, dadnos respeto». Cuarenta años más tarde —dos generaciones más tarde— la situación se ha invertido. Son ahora los hombres, no las mujeres, los que protestan contra la discriminación sistemática contra su sexo. Incluso los problemas alrededor de los cuales giran las protestas son similares a los señalados en los 60. Los hombres dicen que

  • No son tomados en serio por la policía como víctimas de la violencia. De forma similar a las víctimas de violación de hace décadas, la gente tiende a estigmatizar y culpar a los hombres que son víctimas de abuso conyugal.
  • Sus preocupaciones sobre su salud son ignoradas frente a las de las mujeres. Por ejemplo, el gasto en cáncer de mama ha superado hace tiempo al de próstata en una proporción de 3:1 en los Institutos Nacionales de Salud, incluso aunque el cáncer de próstata es más mortífero.
  • Los juzgados de familia discriminan a los hombres en el divorcio, especialmente en materia de custodia de los hijos y derechos de visita.
  • La violación de los hombres en prisión casi no se discute, como si no tuviera importancia social

La lista de quejas concretas podría continuar y continuar. Pero, en general, lo que los hombres reclaman no es menos de lo que las mujeres reclamaron y obtuvieron de los hombres hace décadas: igualdad ante leyes razonables… y un poquito de respeto.

El feminismo de los 60 fue una revolución cultural, y no es exagerado decir que hay otra revolución en marcha; esta vez liderada por los hombres. No está encabezada por voces de la élite o promovida a través de organizaciones subvencionadas. Es un movimiento de base, que consiste en individuos que han sido tan apaleados por el sistema que ahora comprometen una importante parte de sus vidas para decir ¡no!

Aun a riesgo de ser repetitiva, dejadme hablar un poco más de los movimientos de base. Son movimientos que comienzan con individuos aislados que se vuelven indignados con alguna injusticia que afecta sus vidas; quizás el sistema público de escuelas, las leyes con sentencias mínimas, o un encuentro con un policía. Se indignan tanto que dicen «no» a la autoridad. Normalmente empiezan diciendo «no» a nivel local, a su consejo escolar o a los concejales de su ciudad. Pero, si las injusticias de las que se quejan están extendidas, las voces se multiplican rápidamente para convertirse en una potente fuerza política. Quizá la fuerza política más poderosa que existe: la voz de la gente.

El típico activista de los derechos de los hombres es el tipo de la calle: un hombre que ha perdido el acceso a sus hijos en un proceso de divorcio, el compañero de trabajo que ha sido falsamente acusado de acoso sexual, el vecino que es víctima de violencia doméstica pero es rechazado de los refugios que paga con sus impuestos porque es hombre…

La mujer que defiende los derechos de los hombres lo hace por un compromiso con la justicia, y una preocupación por la aplastante mayoría de hombres en nuestras vidas que son seres humanos decentes: nuestros padres, hermanos, hijos… nuestros amigos. Hablo también desde una preocupación política. Las últimas décadas del siglo 20 redefinieron la relación de las mujeres con la sociedad y los hombres. Las primeras décadas del siglo 21 definirán las relaciones de los hombres. Y, como mujer y como feminista, quiero estar en ese proceso porque pienso que la «justicia para los hombres» es la batalla más importante en nuestra sociedad hoy en día.

Me considero a mí misma una feminista, lo que sugiere una pregunta: ¿qué tipo de feminista soy para estar escuchando a los hombres y preocuparme por la justicia hacia ellos?

Las voces dominantes del feminismo hoy son lo que se ha llamado «feminismo de género»; la clase de feminismo que verán y escucharán este fin de semana en la convención de la Organización Nacional de Mujeres (National Organization of Women, o NOW). Y uno de los mitos que el feminismo estilo NOW ha conseguido vender es que cualquiera que discrepe con sus ideas en casi cualquier problema, desde el acoso sexual a la custodia de los niños, es antifeminista e incluso antimujeres. Esa acusación es totalmente falsa.

La verdad es que hay y siempre habrá muchas escuelas de pensamiento dentro de la tradición feminista: desde el socialismo hasta el individualismo, desde el liberal hasta el radical, desde el cristiano hasta el islámico. Y cuando lo piensas, la diversidad de opiniones tiene sentido. Después de todo, si el feminismo puede definirse como la convicción de que las mujeres deberían liberarse como individuos y ser iguales a los hombres como clase, entonces es natural que haya desacuerdos y debates sobre lo que una idea tan compleja como la liberación significa y cómo debería definirse la «igualdad». Sería asombroso si todas las mujeres que se preocupasen sobre la liberación y la igualdad llegasen exactamente a la misma conclusión sobre lo que son.

He comenzado diciendo que yo no sabía si el feminismo está muerto. Pero no tengo ninguna duda de que el feminismo estilo NOW sí está muerto… y yo le digo: ¡ya era hora! El feminismo estilo NOW está muerto porque sistemáticamente introdujo privilegios para las mujeres en la ley, ignoró las justas quejas del 50% de la sociedad (los hombres), ha puesto cada sexo contra el otro, en el puesto de trabajo, en el ámbito académico, ha menospreciado cualquier feminista —como yo misma, Daphne Patai, Camille Paglia— que cometió el pecado del desacuerdo.

Por eso… la respuesta a la pregunta ¿qué tipo de feminista soy?… es que soy una feminista individualista, lo que a veces también se llama una antifeminista.

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El feminismo individualista es una escuela de feminismo que se extiende hacia atrás hasta 1830, hasta el movimiento antiesclavista de Estados Unidos, y hasta Mary Wollstonecraft y el liberalismo clásico europeo. Define la liberación de la mujer como el derecho de cada mujer a controlar su propio cuerpo y propiedades, a hacer todas las elecciones que sean posibles con su cuerpo de forma pacífica. Desde el matrimonio, hasta la prostitución o el celibato. Un cuerpo de mujer, una elección de mujer. El feminismo individualista define igualdad de una forma simple y directa. Todo individuo —mujer o hombre, negro o blanco— debe ser tratado de igual forma ante leyes que protejan toda persona y su propiedad. La igual protección del derecho a elegir pacíficamente de toda persona.

Voy a elaborar más profundamente la teoría en unos minutos para dejar claro cómo el feminismo individualista y el feminismo NOW difieren dramáticamente en su aproximación hacia los hombres, pero antes quiero señalar un tema para mostrar cómo los hombres han sido ignorados y despreciados por la mayoría de feministas… y por la ley. Ese tema es el aborto.

El aborto bien podría ser el tema más discutido y debatido en Estados Unidos, pero hay una pregunta que casi nunca se plantea: ¿Cuál es el papel de los hombres?

Yo estoy a favor de la elección: un cuerpo de mujer, una elección de mujer. Pero eso no significa que crea que los hombres —los futuros padres— deban ser descartados del escenario. Decir que la decisión última sobre el aborto recae sobre la mujer no significa que los hombres no estén involucrados ni tengan nada que decir. Son los futuros padres, y es un tema que les concierne. Mi libro más reciente —una antología titulada «Libertad para mujeres» que se publicó el pasado año— tenía un largo ensayo sobre el aborto y me aseguré de que fuese escrito por un hombre, precisamente porque los hombres han sido silenciados en este asunto.

¿Qué papel deberían tener los hombres? Bueno, consideren un aspecto que les impacta profundamente. Si una mujer decide llevar a término el embarazo, entonces —en el sistema actual— el hombre puede ser considerado legalmente como responsable de proveer un apoyo financiero para el niño durante los próximos 18 años. Él no tiene nada que decir en la situación. La mujer puede decidir si convertirse en madre o no, pero el hombre no puede escapar de la paternidad. No tiene palabra, no tiene derechos.

Y aun así, sin ningún derecho, el hombre tiene responsabilidades legales que se extienden a lo largo de casi dos décadas. No creo que deba haber responsabilidades sin derechos, y es precisamente eso lo que existe para los hombres en esta área.

Y, por cierto, repito que estoy a favor de la elección de las mujeres. Mi propósito no es sugerir que el hombre deba tener control sobre el cuerpo de una mujer embarazada. Esa no es la única opción. Una opción podría ser el derecho del padre a renunciar a sus derechos paternales y su responsabilidad, dándole así la oportunidad de renunciar a la paternidad igual que una mujer puede renunciar a la maternidad.

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Mi intención es dar un ejemplo de cómo los hombres no son incluidos en la discusión de temas que son vitales no solo para la sociedad, sino para sus propias vidas.

¿Por qué se han silenciado las voces de los hombres?

La explicación me devuelve a la teoría y al feminismo estilo NOW.

En los 60, el feminismo de la segunda ola despegó como un cohete debido a varias razones. Una nueva generación de mujeres estaban insatisfechas con las respuestas proporcionadas por sus madres; querían dejar las cocinas e ir a trabajar y a las universidades. La revolución sexual explotó, debido parcialmente a nuevos métodos de control de la natalidad —la píldora— y las mujeres experimentaron una nueva libertad sexual. El sexo dejó de estar estrechamente ligado al embarazo. La guerra de Vietnam condujo a una generación entera a cuestionarse los valores y a resistirse a la autoridad. Era un tiempo de inestabilidad social… parecido al actual, con el temor al terrorismo, la acción militar y el descontento de base.

En 1966, fue fundada la organización nacional de mujeres (NOW). Había ira contra los hombres, principalmente porque las leyes y las políticas discriminaban a la mujer; por ejemplo, la manera en la que la policía trataba las denuncias de violación de las mujeres. Pero la ira contra el hombre se enfocaba normalmente en asuntos concretos, como la violación y en hombres específicos, como los violadores. La segunda ola fue feminismo liberal, y no era antimasculino (aunque esas voces estaban ahí también). Sin embaro, la NOW de los comienzos, más liberal, daba la bienvenida a los hombres como Warren Farrell y el actor Alan Alda, los cuales se convirtieron en símbolos de hombres cultos. El foco estaba en la liberación de la mujer, no en la necesidad de eliminar el poder de los hombres.

Al mismo tiempo, otra variedad del feminismo avanzó también: el feminismo de género… llamado a veces feminismo radical. Un libro clave en la evolución del feminismo de género fue El segundo sexo de Simone de Beauvoir, publicado en 1953. El libro era flagrantemente antimasculino. Pero mucho más que eso… era filosófica, ideológica y políticamente antimasculino. El libro era un ataque ideológico a la heterosexualidad y la familia tradicional como opresión masculina, y mantenía que las instituciones existentes en la sociedad eran culpables del sometimiento de la mujer. Para liberar a las mujeres, el feminismo de género empezó a elaborar una teoría evolucionaria que buscaba barrer la cultura de los hombres blancos, o patriarcado. Era hombres contra mujeres.

Aquí ven la diferencia entre el feminismo liberal y el feminismo de género. Los liberales se oponían a discriminaciones concretas dentro de la sociedad, como las prácticas de contratación, y no rechazaban a los hombres sino que deseaban que cambiasen. Las feministas de género rechazaban a los hombres —todos los hombres, como clase— porque eran los opresores, los enemigos de la mujer. No se oponían a ningún aspecto particular de la sociedad, sino a toda ella. Las instituciones de la sociedad, como la familia, la religión, la ley, debían ser destruidas y reconstruidas para liberar a las mujeres.

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A través de una serie de sucesos dentro del feminismo —y no tengo tiempo para esbozar la historia, pero un factor importante fue la derrota final de la enmienda de igualdad de derechos en 1984— el feminismo liberal perdió importancia y el feminismo de género avanzó. En 1973, el feminismo ganó una importante victoria con el caso Roe contra Wade, y un movimiento optimista empezó a centrarse en la enmienda de igualdad de derechos. En marzo de 1978, cien mil personas marcharon en Washington en apoyo a la enmienda. Incluso así, después de frustrantes retrasos la medida fue finalmente derrotada en el Congreso en 1984.

La derrota fue un golpe que aturdió a los liberales dentro del feminismo cuyas voces habían dominado. No así con las feministas de género, que veían la enmienda como un vendaje a la herida. Sirvió de confirmación de su posición, y así las feministas de género ofrecieron una nueva solución a un movimiento desmotivado; una nueva teoría política basada en la opresión de género que veía a los hombres como la clase enemiga. Y en 1983-84, vieron surgir el feminismo de género como dominador del movimiento feminista en general.

O, más precisamente, el feminismo de género empezó a absorber la teoría del feminismo hasta hacerla más cercana a su forma de ver el mundo. Fue en este punto cuando hombres como Warren Farrell se desilusionaron con el feminismo —y particularmente con la NOW— debido a su mayor sesgo contra los hombres y todas las cosas masculinas. Farrel abandonó la NOW y la organización se volvió en su contra de forma furiosa.

Dejadme elaborar un poco más la teoría. El feminismo de género puede definirse como la escuela de feminismo que ve a hombres y mujeres como clases políticas separadas y políticamente antagonistas. Los hombres como clase oprimen a las mujeres como clase. Los hombres oprimen a las mujeres estableciendo el patriarcado —o norma masculina— y el capitalismo. La combinación de ambos se denomina cultura blanca masculina. En todo lugar y momento, la cultura blanca masculina actúa para someter a las mujeres. A través de la violencia doméstica, la publicidad, la pornografía, la violación, las prácticas de contratación, el uso del lenguaje, el acoso sexual, los libros de texto en las escuelas, la prostitución… la supuesta opresión se encuentra en todos los aspectos de la sociedad. Y eso supone nada menos que una guerra de sexos total.

No es sorprendente que el objetivo de las feministas NOW, que han adoptado en gran medida la teoría de género, NO sea la igualdad con los hombres, sino las ventajas sobre ellos. Ellas no quieren ser iguales a su opresor; quieren acabar con la opresión.

Uno de los términos clave en la teoría de género es la «clase». Los hombres como clase —es decir, todo hombre— oprime a la mujer como clase. Y quiero usar este término para ilustrar cuán profundamente difieren el feminismo de género y el feminismo individualista en su aproximación al hombre.

Clase. No hay nada inherentemente malo en separar a los sexos en clases. Hombres y mujeres tienen diferencias. La medicina, por ejemplo, a menudo separa los sexos. Las mujeres se examinan en busca de cáncer cervical, y los hombres por problemas de próstata. Pero cuando los médicos separan los sexos no afirman que los intereses fundamentales de los hombres y las mujeres estén en conflicto. Los médicos se dan cuenta de que ambos sexos comparten la misma biología básica que requiere la misma aproximación de nutrición, ejercicio, oxígeno y sentido común respecto al estilo de vida. En otras palabras, aunque la medicina separa los hombres y las mujeres en diferentes clases para ciertos propósitos, no niegan su humanidad compartida. Confirma la verdad fundamental: los hombres y mujeres son seres humanos con necesidades comunes, con algunas excepciones debido a la biología. De nuevo, cáncer cervical.

Por contra, el feminismo de género no dice que los hombres y las mujeres compartan una misma humanidad y que, por tanto, tengan los mismos intereses políticos, como el respeto por la propiedad privada. Dice que hombres y mujeres no comparten las necesidades humanas básicas; políticamente hablando. Esto es como un doctor diciendo que los dos sexos no tienen las mismas necesidades de nutrición, etc.

En cambio, el feminismo individualista mira a hombres y mujeres y ve —primero y ante todo— seres humanos individuales con una humanidad común y compartida. Igual que hombres y mujeres comparten las mismas necesidades biológicas, comparten las mismas necesidades políticas: los mismos derechos y responsabilidades. El derecho humano más básico es el de disfrutar del propio cuerpo y de la propiedad. La responsabilidad humana más básica es respetar las decisiones pacíficas de otras personas sobre sus cuerpos y propiedades. Acatar legalmente —no necesariamente compartir— las decisiones de los demás.

En otras palabras… el mayor bien político para mujeres y hombres no deriva de su sexo, sino de su condición de seres humanos. Aunque hombres y mujeres pueden ser separados en distintas clases por motivos válidos —desde médicos hasta estrategias de marketing— sus derechos y responsabilidades básicos no pueden ser separados de esa manera. Porque esos derechos y responsabilidades tienen precedencia sobre cualquier consideración de sexualidad, igual que la color de la piel. Esas son características secundarias: sexo, color de piel, altura, etnia… La característica primaria es nuestra pertenencia como individuos a la especie humana. Y ESTA, es la característica primaria de la que emanan nuestros derechos.

Las leyes que protegen esos derechos —o establecen nuestras responsabilidades— no deben hacer ninguna distinción entre hombres y mujeres. La ley los debe tratar igualmente en su contenido y aplicación, es decir, en cómo el contenido es interpretado por los juzgados, por la policía, etc. Al contrario del feminismo de género pueden ver cómo el feminismo individualista no solo acepta la igualdad con los hombres, sino que la demanda de esa igualdad es un aspecto fundamental de esta ideología. El privilegio para cualquier sexo es un anatema.

Esto debe ocurrir para el bien de los hombres y también para el de las mujeres. Digo «para el bien de las mujeres» por varias razones:

No puede haber paz o buena voluntad mientras la ley trate a categorías de individuos de forma diferente, mientras el 50% de la población —los hombres— sean ciudadanos de segunda clase.

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Las mujeres deben también dejar de apoyarse en un Estado paternalista y privilegios legales. Debemos mantenernos en pie por nuestros propios medios.

Igualmente, no creo que vaya en interés de nadie el oprimir al otro. Los abogados contra la esclavitud de principios de 1800 solían argumentar que la esclavitud dañaba psicológicamente al esclavo tanto como al dueño. Y creo que hay una gran parte de verdad en eso. Finalmente los hombres que se benefician de la verdadera igualdad son amigos y familiares; la gente cuyo bienestar muchas veces significa tanto para nosotras como el nuestro. No le haces un favor a ninguna mujer cuando apruebas una ley que privilegia a su hija frente a su hijo.

Felizmente, creo que la sociedad se dirige ante la verdadera igualdad ante la ley y que el movimiento masculino es una confirmación de esto. Como he dicho, el feminismo NOW está muerto.

El problema es que todavía colea. Colea, porque a lo largo de las últimas décadas ha incrustado los privilegios para las mujeres e inequidades ante la ley en instituciones de la sociedad. Y vamos a necesitar un duro e intenso trabajo para eliminarlos.

De nuevo, déjenme ilustrar a lo que me refiero cuando hablo de instituciones. Al finalizar el ejemplo, les diré por qué creo que los abogados de la igualdad deberían sentirse animados por ello.

Retrocediendo hasta 1983, cuando el feminismo de género comenzó a dominar ideológicamente la corriente principal del feminismo… una nueva palabra se introdujo en nuestra cultura: el acoso sexual.

Me detendré a aclarar lo que quiero decir con acoso sexual. No me refiero a tocamientos, agarrar o cualquier otra forma de agresión física. Eso es maltrato, eso es asalto, eso es un crimen. Y las leyes contra esos crímenes han estado en los libros durante años. Todo lo que se necesitó hace décadas cuando el acoso sexual se convirtió en un asunto candente fue obligar a cumplir esas leyes rigurosamente, porque la agresión física debe ser castigada.

En lugar de eso el feminismo de género creó nuevas leyes, nuevas políticas que, por ejemplo, prohibían un «entorno de trabajo hostil» en el cual las mujeres se sienten ofendidas por palabras y otros comportamientos no violentos. Eso es a lo que me refiero con acoso sexual. Eso es a lo que quiero decir… palabras y comportamientos no violentos que son considerado ofensivos.

El acoso sexual es un buen ejemplo de como el feminismo estilo NOW ha institucionalizado sus políticas en la sociedad, por dos razones.

La primera, todo el mundo está familiarizado con él porque las políticas y leyes sobre acoso sexual han permeado prácticamente todo negocio y aula en Norteamérica. La ley regula ahora qué actitudes pueden manifestarse hacia las mujeres, qué lenguaje puede ser expresado… incluso en propiedad privada. Mediante esas leyes, el gobierno se introduce en el sector privado y regula comportamientos y palabras hasta un extremo que sería inimaginable en los 60, incluso en los 70.

Segundo, el acoso sexual se ha convertido en lo que la feminista iconoclasta Daphne Patai, en su libro Heterofobia: acoso sexual y el futuro del feminismo, llama una industria de crecimiento multimillonario. La industria consiste en mucha gente que se gana muy bien la vida gracias al acoso sexual, y por eso, tienen un interés oculto en su continua presencia en la sociedad como problema que debe ser resuelto. Esta gente son abogados, investigadores, consejeros, profesionales de la educación, escritores, administradores, legisladores, psicólogos y gente de los medios. Colectivamente forman una fuerte barrera contra cualquier intento de desmantelar lo que se ha convertido en la institución e industria del acoso sexual.

Como palabras de ánimo, les diré que el término «acoso sexual» sólo se introdujo en nuestra cultura hace veinte años. Como concepto legal, fue introducido por la feminista de género Catherine MacKinnon en un libro de 1979 titulado El acoso sexual en mujeres trabajadoras. Allí, MacKinnon proponía que el acoso sexual era una forma de discriminación, una violación de los derechos civiles, que debería ser tratado por demandas civiles. El año siguiente, en 1980, el comité para la oportunidad de empleo igualitario incorporó a sus directrices el acoso sexual. El primer caso que estableció la idea de un entorno de trabajo hostil fue Meritor contra Vinson en 1986.

Así de reciente son las políticas de acoso sexual con las que convivimos, unos 20 años. Aunque afecta a las vidas de cada persona en esta sala, el acoso sexual tiene solamente dos décadas de vida. Esto es esperanzador por dos razones: si puede ser creado durante nuestras vidas, puede también ser destruido en ellas, y probablemente mucho más rápido, ya que suele ser más rápido destruir algo que crearlo. También es esperanzador porque veinte años es una generación y eso es más o menos lo que tarda la gente en darse cuenta de que algo no funciona. Darse cuenta de que la industria del acoso sexual no resuelve problemas, sino que los crea.

Es instructivo, sin embargo, estudiar por qué el acoso sexual tuvo éxito como problema. Hay lecciones valiosas que los hombres pueden aprender del movimiento feminista.

Cuando el libro de Lin Farley sobre el acoso sexual apareció en 1978 —fue el primer libro sobre el tema— impulsó a las mujeres. El libro se tituló Examen sexual: el acoso sexual de las mujeres en el trabajo y en él se narraban casos verdaderamente horribles de discriminación que literalmente destruyeron las carreras laborales de mujeres inocentes. El éxito del acoso sexual como problema vino sobre todo del hecho de que Farley (y otros) contaron historias. Ella permitió ver y sentir el coste humano de la discriminación, de forma que —incluso alguien como yo, una escéptica del acoso sexual— encontré imposible leer el libro de Farley sin sentir que algo en la sociedad estaba realmente mal, desviado. No hubiera creado una ley, pero sí cogido un cartel de protesta y montado un piquete en empresas concretas.

Esto fue y es una gran fuerza del feminismo. Exponer el sufrimiento humano causado por leyes y comportamientos sociales injustos. Considerad el tema de las violaciones. En los 60 las mujeres que habían sido violadas estaban —como comenté— en una situación bastante parecida a la de las víctimas masculinas de violencia doméstica hoy en día. La policía no las tomaba en serio. La sociedad las culpaba a menudo, como si ellas mismas hubieran causado sus propias violaciones por vestirse de forma provocadora o siendo promiscuas.

Cuando las mujeres se levantaron y expresaron su dolor abiertamente y sin pudor, abrieron una ventana a sus propias experiencias e hicieron sentir a la gente el dolor de una violación, y no solo una vez sino dos, la segunda vez por un sistema legal que no las entendía ni le importaba… fue entonces cuando la gente se dio cuenta de la profundidad del daño hecho a seres humanos inocentes, fue entonces cuando la sociedad comenzó a cambiar. Porque nada es tan poderoso políticamente como arrojar luz sobre la injusticia y resistirse a apartar la mirada. Nada consigue esto de forma tan efectiva como contar la verdad sin adornos.

Daphne Patai hizo un maravilloso trabajo al expresar el coste humano de las políticas de acoso sexual en Heterofobia, cuya segunda parte se titula Cuentos simbólicos. Nos trae el salvajismo de estas leyes y políticas en las universidades donde aquellos que fueron acusados no tenían presunción de inocencia, sino que debían probar que no eran culpables a comités que a menudo tenían el poder para destruir sus carreras y sus vidas. Los acusados —casi siempre hombres— no tenían el derecho de encararse o preguntar a los testigos, ni a un abogado, o incluso a saber exactamente qué cargos había contra ellos. Y los cargos podían ser simplemente asignar un trabajo equivocado, contar el chiste equivocado…

Uno de los cuentos que Patai ofrece es el de un profesor con sobrepeso, considerado popular, sociable y competente. En el medio de una lección, un día, una estudiante le atacó aprovechando el gran tamaño de su pecho. Él hizo la observación de que ella no tenía el mismo problema, y a continuación continuó con la lección. La estudiante le acusó de acoso sexual ante la universidad. No hubo alegato de maltrato o de intento de extorsión para intercambiar sexo por mejores notas. Los cargos estaban basados solamente en el incidente ocurrido en la clase. A continuación tuvo lugar una caza de brujas. Fue tan extrema que el profesor cometió el suicidio. Después de ello, en un comunicado de prensa, la administración de la universidad expresó una grave preocupación: que la muerte del profesor no desanimara a otras mujeres «víctimas de abuso» a denunciarlo.

Deténganse por un momento y reflexionad sobre vuestra reacción al comunicado de la universidad. Todo el mundo al que he hablado sobre este caso ha tenido la misma respuesta: indignación hacia la universidad. Empatía hacia el hombre. Rabia contra la estudiante. La convicción de que las cosas deben cambiar.

Ese es el poder que expresar la pura verdad sobre las injusticias tiene en la mayoría de los seres humanos, ya sean hombres o mujeres. Ese es el poder de contar historias.

Así que déjenme que les cuente otra… esta vez sobre una forma institucionalizada de discriminación hacia el hombre… discriminación en los juzgados de familia. A muchos de vosotros os resultará conocida.

El año pasado, un hombre de 43 años llamado Derrick K. Miller se dirigió a un guardia de seguridad en la entrada del juzgado de San Diego, donde recientemente se había sentenciado en su contra en un juicio por retrasos en la pensión de alimentos. Sujetando los papeles con una mano y un arma en la otra dijo: «Esto me lo han hecho ustedes», y se disparó en la cabeza.

Miller no es un caso aislado. Hay un aumento alarmante del suicidio masculino en la mayoría de los países occidentales. Según un informe de 1999, el suicidio es la octava causa de muerte en América. Una ronda de estudios llevados a cabo en Norteamérica, Europa y Australia sugiere que una razón para este incremento puede ser la discriminación que los padres encuentran en los juzgados de familia, especialmente la que se refiere a la negación de sus derechos a visitar a sus hijos.

Considerad a Warren Gilbert, quien murió de intoxicación por monóxido de carbono, mientras sujetaba una carta del servicio de protección. O a Martin Romanchick, el agente de policía de la ciudad de Nueva York que se ahorcó después de que se le denegara el permiso debido a una denuncia de su esposa, que el juzgado encontró ser insustancial. Hay páginas web que enumeran los nombres de hombres —y no creo exagerar los hechos al decir esto— que han sido conducidos al suicidio por la desesperación causada por la discriminación institucionalizada contra ellos en los juzgados de familia. Estos hombres hablaron de la única manera que sabían. Se destruyeron a ellos mismos frente a un sistema que les privó de dignidad, justicia y —en algunos casos— de los niños que amaban y que hacían que la vida valiese la pena.

Esto debe cambiar.

Cuáles son los detalles de ese cambio. Bien… no represento al movimiento masculino, pero tengo una opinión de cómo lograr la igualdad genuina. Eliminar todos los programas obligatorios de discriminación positiva, eliminar el problema de los juzgados. Hacer lo mismo con el acoso sexual. Introducir la custodia compartida en los juzgados de familia. Reconocer a las víctimas masculinas de violencia doméstica o violación, y tratarlos de la misma manera que a las víctimas femeninas. Rechazar el sesgo contra los niños en las escuelas públicas o en otras instituciones financiadas por el Estado. Quizás, incluso rechazar pagar los impuestos que sirven para victimizar a los hombres. Estos cambios serían un buen comienzo. Y sé que los que hablarán después de mí hablarán más sobre los detalles de lo que debe ocurrir.

Para concluir mi charla hoy, debo expresar un temor. He señalado el «contar historias» como algo valioso que el movimiento masculino debe aprender del feminismo. Ahora me gustaría ofrecer una historia sobre cómo un movimiento político puede quedar dominado por la rabia y perder la voz de la razón. Temo que hombres que respeto puedan verme como su enemigo simplemente porque soy una mujer. Haré todo lo que pueda para que eso no ocurra, porque así es como nos hemos metido en este lío en primer lugar.

El feminismo debe ofrecer una mano de buena voluntad hacia los hombres que están siendo destruidos por el sesgo de género en el sistema. Las mujeres deben levantarse y exigir la eliminación de toda ley y aplicación de la ley que discrimine en función del género, independientemente de si esta discriminación beneficia a las mujeres, porque eso no puede ocurrir.

Las mujeres son individuos y todo lo que debilite los derechos individuales basados en una humanidad común daña tanto a los hombres como a las mujeres.

Fuente

Este escrito es una transcripción de un discurso publicada originalmente el 11 de mayo de 2008.

Las maravillas de la selva tropical maya

La selva tropical del sureste de México es impresionante. Descubre los secretos que guarda la selva maya para tu próximo tour de senderismo.

La selva tropical es uno de los ecosistemas más exuberantes y diversos. Se compone de varios estratos de vegetación y una amplia gama de flora y fauna. Se considera el bioma con más biodiversidad, por lo que es un sitio lleno de riqueza en todos los aspectos.

Los animales de la selva tropical varían según la ubicación. De hecho, hay especies endémicas de ciertas regiones. Por ejemplo, en Madagascar habitan los lémures, mientras que en las selvas de Asia puedes encontrar orangutanes y elefantes asiáticos.

La selva tropical en México se ubica en el sureste del país, en los estados de Tabasco, Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo.

Fue una de las claves para el asentamiento de la cultura maya y hoy en día está en la agenda de los ambientalistas por su importancia en recursos de gran valor, no solo por el consumo humano, sino por la sustentabilidad del planeta en general.

Fuente: Pixabay

Entre las principales características de la selva tropical podemos destacar las siguientes:

  • Tienen de cuatro a cinco estratos de vegetación, dependiendo de la zona en la que se localicen.
  • Son muy húmedas y pueden ser sofocantes para seres que no están acostumbrados a ella.
  • Su suelo es poco profundo; de hecho, a menudo las raíces de los árboles están expuestas.
  • Se ubican entre el trópico de Cáncer y de Capricornio

La selva más amplia es la amazónica, que en su mayoría se encuentra en Brasil, aunque también abarca países como Colombia y Venezuela.

Curiosidades

La selva maya, en la Península de Yucatán y Chiapas dentro de México, es de las postales que recorren el mundo para atraer al turismo. No obstante, hay datos curiosos que vale la pena conocer.

Estos son:

  • Aquí habitan los monos aulladores, que son endémicos de la región.
  • También encuentras guacamayas, una de las aves más hermosas de todo el planeta por sus colores.
  • Su riqueza fue el motivo por el cual se asentaron los mayas. Sin embargo, algunas pruebas recientes muestran que la sobreexplotación de los recursos fueron el motivo del declive de las grandes ciudades.

Tours a la selva maya

Fuente: Pixabay

En la actualidad, la selva tropical maya es de los principales atractivos turísticos de Cancún y sus alrededores. Los visitantes pueden contratar excursiones de senderismo o de paseos en vehículos todoterreno que los llevan a recorrer zonas delimitadas en la región.

El objetivo de estos paseos es que, en un entorno controlado, los turistas puedan apreciar tanto la flora como la fauna locales. Los originarios de la región son expertos en el terreno y procuran la integridad de quienes se animan a participar en estos tours.

Es importante que, si participas en un tour por este bello escenario, tomes en cuenta lo siguiente:

  • Usa repelente biodegradable para proteger tu piel de los mosquitos.
  • Lleva suficiente agua en un termo que conserve el frío, pues la humedad te hará sudar y debes mantenerte hidratado con agua fresca.
  • No enciendas cigarros. Un descuido puede provocar enormes incendios forestales con consecuencias desastrosas para la flora y fauna locales.
  • Lleva un impermeable. Como tal vez ya sepas, el clima del sureste mexicano es impredecible y pueden caer chubascos o hasta fuertes lluvias torrenciales.
  • Viste ropa fresca, tenis y una gorra. Lleva lentes de sol si te es posible.
  • Escucha las instrucciones del guía y sigue las recomendaciones.
  • Respeta el espacio y llévate tu basura contigo para ponerla en su lugar a tu regreso a la ciudad. Recuerda que solo eres un invitado en este majestuoso sitio.
  • Lleva tu celular en una funda especial para que no se dañe por si llueve o se te cae en el lodo por accidente. Así, podrás tomar fotos bonitas y recordar por siempre esta gran experiencia.

La selva tropical maya es un espacio lleno de tesoros por descubrir. Dedica un día a adentrarte en ella y déjate sorprender por este bioma tan diverso como impresionante.

¿Cuál es tu coeficiente de adversidad?

El coeficiente de adversidad (CA): la medida de su capacidad para atravesar una mala racha en la vida y salir de ella sin perder la cabeza.

Según los psicólogos, existen cuatro tipos de inteligencia:

1) Coeficiente de Inteligencia (CI)

2) Coeficiente Emocional (CE)

3) Coeficiente Social (CS)

4) Coeficiente de Adversidad (CA)

1. Coeficiente intelectual (CI): Ésta es la medida de tu nivel de comprensión. Necesitas CI para resolver matemáticas, memorizar cosas, recordar lecciones y aplicar conocimientos para la solución de problemas.

2. Coeficiente emocional (CE): esta es la medida de su capacidad para mantener la paz con los demás, cumplir con el tiempo, ser responsable, ser honesto, respetar los límites, ser humilde, genuino y considerado.

3. Coeficiente Social (CS): esta es la medida de tu capacidad para construir una red de amigos y mantenerla durante un largo período de tiempo.

Las personas que tienen un CE y un CS más altos tienden a llegar más lejos en la vida que aquellas con un coeficiente intelectual alto, pero un CI y un CS bajos. La mayoría de las escuelas se enfocan en la mejora de los niveles de coeficiente intelectual, mientras que los CI y CS se minimizan.

Un hombre de alto coeficiente intelectual puede terminar siendo empleado por un hombre de alto CE y CS aunque tenga un coeficiente intelectual promedio.

4. El coeficiente de adversidad (CA): la medida de su capacidad para atravesar una mala racha en la vida y salir de ella sin perder la cabeza.

Cuando se enfrenta a problemas, CA determina quién se dará por vencido, quién abandonará a su familia y quién considerará el suicidio.

Padres, expongan a sus hijos a otras áreas de la vida además de las académicas. Deben adorar el trabajo manual (nunca usar el trabajo como forma de castigo), el Deporte y las Artes.

Ayúdalos a desarrollar su CI, así como sus CE, CS y CA. Deben convertirse en seres humanos multifacéticos capaces de hacer cosas independientemente de sus padres.

Finalmente, no prepares el camino para tus hijos. Prepara a tus hijos para el camino.


                

El Che Guevara, de agitador comunista a marca capitalista

La máquina de matar

Por Álvaro Vargas Llosa

La imagen del Che representa una notable paradoja: la rebeldía ante el mercado desde el mercado. Frente a esta estrafalaria construcción, Álvaro Vargas Llosa contrapone la historia real del guerrillero, sus métodos brutales y su defensa de la violencia como motor del cambio revolucionario.

El Che Guevara, quien hizo tanto (¿o tan poco?) por destruir al capitalismo, es en la actualidad la quintaesencia de una marca capitalista. Su semblante adorna tazas de café, sudaderas, encendedores, llaveros, billeteras, gorras de beisbol, tocados, emblemas de rockeros, truzas, camisetas deportivas, carteras finas, jeans deshilachados, té de hierbas, y por supuesto esas omnipresentes playeras con la fotografía, tomada por Alberto Korda, del galán socialista luciendo su boina durante los primeros años de la revolución, en el instante en que el Che de casualidad se introdujo en el visor del fotógrafo –y en la imagen que, treinta y ocho años después de su muerte, constituye aún el logotipo del revolucionario (¿o del capitalista?) “chic”. Sean O’Hagan sostuvo en The Observer que existe incluso un jabón en polvo con el eslogan “El Che lava más blanco”.

Los productos del Che son comercializados por grandes corporaciones y por pequeñas empresas, tales como la Burlington Coat Factory, la cual difundió un comercial televisivo presentando a un joven en pantalones elásticos luciendo una playera del Che, o la Flamingo’s Boutique en Union City, Nueva Jersey, cuyo propietario respondió a la furia de los exiliados cubanos locales con este argumento devastador: “Yo vendo lo que la gente desea comprar.” Los revolucionarios también se unieron a este frenesí de productos –desde “The Che Store”, que vende provisiones, hasta el sitio que atiende “todas sus necesidades revolucionarias” en Internet, y el escritor italiano Gianni Minà, quien le vendió a Robert Redford los derechos cinematográficos del diario del Che sobre su juvenil viaje alrededor de América del Sur en el año 1952 a cambio de poder acceder al rodaje del film Diarios de motocicleta y de que Minà pudiera producir su propio documental. Para no mencionar a Alberto Granado, quien acompañó al Che en su viaje de juventud y ahora asesora documentalistas, y que se quejaba hace poco en Madrid, según el diario El País, ante un Rioja y un magret de pato, de que el embargo estadounidense contra Cuba le dificulta el cobro de las regalías. Para llevar la ironía más lejos: el edificio en el cual nació Guevara en la ciudad de Rosario, Argentina, un espléndido inmueble de comienzos del siglo XX sito en la esquina de las calles Urquiza y Entre Ríos, se encontraba hasta hace poco ocupado por la administradora de fondos de jubilaciones y pensiones privada Máxima AFJP, una hija de la privatización de la seguridad social argentina en la década de 1990.

La metamorfosis del Che Guevara en una marca capitalista no es nueva, pero la marca viene experimentando un renacimiento –un renacimiento especialmente destacable, dado que el mismo tiene lugar años después del colapso político e ideológico de todo lo que Guevara representaba. Esta suerte inesperada se debe sustancialmente a Diarios de motocicleta, la película producida por Robert Redford y dirigida por Walter Salles. (Es una de las tres películas más importantes sobre el Che ya realizadas o actualmente en rodaje en los últimos dos años; las otras dos han sido dirigidas por Josh Evans y Steven Soderbergh.) Hermosamente rodada en paisajes que claramente han eludido los efectos erosivos de la polución capitalista, el film exhibe al joven en un viaje de autodescubrimiento a medida que su conciencia social en ciernes tropieza con la explotación social y económica, lo que va preparando el terreno para la reinvención del hombre a quien Sartre llamara alguna vez el ser humano más completo de nuestra era.

Pero para ser más preciso, el actual renacimiento del Che se inició en 1997, en el trigésimo aniversario de su muerte, cuando cinco biografías abrumaron las librerías y sus restos fueron descubiertos cerca de una pista de aterrizaje en el aeropuerto de Vallegrande, en Bolivia, después de que un general boliviano retirado, en una revelación espectacularmente oportuna, indicara la ubicación exacta. El aniversario volvió a centrar la atención en la famosa fotografía de Freddy Alborta del cadáver del Che tendido sobre una mesa, escorzado, muerto y romántico, luciendo como Cristo en un cuadro de Mantegna.

Es usual que los seguidores de un culto no conozcan la verdadera historia de su héroe. (Muchos rastafaris renunciarían a Haile Selassie si tuvieran alguna idea de quien fue en realidad.) No sorprende que los seguidores contemporáneos de Guevara, sus nuevos admiradores postcomunistas, también se engañen a sí mismos al aferrarse a un mito –excepto los jóvenes argentinos que corean una expresión de rima perfecta: “Tengo una remera [una playera] del Che y no sé por qué.”

Considérese a algunos de los individuos que recientemente han blandido o invocado el retrato de Guevara como un emblema de justicia y rebelión contra el abuso de poder. En el Líbano, unos manifestantes que protestaban en contra de Siria ante la tumba del ex primer ministro Rafiq Hariri portaban la imagen del Che. Thierry Henry, un jugador de futbol francés que juega para el Arsenal, en Inglaterra, se apareció en una importante velada de gala organizada por la FIFA, el organismo del futbol mundial, vistiendo una playera roja y negra del Che. En una reciente reseña publicada en The New York Times sobre Land of the Dead de George A. Romero, Manohla Dargis destacaba que “el mayor impacto aquí puede ser el de la transformación de un zombi negro en un virtuoso líder revolucionario”, y agregó: “Creo que el Che en verdad vive, después de todo.”

El héroe del futbol Maradona ostentó el emblemático tatuaje del Che en su brazo derecho durante un viaje en el que se reunió con Hugo Chávez en Venezuela. En Stavropol, al sur de Rusia, unos manifestantes que reclamaban los pagos en efectivo de los beneficios del bienestar social tomaron la plaza central con banderas del Che. En San Francisco, City Lights Books, el legendario hogar de la literatura beat, invita a los visitantes a una sección dedicada a América Latina en la cual la mitad de los estantes se encuentra ocupada por libros del Che. José Luis Montoya, un oficial de policía mexicano que combate el crimen relacionado con las drogas en Mexicali, luce una cinta del Che alrededor de la cabeza porque ella lo hace sentirse más fuerte. En el campo de refugiados de Dheisheh, en la margen occidental del río Jordán, los carteles del Che adornan un muro que le rinde tributo a la Intifada. Una revista dominical dedicada a la vida social en Sydney enumera a los tres invitados ideales en una cena: Alvar Aalto, Richard Branson y el Che Guevara. Leung Kwok-hung, el rebelde elegido a la junta legislativa de Hong Kong, desafía a Pekín al vestir una playera del Che. En Brasil, Frei Betto, consejero del presidente Lula da Silva y encargado del programa de alto perfil “Hambre Cero”, afirma que “deberíamos prestarle menos atención a Trotsky y mucha más al Che Guevara”. Y lo más estupendo de todo: en la ceremonia de este año de los Óscares, Carlos Santana y Antonio Banderas interpretaron la canción principal de la película Diarios de motocicleta: Santana se presentó luciendo una camiseta del Che y un crucifijo. Las manifestaciones del nuevo culto del Che están por todas partes. Una vez más el mito está apasionando a individuos cuyas causas, en su mayor parte, representan exactamente lo opuesto de lo que era Guevara.

Ningún hombre carece de algunas cualidades atenuantes. En el caso del Che Guevara, esas cualidades pueden ayudarnos a medir el abismo que separa la realidad del mito. Su honestidad (quiero decir: honestidad parcial) significa que dejó testimonio escrito de sus crueldades, incluido lo muy malo, aunque no lo peor. Su coraje –que Castro describió como “su manera, en los momentos difíciles y peligrosos, de hacer las cosas más difíciles y peligrosas”– significa que no vivió para asumir la plena responsabilidad por el infierno de Cuba. El mito puede decir tanto acerca de una época como la verdad. Y es así como, gracias a los propios testimonios que el Che brinda de sus pensamientos y de sus actos, y gracias también a su prematura desaparición, podemos saber exactamente cuán engañados están muchos de nuestros contemporáneos respecto de muchas cosas.

Guevara puede haberse enamorado de su propia muerte, pero estaba mucho más enamorado de la muerte ajena. En abril de 1967, hablando por experiencia, resumió su idea homicida de la justicia en su “Mensaje a la Tricontinental”: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar.” Sus primeros escritos se encuentran también sazonados con esta violencia retórica e ideológica. A pesar de que su ex novia Chichina Ferreyra duda de que la versión original de los diarios de su viaje en motocicleta contenga la observación de “siento que mis orificios nasales se dilatan al saborear el amargo olor de la pólvora y de la sangre del enemigo”, Guevara compartió con Granado en esa temprana edad esta exclamación: “¿Revolución sin disparar un tiro? Estás loco.” En otras ocasiones, el joven bohemio parecía incapaz de distinguir entre la frivolidad de la muerte como un espectáculo y la tragedia de las víctimas de una revolución. En una carta a su madre en 1954, escrita en Guatemala, donde fue testigo del derrocamiento del gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, escribió: “Aquí estuvo muy divertido con tiros, bombardeos, discursos y otros matices que cortaron la monotonía en que vivía.”

La disposición de Guevara cuando viajaba con Castro desde México a Cuba a bordo del Granma es capturada en una frase de una carta a su esposa que redactó el 28 de enero de 1957, no mucho después de desembarcar, publicada en su libro Ernesto: Una biografía del Che Guevara en Sierra Maestra: “Estoy en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre.” Esta mentalidad había sido reforzada por su convicción de que Arbenz había perdido el poder debido a que había fallado en ejecutar a sus potenciales enemigos. En una carta anterior a su ex novia Tita Infante, había observado que “Si se hubieran producido esos fusilamientos, el gobierno hubiera conservado la posibilidad de devolver los golpes”. No sorprende que durante la lucha armada contra Batista, y luego tras el ingreso triunfal en La Habana, Guevara asesinara o supervisara las ejecuciones en juicios sumarios de muchísimas personas –enemigos probados, meros sospechados y aquellos que se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado.

En enero de 1957, tal como lo indica su diario desde la Sierra Maestra, Guevara le disparó a Eutimio Guerra porque sospechaba que aquel se encontraba pasando información: “Acabé con el problema dándole un tiro con una pistola del calibre 32 en la sien derecha, con orificio de salida en el temporal derecho… sus pertenencias pasaron a mi poder.” Más tarde mató a tiros a Aristidio, un campesino que expresó el deseo de irse cuando los rebeldes siguieran su camino. Mientras se preguntaba si esta victima en particular “era en verdad lo suficientemente culpable como para merecer la muerte”, no vaciló en ordenar la muerte de Echevarría, el hermano de uno de sus camaradas, en razón de crímenes no especificados: “Tenía que pagar el precio.” En otros momentos simularía ejecuciones sin llevarlas a cabo, como un método de tortura psicológica.

Luis Guardia y Pedro Corzo, dos investigadores que se encuentran trabajando en Florida en un documental sobre Guevara, han obtenido el testimonio de Jaime Costa Vázquez, un ex comandante del ejército revolucionario conocido como “el Catalán”, quien sostiene que muchas de las ejecuciones atribuidas a Ramiro Valdés (futuro ministro del interior de Cuba) fueron responsabilidad directa de Guevara, debido a que Valdés se encontraba bajo sus órdenes en las montañas. “Ante la duda, mátalo” fueron las instrucciones del Che. En vísperas de la victoria, según Costa, el Che ordenó la ejecución de un par de docenas de personas en Santa Clara, en Cuba central, hacia donde había marchado su columna como parte de un asalto final contra la isla. Algunos de ellos fueron muertos en un hotel, como ha escrito Marcelo Fernándes-Zayas, otro ex revolucionario que después se convertiría en periodista (agregando que entre los ejecutados había campesinos conocidos como casquitos que se habían unido al ejército simplemente para escapar del desempleo).

Pero la “fría máquina de matar” no dio muestra de todo su rigor hasta que, inmediatamente después del colapso del régimen de Batista, Castro lo pusiera a cargo de la prisión de La Cabaña. (Castro tenía un buen ojo clínico para escoger a la persona perfecta para proteger a la revolución contra la infección.) San Carlos de La Cabaña es una fortaleza de piedra que fue utilizada para defender La Habana contra los piratas ingleses en el siglo XVIII; más tarde se convirtió en un cuartel militar. De una manera que evoca al escalofriante Lavrenti Beria, Guevara presidió durante la primera mitad de 1959 uno de los periodos más oscuros de la revolución. José Vilasuso, abogado y profesor en la Universidad Interamericana de Bayamón en Puerto Rico, quien pertenecía al grupo encargado del proceso judicial sumario en La Cabaña, me dijo recientemente que

El Che dirigió la Comisión Depuradora. El proceso se regía por la ley de la sierra: tribunal militar de hecho y no jurídico, y el Che nos recomendaba guiarnos por la convicción. Esto es: “Sabemos que todos son unos asesinos, luego proceder radicalmente es lo revolucionario.” Miguel Duque Estrada era mi jefe inmediato. Mi función era de instructor. Es decir legalizar profesionalmente la causa y pasarla al ministerio fiscal, sin juicio propio alguno. Se fusilaba de lunes a viernes. Las ejecuciones se llevaban a cabo de madrugada, poco después de dictar sentencia y declarar sin lugar [de oficio] la apelación. La noche más siniestra que recuerdo se ejecutaron siete hombres.

Javier Arzuaga, el capellán vasco que les brindaba consuelo a aquellos condenados a morir y que presenció personalmente docenas de ejecuciones, habló conmigo recientemente desde su casa en Puerto Rico. Ex sacerdote católico de setenta y cinco años de edad, quien se describe como “más cercano a Leonardo Boff y a la Teología de la Liberación que al ex cardenal Cardinal Ratzinger”, Arzuaga recuerda que

La cárcel de La Cabaña se mantuvo llena a rebosar. Sobre 800 hombres hacinados en un espacio pensado para no más de 300: militares batistianos o miembros de algunos de los cuerpos de la policía, algunos “chivatos”, periodistas, empresarios o comerciantes. El juez no tenía por qué ser hombre de leyes; sí, en cambio, pertenecer al ejército rebelde, al igual que los compañeros que ocupaban con él la mesa del tribunal. Casi todas las vistas de apelación estuvieron presididas por el Che Guevara. No recuerdo ningún caso cuya sentencia fuera revocada en esas vistas. Todos los días yo visitaba la “galera de la muerte”, donde permanecían los prisioneros desde que eran sentenciados a muerte. Corrió la voz de que yo hipnotizaba a los condenados antes de salir para el paredón y que por eso se daban tan fáciles las cosas, sin escenas desagradables, y el Che Guevara dio orden de que nadie fuera conducido al paredón sin que yo estuviera presente. Yo asistí a 55 fusilamientos hasta el mes de mayo, cuando me fui. Eso no quiere decir que no se siguiera fusilando. Herman Marks era un americano, se decía que era prófugo de la justicia. Lo llamábamos “el carnicero” porque gozaba gritando “pelotón, atención, preparen, apunten, fuego”. Conversé varias veces con el Che con el fin de interceder por determinadas personas. Recuerdo muy bien el caso de Ariel Lima que era menor de edad, pero fue inflexible. Lo mismo puedo decir de Fidel Castro, a quien acudí también en dos ocasiones con igual propósito. Sufrí un trauma. A finales de mayo me sentía mal y se me recomendó abandonar la parroquia de Casa Blanca, dentro de cuyos límites se encontraba La Cabaña y que yo había atendido en los últimos tres años. Me fui a México para un tratamiento. Cuando nos despedíamos, el Che Guevara me dijo que nos habíamos llevado bien, tratando los dos de sacar el otro de su campo para atraerlo al de uno. “Hemos fracasado los dos. Cuando nos quitemos las caretas que hemos llevado puestas, seremos enemigos frente a frente.”

¿Cuánta gente fue asesinada en La Cabaña? Pedro Corzo ofrece una cifra de unos doscientos, similar a la proporcionada por Armando Lago, un profesor de economía retirado que ha compilado una lista de 179 nombres como parte de un estudio de ocho años sobre las ejecuciones en Cuba. Vilasuso me dijo que cuatrocientas personas fueron ejecutadas entre el mes de enero y fines de junio de 1959 (fecha en la que el Che dejó de estar a cargo de La Cabaña). Los cables secretos enviados por la Embajada de Estados Unidos en La Habana al Departamento de Estado en Washington hablan de “más de quinientos”. Según Jorge Castañeda, uno de los biógrafos de Guevara, un católico vasco simpatizante de la revolución, el fallecido padre Iñaki de Aspiazú, hablaba de setecientas víctimas. Félix Rodríguez, un agente de la cia quien fue parte del equipo a cargo de la captura de Guevara en Bolivia, me dijo que él encaró al Che después de su captura respecto de “las dos mil y pico” ejecuciones por las que fue responsable durante su vida. “Dijo que todos eran agentes de la cia y no se refirió a la cifra”, recuerda Rodríguez. Las cifras más altas pueden incluir ejecuciones que tuvieron lugar en los meses posteriores a la fecha en que el Che dejó de estar a cargo de la prisión.

Lo cual nos trae de regreso a Carlos Santana y a su elegante indumentaria del Che. En una carta abierta publicada en El Nuevo Herald el 31 de marzo de este año, el gran músico de jazz Paquito D’Rivera reprochó a Santana su vestuario en la ceremonia de los premios Óscar, y agregó: “Uno de esos cubanos fue mi primo Bebo, preso allí precisamente por ser cristiano. Él me cuenta siempre con amargura cómo escuchaba desde su celda en la madrugada los fusilamientos sin juicio de muchos que morían gritando “¡Viva Cristo Rey!”

El ansia de poder del Che tenía otras maneras de expresarse además del asesinato. La contradicción entre su pasión por viajar –una especie de protesta contra las limitaciones del Estado-nación– y su impulso por convertirse en miembro de un Estado esclavizante en relación con otras personas es patética. Al escribir acerca de Pedro Valdivia, el conquistador de Chile, Guevara reflexionaba: “Pertenecía a esa clase especial de hombres a los que la especie produce de vez en cuando, en quienes un anhelo por el poder ilimitado es tan extremo que cualquier sufrimiento para lograrlo parece natural.” Podría haber estado describiéndose a sí mismo. En cada etapa de su vida adulta, su megalomanía se manifestaba en el impulso depredador por apoderarse de las vidas y de la propiedad de otras personas, y de abolir su libre voluntad.

En 1958, después de tomar la ciudad de Sancti Spíritus, Guevara intentó sin éxito imponer una especie de sharia, regulando las relaciones entre los hombres y las mujeres, el uso del alcohol, y el juego informal –un puritanismo que no caracterizaba precisamente su propia forma de vida.

Les ordenó también a sus hombres que asaltaran bancos, una decisión que justificó en una carta a Enrique Oltuski, un subordinado, en noviembre de ese año: “Las masas que luchan están de acuerdo con asaltar a los bancos porque ninguno de ellos tiene un centavo en los mismos.” Esta idea de la revolución como una licencia para reasignar la propiedad según le conviniera condujo al puritano marxista a apoderarse de la mansión de un emigrante tras el triunfo de la revolución.

El impulso de desposeer a los demás de su propiedad y de reclamar la propiedad del territorio de otros fue central en la política opresiva de Guevara. En sus memorias, el líder egipcio Gamal Abdel Nasser cuenta que Guevara le preguntó cuántas personas habían abandonado su país debido a la reforma agraria. Cuando Nasser replicó que ninguna, el Che contestó enojado que la manera de medir la profundidad del cambio es a través del número de individuos “que sienten que no hay lugar para ellos en la nueva sociedad”. Este instinto depredador alcanzó una apoteosis en 1965, cuando empezó a hablar, como Dios, acerca del “hombre nuevo” que él y su revolución crearían.

La obsesión del Che con el control colectivista lo llevó a colaborar en la formación del aparato de seguridad que fue establecido para subyugar a seis millones y medio de cubanos. A comienzos de 1959, una serie de reuniones secretas tuvo lugar en Tarará, cerca de La Habana, en la mansión a la cual el Che temporalmente se retiró para recuperarse de una enfermedad. Allí fue donde los líderes principales, incluido Castro, diseñaron al Estado policíaco cubano. Ramiro Valdés, subordinado del Che durante la guerra de guerrillas, fue puesto al mando del G-2, un cuerpo inspirado en la Cheka. Ángel Ciutah, un veterano de la Guerra Civil Española enviado por los soviéticos, que había estado muy cerca de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, y que más tarde entablaría amistad con el Che, desempeñó un papel fundamental en la organización del sistema, junto con Luis Alberto Lavandeira, quien había servido al jefe en La Cabaña. El propio Guevara se hizo cargo del G-6, el grupo al que se le encomendó el adoctrinamiento ideológico de las fuerzas armadas. La invasión respaldada por Estados Unidos de Bahía de Cochinos en abril de 1961 se convirtió en la ocasión perfecta para consolidar el nuevo Estado policíaco, con el acorralamiento de decenas de miles de cubanos y una nueva serie de ejecuciones. Como el mismo Guevara le expresó al embajador soviético Serguéi Kudriavtsev, los contrarrevolucionarios nunca “volverían a levantar su cabeza”.

“Contrarrevolucionario” es el término que se le aplicaba a cualquiera que se apartara del dogma. Era el equivalente comunista de “hereje”. Los campos de concentración eran una forma en la cual el poder dogmático era empleado para suprimir la discrepancia. La historia le atribuye al general español Valeriano Weyler, el capitán general de Cuba a finales del siglo XIX, haber empleado por vez primera la palabra “concentración” para describir la política de cercar a las masas de potenciales opositores –en su caso a los simpatizantes del movimiento independentista cubano– con alambre de púas y empalizadas. Qué irónico (y apropiado) que los revolucionarios de Cuba más de medio siglo después continuaran con esta tradición local. Al principio, la revolución movilizó a voluntarios para construir escuelas y para trabajar en los puertos, plantaciones y fábricas –todas ellas exquisitas oportunidades fotográficas para el Che estibador, el Che cortador de caña, el Che fabricante de telas. No pasó mucho tiempo antes de que el trabajo voluntario se volviera un poco menos voluntario: el primer campamento de trabajos forzados, Guanahacabibes, fue establecido en Cuba occidental hacia el final de 1960. Así es como el Che explicaba la función desempeñada por este método de confinamiento: “A Guanahacabibes se manda a la gente que no debe ir a la cárcel, la gente que ha cometido faltas a la moral revolucionaria de mayor o menor grado… es trabajo duro, no trabajo bestial.”

Este campamento fue el precursor del confinamiento sistemático, a partir de 1965 en la provincia de Camagüey, de disidentes, homosexuales, víctimas del sida, católicos, testigos de Jehová, sacerdotes afrocubanos, y otras “escorias” por el estilo, bajo la bandera de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Hacinados en autobuses y camiones, los “desadaptados” serían transportados a punta de pistola a los campos de concentración organizados sobre la base del modelo de Guanahacabibes. Algunos nunca regresarían; otros serían violados, golpeados o mutilados; y la mayoría quedarían traumatizados de por vida, como el sobrecogedor documental de Néstor Almendros Conducta impropia se lo mostrara al mundo un par de décadas antes de ahora.

De esta manera, la revista Time parece haber errado en agosto de 1960 cuando describió la división del trabajo de la revolución con una nota de tapa presentando al Che Guevara como el “cerebro”, a Fidel Castro como el “corazón” y a Raúl Castro como el “puño”. Pero la percepción revelaba el papel crucial de Guevara en hacer de Cuba un bastión del totalitarismo. El Che era de alguna manera un candidato improbable para la pureza ideológica, dado su espíritu bohemio, pero durante los años de entrenamiento en México y en el periodo resultante de la lucha armada en Cuba emergió como el ideólogo comunista locamente enamorado de la Unión Soviética, en gran medida para molestia de Castro y de otros que eran esencialmente oportunistas dispuestos a utilizar cualquier medio necesario para ganar poder. Cuando los aspirantes a revolucionarios fueron arrestados en México en 1956, Guevara fue el único que admitió que era un comunista y que estaba estudiando ruso. (Habló abiertamente de su relación con Nikolái Leonov de la Embajada Soviética.) Durante la lucha armada en Cuba, forjó una férrea alianza con el Partido Socialista Popular (el partido comunista de la isla) y con Carlos Rafael Rodríguez, un jugador importante en la conversión del régimen de Castro al comunismo.

Esta fanática disposición convirtió al Che en una parte esencial de la “sovietización” de la revolución que se había jactado reiteradamente de su carácter independiente. Muy poco después de que los barbudos llegaran al poder, Guevara participó de negociaciones con Anastas Mikoyan, el viceprimer ministro soviético, quien visitó Cuba. Le fue confiada la misión de promover las negociaciones sovieticocubanas durante una visita a Moscú a finales de 1960. (La misma fue parte de un largo viaje en el cual la Corea del Norte de Kim Il Sung fue el país que “más” lo impresionó.) El segundo viaje a Rusia de Guevara, en agosto de 1962, fue aún más significativo, en razón de que él mismo selló el acuerdo para convertir a Cuba en una cabeza de playa nuclear soviética. Se reunió con Jrúshchiov en Yalta para finalizar los detalles sobre una operación que ya se había iniciado, y que involucraba la introducción en la isla de cuarenta y dos misiles soviéticos, la mitad de los cuales estaban armados con ojivas nucleares, así como también lanzadores y unos cuarenta y dos mil soldados. Tras presionar a sus aliados soviéticos sobre el peligro de que Estados Unidos pudiera descubrir lo que estaba aconteciendo, Guevara obtuvo garantías de que la marina soviética intervendría –en otras palabras, de que Moscú estaba preparada para ir a la guerra.

Según la biografía de Guevara de Philippe Gavi, el revolucionario había alardeado que “su país se encuentra deseoso de arriesgarlo todo en una guerra atómica de inimaginable capacidad destructiva para defender un principio”. Apenas después de finalizada la crisis de los misiles cubanos –cuando Jrúshchiov renegó de la promesa hecha en Yalta y negoció un acuerdo con Estados Unidos a espaldas de Castro, que incluía retirar los misiles estadounidenses de Turquía– Guevara dijo a un periódico comunista británico: “Si los cohetes hubieran permanecido, los habríamos utilizado todos y dirigido contra el mismo corazón de Estados Unidos, incluida Nueva York, en nuestra defensa contra la agresión.” Y un par de años más tarde, en las Naciones Unidas, fue leal a las formas: “Como marxistas hemos sostenido que la coexistencia pacífica entre las naciones no incluye la coexistencia entre los explotadores y el explotado.”

Guevara se distanció de la Unión Soviética en los últimos años de su vida. Lo hizo por las razones equivocadas, culpando a Moscú por ser demasiado blando ideológica y diplomáticamente, y hacer demasiadas concesiones –a diferencia de la China maoísta, a la cual llegó a ver como un refugio de la ortodoxia. En octubre de 1964, un memo escrito por Oleg Darusénkov, un funcionario soviético cercano a él, cita a Guevara diciendo: “Les pedimos armas a los checoslovacos; y nos rechazaron. Luego se las pedimos a los chinos; dijeron que sí en pocos días, y ni siquiera nos cobraron, declarando que uno no le vende armas a un amigo.” En realidad, Guevara se resintió por el hecho de que Moscú le estaba solicitando a otros miembros del bloque comunista, incluida Cuba, algo a cambio de su colosal ayuda y de su apoyo político. Su ataque final contra Moscú llegó en Argelia, en febrero de 1965, en una conferencia internacional en la que acusó a los soviéticos de adoptar la “ley del valor”, es decir, el capitalismo. Su ruptura con los soviéticos, en síntesis, no fue un grito en favor de la independencia. Fue un alarido al estilo de Enver Hoxha en aras de la total subordinación de la realidad a la ciega ortodoxia ideológica.

El gran revolucionario tuvo una oportunidad de poner en práctica su visión económica –su idea de la justicia social– como director del Banco Nacional de Cuba y del Departamento de Industria del Instituto Nacional de la Reforma Agraria a fines de 1959, y, desde principios de 1961, como ministro de Industria. El periodo en el cual Guevara estuvo a cargo de la mayor parte de la economía cubana atestiguó el cuasi colapso de la producción de azúcar, el fracaso de la industrialización, y la introducción del racionamiento –todo esto en el que había sido uno de los cuatros países económicamente más exitosos de América Latina desde antes de la dictadura de Batista.

Su tarea como director del Banco Nacional, durante la cual imprimió billetes que llevaban la firma “Che”, ha sido sintetizada por su asistente, Ernesto Betancourt: “Encontré en el Che una ignorancia absoluta de los principios más elementales de la economía.” Los poderes de percepción de Guevara respecto de la economía mundial fueron muy bien expresados en 1961, durante una conferencia hemisférica celebrada en Uruguay, donde predijo una tasa de crecimiento para Cuba del diez por ciento “sin el menor temor”, y, para 1980, un ingreso per capita mayor que el de “los EE.UU. en la actualidad”. En verdad, hacia 1997, en el trigésimo aniversario de su muerte, cada cubano se encontraba bajo una dieta consistente en una ración de cinco libras de arroz y una libra de frijoles por mes; cuatro onzas de carne dos veces al año; cuatro onzas de pasta de soya por semana, y cuatro huevos por mes.

La reforma agraria le quitó tierra al rico, pero se la dio a los burócratas, no a los campesinos. (El decreto fue redactado en la casa del Che.) En nombre de la diversificación, el área cultivada fue reducida y la mano de obra disponible distraída hacia otras actividades. El resultado fue que, entre 1961 y 1963, la cosecha se redujo a la mitad: apenas unos 3.8 millones de toneladas métricas. ¿Se justificaba este sacrificio por el fomento de la industrialización cubana? Desdichadamente, Cuba carecía de materias primas para la industria pesada, y, como una consecuencia de la redistribución revolucionaria, no contaba con una moneda sólida con la cual adquirirlas –o incluso adquirir los productos básicos. Para 1961, Guevara estaba teniendo que dar explicaciones embarazosas a los trabajadores en la oficina: “Nuestros camaradas técnicos en las compañías han producido una pasta dental… tan buena como la anterior; limpia exactamente lo mismo, a pesar de que después de un tiempo se vuelve una piedra.” Para 1963, todas las esperanzas de industrializar Cuba fueron abandonadas, y la revolución aceptó su papel de proveedora colonial de azúcar al bloque soviético a cambio de petróleo para cubrir sus necesidades y para revenderlo a otros países. Durante las tres décadas siguientes, Cuba sobreviviría con base en un subsidio soviético de más o menos entre 65,000 millones y cien mil millones de dólares.

Habiendo fracasado como héroe de la justicia social, ¿merece Guevara un lugar en los libros de historia como un genio de la guerra de guerrillas? Su mayor logro militar en la lucha contra Batista –la toma de la ciudad de Santa Clara después de emboscar un tren con pesados refuerzos– está seriamente cuestionado. Numerosos testimonios indican que el conductor del tren se rindió de antemano, acaso tras aceptar sobornos. (Gutiérrez Menoyo, quien dirigía un grupo guerrillero diferente en esa área, está entre aquellos que han criticado la historia oficial de Cuba sobre la victoria de Guevara.) Inmediatamente después del triunfo de la revolución, Guevara organizó ejércitos guerrilleros en Nicaragua, la República Dominicana, Panamá, y Haití –todos los cuales fueron aplastados. En 1964, envió al revolucionario argentino Jorge Ricardo Masetti a su muerte al persuadirlo de que montara un ataque contra su país natal desde Bolivia, justo después de que la democracia representativa había sido restablecida en la Argentina.

Particularmente desastrosa fue la expedición al Congo en 1965. Guevara se alió con dos rebeldes –Pierre Mulele en el oeste y Laurent Kabila en el este– contra el desagradable gobierno congoleño, el cual era sostenido por Estados Unidos, por mercenarios sudafricanos y exiliados cubanos. Mulele había tomado posesión de Stanleyville antes de ser repelido. Durante su reinado de terror, tal como lo ha escrito V.S. Naipaul, asesinó a todos aquellos que podían leer y a todos los que vestían una corbata. Respecto del otro aliado de Guevara, Laurent Kabila, se trataba meramente de un perezoso y un corrupto por aquel entonces; pero el mundo descubriría en los años noventa que también él era una máquina de matar. En cualquier caso, Guevara se pasó gran parte de 1965 ayudando a los rebeldes en el este antes de abandonar el país de manera ignominiosa. Poco tiempo después, Mobutu llegó al poder e instaló una tiranía de décadas. (En los países latinoamericanos, de la Argentina al Perú, las revoluciones inspiradas en el Che tuvieron el mismo resultado práctico de reforzar el militarismo brutal durante muchos años.)

En Bolivia, el Che fue nuevamente derrotado, y por última vez. Malinterpretó la situación local. Una reforma agraria había tenido lugar unos años antes; el gobierno había respetado muchas de las instituciones de las comunidades campesinas; y el ejército era cercano a Estados Unidos a pesar de su nacionalismo. “Las masas campesinas no nos ayudan en absoluto” fue la melancólica conclusión de Guevara en su diario boliviano. Aún peor: Mario Monje, el líder comunista local, quien no tenía estómago para una guerra de guerrillas tras haber sido humillado en los comicios, condujo a Guevara hacia una ubicación vulnerable en el sudeste del país. Las circunstancias de la captura del Che en la quebrada del Yuro, poco después de reunirse con el intelectual francés Régis Debray y el pintor argentino Ciro Bustos, ambos arrestados cuando abandonaban el campamento, fueron, como gran parte de la expedición boliviana, cosa de aficionados.

Guevara fue ciertamente audaz y corajudo, y rápido para organizar la vida con base en principios militares en los territorios bajo su control, pero no era un General Giap. Su libro La guerra de guerrillas enseña que las fuerzas populares pueden vencer a un ejército, que no es necesario aguardar a que se den las condiciones necesarias ya que un foco insurreccional puede provocarlas, y que el combate debe tener lugar principalmente en el campo. (En su receta para la guerra de guerrillas, reserva también para las mujeres el papel de cocineras y enfermeras.) Sin embargo, el ejército de Batista no era un ejército sino un corrupto manojo de matones carente de motivación y sin mucha organización; los focos guerrilleros, con la excepción de Nicaragua, terminaron todos en cenizas para los foquistas, y América Latina se ha vuelto urbana en un setenta por ciento en estas últimas cuatro décadas. Al respecto, también, el Che Guevara fue un cruel alucinado.

En las últimas décadas del siglo XIX, la Argentina tenía la segunda tasa de crecimiento más grande del mundo. Hacia la década de 1890, el ingreso real de los trabajadores argentinos era superior al de los trabajadores suizos, alemanes y franceses. Para 1928, ese país ocupaba el 12o lugar en el mundo en cuanto a su PBI per capita. Ese logro, que las siguientes generaciones arruinarían, se debió en gran medida a Juan Bautista Alberdi.

Al igual que Guevara, a Alberdi le gustaba viajar: caminó a través de las pampas y de los desiertos de norte a sur a los catorce años de edad, rumbo a Buenos Aires. Como Guevara, Alberdi se oponía a un tirano, Juan Manuel Rosas. Igual que Guevara, Alberdi tuvo la oportunidad de influir sobre un líder revolucionario en el poder –Justo José de Urquiza, quien derrocó a Rosas en 1852. Como Guevara, Alberdi representó al nuevo gobierno en giras mundiales, y murió en el exterior. Pero a diferencia del viejo y nuevo predilecto de la izquierda, Alberdi nunca mató una mosca. Su libro Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina, fue la base de la Constitución de 1853 que limitó el Estado, abrió el comercio, alentó la inmigración y aseguró los derechos de propiedad, inaugurando de ese modo un periodo de setenta años de asombrosa prosperidad. No se entremetió en los asuntos de otras naciones, y se opuso a la guerra de su país contra el Paraguay. Su semblante no adorna el abdomen de Mike Tyson.~

© The New Republic

Traducción de Gabriel Gasave

Fuente:

El Che revisited

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Bob Dylan: el premio Nobel que revolucionó la cultura popular contemporánea

“¿Cuántas muertes has de presenciar hasta que te persuadas de que todos los hombres habremos de morir?”

“¿Cuántas veces has de mirar el firmamento hasta que te convenzas que existe el Cielo?”

Raúl Espinoza Aguilera

Me parece que casi todos los lectores han escuchado la melodía: “La Respuesta está en el Viento”, interpretada por el Trío Peter, Paul and Mary. Considero que pocos cantautores han compuesto canciones con contenidos de tanta profundidad y trascendencia como Bob Dylan. Esta canción la escribió realizando varias preguntas sobre temas vitales. Desde que escuche por vez primera -siendo muy joven- esta melodía me hizo reflexionar, sobre todo, en la parte donde dice: “¿Cuántas muertes has de presenciar / hasta que te persuadas / que todos los hombres habremos de morir?” Y aquella otra pregunta donde canta: “¿Cuántas veces has de mirar el firmamento / hasta que te convenzas que existe el Cielo?” Y es que este músico y poeta era un incansable buscador de caminos.

Pero en su adolescencia y primera juventud, por influencia de “La Generación Beat” de los años cincuenta, consumió drogas, alcohol en exceso y llevó una vida sexualmente desordenada. Posteriormente, este poeta se fue posicionando como un “cantante de protesta” que escribió canciones contra la Guerra de Vietnam, la discriminación racial, contra las posturas antinatalistas y muchas otras causas sociales.

Comenta que los dueños de las empresas que producen todo tipo de armas, durante las guerras, se convierten rápidamente en multimillonarios. En “Señores de la Guerra”, escribe en modo figurado: “Ellos toman mi vida / como si fuera su juguete / y ponen un arma de fuego en mis manos / y, luego, desaparecen de mi vista; / dan la vuelta y huyen muy lejos cuando vuelan las balas. / Déjenme preguntarles: / ¿ese dinero tan jugoso / les comprará el perdón, / cuando la muerte les pida cuentas?”

También denuncia la crisis de valores que vive Estados Unidos; esos sectores que viven en extrema pobreza sin que se proponga una solución constructiva ni del gobierno ni de la sociedad civil porque se mantienen en completa indiferencia; la educación belicista que se enseña en las escuelas; los peligros de una posible guerra nuclear; los juicios injustos que ocurren en algunos tribunales de justicia; las políticas demográficas antinatalistas que conducían a las mujeres a abortar y a reducir el número de hijos. Escribe con acierto en “Maestros de la Guerra”: “Ustedes han sembrado el peor de los miedos / que jamás se haya lanzado; / el miedo de traer niños al mundo. / Han amenazado a mi bebé, / cuando todavía no ha nacido / y ni siquiera tiene un nombre. / Y es porque ustedes no valoran / la sangre que corre por sus venas”.

Ante una sociedad inmersa en el materialismo y consumismo, plantea un agudo cuestionamiento para algunos que prefieren que no se hable de la muerte ni del dolor ni de las enfermedades y donde se rechaza toda visión trascendente de la persona humana. El poeta Dylan tuvo una gran influencia en los músicos contemporáneos y, en general, en la juventud de su tiempo. Prácticamente se convirtió en el ideólogo de generaciones enteras.

El 28 de agosto de 1963, en Washington, el célebre líder Dr. Martin Luther King Jr. fue acompañado por una enorme multitud, no sólo por personas afroamericanas sino también por ciudadanos blancos de todas las condiciones sociales, que se oponían firmemente a la discriminación racial. Fueron hasta el Monumento a Abraham Lincoln y, desde las escalinatas, Luther King pronunció aquel inolvidable discurso “Yo tengo un Sueño” -que considero una pieza magistral de oratoria- en el que, con vehemencia, planteaba al gobierno que se pusiera fin a la discriminación racial. Al concluir, Luther King fue ovacionado largamente.

Luego, Bob Dylan y Joan Báez -cantante, también- interpretaron la conocida melodía de Dylan “La Respuesta está en el Viento” que fue muy aplaudida, sobre todo cuando cantaron: “¿Cuántos años ha de vivir esa gente (los afroamericanos) / hasta que se les permita vivir libres?” y, también, en esa otra parte que dice: “¿Cuántas veces has de eludir tu mirada / fingiendo que no has visto nada?”, refiriéndose, entre otros temas, a la injusta discriminación racial. A partir de entonces, esta melodía se convirtió en el himno de ese movimiento sociopolítico.

Poco tiempo después, el 2 de julio de 1964, el Presidente Lyndon B. Johnson accedió a la demanda de Martin Luther King Jr. y promulgó la “Ley de los Derechos Civiles” en la que se prohibía la segregación racial de los afroamericanos en las escuelas, en los espacios públicos y que se les concediera igualdad de oportunidades en la consecución de empleos. En 1965, ocurrió un hito histórico, ya que se les concedió el derecho a votar.

En otro orden de ideas, pocos saben que Bob Dylan se convirtió al cristianismo. ¿Cuándo ocurrió esto? Cuenta el músico y poeta que estaba hospedado en la habitación de un hotel en Tucson, Arizona. Una noche, mientras dormía, sintió una fuerte sacudida y narra que experimentó una especie de “disparo de amor”, de tal manera que de pronto se sintió impregnado de la Presencia amorosa de Jesucristo. El cantante comprendió la necesidad que tenía de cambiar radicalmente de vida; de mejorar y convertirse en un buen cristiano. Se percató que tenía que aprovechar su liderazgo para influir positivamente en sus seguidores. A partir de ese entonces, comenzó a componer “canciones con mensaje cristiano” Por ejemplo, “Creo en Ti”, “Sálvame”, “¿Estás listo?”, “Servir a alguien”, “Disparo de Amor”, “La Muerte no es el Final”, “Tocando en las Puertas del Paraíso”, y un largo etcétera, que también agradaron a sus seguidores.

En el año 2016, Bob Dylan recibió el “Premio Nobel de Literatura”. Era un reconocimiento a su labor como poeta y compositor. Años antes le habían sido entregados numerosos y destacados reconocimientos, como el que le hizo en 2012 el Presidente Barack Obama en la Casa Blanca, quien lo galardonó con el máximo honor civil de Estados Unidos, “La Medalla de la Libertad”, por su brillante trayectoria artística y sus mensajes en favor de los Derechos Humanos. Sin duda, Bob Dylan ha revolucionado la música y la cultura popular contemporáneas.