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A la espera de un milagro

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La visita de Su Santidad Benedicto XVI a México y su estancia en la casa de las Esclavas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios en León, dio un nuevo impulso a la causa de beatificación de su fundadora: la Madre Trinidad.

Madre Trinidad Carreras Hitos del Purísimo Corazón de María murió en olor de santidad el 15 de abril de 1949 y sus restos mortales fueron enterrados en la Sacramental de San Justo. En 1962, hace exactamente medio siglo, fueron exhumados para trasladarlos a la Casa-Madre de la Congregación, en Madrid. Al ser exhumado su cuerpo estaba incorrupto y así se conserva.

A partir de este hecho se reavivó su devoción y con las debidas licencias se imprimieron oraciones, estampas, reliquias, postales, etc. Realizadas las diligencias oportunas para introducir la Causa de Beatificación y Canonización, fue nombrado Postulador de la Causa el sacerdote D. Miguel Aísa Goñi. Se nombró una comisión para tomar declaración a los testigos, tanto seglares como sacerdotes y religiosas; se recibieron también decenas de testimonios escritos.

Concluida esta primera parte, en una solemne ceremonia, en el marco de la Celebración Eucarística, tuvo lugar la apertura del proceso el 28 de enero de 1991, aniversario de su nacimiento. Sin embargo, en septiembre de ese mismo año, murió el P. Aísa Goñi y en su lugar fue nombrado como Postulador el P. Crescencio Palomo O. P.

Después de varios años de minuciosos estudios de los escritos de la Madre Trinidad, de visitar sus lugares de origen y de vida, las casas de la Congregación y hablar con múltiples personas que le conocieron, el P. Palomo presentó la Positio a Roma. Esta fue la fase que supone la recopilación de pruebas y el estudio de las virtudes de la Madre Trinidad.

Tiempo después, el 4 de octubre de 2008, durante la fiesta de San Francisco, la Delegación de las Causas de los Santos del Arzobispado de Madrid dio por concluido el Proceso Diocesano de Beatificación y Canonización, y la Causa se abrió en Ciudad del Vaticano.

Ya se promulgó el Decreto de Validez que reconoce “las virtudes heroicas” de la Madre Trinidad; se trata de un paso fundamental en el proceso de beatificación, con el que la Iglesia reconoce que la Madre Fundadora vivió heroicamente las virtudes cristianas. Por ello, recibe la categoría de Venerable y el proceso se encuentra en su última fase para el reconocimiento de la santidad de la Madre Trinidad.

Ahora, la postulación deberá de presentar un milagro documentado y atribuido a su intercesión. Una vez comprobado por expertos y teólogos, la Causa pasará a la comisión de cardenales y luego al Papa. Si se aprueba, se convocará su beatificación.

Hay grandísima esperanza de ver pronto la beatificación, pues todo lo que conocemos de la vida de la Madre Trinidad habla de una mujer fiel y profundamente enamorada del Señor. En el lecho de muerte, ante hermanas que todavía viven, confesó: “Nunca he hecho nada que entendiera no ser voluntad de Dios”.

 

Por qué no se suicidó Beethoven

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En un testamento redactado prematuramente, Beethoven hizo a sus hermanos la siguiente advertencia: “Recomendad a vuestros hijos la virtud; solo ella puede hacer feliz, no el dinero, yo hablo por experiencia; ella fue la que a mí me levantó de la miseria; a ella, además de a mi arte, tengo que agradecerle no haber acabado con mi vida a través del suicidio.”

¿Qué grandeza y poder transfigurador tuvo el arte para disuadir a Beethoven de poner fin a una vida llena de sufrimientos?

El arte auténtico nos reconcilia con la vida.

El arte –en concreto, el arte musical– era para este genial compositor una forma privilegiada de participar en un reino de belleza extraordinaria, y de comunicarlo en alguna medida a los hombres. El arte no es propiedad de los artistas, es un don que ha de ser acogido con agradecimiento. Las obras de arte no se “hacen” o “producen” -contra lo que a menudo se afirma actualmente-, se crean como fruto de un encuentro.

Beethoven solía pasear por el campo antes de componer, a fin de inspirarse. El contacto con la naturaleza encendía su inspiración porque veía a todos los seres como huellas del Creador; podía entender su mensaje profundo y dialogar con ellos. “Lo más bello que hay en el mundo –escribió en una ocasión– es un rayo de sol atravesando la copa de un árbol.”

La concepción del arte como una actividad dialógica explica que Beethoven fuera muy consciente de que era un genio y reclamara para su persona el debido respeto, y que al mismo tiempo, se mantuviera siempre humilde y enraizado en lo divino.

Solía dar clases a jóvenes de la nobleza y se cuenta que un noble le trató en cierta ocasión como a un criado distinguido. Beethoven no dudó en hacerle la siguiente reconvención: “Señor conde, tráteme con el debido respeto, pues nobles hay muchos y Beethoven solo hay uno; los condes se mueren y desaparecen, y mi música será cada día más apreciada.”

Ante una mirada superficial pueden parecer estas palabras como altaneras. Si conocemos a quien las pronunció, sabemos que no responden a una actitud de soberbia sino de sobrecogimiento ante el don del que era depositario.

La conciencia de ser un oficiante de la belleza, dio ánimo a Beethoven para seguir componiendo –a pesar de hallarse privado del encanto de los sonidos– y dedicar su inspiración más lograda a dos tareas excelsas:

1) Crear un ámbito de alegría desbordante para celebrar la solidaridad entre los hombres, y entre estos y su Creador.

2) Hacerse portavoz de una humanidad que se convierte toda ella, en un acto de súplica y adoración.

 1) La Novena Sinfonía y la solidaridad

La primera tarea fue realizada en la Novena Sinfonía.  Al comienzo del cuarto tiempo, la orquesta se desgarra en un chillido sobrecogedor que todavía hoy nos sorprende. Los violonchelos –instrumento muy cercano en su timbre a la voz humana– manifiestan su desagrado. Ante tal protesta, la orquesta hace oír los primeros compases del primer tiempo. Los violonchelos tampoco están de acuerdo. Lo mismo sucede cuando la orquesta recuerda el comienzo del segundo y el tercer tiempo.

Entonces la orquesta sugiere el tema de la alegría.  Los violonchelos se muestran complacidos y al unísono, y en pianísimo, nos hacen oír el tema completo. El resto de la orquesta se mantiene a la escucha.

Al terminar el tema, varias familias de instrumentos entran en juego con los violonchelos –que repiten el tema– y tejen un contrapunto hermosísimo que nos hace pensar en la belleza de la vinculación interpersonal. Cuando concluye el tema, se agregan nuevos instrumentos para indicar que se incrementa la unidad entre los hombres, y al final, la orquesta entera interpreta el tema de forma homofónica y grandiosa.

El gozo que produce esta primera experiencia de unidad se hace desbordante y la orquesta parece desmadrarse de alegría. Pero la humanidad suele volver a la discordia y la orquesta, para indicarlo, repite el chirrido del comienzo.

Ante esta recaída en la escisión, Beethoven quiere repetir con mayor claridad el mensaje que había dejado entrever y acude –por primera vez en una sinfonía– a la voz humana.

Un barítono exclama con voz potente: “Oh Freunde, nicht diese Töne, sondern lasst uns angenehmere und freundevollere anhören” (“Oh amigos, estos tonos no, dejadnos oír otros más agradables y alegres”). Estos dos versos fueron escritos por el mismo Beethoven como preludio a la Oda a la Alegría de Schiller, que es cantada a continuación y culmina en el pasaje sublime que concluye con estas palabras: “Hermanos, por encima de la carpa de las estrellas tiene que habitar un padre amoroso”.

2) La Misa Solemne y la energía del encuentro

La segunda tarea halló cumplida realización en la Misa solemne. Ya en plena madurez, cuando se vio reducido a un despojo humano -completamente sordo, lo que es una tragedia para un virtuoso de la música, casi ciego, arruinado económicamente y muy quebrantado en su salud-, Beethoven, aun teniendo un carácter fuerte, no se rebeló contra la Providencia; se retiró a una aldea de la frontera austrohúngara para componer “un himno de alabanza y agradecimiento al Supremo Hacedor”, según palabras suyas. El fruto de este retiro fue una de las cimas del arte universal, la Misa Solemne en Re Mayor.

Beethoven no vivió nunca el arte como pura diversión o medio para ganar prestigio y bienes materiales. Su actividad artística fue en todo momento el vínculo viviente de su persona con los demás seres humanos y con el Ser Supremo: “Me parecía imposible dejar el mundo antes de producir todo aquello para lo que me sentía dotado –escribe en su testamento–, y así dilataba esta vida miserable (…)”.

Miserable -lo explica él mismo a continuación- en cuanto al cúmulo de sufrimientos que la atenazaban, pero gloriosa –podemos agregar nosotros– por constituir un tejido de encuentros. El encuentro es una experiencia de éxtasis o creatividad, no de vértigo o fascinación.

Si Beethoven hubiera sido un hombre entregado al vértigo, al afán de dominar lo que encandila los instintos para ponerlo al propio servicio, no hubiera podido superar –en la hora del infortunio total– la tentación del suicidio, porque la estación término del proceso de vértigo es la destrucción.

Pero su vida estuvo consagrada al cultivo del arte y de la virtud, es decir, al ejercicio de los modos más altos de creatividad o éxtasis, pues la virtud es la “fuerza” –virtus– que nos permite cumplir las exigencias de la creación de encuentros.

Esta concepción profunda del arte inspira el estudio (que realicé) del poder formativo de la experiencia artística. La experiencia estética bien vivida, nos permite dar madurez a la inteligencia –otorgándole largo alcance, amplitud y profundidad–, y desanudar ese bloqueo que se forma en nuestro interior cuando pensamos que libertad y normas, autonomía y heteronomía, independencia y solidaridad, se oponen entre sí insalvablemente.

Al considerar estos pares de conceptos como complementarios y no como opuestos, damos un salto gigante hacia la madurez personal.

Bienvenida la crisis

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Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría y que obtiene la inteligencia; porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino.

Proverbios 3, 13.

Se acerca el fin de año y con él nuevos cambios en todos los órdenes: políticos, económicos, personales y sociales. Unas crisis se superan y otras surgen en una sucesión que parece no tener fin. Desde que tengo memoria he vivido en épocas de crisis, que han ido de los desastres de la guerra a los dramas de la economía. Vivir en crisis ha sido el destino de nuestras generaciones y quizá lo siga siendo en adelante, como uno de los costos de la globalización y de las constantes transformaciones de la vida moderna.

A fuerza de golpes y tropiezos hemos ido aprendiendo a vivir en crisis. La vida es una gran maestra y de una forma u otra, te enseña sus caminos. Las crisis nos dicen: “Por aquí…por allá…tienes que seguir aprendiendo”. A veces lo hace de forma comedida, como quien te toca el hombro para que voltees; a veces es más agresiva y te mete el pie o te da una zancadilla. Socialmente, puede ser un trance tan grave y complejo como el que hoy vive España y de los que México ha pasado varios; personalmente, puede ser una enfermedad, una quiebra, una pérdida, etc. Tiene tantas formas de decirnos: ¡“Despierta”! Si la vida es maestra, las crisis son lecciones y como toda lección, es enseñanza, oportunidad de aprender y de ser mejor: un poco más sabio.

En los colegios Miraflores queremos formar mujeres y hombres sabios, es decir, personas que aprendan constantemente, que estén en un desarrollo continuo de sus capacidades espirituales, intelectuales, emocionales y físicas, que como dice nuestro Ideario: “respondan con eficacia a las demandas de la sociedad cambiante, sin perder de vista los criterios de justicia y equidad, considerando nuestra identidad católica y la unión con Cristo”.


Eso nos posibilita, no sólo a lidiar con las crisis recurrentes, sino a superarlas, a aprender de ellas, rescatar su fruto y aprovechar la oportunidad que cada una representa. Las crisis son una forma disfrazada de bendición; son desafíos que nos obligan a sacar lo mejor que tenemos, a elevarnos por sobre la mediocridad y el conformismo, a trabajar duro para progresar, a tomar las mejores decisiones y asumir las actitudes más correctas. Quien supera una crisis resulta fortalecido.

Por supuesto que para ello, para alcanzar esa forma de conocimiento, debemos entender la educación como un proceso integral que no se limita sólo a las aulas, sino que implica todos los aspectos de la vida, como lo propone nuestro modelo educativo, desde el seno de la familia hasta las transformaciones sociales.

Crisis significa cambio y los cambios provocan inquietud, preocupación, miedo. Mientras más preparados estemos, mejor podremos superar esos temores y convertir cada crisis en una oportunidad. Como lo escribió la Madre Trinidad: “Las tempestades me animan, pues es cuando mejor se ama a Dios y me mejoro”, que es una manera de decir: “Las crisis me enseñan a amar mejor a Dios y a mi prójimo, como a mí mismo”.

Por eso, después de una vida de lidiar con ellas, le damos la bienvenida a las crisis. Estoy segura de que nuestros jóvenes sabrán hacer de cada una de ellas una oportunidad de superación personal y de ser
vicio social; para eso se preparan día con día y alcanzan esa forma de sabiduría que representa superar con éxito las crisis.

A mamá no le importaba

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Ahora que soy adulto y que soy resultado de lo que aprendí en casa, me di cuenta de que a mamá no le importaba.

Cuando le dije que quería ser mago, solo sonreía y decía: “Sé mago”. En una visita al teatro me impresionó ver cómo parecía que los bailarines volaban al compás de la música. Le expresé que quería ser bailarín y ella con ternura decía: “Sé bailarín.”

A los 14 años fui testigo de una injusticia y de cómo mi padre, abogado, defendía el caso. Decidí que quería ser abogado. Mi madre me dijo: “Sé abogado.”

A los 16 asistí a una conferencia para jóvenes sobre el valor del ser humano, de la lucha y el esfuerzo. En ese momento, susurré al oído de mi madre que quería ser motivador. Ella me dijo: “Sé motivador.”

A los 17 me impactó una tragedia nacional, pasé muchas noches deseando poder hacer algo por la gente herida y desconsolada. Le dije a mi madre que sería médico, y abrazándome, me dijo: “Sé médico.”

A los 18 debía elegir una carrera. Hablé de lo que me apasionaba, lo que no me agradaba, la oportunidad de trabajo, los sacrificios que implicaría, el costo de los estudios y el temor de tomar una decisión incorrecta. Mi madre, haciendo alguna reflexión ocasional, me dijo: “Sé lo que quieras, pero sé feliz.”

Ahora que soy un adulto enamorado de mi vida y de mi ocupación comprendo que a mamá no le importaba si yo decidía ser mago, bailarín, abogado, motivador o médico. Ella, con su sonrisa cómplice, me transmitía su orgullo y apoyo. Entendí que a través de la vida vas descubriendo tus talentos. Se despiertan con emociones, con ilusión e incluso con duras experiencias, para encontrar finalmente lo que en verdad quieres ser.

Hoy, cada mañana bendigo a mi madre, agradezco mi trabajo y sonrío al espejo, prometiéndome que este día seré el mejor en lo que hago, pues soy feliz siendo quien soy. Por cierto, soy sacerdote.

Acedia

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La depresión no es solo la enfermedad más extendida en nuestra civilización, sino que es su mal característico, advierte Tony Anatrella, jesuita francés, psicólogo social y psicólogo consultor de la Santa Sede, en el libro llamado “La Sociedad Depresiva”.

La civilización depresiva ha perdido la capacidad de celebrar la vida, el amor y los vínculos. Sus fiestas son solo una huida del aburrimiento.

A diferencia de los pueblos de antaño, que disfrutaban más porque sentían alegría por las cosas sencillas, en la medida en la que ha aumentado el nivel de vida, el confort y las posesiones, se ha producido un nuevo tipo de fiesta que no es una celebración de la vida sino una fiesta de evasión, de la que el hombre sale aburrido y abrumado para recluirse de nuevo en las cosas, sin encontrar ya la alegría en los vínculos.

Viktor Frankl decía que el hombre necesita tener un sentido último y cuando lo pierde, se dan los procesos psicológicos y neurológicos que lo sumergen en la depresión. Ya Platón y Aristóteles determinaron que la felicidad no está en las cosas, el dinero, el bienestar, el placer, la fama, el poder ni la gloria. Solo un bien de su misma naturaleza puede hacer feliz al ser humano, porque la felicidad se encuentra en el amor recíproco; no basta que ame a los demás si no es amado por ellos.

Esa red de vínculos que conforman la felicidad supone la existencia de la virtud, porque si las personas no son virtuosas, la amistad se corrompe por el egoísmo. Entonces, esa relación, lejos de convertirse en el origen de la felicidad, es fuente de explotación del egoísta o un pacto de intereses entre dos egoístas.

Aristóteles hizo todo un tratado para establecer que la virtud es necesaria para amar al otro sin egoísmo. Como Platón, dio mucha importancia a la templanza en el uso de los bienes y a la fortaleza ante los males. Ellos no sabían por qué la virtud del hombre se corrompe dando lugar a la Acedia (tristeza por el bien) que experimenta la persona incapaz de alegrarse por el bien principal: sus vínculos con los otros y con Dios.

Hemos ido perdiendo los vínculos interpersonales para instalarnos en una especie de autismo cultural, donde las personas valoran más a las cosas que a sus congéneres y tienen dificultad para relacionarse. Podemos ser muy hábiles en el manejo de la tecnología, pero tenemos menos comunión con los demás. Ese tipo de comunicación y forma de relacionarnos no establecen vínculos profundos.

Cuántas veces hemos escuchado la “Parábola del hijo pródigo”, en la que el hijo menor se aleja de la casa del padre porque no aprecia la vinculación con él, partiendo en busca de otros bienes que no son los principales. Su intento termina en un fracaso que lo hace volver aunque no se siente digno. El padre, que lo está esperando, le devuelve la confianza y reanuda el vínculo con él. En realidad, el hijo vuelve por necesidad. Todavía no es el amor del padre lo más importante en su corazón. Por su parte, el hijo mayor se enoja por los bienes dilapidados por el hermano, lo que significa que él no permanece allí por amor al padre sino por otros motivos; de otro modo se habría alegrado con la alegría del padre.

Esta parábola nos enseña que ninguno de los hijos tenía como bien principal el vínculo amoroso; ambos necesitaban de sanación porque ponían las cosas por delante del amor. Lo primero es amar al Padre –Dios– sobre todas las cosas y sin eso, todas las dichas terrenas no alcanzan para dar la felicidad al hombre.

Esa sabiduría elemental se ha perdido en esta cultura de la acedia, que se aparta cada vez más de Dios. No sabemos alegrarnos con el amor del Padre y con la condición de hijos; abandonamos la relación con Él para buscar la felicidad en otras cosas y en caminos que no llevan a la vinculación. Quizá muchos nos hemos quedado con el Padre, pero ¿estamos atesorando el vínculo filial paterno como lo esencial en nuestra vida o albergamos algunas imperfecciones en esa vinculación?

Dice Juan Pablo II que la paternidad de Dios encuentra una primera resistencia en el dato oscuro pero real del pecado original: esa duda que la serpiente inculca a Eva de que Dios es egoísta y no quiere darnos los bienes; esa desconfianza de la que nos habla el mito de Prometeo Encadenado, que tiene que robar a los dioses celosos el don del fuego. “Esta es la verdadera clave para interpretar la realidad de nuestra cultura: que el hombre tiene miedo de Dios, miedo a la religión y a la revelación de Dios; el pecado original no es solo la violación a una voluntad positiva de Dios, no es solo la desobediencia, sino la motivación detrás de la desobediencia, la desconfianza que tiende a abolir la paternidad de Dios”.

A esta cultura que no busca la felicidad en el amor a Dios y a los hermanos, el Papa Benedicto XVI le dice: “Dios es Amor, no tienes por qué temerle”. La caridad se realiza en la verdad revelada por Nuestro Señor Jesucristo: Dios es Padre, todos somos hermanos. Una fraternidad sin padre es una utopía revolucionaria que históricamente no condujo a nada ni logró hacer más fraterna una cultura descrita por algunos ideólogos como: “La relación entre los hombres es la dialéctica del amo y del esclavo: te domino o me dominas”; que establece entre las personas una relación de miedo o rivalidad, de oposición, lucha y predomino, y esto se proyecta hacia Dios. Esta cultura teme ser dominada por Dios, y se ha apartado –incluso intelectualmente– de la importancia del amor.

Dios es Amor y es capaz de cambiar nuestra vida desde ahora.
A Dios ya lo tenemos, pero hay mucho más que esperar de Él: la ciudad de Dios no se realiza plenamente ahora; se están uniendo en el cielo los que aquí han vivido la primacía del amor en su vida, los que han puesto por delante los vínculos y no las cosas, una ciudad de la que quedan excluidos quienes han puesto las cosas por delante de las personas y de los vínculos.

¿Qué es el infierno, sino la decisión de vivir alejado de Dios para la eternidad?

 

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Leer no engorda

Leer puede ser un gran placer o un fastidio con mayúsculas. Todo depende de que sepamos apreciarlo; para ello, una de las claves es la armonía: la lectura tiene que ir en consonancia con nuestra vida. Mal irá la cosa si leemos a la fuerza, sin sentido o sin interés. La disfrutaremos en la medida en la que nos influya y enriquezca. Por eso tenemos que leer cosas que nos interesen, que tengan que ver con nosotros y nos alimenten.

Nuestra idea del mundo se forma, en buena medida, en razón de lo que leemos. Albert Einstein decía que la imaginación es más importante que el conocimiento; pues bien, ambos están en los libros. Por eso importa hacer una buena selección de esos textos, de acuerdo con nuestros propios gustos, intereses y necesidades; no hay mejor ni peor, sino el criterio personal.

¿Es más conveniente leer un clásico que uno de superación personal, un libro de ficción que uno periodístico, una novela que un ensayo, un libro académico que una revista? Depende de ti. Solo hay dos condiciones esenciales: que sepas qué quieres y que conozcas de qué tratan los textos.

Es bueno leer de todo, pero no por igual ni al mismo tiempo; así como el hambre se quita comiendo pero no es lo mismo comer solo postres o botanas que una comida balanceada, de la misma forma no nos alimenta igual una dieta de best sellers, por ejemplo, que una lectura balanceada; en el equilibrio encontramos el interés y la armonía. Aquí, algunas ideas para hacerlo:

1. Planea tu tiempo de lectura. No lo dejes al azar, como última opción o para tus ratos libres. Dedícale un tiempo diario, aunque sea breve, como haces con la comida. Crea una rutina.

2. Selecciona tus lecturas. Algunas obligatorias (académicas, profesionales, de consulta) y otras optativas (formación y entretenimiento). Infórmate y date tiempo para escogerlas.

3. Organiza sus contenidos. Pueden leerse uno o varios libros a la vez, pero es conveniente tener diversidad en los géneros (poesía, ensayo, etc.) y los temas (política, suspenso, etc.). En la variedad está el gusto.

4. Combina sus extensiones. Ya sea que leas una sola obra por vez o varias al mismo tiempo, es adecuado alternar obras extensas con obras breves (cuentos, artículos, etc.); se facilita su digestión.

5. Disfruta cada obra. Tenemos un menú prácticamente infinito de lecturas y cada una tiene su propio sabor. Hay circunstancias, ánimos y tiempos propicios para cada género; que se te antoje.

6. Relaciona los textos con tu realidad. ¿Qué tiene que ver lo que lees con el mundo en el que vives? En la medida de lo posible, fórmate una opinión personal sobre lo expuesto. ¿Quedaste satisfecho?

7. Asimila tus lecturas. Más allá de la satisfacción inmediata, el aprovechamiento de cada obra está en la buena digestión de las lecturas: reflexiona, anota, conversa y comparte.

8. No olvides a los clásicos. En tu cóctel de lecturas no olvides una pizca de clásicos; son los que asientan y estimulan a los demás.

Por cierto, de textos y comida, entre muchos: La pequeña ciencia de la salud, de Valentín Fuster (para niños de preescolar); ¿De dónde viene mi comida?, del SIAP (para niños y jóvenes); Mi vida en Francia, de Julia Child  o Wintergirls, de Laurie Halse Anderson (para más grandes).

¡Buen provecho!

 

Conquista Espiritual de México

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Cómo rayos nos llegó la fe a los mexicanos? ¿Cómo pudo arraigar el cristianismo precisamente en unas culturas que, no obstante su sentida religiosidad, albergaban prácticas tan alérgicas a la ley natural y a la fe como la antropofagia, un belicoso politeísmo cosmogónico o la poligamia y la sodomía? ¿Cómo ocurrió justamente después de la dramática conquista militar española? La fe empezó, “para nosotros”, hace casi 500 años. Fue la fecunda y divina labor de algunos hombres célebres, pocos, y otros muchos héroes anónimos que transmitieron a este rincón del orbe la buena noticia del Hombre-Dios.

La primera Misa en la América continental fue oficiada por Juan Díaz, acompañante en la expedición exploratoria de Cortés (1519). El capitán era ambicioso, pero deseaba con sinceridad llevar la fe al nuevo mundo. El Padre Olmedo, el otro sacerdote de la expedición y partidario de la libre conversión de los indios, atemperaba a Cortés cuando sufría sus locos arrebatos de descabezar tótems para extirpar la idolatría. Don Hernán, inquieto, solicitó a Carlos V en sus Cartas de relación que enviara monjes para evangelizar estas tierras cuanto antes.

En 1523 arribaron con enorme entusiasmo fray Pedro de Gante y dos compañeros más. Este laborioso franciscano orquestaría algunos años más adelante una escuela con más de 600 alumnos, donde los autóctonos aprendían oficios manuales para su sustento. Gracias a la Bula Alias felicis del Papa Adriano VI, los religiosos comenzarían la evangelización sistemática.

En 1924 pisaron las tierras de misión 12 franciscanos con evidente alegoría evangélica, capitaneados por fray Martín Luis de Valencia. Tan marcada era su consigna de pobreza, que al contemplar al desarrapado grupo, ciertos indios comentaban exaltados en náhuatl: “Motolinia, motolinia” (pobres, pobres). Fray Toribio Benavente, al descubrir que con tal expresión se “burlaban” de ellos, decidió acuñar el apodo para su persona, y con tal mote pasó a la historia este misionero e historiador. En 1526 llegaron los dominicos.

Los obstáculos se erguían imponentes. Algunos religiosos murieron por enfermedades y picaduras de insectos. La geografía era desconocida y las distancias, abrumadoras. Debían llegar al corazón de personas cuya depresión, tras ser aplastados en la guerra, estaba a flor de piel. Además, las lenguas de los receptores de su mensaje eran completamente desconocidas. Las conversiones indígenas venían a cuentagotas. Por si fuera poco, varios españoles –cristianos– hacían una contra labor por su doble vida: ya porque fueran despiadados o avaros, ya porque se amancebaran con diferentes indias, mientras los frailes intentaban trasmitir la monogamia.

Pero el árido horizonte se tornó en negros nubarrones cuando llegó tonante la Primera Audiencia, presidida por Nuño de Guzmán; quizá el más execrable gobernante de todo el periodo novohispano. Este tirano, voraz en sus deseos, era completamente ajeno no solo a la causa del Evangelio, también al bien común de sus nuevos gobernados. Permitió la esclavización de los indios y perpetró otras muchas tropelías. Paralelamente a la Primera Audiencia, Carlos V envió a fray Juan de Zumárraga con dos funciones, una espiritual y otra política: sería Obispo de la N. España y protector de los indios. Los encontronazos políticos entre Nuño de Guzmán y Zumárraga no tardaron en aparecer. Un ejemplo dramático ocurrió cuando uno de los frailes, en Misa dominical y a petición de Zumárraga, corrigió desde el púlpito la grave injusticia hispana de promover la trata de indígenas. Un subalterno de Nuño de Guzmán subió al púlpito a media homilía y tumbó al campanudo predicador, para escarmiento de la comunidad religiosa y de los novohispanos. Nuño mandaba azotar a los indios que descubría resguardándose bajo el sayal de Zumárraga. El Obispo intentó comunicar la situación espiritual y política de las nuevas tierras al monarca Carlos V, pero sus epístolas fueron siempre interceptadas.

Para colmo de males, los franciscanos y los dominicos comenzaron a pugnar entre sí por circunspecciones territoriales. Tan desesperada era la situación en todos los sentidos, que en una carta al monarca, Zumárraga se desahogaba: “Si Dios no provee con remedio de su mano, está la tierra a punto de perderse totalmente” (para la causa del Evangelio). Esa misiva pudo llegar a España gracias a que el Obispo contrató a un emisario especial, quien fundió en un pan de cera la carta y la introdujo en un barril flotante del barco, hasta que pasó el peligro de ser interceptada.

Pero más trascendental que las nuevas estrategias del rey fue la respuesta de Dios. En diciembre de 1531 apareció la Virgen de Guadalupe. Gracias a ella, los indios comprendieron que la predicación de aquellos rudos hombres barbados en torno al Dios encarnado era verdad. Si bien llegan a existir suspicacias que catalogan de mitológica la aparición o la reducen a ingeniosa técnica cristianizadora, lo cierto es que por meras razones humanas –máxime con las agudas circunstancias precedentes–, son inexplicables las conversiones masivas que a partir de ese acontecimiento proliferaron en aquellas culturas, aunadas a la paz social que les siguió. Antes reacios y melancólicos, los indios acudían ahora gozosos a recibir el bautismo. ¡Solo a partir de Guadalupe fue perceptible para ellos la belleza de la fe! Los indios pasaban de una religiosidad de muerte y terrible, a comprender que Dios es amor. Una paz inusitada inundaba su atormentado corazón, otrora pendiente de evitar el colapso del cosmos mediante bestiales sacrificios humanos. Las consecuencias humanizadoras de la fe fueron evidentes.

En 1533 arribaron los agustinos, pero es notable cómo solo a partir de Guadalupe, la evangelización sistemática de las tres órdenes mendicantes comenzó a florar espiritualmente. Tras las multitudinarias conversiones, exploraron mejor las culturas mexicanas, aprendieron sus lenguas autóctonas y confeccionaron catecismos con ese aprendizaje. Se administraron constantemente los sacramentos. Se enseñó la doctrina a los niños, quienes servían de intérpretes para evangelizar a la familia. Escribía el Obispo al emperador: “Sin los frailes intérpretes (conocedores de la lengua), somos falcones en muda”, pero “lo fueran los frailes sin los niños”, apostillaba Motolinía.

Se edificaron hermosos conventos fortaleza con su cruz atrial y sus capillas laterales, se pintaron bellísimos frescos con motivos evangélicos para transmitir la buena nueva a los iletrados, se escenificaron obras teatrales y se engendraron tradiciones: cantos corales, y más tarde, las posadas navideñas y el rompimiento de las piñatas (cuyos siete conos representan los 7 pecados capitales, mientras que los dulces representan la alegría de recibir la gracia sobrenatural para vencerlos). No faltaban anécdotas dramáticas, como el martirio de los niños tlaxcaltecas a mano de su padre pagano, y otras inquietantes, como la de fray “Caldera”, quien sin detenerse ante el limitante del idioma, ilustraba con “pedagogía persuasiva” las inconveniencias del pecado y el fuego eterno, echando a pobres perros al “mero” fuego temporal para espanto de todos.

Gracias a Guadalupe y a la labor de estos hombres, México es un bello ejemplo de inculturación de la fe (con algunos brotes sincréticos); un botón de muestra de cómo la universalidad de la fe puede prender en las más variadas culturas del orbe, potenciando sus bondades y purificando sus vicios. Es un deleite visitar la ruta de conventos fortaleza de Morelos, Tlaxcala y Michoacán.

Libros recomendables sobre la inculturación de la fe en el siglo XVI son los clásicos: “México tierra de volcanes”, del jesuita Schlarmann; “La conquista espiritual de México”, de R. Ricard, del FCE. Para el tema de la Virgen de Guadalupe, evidentemente el “Nican Mopohua”; de Eduardo Chávez, postulador de la causa de canonización de Juan Diego, “La verdad sobre Guadalupe”, ediciones Ruz; uno breve es “El espíritu de la evangelización”, de Santiago Martínez, Ediciones Populares; para ahondar, las crónicas franciscanas de Motolinía, “Historia de los indios en la N. E.”; de Mendieta “Monarquía indiana”, o la “Monarquía indiana”, de Torquemada; todas en Porrúa.

 

“Estoy aburrido”

“¿Qué podemos hacer?”,  “¿A dónde vamos a ir hoy”,  “Estoy aburrido”

Si esto te suena familiar, seguramente estás lidiando con un adolescente de la generación “puntocom”. En vez de sentirte presionado para convertirte en su proveedor oficial de entretenimiento, enséñalo a ocupar su tiempo de manera productiva:

“Cuando escucho que los jóvenes se quejan de aburrimiento, mi respuesta es esta: Ve a casa, poda el césped, lava las ventanas, aprende a cocinar, construye una balsa, consíguete un empleo, visita a algún enfermo, estudia tus lecciones, y cuando hayas terminado, lee un libro.

Tus padres no te deben ninguna diversión.                                                         

Tu ciudad no te debe lugares de esparcimiento.                                           

El mundo no te debe un modo de vida, tú le debes algo al mundo. Le debes tu tiempo, tu energía y tu talento, para que nadie tenga que ir a la guerra, viva en la pobreza o en la soledad.                                                              

En otras palabras: crece, deja de llorar como bebé, sal de tu mundo de ensueño y desarrolla una sólida columna vertebral que te sirva de base en la vida.                                                                                                                      

Comienza a comportarte como una persona responsable. Eres importante y eres requerido.                                                                                                   Es tarde para seguir dando vueltas en espera de que otros hagan algo algún día.                                                                                                         ‘Algún día’ es hoy y ‘Alguien’ eres tú.”

Este mensaje, escrito originalmente en 1959 por el juez Phillip B Gilliam, de Denver, Colorado, y subido al sitio Country Tribune por John Tapene, director de una preparatoria de Nueva Zelanda, se ha reproducido de forma viral en Facebook. Evidentemente, el mensaje del juez Gilliam está lejos de perder vigencia.

 

Niños depresivos

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Alrededor del 5 % de los niños y adolescentes de la población general padece de depresión en algún momento, pero se considera enfermedad solo cuando la condición depresiva persiste e interfiere con la capacidad y acción de la persona.

Iveth Lira Esparza, psicóloga en Psicología para Todos señaló que  las principales causas de depresión en los niños son problemas como: el abuso sexual, la violencia familiar, el divorcio de los padres, la pérdida de un ser cercano (padres, hermanos, entre otros) y el bullying.

“Los niños deprimidos suelen tener cambios en su modo de ser habitual. Aquel pequeño juguetón y sonriente se convierte en un niño triste, inseguro o malhumorado; los desórdenes de la atención o de la conducta, así como las dificultades en el aprendizaje, también son causantes de tensión, y si no se previenen o tratan a tiempo, pueden generar depresión”, comentó la especialista.

En cuanto a los cambios repentinos de actitud que presenta un niño, Lira Esparza recomienda a padres y maestros: “Es importante estar atentos en cualquier indicio. Si el infante se muestra triste y llora con facilidad, si se nota alejado de sus amigos o de la familia, si su comunicación es pobre y lo poco que habla es negativo, si su comportamiento es agresivo, entre otras actitudes extrañas a su personalidad. Debemos generar confianza para  platicar con él, conocer sus problemas y darles una solución.”

Por su parte, el doctor Eduardo Hernández, médico pediatra y psicoterapeuta conductual infantil, explica que se habla de depresión mayor cuando los síntomas se presentan durante más de dos semanas. El especialista asegura que existen varios marcos teóricos que intentan explicar el origen de la depresión infantil:

Conductual: a través de la ausencia de refuerzos (Lazarus), deficiencia de habilidades sociales y acontecimientos negativos ocurridos en la vida del niño.

Cognitivo: la existencia de juicios negativos (Beck), experiencias de fracasos, modelos depresivos (Bandura), indefensión aprendida (Seligman), ausencia de control, atribuciones negativas.

Psicodinámico: en relación a la pérdida de la autoestima (del yo-según Freud), y la pérdida del objeto bueno (Spiz).

Biológico: por una disfunción del sistema neuroendocrino (aumentan los niveles de cortisol y disminuye la hormona de crecimiento), por una disminución de la actividad de la serotonina (neurotransmisor cerebral) y por efecto de la herencia (caso de padres depresivos).

Es recomendable la opinión de un especialista si tu hijo presenta los comportamientos anteriormente señalados. Ayúdalo y no dudes en solicitar apoyo psicológico; el diagnóstico y el tratamiento temprano de la depresión son esenciales para el buen desarrollo y crecimiento de los niños. Puedes empezar por explicarle al pediatra lo que sucede con el niño.

Fuentes: yoinfluyo.com / psicologoinfantil.com

Lo que debe saber un universitario

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Aunque cada universidad es distinta, hay consejos que aplican a todo el que esté empezando esta etapa, y son aquellos que me hubiera gustado escuchar cuando yo ingresé:

Cada día haz algo que te dé miedo. No hablo de cosas locas, vergonzosas o estúpidas. Sino algo que te empuje a ser mejor y a hacer mejor las cosas, que te haga estirarte para salir de tu zona de confort. Platica con el compañero de al lado, sonríe a alguien que se ve triste, levanta la mano en clase para contestar una pregunta de la que no estás cien por ciento seguro, inscríbete a una clase en el gimnasio, prueba un platillo nuevo, siéntate con un extraño en la cafetería, consulta a un profesor en su oficina, platica con el empleado de intendencia, etc. Involúcrate lo antes posible en las actividades de la universidad y desde los primeros días relaciónate con dos o tres grupos de personas a los que te gustaría pertenecer.

Lleva una agenda diaria. En la prepa tenías 7 horas de clases al día, por la tarde hacías tareas y practicabas algún deporte u otra disciplina extracurricular. De modo que con solo 3 ó 4 horas de clases diarias en la universidad, el tiempo te parecerá eterno. Pero no lo es. De pronto te sientes muy libre, pero la falta de planeación hará que te

veas haciendo un trabajo hasta la medianoche o la mañana siguiente.

Mantente firme en tus convicciones. Te encontrarás con compañeros y profesores que no estén de acuerdo contigo. Cuestionarán tus creencias, tu compromiso, lo que tú eres. No te acobardes. No cedas a la presión ni cambies. Explica tus convicciones y sostente en ellas, a sabiendas de que es muy raro que una conversación cambie la manera de pensar de los demás.

Recuerda de dónde vienes. Mantén el contacto con tu familia si estudias fuera de casa. Haz un esfuerzo para conectarte con nuevos amigos y por mantener el contacto con los viejos; el no poder convivir con tus amigos del colegio tan frecuentemente como antes no significa que sean menos importantes en tu vida.

Establece límites. Límites a ti mismo, por ejemplo, fiestas a las que asistirás y fiestas a las que no; cosas que harás y cosas que evitarás como a una plaga. Límites a los amigos, límites a las relaciones amorosas… Solo porque “todos” lo hacen no quiere decir que tú eres “todos” y debes actuar igual.

Estudia como si fuera tu trabajo. A pesar de cómo lo pintan las películas de Hollywood y lo que te cuenten tus primos y amigos, la universidad es un tiempo para estudiar en serio. Pocas personas tienen esta oportunidad y debes aprovecharla. Cuanto más fácil sea tu vida en esta etapa, más difícil será el resto de tu vida. Es tiempo de enfocarte en la profesión a la que esperas dedicarte. Durante los próximos cuatro años, tu empleo será estudiar. Hazlo buscando la excelencia.

Usa tu libertad con sabiduría. Si faltas a clases tus padres no serán notificados. Nadie mejor que tú sabrá cuán imprudente es desvelarse de fiesta cuando tienes clase de 7 o debes preparar un examen. Tampoco es sano que te encierres en la biblioteca como un zombie. Toma buenas decisiones, aquellas que te ayuden a convertirte en la persona que quieres ser.

Arréglate bien para ir a clases y vas a sobresalir. No solo durante las primeras semanas mientras se instala en ti la pereza. ¡Arréglate siempre! Si sabes que luces muy bien, es más probable que destaques, participes, prestes atención y aproveches las clases. Tómate el tiempo necesario para ir bien presentado cada día. Además, es una cortesía para tus profesores, una manera de darle la importancia debida a sus clases.

No compres la idea de que esta es la mejor etapa de la vida. Las cosas se pondrán mejor y mejor. Si la universidad fuera el epítome de la vida, eso implicaría una triste existencia durante los próximos sesenta años. Vive cada día al máximo, pero no con la angustia de pensar que el tiempo vuela y se acaba. Sé experto en decir “NO”. No necesitas probar, experimentar ni vivir “todo”. Acostúmbrate a negarte cuando te presenten malas ideas, y siéntete a gusto y seguro al hacerlo.