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Personas víricas que consumen energía

Llegan, nos contagian sus emociones negativas y nos dejan sin fuerzas.
Defenderse y protegerse de este tipo de personas es una obligación.
Parar los pies a los víricos victimistas no es abandonarles sino invitarles a tomar las riendas.

Seguro que usted se ha visto alguna vez en esa situación en la que después de mantener una conversación con un amigo se ha sentido desolado, ha contemplado el mundo con más tristeza y menos entusiasmo que antes de empezar la conversación, o ha pensado: “Madre mía, a este amigo no le pasa nada bueno, siempre tiene una queja”. Y en situaciones extremas, ha escuchado el teléfono, ha visto el nombre de la llamada entrante y ha dejado de atenderlo porque sabe que esa persona, de alguna manera, le va a complicar la vida: le va a contar un nuevo problema o seguirá hablando de su monotema, por lo general con temática “desgracia”. La pregunta que uno se plantea siempre después de pasar un rato con las personas víricas es: “¿Y yo qué necesidad tengo de estar oyendo esto?”.

¿Quiénes son las personas víricas? Aquellas que llegan y le contagian de mal humor, de tristeza, de miedo, de envidia o cualquier otro tipo de emoción negativa que hasta ese momento no se había manifestado en su cuerpo. Es igual que un virus: llega, se expande, le hace sentir mal y cuando se aleja, poco a poco, usted recobra su estado natural y, con suerte, lo olvida.

El origen de la persona vírica puede ser variado: el mal genio, la envidia, la falta de consideración, el egoísmo, la estupidez o la falta de tacto. Lo importante es verse con recursos suficientes para protegerse del contagio. El mundo está lleno de personas víricas de diferentes tipologías, unas menos dañinas y otras malévolas que dejan memoria y cicatriz.

Víricos pasivos. En esta categoría incluyo a los victimistas, los que echan la culpa de todo su mal a los que tienen alrededor, nunca son responsables de lo malo que les ocurre porque son los demás o las circunstancias los que provocan su malestar. Si les escucha y a usted le va bien, llegará a sentirse mala persona por disfrutar de lo que los victimistas no tienen. Y no porque no tengan posibilidad de hacerlo, sino porque han aprendido a obtener la atención a través de la queja y eso es cómodo. Se sienten maltratados por la vida y abandonados de la suerte. Por supuesto, le hacen sentir mal a quien no les presta la atención de la que se creen merecedores. Con estas personas sufrirá el contagio del virus tristeza, frustración y apatía.

“Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien” (Víctor Hugo)

Víricos caraduras. Son los que siempre pedirán favores, pero a la vez no son capaces de estar atentos a sus necesidades. No mantienen relaciones bidireccionales en las que entreguen tanto como reciben. Tiran de otros sin preguntarles si están bien, si necesitan ayuda, si les viene bien prestársela en ese momento. Son egoístas y egocéntricos, y en el momento en el que se deja de satisfacer sus necesidades comienza la crítica y el chantaje emocional. Con estas personas sufrirá el contagio del virus “siento que abusan de mí”, aprovechamiento y resignación.

Víricos criticones. Viven de vivir la vida de otros porque no les vale con la suya. Su vida es demasiado gris, aburrida o frustrante como para hablar de ella, así que destrozan todo lo que les rodea. No espere palabras de reconocimiento hacia los demás ni que hablen de forma positiva de nadie, porque el que a los demás les vaya bien, les potencia su frustración como personas. No saben competir si no es destruyendo al otro. Arrasan como Atila. Con estas personas sufrirá el contagio del virus desesperanza, vergüenza, incluso culpa si participa en la crítica. Y la culpa luego arrastra al virus del remordimiento.

Víricos con mala idea. Manténgalos bien lejos. Están resentidos con la vida, ya sea porque no han sido capaces de gestionar la suya o porque la suerte no les ha acompañado. Anticipan que las personas son interesadas y no esperan nada bueno de ellas. Todo lo interpretan de forma negativa, a todo el mundo le ven una mala intención. Viven en un constante ataque de ira, como si el mundo les debiera algo. No soportan que otros tengan éxito, esfuerzo y fuerza de voluntad, porque estas actitudes de superación les ningunean todavía más. Con estas personas sufrirá el contagio del virus indefensión, inseguridad, impotencia y ansiedad.

Víricos psicópatas. Para los que no lo sepan, no hace falta ser asesino en serie para ser un psicópata. El psicópata es aquel que inflige dolor a los demás sin sentir la menor culpabilidad, remordimiento y sin pasarlo mal. De estos hay muchos de guante blanco. Son los que humillan, faltan al respeto a propósito, pegan, amenazan y provocan que se sienta ridículo, menospreciado, y se cargan la autoestima. Ante ellos, salga corriendo, porque el que lo hace una vez, repite. Si le permite que le maltrate, usted terminará pensando que ese es el trato que merece. Con estas personas sufrirá el contagio del virus miedo y odio. Muy difícil de erradicar, perdura durante mucho tiempo en su memoria.

Mecanismos de defensa. Para evitar el contagio de los víricos victimistas, lo primero que hay que hacer es pararles. Decirles que estará para ayudarles a tomar decisiones y solucionar problemas, pero no para ser el pañuelo en el que ahogan sus penas sin implicarse. Estas personas se acostumbran a llamar la atención con sus desgracias, pero son incapaces de responsabilizarse y actuar porque optan por el camino fácil: llorar.

Dígale que estará encantado de ayudarle siempre y cuando se movilice. Y si no lo hace, decida alejarse de alguien que ha tomado la decisión de ser un parásito toda la vida. No lo está abandonando, le está dando aliento para que actúe. Si decide no tomar las riendas de su vida, ser su paño de lágrimas, tampoco será una ayuda. Se gasta la misma energía quejándose que buscando soluciones. La primera opción consume y resta, y la segunda suma.

“La tristeza del alma puede matarte mucho más rápido que una bacteria” (John. E. Steinbeck)

Ante el virus de pedir, el antivirus de decir no. Si usted no hace prevalecer sus necesidades y prioridades, ellos tampoco lo harán. Una cosa es ser solidario y otra muy distinta estar a disposición de todos y no estar nunca para uno mismo.

No permita que la persona vírica criticona haga juicios de otras personas que no estén presentes. Si lo hace con otros, también lo hará cuando usted no esté. No entre en su juego ni se identifique con esa conducta. Dígale que no le gusta hablar de personas que no están presentes. Y si se trata de rumores, dígale que no tiene la certeza de que el rumor sea cierto. Los rumores, la mayoría de las veces, son infundados, falsos o exagerados. Se propagan como el viento, y a pesar de que luego se compruebe que son falsos, el daño ya está hecho. Actúe como le gustaría que lo hicieran, con respeto, discreción y veracidad. Es más importante ser ético que evitar un conflicto con un criticón.

Y por último, no permita que nadie le falte al respeto y mucho menos le maltrate ni psicológica ni físicamente. Como personas, todos merecemos un trato digno. Hágase valer. Pida ayuda, póngase en su sitio, no consienta una segunda oportunidad a quien le ha hecho daño. El que le daña no le quiere; olvídese de justificarle por su pasado, su carácter, su educación, el alcohol o sus problemas. Nada, absolutamente nada, autoriza la falta de respeto y el maltrato físico y psicológico. Y esto es válido en el ámbito familiar, laboral y entre los amigos.

Rodéese de personas de bien, que le quieran y que se lo demuestren, que le hagan feliz, con las que salga con las pilas recargadas. Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar. Hay mucha gente dispuesta a ello. No las deje escapar. Las personas estamos para ayudarnos, somos un equipo.


Fuente:elpais
ILUSTRACIÓN DE JOSÉ LUIS ÁGREDA

 

A merced del ascensor

Por Elena Goicoechea

Hay quien le teme a los ascensores, un sentimiento por demás irracional, ya que, como se encargan de repetir los ecuánimes y los que saben del tema, los ascensores no se caen, punto. Punto y seguido: te invito a que dejes de lado lo que estés haciendo y conectes tu mente con la mía, a fin de que tú vivas y yo reviva cada instante de esta confusa historia…

Los maestros del género de terror dominan el arte de jugar con lo inesperado. Es una fórmula probada: lo que más aterra es lo que no esperas que suceda (fórmula que también aplica a la risa). ¿Recuerdas la escena de la película “Los otros”, cuando la pequeña niña vestida de primera comunión que jugaba sentada en el suelo voltea de pronto hacia la cámara y, en vez de su dulce carita, aparece el rostro de una vieja terrorífica? La sala de cine gritó al unísono.

Por supuesto que el factor sorpresa no sólo influye en lo que vemos, también el sonido juega un papel estelar en la fábrica del miedo. Un ruido súbito, antecedido por la calma chicha, despierta hasta los miedos que no sabías que tenías. Y ya asustado, uno es capaz de ver su propio fantasma.

Saco esto a cuento porque lo que viví fue una mini historia de terror, con efectos de sonido incluidos. Hay quien le teme a los ascensores, un sentimiento por demás irracional, ya que, como se encargan de repetir los ecuánimes y los que saben del tema, los ascensores no se caen, punto. Punto y seguido: te invito a que dejes de lado lo que estés haciendo y conectes tu mente con la mía, a fin de que tú vivas y yo reviva cada instante de esta confusa historia:

Metida de lleno en unos textos que urgía enviar al diseñador, el tiempo se me fue volando. Cuando los terminé, me di cuenta de que eran las 7:30 pm, hora en la debía recoger a mi hija. Si me apuraba, estaría ahí en 10 minutos, más otros tantos de regreso… Le prometí al diseñador que se los enviaría en veinte.

Con el bolso en una mano y el celular en la otra, corrí hacia la puerta, por la que Lorenzo, mi perro, se logró colar antes de cerrar. No me costaba nada permitir que me acompañara. Eso sí, como los perros no pueden viajar por los elevadores principales, llamé el de servicio. No tardó ni un minuto en llegar al piso 12 donde vivo; sin embargo, al detenerse hizo un ruido extraño. Dudé entre subir o llamar otro, lo cual implicaba regresar a Lorenzo a casa y escuchar sus lamentos, de modo que entré…

Más tardé en apretar el botón que las puertas en cerrar. En ese preciso instante se desplomó en caída libre, chirriando al pegar contra las paredes en su descenso. Sólo acerté a apretar todos los botones que pude con la esperanza de que parara en algún piso, pero fue en vano. ¿Cuántos pisos, cuántos segundos o minutos pasaron? Difícil calcular en retrospectiva, ya que el tiempo y la distancia se relativizan mientras viajas a la velocidad de la luz (yo creo que Einstein tuvo una mala experiencia en un elevador, de ahí su teoría de la relatividad), y más sabiendo que en cualquier instante te vas a estrellar.

El impacto fue tremendo; y el ruido producido por el mismo, estrepitoso, como el de un auto al chocar contra una pared. Sólo recuerdo que volé con la inercia y aterricé de golpe sobre mis pies, los cuales se doblaron provocando que cayera al suelo. No podía levantarme, los pies no me respondían. Intenté alcanzar el tablero para apretar el botón de emergencia, pero en mi confusión no distinguía unos botones de otros. Recuerdo que me tranquilizó el pensar que había tocado fondo y seguía viva. El gusto no me duró mucho, pues casi de inmediato, la luz se apagó y el elevador se dejó ir de nuevo a toda velocidad.

En la segunda caída mi reacción no fue de sorpresa, sino de certeza: me iba a morir. No me envolvió la confusión, sino el terror, y mis gritos desaforados tuvieron la intención de oírse más allá de la caja de acero que habría de marcar mi destino en cualquier momento.

De pronto, otro impacto tremendo me despegó del piso cual muñeca de trapo y me lanzó contra el mismo después. Luego, silencio…, que rompieron mis gritos pidiendo ayuda. ¿Y Lorenzo? No lo sé. Seguramente, tan confundido como yo.

Mi mano izquierda nunca soltó el celular, aunque estaba tan atontada que no acertaba a marcar nada. Traté de forzar las puertas, ¡imposible! Apenas logré separarlas un par de centímetros mientras me las ingeniaba para alumbrar con la pantalla del celular lo que había del otro lado: tabiques de concreto. Debo estar en el sótano, pensé, y agradecí por segunda vez estar viva. Sin embargo, por la mitad superior de la puerta entraba luz. Había quedado atorado entre pisos.

Incapaz de ponerme en pie, volví a gritar pidiendo auxilio. La voz de un hombre joven me preguntó quién era y si estaba bien. “No -le respondí-, estoy lastimada y no me puedo mover.” Lo que más me inquietaba era saber si ahora sí había tocado fondo, de modo que le pregunté: “¿En dónde estoy…?” “En el penthouse”, me respondió. Mi cabeza daba vueltas. “¡Nooooooooooo!”, chillé. ¿Cómo era posible que hubiera subido hasta ahí? Se podía volver a desplomar y ‘la tercera es la vencida’.

“¡Sáquenme de aquí, por favor!, ¡se va a caer!” -creo que repetí lo mismo diez veces en diferentes tonos…
“No se puede caer, no te preocupes”- me respondió con voz calmada mi amable vecino.

“¡Claro que se puede caer, ya se cayó!, estoy lastimada, ¡me voy a matar si no me sacan rápido!… ¡Llamen a los técnicos del elevador!, ¡llamen a los guardias!, ¡que me saquen de aquí ya!”

Poco a poco se sumaban voces que intentaban abrir las puertas sin éxito, estaban atoradas. Quería creer en las palabras de ánimo de mi vecino, pero mi mente sabía que corría peligro. Dejé de hablar por resignación. Contando el vestíbulo y los estacionamientos, me separaban tan sólo veintidós pisos del jardín… y cada instante de los cuarenta minutos que pasé encerrada sentí que la caja se desplomaría. Es difícil describir la angustia que pasé.

¿Y Lorenzo? No lo sé, de repente ladraba, pero en general, no sentí su presencia. Pobrecito, debió estar pasándola tan mal como yo y ni siquiera lo abracé. Bueno, tan mal no, porque no estaba herido. Debe ser gato de clóset, no perro, porque sabe caer.

De esto no me acordaba, pero mi amiga Tere dice que mientras estuve atrapada le llamé por teléfono para disculparme porque no podría llegar a la tradicional cena de los lunes, ya que estaba atrapada en un elevador… También hablé con mi hija Paola para explicarle que no pude llegar a recogerla porque había tenido un percance en el elevador y aún no me sacaban, pero que estaba bien…

Al fin pudieron abrir las puertas. Lo primero que hice fue estirar lo brazos para sacar a Lorenzo, después les pasé mi celular, luego mi bolsa, un zapato, el otro… y cuando era mi turno, exclamé: “Ah no, esperen, ¡falta algo!” Alcancé mi Coca Cola light de 600 ml como pude y se las pasé. “¡Eso no importa!”, dijo impaciente alguno de mis rescatistas. Qué cosas tan extrañas hace uno bajo los efectos de la adrenalina. ¿Cómo iba a dejar mi tiradero en el elevador? En un descuido, les pido una escoba para dejarlo reluciente… Estiré los brazos para que me jalaran. Temía que cuando me estuvieran sacando se desplomara la caja y me partiera en dos. Pero la libré.

Una vez fuera, como no podía mover los pies me depositaron en una silla que sacaron del penthouse. Aullaba a causa el dolor, tan sólo el roce de la piel era insoportable. Me ayudaron a posar los pies sobre un taburete mientras llegaba la ambulancia. La de la Cruz Roja ya estaba ahí, pero preferí esperar a la de Médica Móvil. Error: más me hubiera valido irme en la Cruz Roja, sin duda tendrían más experiencia sus paramédicos, además de que ya estaban ahí, mientras que los de Médica Móvil tardaron una hora en llegar porque se perdieron. Menos mal que no fue un infarto, porque no lo estaría contando.

De repente, empecé a temblar desde la mandíbula hasta los pies y a sentir que estaba metida en un iglú, congelada. Según mi amable vecino, era producto de tanta adrenalina. Mis hijas, que ya habían llegado para entonces, fueron por algo para taparme. Mientras tanto, mis pies se tranfiguraban en un par de tamales oaxaqueños.

Al fin llegó la ambulancia. Abordo venía la versión tropicalizada del Gordo y el Flaco, pero más torpes. Cuando me llevaban en camilla por el vestíbulo, no resistí y les advertí: “A verrrrr, no quiero salir en Youtube señores. He visto muchos vídeos de camilleros que tiran de la camilla a los pacientes y yo no quiero salir en Youtubeeeeee.” Más que camilleros, parecían gatilleros, estaba claro que querían eliminarme.

Elena, mi hija, me acompañó en la ambulancia. Antes de arrancar, les advertí: “Como no estoy sufriendo un infarto y lo que tengo no es de vida o muerte, por favor no enciendan la sirena y manejen despacio. Mi dosis de suerte por hoy se agotó, no quiero que corran.” Me veían cual bicho raro, como si fuera la primera persona herida que les daba instrucciones en su vida…

Bajando mi calle, sentí que mi cuerpo comenzaba a deslizarse y se lo hice notar al paramédico, pero éste respondió: “Es la sensación…” Unos segundos después, insistí: “Ya tengo la cabeza en el aire, me la estoy sosteniendo con la mano, ¿cree que sigue siendo sensación y van a esperar a que me caiga para amarrarme?”

Con el propósito de colocarme de nuevo en la plancha de acero no se le ocurrió nada mejor que jalarme por los tobillos. Uno de ellos ya estaba del tamaño de una pelota de tenis. El grito que pegué hizo que me soltara. Mejor me acomodé yo. Me amarró con dos cinturones a la camilla. Le pregunté si no debía inmovilizarme el cuello, ya que me dolía cada vez más. “Ah pos sí…” Me colocaba el collarín por encima, por debajo, por un lado… no tenía idea, así que me lo coloqué yo.

El clímax fue cuando el conductor pasó a toda velocidad por tres cráteres, hoyos, vados, topes o qué sé yo. Sólo recuerdo que fueron tres rebotes que me sacaron lágrimas. Ahí me quebré. “Lo que no logró el elevador lo van a lograr éstos”, pensé. Y me puse a sollozar desconsolada, lo cual me sirvió para liberar tensión.

¡Al fin! llegamos al hospital, donde permanecí internada cuatro días. Ya me estaba esperando ahí un excelente traumatólogo que me recomendó un primo mío, médico también. Mientras realizaban mi registro en Urgencias, el médico de guardia les hizo una seña a las enfermeras al tiempo que me advirtió: «Van a cortar su ropa.» Mis ojos se convirtieron en dos platos perplejos y salí en defensa de mi atuendo: «¡Cómo!… No, ¿por qué, para qué o qué?» «Es para no lastimarla al quitársela», explicó el galeno. «No hay problema, me aguanto, sí se puede, yo ayudo…» Crucé una mirada con la enfermera, segura de que ella entendería que la ropa no se destruye así como así.

Después de varias radiografías y una tomografía, el diagnóstico fue: politraumatismos y esguinces de importancia en cuello y espalda, así como varios en los pies y pantorrillas. Resúmen: polimadreada.

El mismo médico se sorprendió de que no hubiera ningún hueso roto, ni vértebras comprimidas, pues los daños, según me dijo, equivalían a una caída de un segundo piso. No salí tan mal parada después de todo. Saliendo del hospital, unas semanas de reposo y usar botas de astronauta, collarín, muletas y silla de ruedas por algún tiempo, así como sesiones de fisioterapia por tiempo indefinido. Cargué con un ‘look’ de panda hemipléjico varios meses, pero estoy aquí y no sufrí nada que la paciencia y el cuidado no pudieran curar.

Habrá que averiguar qué pasó en realidad, porque se paga un mantenimiento mensual a una compañía de mantenimiento de elevadores y se reporta cualquier falla. Por lo pronto, no me quedó miedo a usarlos, aunque durante varios meses me despierté frecuentemente con la sensación de que caía al vacío -será que me quedó alterado el chip. También sufrí vértigo durante varios meses.

La explicación del extraño comportamiento del elevador nunca me quedó del todo clara. Me dijeron que al caer se activan mecanismos de freno de emergencia, entre los que está un contrapeso que al soltarse hace que se detenga de golpe la caja, y por efecto del mismo, vuelva a subir a toda velocidad. Yo sólo sé lo que sentí y fue espeluznante. Tal vez sea cierto eso de que los ascensores no se caen, ¡pero cómo fastidian en el intento!

Nuestra forma de aprender es tan única como nosotros

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Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, se pasará toda la vida creyendo que es estúpido”.
– Albert Einstein.

A lo largo del año escolar, Fernando ha teniendo problemas con matemáticas. En su salón de clases tiene 24 compañeros, cada uno de ellos con diferentes capacidades y maneras de aprender. Su colegio es uno de los que podemos llamar “pequeños”, pero, a pesar de que su profesor tiene (o debería tener) el tiempo para ayudar a cada uno de sus alumnos, probablemente Fernando no mejorará su desempeño académico.

El sistema educacional hace que encasillemos a los estudiantes dentro de un solo tipo de aprendizaje rígido. Esto provoca que no todos aprendan al mismo ritmo o entiendan los mismos conceptos. El profesor tiene un programa que debe cumplir en un tiempo determinado, sin embargo, a lo largo del ciclo escolar va dejando espacios en blanco en algunos alumnos que, o no entienden, o simplemente tienen una manera diferente de hacerlo. Por otro lado, es prácticamente imposible que el profesor pueda atender las dudas de cada uno de los alumnos.

Al pasar el tiempo, esta incapacidad genera en los alumnos la falta de bases que, con el avance del curso y el grado escolar, se convierten en verdaderos océanos, detonando en bajas calificaciones, mayor distracción en clase y mala conducta.

Las materias de ciencias tienen una secuencia: si hay desconocimiento de cursos anteriores, los nuevos conceptos serán incomprensibles. Con las materias de humanidades sucede lo mismo, por ejemplo, querer aprender la Revolución Francesa sin haber estudiado antes el tema de La Ilustración, resultará muy complicado.

Todo esto genera un sentimiento de frustración y enojo en el alumno y sus padres ante las circunstancias escolares. El chico no sube sus calificaciones porque no tiene las bases necesarias para hacerlo. Los padres entran en desesperación y acuden a clases particulares para “pasar” el curso.

Otro aspecto que debemos de tomar en cuenta como padres y profesores es que “pasar” no significa aprender. Hay alumnos que cumplen con todas sus tareas y trabajos escolares y, sin embargo, no pueden lograr un mejor desempeño escolar. Estudiar o tomar clases solo resuelve los problemas inmediatos del conocimiento, pero no ayudan a tener un proceso firme de bases para avanzar en el colegio.

AnuncioMexicoEstos alumnos requieren de un profesor especializado que, de una manera didáctica y lúdica, cubra aquellas lagunas que hacen que no tenga un concepto pleno de la asignatura y que su avance sea nulo. En este caso, el alumno deberá retomar las lagunas que tiene en el aprendizaje para poder avanzar de manera firme en sus estudios.

Si eres profesor o supervisor en alguna escuela, toma en cuenta estos consejos y trata de cubrir esas lagunas con profesores especializados en su materia y con conocimientos prácticos de enseñanza, para que todos los alumnos puedan avanzar de manera firme y continua en su carrera académica.

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Edith Stein: de filósofa judía a mártir católica en Auschwitz

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Edith Stein nació en Wroclaw, Polonia en 1891.  Su familia era de religión judía. En 1911 comienza a estudiar Historia y se interesa por los derechos civiles de la mujer, así como su derecho al voto.

En 1913 ingresó a la Universidad de Gotinga, donde estudió Filosofía. Tuvo como maestro al célebre filósofo Edmund Husserl, fundador de la corriente Fenomenológica. Este pensador tuvo gran influencia sobre Edith al punto de considerarla como una de sus discípulas más destacadas. Elabora una antropología fenomenológica y publica varios libros y ensayos, entre los que destacan: La Estructura de la Persona Humana e Individuo y Comunidad.

En esta universidad logra tener una noción más clara de la fe católica. En pocos años, varios discípulos de Husserl se convierten al cristianismo. Este hecho hace reflexionar a Edith y comienza realizar diversas lecturas en torno a esa inquietud espiritual.

Sus dudas se centraban sobre todo en el hecho de que la ‘verdad’ alcanzada a través de la filosofía de su maestro Husserl, no le satisfacía plenamente. En 1921 visita la casa de unos amigos. Mientras el matrimonio sale un rato a realizar algunas compras, Edith se encuentra sola y con una bien surtida biblioteca. Le atrajo especialmente un libro: la Autobiografía de Santa Teresa de Jesús. De pronto –a mitad de la lectura de este texto- se iluminó su entendimiento y concluyó con una afirmación rotunda: “En el cristianismo se encuentra la verdad plena, que tanto tiempo llevo buscando”. Fue el inicio de su conversión.

Al día siguiente se presentó ante el párroco de una iglesia católica y le comunicó  sus deseos de convertirse al cristianismo. El sacerdote le proporcionó  varios libros para que se preparara bien en este importante paso. En enero de 1922 fue bautizada.

A partir de ese momento, se inicia una nueva etapa en su pensamiento filosófico. Se dedica intensamente al conocimiento de las obras de Santo Tomás de Aquino y del Beato Duns Scoto.  Como resultado de sus investigaciones, publica su libro Ser Finito y Ser Eterno, donde desarrolla una metafísica inspirada en la filosofía de Santo Tomás de Aquino y en la Fenomenología de Husserl.

Pero su inquietud espiritual continuaba en aumento. Después de muchas ponderaciones y consultas, decide ingresar en el Convento de las Carmelitas Descalzas -en 1932-  con el nombre de Sor Teresa Benedicta de La Cruz.

Por esos años escribe un libro de singular profundidad, titulado La Sabiduría de la Cruz en el que aborda diversos aspectos del dolor, la enfermedad y el sufrimiento, enmarcado dentro de la Cruz de Jesucristo. Recibe clara  influencia de los grandes místicos del Siglo de Oro de la Literatura Española: San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús.

En 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial. Comienza la persecución de los nazis contra el pueblo judío. En ese tiempo escribe: “Al escuchar casualmente hablar en un salón sobre las persecuciones de los hebreos, comprendí de repente que Dios había posado su mano en su pueblo y que la suerte de este pueblo era también la mía.”

Al poco tiempo, sus superioras la envían a Holanda, donde parece estar fuera de peligro.    Sin embargo, por esa época los obispos alemanes publican una carta pastoral en la que denuncian y condenan las  eutanasias practicadas por los nazis. Debido a ello, se desencadenaron una serie de represalias contra esos eclesiásticos y los católicos, en general.

El 2 de agosto de 1942,  Sor Teresa Benedicta fue arrestada por la Gestapo junto con su hermana Rosa, también convertida al catolicismo. Pronto, los nazis descubren su ascendencia judía. Una semana después es enviada al campo de concentración de Auschwitz. Allí se hizo cargo de inmediato de los  niños, cuyas madres se encontraban enfermas. Los alimentó, los lavó y los cuidó, como si fueran sus propios familiares. En resumen, desarrolló una intensa actividad con abundantes obras de misericordia y caridad.

Tenía entonces 51 años y no tenía una condición física robusta para ejercer trabajos forzados.   Debido a ello,  la condenan a muerte en las tristemente célebres regaderas  de ácido cianhídrico. Murió de forma casi instantánea, ese mismo mes de agosto.

Al recibir la condena, Sor Teresa Benedicta se percató que moriría mártir de la fe cristiana. Recibió la noticia con gozo y paz. Se preparó espiritualmente con mucha oración y mortificación.

En su interior pensaba: “La ilimitada y amorosa devoción a Dios y el don por el cual Dios se da a ti son la mayor elevación de la que el corazón es capaz, es el mayor grado de la oración. Las almas que han alcanzado tal grado son realmente el corazón de la  Iglesia”.

Ofreció, también, su holocausto por la conversión del pueblo judío y para alcanzar la salvación y la misericordia tanto para los perseguidos como para los perseguidores.

Sobre su martirio escribió también: “No es la actividad humana la que puede ayudarnos, sino la Pasión de Cristo. Deseo participar en ella”. (…)”Sólo se comprende la Ciencia de la Cruz, cuando se ama profundamente”. Y repetía la antigua frase cristiana: “Salve Cruz, esperanza única”, atribuida al Apóstol Andrés cuando –siguiendo los pasos de Jesucristo- se encaminaba a su martirio para  ser clavado en una cruz.

En 1987 fue beatificada por el Papa Juan Pablo II considerando su vida como una mujer, hija de Israel, Mártir por la fe en Cristo y Víctima del exterminio judío. En 1998, este mismo Romano Pontífice, en la Basílica de San Pedro en Roma, la canonizó como Mártir y la declaro Co-Patrona de Europa, junto con San Benito.

Francia, Alemania y Japón anunciarán inversiones en México

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Los refuerzos para el sector empresarial mexicano se encuentran en camino. Juan Pablo Castañón, presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), aseguró que Francia, Alemania y Japón están interesados en anunciar inversiones en México.

“Las naciones que se cierran se quedan solas. El mundo hoy, más que nunca, necesita ejemplos de apertura. México sigue comprometido con su modelo de desarrollo con libre mercado y apertura comercial”, dijo en conferencia de prensa el presidente del CCE.

En 2017, el organismo empresarial espera que el país logre captar 25,000 millones de dólares (mdd) de Inversión Extranjera Directa (IED), sumada a la la repatriación de capitales, esta última medida fue acordada con el gobierno federal en el plan anunciado para apoyar las economías familiares.

Los empresarios acompañan a los negociadores a Europa, y buscan llegar a Asia, Oceanía y Sudamérica. Las compañías instaladas en México plantean afianzar los lazos comerciales con Argentina y Brasil a través de los 40 tratados acuerdos comerciales que mantiene México a nivel global.

El CCE llama a buscar nuevos aliados para colocar los productos manufacturados en México, como es Europa, Latinoamérica, Oceanía y Asia.

Incentivos fiscales, lucha contra la corrupción, impulso a la banca de desarrollo y comercial son parte de las demandas que mantiene el sector empresarial respecto al gobierno federal.

El rumbo está en el fortalecimiento del mercado interno y la diversificación de los mercados.

Los empresarios se comprometieron a continuar con las inversiones en el país y el apoyo a los emprendedores en su expansión, con el fin de generar nuevos empleos.

“La fortaleza de nuestro país depende de nosotros mismos”, dijo Juan Pablo Castañón.

También consulta esta noticia en Alto Nivel.

 

Fuente: http://www.guruchuirer.com/informa.php?nc=3062

Ahora le toca a Estados Unidos

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DURHAM, Carolina del Norte– Es tristemente familiar para mí la indignación y alarma que muchos estadounidenses sienten ante la noticia de que sus servicios de inteligencia han confirmado que Rusia intervino en las recientes elecciones con la intención de que Donald Trump fuera el próximo presidente.

He vivido antes esa misma indignación, esa misma alarma.

Para ser más específico: la mañana del 22 de octubre de 1970, en lo que por entonces era mi casa en Santiago de Chile, escuché, junto a mi mujer Angélica, un flash extraordinario por la radio. Un comando de ultra-derecha había atentado contra el General René Schneider, jefe de las fuerzas armadas chilenas. No había esperanza de que sobreviviera a los tres balazos que había recibido.

Angélica y yo tuvimos la misma reacción: es la CIA, exclamamos, casi al unísono. No teníamos en ese momento pruebas fehacientes de ello –si bien con el tiempo aparecería abundante evidencia de que teníamos razón–, pero no dudábamos de que se trataba de otro intento más de Estados Unidos de subvertir la voluntad del pueblo chileno.

Seis semanas antes, Salvador Allende, un socialista de férreas convicciones democráticas, había ganado la presidencia, a pesar de que Washington había gastado millones de dólares en una campaña de guerra psicológica y desinformación tratando de prevenir aquella victoria. El gobierno de Richard Nixon no podía tolerar esa revolución sin violencia que proponía Allende, su programa de liberación nacional y de justicia social y económica.

El país estaba plagado de rumores de un posible golpe de Estado. Ya había sucedido en Irán y Guatemala, en Indonesia y Brasil, donde mandatarios reacios a los intereses norteamericanos habían sido derrocados. Ahora le tocaba el turno a Chile. Y, debido a que el general Schneider se oponía tenazmente a esos planes, lo habían ultimado.

La muerte de Schneider no impidió que Allende asumiera el mando, pero la CIA, obedeciendo las órdenes de Henry Kissinger, prosiguió su asalto a nuestra soberanía durante los próximos tres años, con sabotajes a nuestra economía (“que grite de dolor”, según palabras textuales de Nixon), y también promoviendo bombazos y asonadas militares. Hasta que, finalmente, el 11 de septiembre de 1973, Allende fue depuesto, y murió en el Palacio de La Moneda. Fue el comienzo de una dictadura letal que duraría diecisiete años. Años de tortura y ejecuciones, largos años de desapariciones, persecución y exilio.

En vista de tanto dolor, se podría presumir que estaría justificado cierto regocijo de mi parte al ver a los estadounidenses agitados y furiosos ante el espectáculo de su propia democracia mancillada por una potencia extranjera, como fue mancillada la nuestra y la de tantas otras naciones por Estados Unidos. Y, en efecto, es irónico que la CIA, la misma agencia que para nada le importó la independencia de esas naciones, ahora se lamente de que sus tácticas hayan sido imitadas por un pujante rival internacional.

Puedo saborear la ironía, pero confieso que no siento regocijo alguno. No se trata tan solo de que, habiendo adquirido la nacionalidad estadounidense y habiendo votado en esta última elección, de nuevo sea víctima de este tipo de siniestra intromisión. Mi desaliento deriva de algo que va más allá de un sentido personal de vulnerabilidad. Estamos ante un desastre colectivo: quienes votan en Estados Unidos no deberían sufrir lo que nosotros, los que votamos en Chile, ya padecimos. Es intolerable que el destino de los ciudadanos, del país que fuere, sea manipulado por fuerzas foráneas.

Y es peligroso subestimar y despreciar la seriedad de esta violación de la voluntad popular. Cuando Trump niega, como lo hacen también sus acólitos, que su elección como presidente fue fruto, como aseguran los servicios de inteligencia, de la intervención rusa, se está haciendo eco, extrañamente, de los mismos argumentos con que nos respondieron los opositores de Allende cuando muchos chilenos acusamos a la CIA de interferir en nuestros asuntos internos. Trump usa términos idénticos a aquellos que se reían de nosotros en ese entonces: tales alegatos, dijo, son “ridículos” e “inverosímiles”, pura “teoría de la conspiración”, puesto que es “imposible saber quién está detrás de esto”.

En Chile, sí que terminamos sabiendo quien estaba “detrás de esto”. Gracias a la Comisión Church del senado y su valiente informe de 1976, el mundo descubrió los crímenes de la CIA, los múltiples modos en que había destruido la democracia en países extranjeros con el supuesto fin de salvarlos del comunismo.

Estados Unidos merece, como lo merecen todas las naciones del planeta –incluyendo, por cierto, a Rusia– la posibilidad de elegir a sus líderes sin que alguien en alguna sala remota en un país lejano determine el resultado. El principio de coexistencia pacífica y respeto mutuo es la piedra fundacional de la libertad y la auto-determinación de los pueblos, un principio que, nuevamente, ha sido vulnerado, perjudicando esta vez a Estados Unidos.

¿Qué hacer, entonces, para restaurar la fe en el proceso democrático?

Primero, tiene que haber una investigación pública, independiente, transparente y exhaustiva de manera que, si ciudadanos estadounidenses y agentes extranjeros colaboraron para adulterar el último proceso electoral, ellos sean expuestos y castigados, por muy poderosos que sean. El presidente electo debe exigir tal investigación en vez de mofarse de ella. La legitimidad de su régimen, ya menoscabada por la significativa mayoría de Hillary Clinton en el conteo del voto popular, depende de ello.

Pero hay otra misión, más elevada, que tendría que emprender el pueblo mismo de Estados Unidos, hagan lo que hagan los políticos y los funcionarios de inteligencia. Las implicaciones de este asunto deplorable deberían llevar a una meditación incesante y despiadada acerca de los valores, las creencias y la historia de este país compartido.

Estados Unidos no puede, de buena fe, denunciar lo que se ha perpetrado contra sus ciudadanos decentes si no está dispuesto a confrontar lo que se perpetró en su nombre contra ciudadanos igualmente decentes de otros países. Y como resultado de esta auto-examinación, tendría que resolver firmemente nunca más llevar a cabo tales actividades altaneras e imperiales.

¿Qué mejor ocasión para que América se mire en el espejo, qué mejor momento que este para que el país de Abraham Lincoln enfrente su propia y auténtica responsabilidad?

Fuente: https://www.nytimes.com/es/2016/12/17/ahora-le-toca-en-estados-unidos/?smid=fb-espanol&smtyp=pay&smvar=timespteng

¿Por qué 94 muertes por terrorismo causan más miedo que 301,797 muertes por armas de fuego?

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Al dar demasiada difusión e importancia al poco probable riesgo de un ataque terrorista, los políticos y los medios contribuyen a que se logre el objetivo de sembrar el miedo en la sociedad, objetivo del terrorismo. ¿Es por ignorancia o lo hacen para lograr sus propios objetivos al manipular las emociones de la gente?

Según la New America Foundation, los jihadistas han asesinado a 94 personas en territorio americano entre 2005 y 2015. Durante el mismo periodo, 301,797 personas murieron por disparos de armas de fuego en los Estados Unidos, reporta Politifact.

Estas cifras parecen indicar que la prohibición firmada por Donald Trump’s para recibir personas de siete países con el propósito de «proteger a los norteamericanos de los ataques terroristas perpetrados por extranjeros» es un error.

Pero Trump sabe que los americanos temen más al terrorismo que a las armas. a pesar de que los hechos arrojan que tienen 3,210 más probabilidades de que los mate una bala que un atentado terrorista.

La Universidad Chapman condujo un estudio (Survey of American Fears) sobre los miedos de los americanos durante más de tres años. Preguntó a 1,500 adultos a qué temían más. Organizó los miedos en categorías que incluían: miedos personales, teorías de conspiración, desastres naturales, fenómenos paranormales y miedo a los musulmanes.

En 2016, el miedo número 1 de los americanos era «la corrupción de los oficiales del gobierno», igual que en el 2105. Los ataques terroristas estaban en segundo lugar. Y el número 5 no fueron las armas, sino la prohibición de las armas. El miedo de perder a un ser querido fue el siguiente en la lista.

Una razón de que los miedos de la gente no sean proporcionales al riesgo real es que nuestro cerebro está condicionado por la evolución para hacer juicios rápidos, que no siempre están sustentados en el razonamiento lógico. «Nuestras emociones nos empujan a emitir juicios instantáneos, lo que tal alguna vez fuer útil, pero ya no lo es», afirma la psiquiatra infantil Maia Szalavitz, que escribió para la revista Psychology Today.

Asimismo, el miedo fortalece la memoria, de modo que catástrofes como un avión que se estrella o un ataque terrorista se empotran en nuestra memoria, mientras que tendemos a olvidar los horribles accidentes que vemos cotidianamente en las carreteras. “Como resultado, sobrestimamos las probabilidades de que ocurran eventos terribles, pero poco frecuentes, y minimizamos el riesgo de los eventos ordinarios», explica Szalavitz.

La percepción del riesgo (Risk perception) solía estar basada en una ecuación analítica: multiplicar la probabilidad de que ocurra un evento por el daño potencial que causa si llega a ocurrir. Pero Paul Slovic, profesor de Psicología en la Universidad de Oregon, comprende que es el poderoso rol de las emociones en la toma de decisiones (understood the powerful role of emotions) lo que altera la ecuación. Hay muchas cosas que alteran nuestra forma de percibir el riesgo:

  • Si confías en la persona con la que estás tratando (la desconfianza aumenta la percepción de riesgo)
  • Control o falta de control (la falta de control aumenta la percepción del riesgo)
  • Es un hecho catastrófico o crónico (lo catastrófico aumenta la percepción del riesgo)
  • Si incita el pavor o la ira (el pavor aumenta la percepción del riesgo)
  • Incertidumbre (falta de conocimiento sobre algo aumenta la percepción del riesgo)

La mayoría de la gente no distingue bien entre «un riesgo entre mil» y «un riesgo entre un millón», afirma Mark Egan, consejero asociado en el Behavioral Insights Group de Londres.

Baruch Fischhoff, científico especialista en decisión en el Carnegie Mellon, sostiene que la impredecibilidad del terrorismo puede causar más miedo que un accidente de auto: «El terrorismo no es como los accidentes de los vehículos de motor, en los que el desempeño pasado puede predecir el desempeño futuro. El terrorismo puede cambiar su modus operandi, de modo que no es irracional que la gente reaccione diferente ante un evento incierto.»

Eso es exactamente lo que hicieron los estadounidenses tras los ataques a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Las personas comenzaron a viajar en avión con menos frecuencia y a conducir con más. El resultado, estima el alemán Gerd Gigerenzer, especialista en riesgo, fue que aumentó en 1,595  el número de americanosque murieron en accidentes viales durante los siguientes doce meses.

Michael Rothschild, entonces profesor emérito de la Universidad de Wisconsin, calculó algunos de los riesgos que enfrentamos (risks):

  • 1 en 1 millón: riesgo de morir en un avión secuestrado, asumiendo que vueles cuatro veces al mes y los secuestradores destruyeran un avión al año. (precisando, desde el 9/11, no han secuestrado ni destruido ningún avión los terroristas en Estados Unidos).
  • 1 en 7,000: riesgo anual de morir en accidente vial.
  • 1 en 600: riesgo anual de morir de cáncer.

Rothschild culpa a los políticos de exagerar el riesgo del terrorismo. La saturación de ese tipo de noticias en los medios también tiene parte de culpa. Tener acceso fácil a imágenes de cada atrocidad que sucede a la humanidad nos hace propensos a lo que los científicos del comportamiento llaman sesgo de disponibilidad, esa tendencia a dar mayor peso a aquello que nos viene fácil a la mente. La cobertura general de los ataques del 11/9 infiltraron con éxito las imágenes del terrorismo en nuestra mente; mientras que las balaceras que suceden a diario, con excepción de los tiroteos masivos, son ignoradas por la gente, por lo que tienen un efecto menor.

«Solemos reaccionar exageradamente ante las amenazas visibles», afirma Max Bazerman, co-director del Center for Public Leadership de Harvard Kennedy School y experto en toma de decisiones.

Tras el atentado con bombas durante el Maratón de Boston en 2013, Roxane Cohen Silver y dos coautores analizaron qué fue lo que causó mayor estrés: estar presente o cerca del lugar donde estallaron las bombas o estar expuesto a las imágenes en los medios. Descubrieron que “estar expuesto repetidamente a esas imágenes se asociaba en forma directa con un nivel más alto de estrés agudo que el causado por la exposición directa.»

El presidente Trump responde al desmedido miedo al terrorismo de la gente. Desafortunadamente, su precipitada orden ejecutiva no va a funcionar —tal como publicó the Wall Street Journal, “de 180 individuos acusados de crímenes relacionados con el terrorismo jihadista o que murieron antes de ser acusados, solo 11 provenían de los siete países a cuyos ciudadanos se prohibió la entrada a los Estados Unidos. No prohibió gente de Arabia Saudita, Líbano, los Emiratos Árabes o Egipto —lugar de origen de los terroristas que llevaron a cabo los ataques del 9/11.

Fuente: https://qz.com/898207/the-psychology-of-why-americans-are-more-scared-of-terrorism-than-guns-though-guns-are-3210-times-likelier-to-kill-them/

Estudiantes de MBA piensan que el liderazgo es una habilidad cotizada; los empleadores no están de acuerdo

School of Business graduates toss their hats into the air for family members to take pictures outside the main building at the University of Sydney in Australia, April 22, 2016.

Estudiantes de MBA en instituciones de prestigio, ansiosos de entrar al mundo corporativo, suelen creer que el liderazgo es una de las habilidades más importantes que están desarrollando. Los empleadores no tanto.

Un reciente estudio muestra una aguda diferencia entre el valor conferido al liderazgo  por los estudiantes y por los reclutadores de personal, quienes la sitúan casi al final de la lista de las ocho habilidades más importantes que se aprenden en la escuela de negocios. Muy por encima están el profesionalismo, el pensamiento crítico y la habilidad para trabajar en equipo.

Jeff Kavanaugh, consultor de Infosys y profesor adjunto de la Universidad de Texas, Dallas, pidió a los estudiantes que calificaran sus propias habilidades. No es de extrañar que en una escala de 0 a 10, indicando el 10 para el nivel de mayor competencia, los estudiantes se calificaron con 7 o más en todas las habilidades, mientras que los reclutadores les dieron arriba de 7 solo en la habilidad para manejar la tecnología de la información (IT).

En los que menos coincidieron las calificaciones de los estudiantes y los empleadores fue en la forma de percibir las habilidades de liderazgo. Los primeros se dieron un 8 en promedio, mientras que los reclutadores les dieron un 5.5, la calificación más baja de la lista de habilidades.

La encuesta incluyó a 3 mil estudiantes y a 10 mil reclutadores, fue conducida por Kavanaugh y reportada por Poets & Quants, un sitio online para estudiantes.

Los egresados se consideran aptos para asumir el mando; sin embargo, sus posibles empleadores lo que buscan no son líderes, sino trabajadores sólidos que sean puntuales y hagan bien el trabajo.

 

Fuente: https://qz.com/894476/mba-students-think-business-schools-like-harvard-and-stanford-have-made-them-brilliant-employers-dont-agree/

 

Anciana lucha por su vida mientras le aplican el "suicidio asistido"

Enero 31, 2017- Un médico holandés fue absuelto de los cargos levantados en su contra luego de un incidente en el que éste indicó a los familiares de la paciente que la contuvieran mientras luchaba para detener la aplicación de la inyección fatal.

“Estoy convencido de que el doctor actuó de buena fe», dijo el Jacob Kohnstamm, presidente del comité que revisó el caso. El reporte entregado por dicho comité admitió sin embargo que era necesaria más claridad en el manejo de ese tipo de casos en el futuro.»

El suicidio asistido por un médico es legal en los Países Bajos. Este caso involucraba a una mujer que sufría Alzheimer, quien había firmado la autorización para que le quitaran la vida cuando llegara el «momento adecuado». No obstante, cuando su familia determinó que ese momento había llegado, la mujer luchó conntra el médico en vano a fin de salvar su vida.

No creo que eso pueda llamarse suicidio, sino asesinato. No importa si firmó o no la autorización por convicción o bajo presión tiempo atrás, el caso es que debió tener derecho a cambiar de opinión, ¿no creen?

 

 

Cardenales de Los Estados Unidos levantan la voz contra la orden firmada por Trump contra inmigrantes y refugiados

Al menos una docena de obispos de Estados Unidos, entre los que están cinco cardenales, han declarado su rechazo a la orden ejecutiva firmada por Trump contra inmigrantes y refugiados.

El Cardenal Blase Cupich de Chicago habló de “un momento oscuro de la historia de los Estados Unidos», mientras que el Cardenal Joseph Tobin de Newark dijo que “son lo contrario de lo que significa ser americano. Cerrar fronteras y levantar muros no son actos racionales.»

El Cardinal Donald Wuerl of Washington afirmó: «Esperamos que en tanto el gobierno federal muestre cualquier preocupación legítima por la seguridad, que no sea a expensas de gente inocente que tiene necesidad y que emprenda las acciones necesarias para asegurar que su integridad sea protegida, así como para que se expidan los procesos que les permita recibir la ayuda humanitaria que requieran.»

«El vínculo entre cristianos y musulmanes se funda en la fuerza inquebrantable de la caridad y la justicia», dijo el Cardenal Daniel N. DiNardo de Galveston-Houston, presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos.

El Arzobispo José Gómez de Los Angeles, vicepresidente de la misma, aseveró que “la Iglesia no cejará en su esfuerzo por defender a nuestras hermanas y hermanos de todas las creencias que sufran a manos de quienes los persiguen sin misericordia. Debemos estar vigilantes de posibles infiltrados que quieran hacernos daño, pero siempre debemos dar la bienvenida a los amigos». Y agregó: «Nuestro Señor Jesucristo huyó de la tiranía de Herodes, fue falsamente acusado y abandonado por sus amigos. No tenía en dónde apoyar la cabeza (Lc. 9:58).»

 

Recuerdan los obispos que recibir al necesitado no es una opción para los cristianos. Es la esencia misma del cristianismo.

 

Durante una rueda de prensa en Baltimore celebrada este martes 30 de enero, al centro se encuentra el Cardenal Daniel DiNardo, de la Arquidiócesis de Galveston-Houston, nuevo presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, y el Obispo Jose Gomez, de Los Angeles, el nuevo vicepresidente, a su derecha.