Por Saúl Hernández Bolívar
Cuando los comunistas llegan al poder, hacen lo que sea para no soltarlo jamás.
En Colombia estamos viendo la situación de Venezuela de manera muy deportiva, tal vez porque nuestros vecinos prefieren otros países para reemprender sus vidas. En tiempos de Chávez, muchos profesionales se refugiaron principalmente en Estados Unidos, España y Panamá, mientras que ahora emigran personas menos calificadas, sobre todo a Perú y Chile. Aun así, en nuestras ciudades ya son visibles, y debemos ser solidarios; pero si no hay trabajo para los de aquí, ¿cómo puede haberlo para los de allá? Las cifras de Mauricio Perfetti están tan adulteradas como las de doña Tibisay.
El día del fraude, Tibisay Lucena anunció temprano que el 99 por ciento del electorado estaba asistiendo a las urnas, pero abundan las imágenes que muestran la soledad de los sitios de votación: no se ven ni los 2,5 millones de votantes estimados por la oposición ni los 3,7 señalados por ‘Reuters’. Luego la denuncia hecha por Smartmatic –empresa acusada de adulterar los comicios desde el 2004– más parece un intento de minimizar el fraude con esa vaguedad de “al menos un millón”, que se traduce como “apenas un millón”.
Al final cantaron 8,1 millones de votos, el 41,5 por ciento del censo electoral, aunque alrededor del 90 por ciento de los venezolanos están en contra del gobierno de Maduro y de esa constituyente, que, de conformidad con el artículo 347 de la moribunda constitución chavista, solo el pueblo podía convocar. Un triunfo insólito con la votación más alta en la historia de ese país, justo en el peor momento del castrochavismo. Todo un imposible metafísico.
Pero lo anecdótico es lo de menos. El problema es que cuando los comunistas llegan al poder, hacen lo que sea para no soltarlo jamás. No lo ceden por la vía electoral, no sucumben a la presión internacional, no se doblegan ante las manifestaciones pacíficas del pueblo en las calles y, por el contrario, les sacan partido a las sanciones económicas, proclamándose como países soberanos que luchan contra el imperialismo, así como a los candorosos, complacientes y estériles diálogos y acercamientos. La prueba es que Cuba sigue ahí, tras 58 años, como el dinosaurio del cuento de Monterroso.
Lamentablemente, las fuertes protestas de los últimos tres meses en Venezuela terminarán apagándose en medio de una heroica resignación porque, al fuego lento de un muerto hoy y otro pasado mañana, transcurrirán 50 años sin que el régimen se despeine. Sin una oposición armada, a los venezolanos solo les queda rendirse o huir, y ahí sí veremos una horda de millones de refugiados en Colombia.
Y la realidad es que ellos están solos. Pueden pasar largos años antes de que la comunidad internacional actúe con sensatez y apruebe una intervención militar. Por ahora, la intromisión de Rusia aleja la posibilidad de que Estados Unidos se inmiscuya; Trump tiene otras prioridades. Así que todo depende de las Fuerzas Armadas de Venezuela, en cuyo seno, como vimos el domingo, hay muchos inconformes, aunque no los suficientes para restaurar la democracia con prontitud.
Se nos instaló el comunismo en la casa de al lado, con grave peligro para nuestra democracia. Eso sí es lo que se llama un “nuevo lindero”.
Fuente: El tiempo