Por Raúl Espinoza Villarreal
Recuerdo que en mi infancia las personas mayores solían repetir: “Como México no hay dos”. Y se filmaron muchas películas y se difundieron programas de radio con la deliberada intención de fomentar el amor patrio.
Precisamente ahora que la política está tan revuelta y que no hay paz social, es fundamental llenar de esperanza los corazones y recordarles la riqueza espiritual, humana, cultural y el potencial económico de nuestro país.
Me viene a la memoria aquel Presidente de la República, General Manuel Ávila Camacho (1940-1946), que trabajó intensamente por la unidad nacional. Fue testigo del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Se unió a Estados Unidos para declarar la Guerra a las potencias del Eje Berlín, Roma y Tokio. Eso sirvió para que la gente cerrara filas en torno al Primer Magistrado. Por otra parte, logró un hecho sin precedentes: reunir a todos los expresidentes y que hicieran las paces. De modo particular, entre el General Plutarco Elías Calles y el General Lázaro Cárdenas. Este último rompió con el “Maximato” de Calles.
El 9 de abril de 1936, Calles fue notificado de que debía salir de inmediato del país. Se le ofreció un avión que lo llevaría a Brownsville, Texas. De esta manera cortó Cárdenas con la nefasta influencia del “Callismo” en todo el país, del llamado “Jefe Máximo de la Revolución”, quien había colocado a presidentes “títeres” como Emilio Portes-Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez; éste último solía decir que él no era el presidente sino un mero administrador de Elías Calles. Finalmente arribó Lázaro Cárdenas, que tuvo el arrojo y la valentía de expulsar de nuestra nación a Calles.
Pero la unidad nacional quedó fracturada hasta que el llamado “Presidente Caballero” convocó a los expresidentes para que dirimieran sus diferencias y limaran asperezas. Aunque sea de modo superficial o, como se dice coloquialmente, “de dientes para afuera”, Ávila Camacho lo logró. Fue una victoria importante para restañar las heridas y divisiones.
Otra medida acertada que tomó Ávila Camacho fue que ya no hubiera generales que se lanzaran a la política para evitar levantamientos armados, que tanto daño causaron al país.
Volviendo al “Presidente Caballero” era un hombre de vida pacífica, bien casado con Soledad Orozco y católico de religión. Prometió que respetaría la libertad de cultos y lo cumplió a carta cabal. Tenía una hacienda y amaba la vida campirana. Fomentó mucho las carreras de caballos, la charrería y todo lo auténticamente mexicano.
Fue una época de bonanza y de progreso tanto en lo industrial, como en lo agrícola y agropecuario. El estallido de la Guerra sirvió para que México vendiera a Estados Unidos: algodón, las producciones agrícolas, muchos objetos que producían las empresas mexicanas. Todo ello contribuyó a que México tuviera una estupenda relación con el Vecino País del Norte.
Mis paisanos de Sonora me comentan que, esos años de conflagración mundial, fueron excelentes en ventas porque los norteamericanos compraban todas las cosechas de algodón, de trigo, de arroz, de maíz, de garbanzo y cuanto sirviera de alimento para los soldados que estaban en el frente combatiendo. Por otra parte, el algodón se empleaba para la elaboración de los uniformes, paracaídas, cinturones que suelen usar los militares y para muchísimas cosas más. Bastantes fortunas de agricultores y hombres de negocios sonorenses se consolidaron en esos años de magníficas ventas.
Volviendo al tema inicial -el amor a México- muchas canciones se escribieron con temáticas nacionales que cantaban, por ejemplo, el inolvidable Jorge Negrete, aquella canción que decía:
“México lindo y querido si muero lejos de ti / Que digan que estoy dormido / Y que me traigan aquí / Que digan que estoy dormido / Y que me traigan aquí / México lindo y querido / si muero lejos de ti. /”. Esta canción adquirió particular lirismo porque Jorge Negrete estaba casado con María Félix y fue internado en una clínica de Los Ángeles, California para atender su cirrosis hepática. Allá falleció el 5 de diciembre de 1953. Y Jorge, viendo que su muerte era inminente, pidió que fuera enterrado en México y así se hizo. Tuvo una apoteósica recepción en la capital y una multitud de personas lo acompañaron hasta el Panteón Jardín.
O esas canciones de Pepe Guízar, como: “Chapala”, “Guadalajara”. O aquella otra canción que decía: “Guadalajara en un llano; México en una laguna”, atribuida a Luis Martínez Serrano. Y tantas otras que fomentaban el amor patrio. Hasta el mismo Cantinflas recuerdo que filmó varias películas precisamente con ese mismo objetivo.
Recuerdo a un amigo colombiano que un buen día visitó México, junto con su familia. Y me dijo que como en muchas melodías rancheras se subraya mucho “el amor a la tierra mexicana”., tenía muchos deseos en conocer ciudades de su particular interés, como: Guadalajara, Guanajuato, Morelia, Puebla, Oaxaca, etc. Al concluir su “tour”, de nuevo me visitó y me comentó: ¡Qué ciudades tan bonitas tienen! ¡Hasta nos han dado ganas -a mi familia y a mí- de venirnos a vivir a México!
En fin, me ha parecido oportuno rememorar la grandeza popular, folklórica, y no se diga la cultural, con los grandes intelectuales y escritores que han dejado una profunda huella, como nuestro Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz.