Las relaciones afectivas en la era de la modernidad líquida: el caso de Tinder

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Por Ángela Wolfe Puente

Este artículo parte de una reflexión sobre la naturaleza de las relaciones interpersonales en el siglo XXI. Utilizando el ejemplo de Tinder, se analiza el papel de las nuevas tecnologías y la fragilidad de los vínculos humanos en el contexto de este nuevo metarrelato, catalogado por Zygmunt Bauman como “modernidad líquida” o “segunda modernidad” por Ulrich Beck.

No pretendo hablarte del amor ni de lo bonito que es, ni de lo odioso que puede llegar a ser, ni de los dolores de cabeza que trae o de los que a veces quita. Quiero hablarte de la falta de emociones, del descalabro de las relaciones conocidas como “normales” (sólidas, diría Bauman), de la falta de compromiso, del individualismo extremo, del “todo vale”, de cómo se escurre el amor en este renacimiento de los “tiempos modernos”, como se escurren los relojes de Dalí en las fauces del tiempo.

La sociedad actual nos ha transformado en máquinas expendedoras de sentimientos, en objetos para ser expuestos, consumidos, usados y luego tirados. Y lo peor es que está de moda, es trendy. No hablo solo de las relaciones interpersonales, sino del amor al prójimo, tan olvidado hoy en día. En general, nuestro individualismo y desapego, a menudo confundido con racionalidad, nos ha vuelto sordos y mudos frente al sufrimiento ajeno.

Esa sociedad irrefrenablemente consumista que hemos ido construyendo desde los años 20 nos está pasando factura. Inmensamente influida por la tecnología, que nos hace caer en la trampa fácil de lo consumible, del amor reflectante de una pantalla, de lo breve, del amor instantáneo. El mejor ejemplo es Tinder. Sin embargo, antes de continuar, será mejor explicar ciertos conceptos que debemos
tener claros.

¿Qué entendemos por “líquido”, por modernidad líquida, por segunda modernidad? Si bien el líquido hace referencia al estado físico de una sustancia, la misma palabra es una metáfora o, mejor dicho, un símil de la realidad actual.

Hasta hace aproximadamente dos generaciones la realidad social era sólida, pero luego, en cuestión de pocos lustros, todo se derritió; nos modernizamos, nos abrimos al mundo. Las seguridades que antes teníamos desaparecieron, ciertas maneras de pensar se empezaron a extinguir; entramos en la segunda modernidad, en la modernidad líquida. Mi abuelo supo que durante toda su vida se dedicaría a lo mismo y que siempre estaría con mi abuela. Sin embargo, yo no sé dónde estaré el año que viene. No sé qué deparará el futuro, dónde trabajaré, dónde viviré y menos quién será mi esposo.

El concepto de “modernidad líquida” hace referencia a la sociedad actual, carente de cimientos fuertes que soporten los embates del tiempo. Ulrick Beck hablaba de la primera y segunda modernidad, de este gran cambio en el metarrelato, cuya condición líquida lleva consigo la disolución y el cambio de las sociedades tal y como las hemos conocido siempre (Nuestras identidades personales, socioculturales y políticas han cambiado mucho). El mayor producto (o ¿productor?) de esta liquidez y segunda modernidad es la globalización.

Volviendo a las relaciones afectivas, se podría decir que antes se nadaba, mientras que ahora solo fluimos. Hoy en día son tan complicadas porque algunos de nosotros parecemos salidos de la primera modernidad, y… eso no es trendy. Vivimos en la sociedad del “todo vale”, del “es solo temporal”. Tres características muy significativas de esta nueva modernidad que han afectado la manera como construimos nuestras relaciones afectivas son: el consumismo, el individualismo y la instantaneidad.

Hoy en día, las relaciones se parecen mucho a ir de compras. Nos hemos convertido en mercancía, y nuestro valor ya no depende enteramente de nosotros, sino del que nos dan los demás (en el caso de Tinder, la cantidad de matches; en el caso de Instagram, la cantidad de likes; etc.). Por lo tanto, en lugar de conferirnos este valor nosotros mismos a través de la realidad, nos construimos un perfil virtual, bello, bonito y barato. Ante todo, un perfil que nos venda bien.

La semana pasada paseaba con una amiga extranjera; en lugar de disfrutar de la ciudad y de observar lo que había a su alrededor, mi amiga se dedicó durante más de media hora a mirar su móvil, mientras iba pensando qué pie de foto podía escribir que le diera más likes. Estas prácticas son solo pequeños detalles que revelan hasta qué extremos hemos llegado. Otro ejemplo: estaba tomándome un vino con esta misma amiga y otra chica, y cuál no sería mi sorpresa cuando regresé del baño y me las encontré a las dos haciendo tindering (que es como se llama en inglés el acto de usar Tinder mientras esperas un posible match). Le pregunté por qué estaba haciendo tindering si en tres días de viaje no iba a tener tiempo de quedar con nadie, y me contestó: “Porque es divertido, como irse de compras”. Esto me hizo comprobar que ya no somos personas, sino mercancía. Lo que me da pie para hablar de la segunda característica, el individualismo.

Progresivamente, estamos retrayéndonos en nosotros mismos y dejando de observar la realidad que nos rodea. Nuestra falta de amor al prójimo, sobre la que hablaba al principio, proviene de este fenómeno. Nos hemos acostumbrado a percibir las realidades de manera fácil, rápida y sencilla, a través de un display artificial, de una App que, además, filtra nuestras preferencias; todo debe estar personalizado y adaptado al gusto del consumidor.

Por otro lado, vemos estas realidades según nos las cuentan, pues toda la información que nos llega está en cierto modo manipulada, nada ni nadie está exento de ideología. El mero hecho de que un acontecimiento o noticia lo cuente una persona u otra, un cierto medio u otro, ya mancha su esencia. La única manera de conocer algo tal y como se ha producido es experimentarlo uno mismo. El caso es que esta espiral nos ha vuelto ciegos y sordos al dolor ajeno. El amor al prójimo y a Dios ha muerto, y nosotros los hemos matado. Es paradójico cómo algo que debería hacernos más conscientes del dolor ajeno a nivel global y facilitar las relaciones afectivas en la distancia, cause en cambio ceguera y desapego.

Por último, la instantaneidad, estrechamente ligada al factor del consumismo. Cuanto más instantáneo sea un bien o un servicio, más se consume, y, normalmente, menor es su calidad. Hemos comenzado a identificar lo rápido o lo instantáneo con lo productivo, con algo que es “bueno”; sin embargo, no todo lo productivo es bueno, puesto que hay cosas que simplemente no caben en dicha categoría. La instantaneidad en las relaciones afectivas es la peor medicina para la soledad y la tristeza, como ir de compras, que es muy entretenido mientras estás obnubilado con los maravillosos artículos en oferta, pero que cuando llegas a casa te provocan una sensación de vacío.
Lo que rápido se consigue, rápido se pierde.

Tinder es una aplicación móvil gratuita que salió al mercado en 2012 y que se ha vuelto progresivamente más popular y socialmente aceptada. ¿Cómo podríamos definirla? Quizás el término adecuado sería “citas online exprés”. El objetivo es lograr matches o contactos. Primero, se debe crear un perfil con varias fotos, casi siempre conectado a la cuenta de Facebook del usuario. Una vez creado el perfil, este utiliza la localización del usuario para mostrarle y sugerirle perfiles cercanos (se puede ajustar el radio de distancia; por ejemplo, ver sólo perfiles que estén a un máximo de 4 km. Y también se puede ajustar el rango de edad que el usuario desee).

Estos perfiles se van sucediendo en la pantalla uno detrás de otro, y el usuario debe arrastrar la foto hacia la derecha o la izquierda, según le interese el perfil o no. Si se da el caso de que dos usuarios se hagan mutuamente swipe right (el hecho de deslizar la foto de la otra persona hacia la derecha), entonces se desbloquea un chat (es decir, se da un match, se establece contacto) y se puede hablar con la persona seleccionada. Es un sistema rápido, sencillo y productivo. Nada de pasarse horas y horas en una página web de citas, rellenando una infinidad de preguntas personales. Tinder es menos comprometido; requiere menos tiempo, menos esfuerzo. Tinder se ha hecho tan popular que ya no es un simple medio para conocer a una potencial pareja, sino que se ha convertido en una red social más.

Entonces, ¿cuál es el fin de Tinder? ¿Conocer gente nueva en una nueva ciudad? ¿Conseguir pareja? ¿Tener encuentros casuales? Quizás esta aplicación comenzó con un objetivo concreto y un nicho de mercado muy específico, pero su popularización —especialmente entre los millenials— ha hecho que su uso y objetivos se diversifiquen: desde buscar amistades tras mudarse a vivir a una ciudad nueva, hasta localizar gente con intereses similares o que se encuentre en situaciones parecidas (por ejemplo, dos personas que estén de viaje durante unas semanas en la misma ciudad y quieran conocer el lugar acompañados de alguien más). De todos modos, su uso preferente sigue siendo el de mantener relaciones casuales y rápidas, exentas de compromiso.

Una buena amiga mía tiene Tinder desde hace más de tres años, ya que su vida le requiere estar cada año en una ciudad diferente. Me ha hablado de Tinder y de su uso distinto en las ciudades en las que ha estado y en los diversos países. Me parece muy interesante el caso de París, en contraposición con el de Madrid. Según ella, en París todos los millenials tienen Tinder. Es algo tan común como tener Facebook, y no lleva consigo ninguna connotación específica. Es solo una red social más. Sin embargo, en Madrid no tanta gente usa Tinder y el hecho de tenerlo sí supone cierto tipo de connotaciones.

Otras cuestiones relacionadas con Tinder son el tipo de uso y la duración. ¿Es adictivo? Encontré un artículo muy interesante sobre el uso problemático de Tinder (Problematic Tinder Use Scale —PTUS—) y lo que en psicología se denomina “adicciones conductuales”. Este estudio enumera seis modelos de componentes para identificar usos problemáticos de Tinder: (A) prominencia (el uso de Tinder domina el pensamiento y el comportamiento); (B) modificación del estado de ánimo (Tinder modifica/mejora el estado de ánimo); (C) tolerancia (incremento de la cantidad de tiempo que se le dedica a Tinder); (D) abstinencia (se producen sentimientos desagradables si se descontinua el uso de Tinder); (E) conflicto (el uso de Tinder compromete las relaciones sociales y otras actividades); (F) recaída (tendencia a la vuelta a ciertos patrones del uso de Tinder tras la abstinencia o el control de dicho uso)”.

Cuando lo adictivo en sí mismo es hacer swipe o tindering, contactar con alguien para una cita es un hecho que realmente no tiene importancia. Habla también de la búsqueda constante de validación personal: el hecho de usar Tinder y conseguir matches hace que el usuario se sienta mejor, porque se siente validado por los demás.

En cuanto a la mejora del estado de ánimo, sucede porque al sentirse aceptado por otros y tener más matches, el usuario se siente más “querido”. Pero todo esto es en realidad una gran mentira, porque no es el usuario el que se acepta a sí mismo, sino que la dinámica de Tinder crea una ilusión. Sería algo así como tomarse un antidepresivo, en vez de tratarse con un psicólogo. Lo primero ayuda de manera más o menos inmediata, durante un tiempo reducido, pero lo segundo es lo que realmente ayuda a solucionar el problema.

Me gustaría hacer una reflexión sobre la tecnología y la manera que tiene de cambiar nuestros patrones de conducta, sobre todo, en cuanto a las relaciones afectivas y sociales: mis abuelos conocían a sus futuras parejas en las fiestas del pueblo o través de un amigo que tenía una amiga que tenía una prima que estaba soltera, etc. Sin embargo, como millenial tengo otras maneras (propias de la segunda modernidad) de conocer gente, y me pregunto: ¿cuáles serán las de mis nietos?, ¿las de la hipotética tercera modernidad?

A veces debemos pararnos a pensar de dónde venimos, hacia dónde vamos y qué tipo de sociedad estamos legando a nuestros hijos. ¿Es mejor o es peor? Sea como fuere, el primer paso es ser conscientes de los procesos a los que nuestra sociedad nos somete para desarrollar resistencia a ellos. Debemos descubrir nuestra propia penicilina para resistir las dinámicas de la sociedad actual y encontrar el equilibrio entre la modernidad, el progreso y la esencia de la vida y la existencia. Solo así evitaremos convertirnos en máquinas.

Fuente: Reflexiones Marginales

Este artículo fue condensado por motivos de espacio, pero puedes leerlo completo, con referencias bibliográficas y fuente, en la siguiente página: https://goo.gl/ANucqh