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Los Vulbos

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Los Vulbos es un grupo formado por cinco talentosos jóvenes mexicanos de entre 20 y 24 años que hace cuatro años se unieron con un solo objetivo: alcanzar sus sueños y hacer carrera en el mundo de la música.

Esta nueva propuesta muestra cómo se puede incursionar en este mercado a pesar de que la industria tradicional de la música está en crisis. Han cambiado algunas de las formas de dar a conocer a los artistas y su música. Ahora la promoción en las redes sociales (FB, Twitter, Geek) es fundamental para su crecimiento, lo mismo que las opciones para ofrecer su música a través de Internet en la modalidad de downloading y streaming, como Itunes, Youtube,  Spotify y CD baby, entre otros, que están sustituyendo el mercado físico. Esto ha representado una gran oportunidad al alcance de los nuevos artistas.

Hace poco más de dos años, Los Vulbos se encontraron con la compañía de música independiente “Baktun 13 Music Group”, iniciando la aventura de grabar su álbum debut  “Sin Miedo a Caer”. Además del trabajo en las redes sociales y el mundo digital, iniciaron su promoción en el estado de Nuevo León con un buen número de actividades y la programación de las estaciones de radio más importantes. Hoy cuentan con seguidores en toda la República Mexicana e incluso en Estados Unidos, Centro y Sudamérica.

Decidieron llamar a la agrupación Los Vulbos porque un bulbo es un dispositivo que transmite energía y sonido; únicamente sustituyeron la “B” por la “V” en el nombre por cuestiones de estética y como una forma de representar el movimiento de cambio al que pertenecen. Sus influencias musicales varían desde el bossa nova hasta el rock y el pop.

Juan Gualberto “Gualo” Hernández (guitarra acústica y voz) estudia producción musical, tiene 20 años, compone y siempre ha sentido una gran fascinación por la música, sobre todo ritmos sofisticados y tan diversos como bossa nova, samba, rock, pop y jazz; César Sanmiguel (bajo y coros) estudia mercadotecnia, tiene 20 años, su primer guitarra fue una que pertenecía a su fallecido padre y a los 6 años inició sus clases de guitarra eléctrica, pero ante la necesidad de la decidió aprender a tocar el bajo, lo que gracias a su oído musical logró fácilmente; Emilio Ocejo (teclados) estudia economía, tiene 20 años, le apasiona la música, la lectura y tocar el piano. Sus influencias musicales son muy variadas y van desde la rumba y el flamenco, hasta el jazz; Guillermo “Zurdo” Silva (batería y percusiones) tiene 24 años y fue el último de los integrantes que llegó a Los Vulbos después de varios años de tocar con otras bandas locales. Su pasión es la batería y es fanático de los e-sports, videojuegos y la cultura oriental; en especial le gusta la música, J-Rock, las melodías y estructuras; Mauricio Cuéllar (guitarra eléctrica y coros) estudia diseño industrial, tiene 19 años y gusta de realizar experimentos musicales con diferentes instrumentos y amplificadores.

Su primer sencillo es “Eternamente”, un tema que con su sencillez ha hecho que los chavos se identifiquen de inmediato con su letra y lo pegajoso de su música. Te invitamos a que lo escuches y así apoyes al nuevo talento que sigue surgiendo de manera independiente como contraparte de la profunda crisis que vive la Industria de la Música “tradicional” en todo el mundo.

 

Conócelos en su página oficial:

www.losvulbos.com

Youtube: LosVulbosMx

Twitter: @losvulbos

Facebook : Los Vulbos

Geek: @losvulbos

Los Vulbos te regalan su CD
“Sin miedo a caer”

Solo manda un mail a revistamira@prodigy.net.mx que diga:

Sin miedo a caer, tu nombre, apellidos y teléfono.

¡Hazlo hoy!

Existencia limitada.

Ser mujer hoy.

“Hoy el día me vivió, yo no lo viví”. Cuántas veces nos rebasan las circunstancias, las actividades cotidianas y los problemas, y son ellos, los que dirigen nuestras acciones. ¿Hacia dónde voy? ¿cómo soy?, ¿qué quiero cambiar o mejorar en este momento de mi vida?

 

“Ser mujer hoy”, busca ser ese alto en tu camino: una guía para que día con día puedas reflexionar y mejorar en los diferentes ámbitos en los que te desarrollas como mujer (esposa, madre, trabajadora, ciudadana), y hagas de tu vida de tu vida el proyecto más importante.

Hoy, la mujer estudia, trabaja, ocupa puestos públicos y privados, cambio que me parece maravilloso, ya que tenemos más oportunidades y espacios que los que tuvieron nuestras mamás y abuelas.  Sin embargo, en este tránsito me he dado cuenta que nos enfrentamos al grave riesgo de hacer a un lado nuestro papel insustituible como esposas y madres, olvidándonos de nuestra verdadera esencia femenina.

La mayoría de las mujeres queremos o tenemos que trabajar, pero deseamos también formar una familia.  Surge entonces ese gran conflicto entre familia y trabajo, ya que una gran realidad es que los mejores años como mujeres en el trabajo, coinciden precisamente con los mejores años para ser madre.

Equilibrar no es tarea fácil, pero tampoco imposible.  Es por ello que el libro “Ser Mujer Hoy” explora situaciones que vivimos las mujeres en el ámbito familiar, profesional y social, así como reflexiones y recomendaciones que pueden ayudar a la mujer a descubrir su misión en la vida, a vivirla y gozarla; a ser mejor en compañía de los demás, potencializando los talentos individuales y fortaleciendo sus relaciones en sus diferentes roles femeninos.

El tipo de feminismo que realmente valora tanto a la mujer como al hombre y, por tanto el que más beneficia a nuestra sociedad, es el feminismo en equilibrio, donde las mujeres en lugar de buscar una óptica feminista luchamos por una óptica femenina, en la cual se contempla al hombre y a la mujer como un todo.

La dinámica familiar ha cambiado: el esquema en que la mujer se encargaba del hogar y de la educación de los hijos, en tanto el hombre figuraba como el proveedor económico de la familia, ya no es común.

Reconozcamos que la mujer necesita del hombre y viceversa, por lo que ella lo debe involucrar en la paternidad, en la educación de los hijos, para que su intervención no sea sólo biológica sino total.  La mujer y el hombre somos un complemento no una competencia; iguales tanto en dignidad como personas, como en los derechos y responsabilidades que vivimos.

Conozcamos y vivamos nuestras diferencias, para lograr una sociedad más humana y un México mejor.

 

LUCIA  LEGORRETA

Autora “Ser Mujer Hoy”. LID Editorial.

www.lucialegorreta.com

cervantes.lucia@gmail.com

¿Por qué se llega al suicidio?

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Desde hace algunos años ha ido aumentando la importancia de este problema de salud pública. En el mundo se registran hasta un millón de suicidios cada año. Pero ¿realmente nos hemos involucrado lo suficiente como para saber por qué se llega al suicidio?

Gracias a los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), se sabe que en México la relación de suicidios entre hombres y mujeres es de 5 a 1; es decir, hay muchos más hombres que mueren por esta causa. También se sabe que hay una alta incidencia de suicidios en pacientes con enfermedades psiquiátricas (depresión, esquizofrenia, trastornos de ansiedad o alimentarios). Otro dato importante es que México es un país conformado en su mayor parte por gente joven, y que precisamente los adolescentes están en el grupo de alto riesgo de cometer suicidio. Es por eso que debemos enfocar nuestro esfuerzo en conocer las razones que llevan a los jóvenes a situaciones de riesgo, y lo más importante, reconocer si nuestros hijos manifiestan los signos de alerta para detectarlos oportunamente.

Las principales causas de suicidio en nuestro país son: depresión, problemas familiares, sociales o económicos, pérdidas familiares o sentimentales, abuso sexual, abuso físico y bullying, así como enfermedades graves o incapacitantes.

La personalidad del sujeto suicida suele tener los siguientes rasgos: impulsividad, agresividad, fragilidad emocional,  autoconcepto de ser “perdedor”, sentimientos de derrota ante situaciones estresantes, sentirse sin posibilidad de ser “rescatado” por alguien más, abandonado o no apoyado al pedir ayuda y sobre todo, la percepción de que es imposible escapar, tienen “visión en túnel” y están convencidos de que la única salida o luz que hay al final de ese túnel es la muerte.

Muchos padres de familia se acercan a los profesionales de la salud mental para conocer los signos de alarma que deben monitorear en sus hijos. Las principales manifestaciones de que algo malo sucede son: cambios súbitos en la rutina (de conducta, de amigos, en las calificaciones o en las situaciones sociales), aburrimiento o inquietud repentinos, incapacidad para estar solos o resolver situaciones por sí mismos que antes no representaban reto alguno, alcoholismo,  abuso de sustancias, promiscuidad, actos delictivos, búsqueda constante de riesgo o peligro, conducta autodestructiva, sensación de “vacío” o “falta de sentimientos”, falta de identidad propia, dificultad para expresar o manifestar sentimientos, frecuentes experiencias de derrota o fracaso, muestras de autoagresión (cortarse o quemarse), enojo excesivo e inexplicable, sensación de desamparo, disminución importante o interrupción de la comunicación con sus padres,  menoscabo en la autoestima, fra-
gilidad emocional y baja tolerancia ante la frustración, entre otras.

La buena noticia es que hay factores protectores que pueden ser útiles en la prevención del suicidio en los jóvenes, que están orientados a aumentar la autoestima asociada al autocontrol, así como a elevar la percepción que el joven tiene de la relación con sus padres y  de que recibirá apoyo cuando busque ayuda, consejo o consuelo.

La protección debe ser temprana para fortalecer los factores protectores y dotar con mejores herramientas a los individuos para enfrentar diversas situaciones.

Debe tener varios niveles: Socialmente, se debe cambiar la visión general de la “salud mental” para que sea vista como una parte más de la salud integral del ser humano, evitando las implicaciones morales, religiosas e incluso legales que la estigmatizan. A nivel escolar, es labor de profesores, entrenadores y profesionales de la salud, ayudar a los niños y jóvenes a conocerse mejor, y hacerles sentir que ante la presencia de alguna duda o malestar tienen la opción de pedir y recibir ayuda oportuna. A nivel de medios de comunicación, se debe tratar con mucho respeto y delicadeza el tema del suicidio para evitar el efecto de imitación ante las noticias de algún evento de este tipo. Finalmente, a nivel familiar, los padres deben involucrarse en la educación de sus hijos, siendo acompañantes y observadores de su crecimiento y desarrollo, haciéndoles sentir que cuentan con su apoyo y que sin invadir su individualidad y privacidad, están cerca de ellos por si los necesitan.

Ante la sospecha de conducta o ideación suicida es imprescindible acudir con un profesional de la salud mental, ya que el tratamiento incluye una combinación de medicación supervisada, psicoterapia y en muchos casos, si es necesaria, hospitalización.

Ciudad posible

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Nunca ha sucedido nada que no haya sido primero soñado.

Todos nos quejamos de lo mismo en las grandes ciudades: el tráfico, la contaminación o la poca cultura cívica en los más variados temas. Siempre vemos “al otro” como el culpable de nuestros problemas, sin pensar en lo mucho o poco que estamos haciendo para que las cosas cambien.

Hoy en día, vemos a las políticas públicas como algo ajeno a nosotros: “¡Qué hagan lo que quieran mientras no me afecten a mí!” Y caemos en un grave error, pues el hecho de vivir dentro de una ciudad nos coloca en una sociedad que está a mi servicio cuando me proporciona protección, compañía, información o entretenimiento; pero que de igual forma, demanda otras obligaciones de mí como ciudadano, y una de ellas es la participación ciudadana.

Hace unos días caminé afuera del Colegio Miraflores y vi que la calle estaba muy sucia. Entonces recordé que hace tres años, ante tal problema, muchos alumnos del Miraflores salimos un domingo a barrer la avenida en la que se ubica el Colegio. Y para sorpresa de algunos, la actividad fue divertida porque estábamos conviviendo con amigos, sólo que en lugar de hacerlo en otro sitio, estábamos en la calle. Qué curioso que salir a jugar a la calle sea visto como algo raro en nuestros días, mientras que nuestros papás lo hacían todo el tiempo hace algunos ayeres.

La anécdota viene a cuento debido a que cuando barrimos la avenida hicimos un bien común. Pusimos el ejemplo de cómo debía estar la calle por la que caminábamos todos los días y no nos limitamos a criticar su estado, o a pensar únicamente en barrer la entrada de nuestras casas porque de todo lo demás se debe encargar el gobierno. En pocas palabras, uno no cuida lo que no ama y nadie ama lo que no conoce. Si no somos capaces de dar un pequeño extra, involucrándonos e informándonos sobre la situación que nos rodea, ¡seguro que nos quedamos como estamos por el resto de nuestros días!

Unos meses atrás me enteré del movimiento que están haciendo muchas personas para recuperar los ríos de la Ciudad de México. La iniciativa se llama picnic en el río (http://picnicenelrio.org/) y busca rescatar el Río de la Piedad que actualmente está entubado en lo que es el camellón del Viaducto (una calle saturada de tránsito vehicular). Los participantes pasan un ‘día de campo’ ahí, como si ya estuviera el río en perfectas condiciones.

La idea de hacer un picnic nació de la necesidad de llamar la atención de la ciudadanía y el gobierno, sin perjudicar a nadie, haciendo conciencia de qué es lo que hay debajo de las calles que transitamos y que desgraciadamente estamos contaminando.

El proyecto consiste en cerrar los carriles centrales del Viaducto colocando un eje de movilidad masiva, y en su lugar, dar espacio a un río y un parque.

Los ejemplos dados son en dos polos distintos de la sociedad, y ambos tienen mucho valor para mejorar la ciudad en la que vivimos.

No olvidemos que la “ciudad posible” empieza en la mente de cada uno de nosotros. Nuestra obligación es transformar esa posibilidad en realidad.

Lealtad a una promesa

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El Colegio Miraflores cumple 30 años en las instalaciones en las que ha alcanzado la madurez, convirtiéndose en una institución educativa de referencia nacional e internacional.

Muchas son las reflexiones a la luz de la vida, obra y mensaje de la Madre Trinidad, fundadora de la Congregación de las Esclavas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios, que dio origen al colegio. Es buena ocasión para tener un encuentro con ella y meditar lo que tres décadas significan en cuanto al cumplimiento de la vocación de servicio y misión de amor, desde la Madre Fundadora hasta la más joven de las novicias. Es buena ocasión para hablar de lealtad.

Podemos pensar en el inmenso trabajo diario de treinta años y recordar miles de problemas (invasiones, amenazas, embargos, escasez, deudas, fatiga, etc.). Podemos reconocer el esfuerzo de superación para estar en la vanguardia pedagógica y tecnológica, y hablar de los muchos beneficiados por las obras sociales; podemos detenernos en la solidez humana y riqueza espiritual de la Familia Miraflores: patronos, empleados, maestros, alumnos, religiosas y padres de familia; podemos hacer gozosa memoria de alumnos y exalumnos, y ver estos primeros treinta años desde múltiples perspectivas ciertas; por eso es bueno hablar de lealtad.

La lealtad  se relaciona estrechamente con la fidelidad, el honor y la buena fe; es el cumplimiento de una promesa. La Madre Trinidad prometió al Señor: “Cumpliré vuestra voluntad santísima hasta que me digas: ¡Basta!”. Lo repitió de mil maneras, y lo confirmó con todos y cada uno de los actos de su vida.

Es la promesa que transmitió a sus hermanas religiosas y que las anima cada día. “Quisiera que todas supiéramos entender cómo el Señor manifestó a su indigna sierva la misión que nos confió en las niñas…imprimiendo en ellas, como fuego de amor, el amor de Dios y del prójimo, que regenera al mundo…sin apartarnos de la vida de oración y contemplación”. Las religiosas se han dedicado a cumplir su promesa por encima de problemas, cansancios y decepciones. Y lo han logrado, con vidas dedicadas en cuerpo y alma a la adoración y  la enseñanza.

Es el compromiso de lealtad que han transmitido a toda la Familia Miraflores, que se mantiene fiel a sus principios y unida en torno a sus ideales de amor a Dios y servicio a los demás.

Seguramente la Madre Trinidad contempla el resultado y renueva su compromiso en nombre de toda su congregación que debe estar orgullosa por los frutos logrados y por ser leales a su promesa.

El botellón

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Un asunto desagradable:

Oigo a Paco y a Sara –pongamos que se llaman así– que están en el pasillo, junto a la puerta abierta de mi despacho. Paco de pie y Sara sentada en el suelo, fumando un cigarro entre clase y clase.

—¿Qué vas a hacer en el puente? –pregunta ella.

—No sé… El viernes creo que haremos botellón.

—¿Y el sábado?

—Dormir.

Se hace un silencio largo.

—¿Y el domingo?

—No sé…

Lo siento; me temo que hoy no seré capaz de escribir un artículo “simpático y optimista “. El botellón es asunto triste.

Ignoro si la terminología y la sintaxis son idénticas en todos lados. En Madrid, “hacer botellón” significa ir por la noche a un jardín o parterre de la ciudad para intoxicarse con otros adolescentes en torno a un número suficiente de botellas.

Guillermo, un chaval flaco, listo y simpático, que parece peinado con una aspiradora, me dice que hay botellones de varios tipos:

—Tenemos el “botellón light” o “pachanguita”, a base de refresco y cerveza, con mucha niña mona, grititos y tal. Luego está el “botellón acampada”, en plan “heavy”. Una pasada. Yo a eso no voy. Y después el más corriente, que dura hasta las tres o las cuatro de la mañana y todos acaban borrachos.

La terminología de Guillermo es aún más expresiva e irreproducible.

—Luego –continúa– está “el botellón precalentamiento” antes de la discoteca… ¿Sabe qué pasa? Que si tienes menos de 18, en la disco no te dan alcohol. Y si te lo dan, te sale mucho más caro. Además, con el ruido y el follón, la única manera de pasárselo bien es entrar ya colocado o tomarte una pastilla.

Alejandra, que escucha atentamente, dice que sí con la cabeza.

—Es que la discoteca es insoportable.

—¿Y por qué vas?

—No sé… Por el ambiente. Tampoco hay muchas alternativas…

En ese momento se incorpora a la tertulia Nacho, que va de marginal, pero en el fondo es un romántico:

—Yo solo me emborracho para volver a casa…

—¿Para volver?

—Sí… Así duermo mejor.

—¿Y tu padre qué dice?

—Nada. Está en la cama…

A estas alturas ya se habían unido tres o cuatro más a la conversación y yo trataba de disimular el profundo desánimo que me iba agarrotando el estómago.

Mis conclusiones, ya digo, no fueron muy alentadoras. Son estas:

Los adictos al botellón que conozco, son chavales normales, encantadores como todos los de su edad. Más que sinceros, son impúdicos; capaces de contar las mayores atrocidades sin apenas conciencia de culpa.

Es inútil explicarles que “el alcohol mata”, que terminarán con el hígado hecho paté y el cerebro de corcho. Ya lo saben. “Los viejos siempre están hablando de lo que nos puede pasar –me dice Sandra–. Y eso no nos importa. Lo importante es vivir el momento”.

A la mayoría de esos chicos todavía no les gusta el alcohol. De hecho ni siquiera beben entre semana. Toman licores dulces y empalagosos –sobre todo las chicas– como quien chupa una paleta. Lo único que buscan es el efecto: la borrachera justa para huir de la realidad. ‘Coger el punto‘, lo llaman. Este es, por supuesto, el mejor camino hacia el alcoholismo.

Ahora tratan de reprimir el botellón a base de reglamentos. Cualquier día inventan un fiscal antibotellón. Ya se sabe, cuando falla el espíritu y se hunden los valores morales, siempre hay alguien que pide mano dura y leyes enérgicas. Pero lo jurídico tiene su ámbito propio y no es este.

El botellón revela hasta qué punto ha calado entre los más jóvenes la mentalidad hedonista. Ellos no tienen toda la culpa; se limitan a llevar hasta sus últimas consecuencias lo que han aprendido. Sienten la atracción de la desmesura, de lo que antes era marginal y ahora lo encharca todo. No les pidamos pues que tengan buen gusto o que sean moderados, su metabolismo se lo impide.

El botellón no tiene alternativas. Es inú-til tratar de buscar expansiones civilizadas para que la tribu hedonista se desfogue cada viernes. Es preciso enseñarles a cambiar de mentalidad; decirles que la vida no se agota en el placer, que hay esperanza, que podemos y debemos dar fruto. Demasiados adolescentes han renunciado a hacer de su vida algo grande. Chicos y chicas resignados con la esterilidad, que necesitan alcohol, ruido o lo que sea, con tal de huir de una realidad que les resulta insoportable.

Ellos no son así. Necesitan elevar el punto de mira para descubrir el espíritu y encontrar a Dios, y pisar, por fin, tierra firme.

—No sé –me dice Guillermo–. ¿Cree usted que podemos cambiar?

—Si no lo creyera, ¿estaría aquí hablando contigo?

Ventajas de tener discapacidad

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La  discapacidad es una gran desventaja en muchos casos. Primero, para los papás es muy difícil aceptar y luego entender la razón de tener un bebé con los problemas que les dicen los doctores, un bebé que está enfermo. Y los papás se la creen, siendo que la discapacidad no es una enfermedad sino una condición.

Todo se complica cuando en la familia hay hijos pequeños y los papás, pensando en protegerlos, los alejan y no les explican que su nuevo hermanito es diferente. En mi caso personal, cuando yo nací, Enrique mi hermano mayor tenía cuatro años y Pato, mi otro hermano, dos, y  no llegaban a  comprender la preocupación y el alejamiento físico  de nuestros papás.
Hay que encontrarle el lado bueno a todas las situaciones, en especial a la discapacidad. Mi mamá, siempre me ha dicho que a toda situación mala se le puede sacar cosas buenas, y eso es lo que hice al entender que, a diferencia de los demás, el que yo sea una persona con discapacidad me hace tener ventajas y tratos especiales.
En  mi caso se me facilitan muchas cosas que a otras personas no, porque no tienen el tiempo y  la paciencia para hacerlas. Por ejemplo:
·         Soy muy buena dibujando. Aun cuando tenga un solo ojo y que éste tenga un campo visual muy pequeño, lo he desarrollado de tal manera que hago dibujos muy padres.
·         Platico con los niños de algunos temas a los que las personas sin mi condición normalmente no les dedican tiempo.
·         Realizo actividades de inclusión. Si yo no hubiera nacido con esta condición, seguramente no hubiera conocido fundaciones como Unidos, Visión sin Límites y a tanta gente maravillosa.
·         Comprendo el dolor ajeno. En mi familia hemos pasado por épocas muy difíciles, de mucha angustia y mucho dolor. Esto me ha sensibilizado y me ha hecho entender que cada persona tiene su propia carga y necesita mucha comprensión y cariño de sus semejantes.
·         Tengo muy buena memoria. Me acuerdo muy bien de fechas, días y años de sucesos que haya vivido.
·         Soy muy buena con la tecnología. Como dice el dicho, la necesidad hace al hombre, y aprendí a utilizar mi radio portátil; oír y grabar música, y mi computadora es mi medio de comunicación.
·         Soy muy popular y  me gusta mucho tener amigos. Mis amigas de la prepa me invitan los viernes a cenar o a lo que se conoce como precopeo, y luego cuando se van de antro me llevan a mi casa, porque aun cuando mis padres si me permiten ir, a mí no me gusta.
·         Soy buena para explicar a otras personas sobre diferentes discapacidades, lo hago de manera clara y sencilla, y así logro sensibilizarlas.
·         Como acepto mi discapacidad, no discrimino ni le tengo lástima a nadie. Al no ver bien, no puedo juzgar a los demás por su apariencia, sino por cómo hablan y se expresan de los demás.
·         Papás que tienen hijos con discapacidad se han acercado a platicar conmigo y después de responder sus preguntas, infiero que se quedan muy tranquilos. Creo que tiene que al verme relajada y feliz a pesar de tener tantas discapacidades, sienten que sus hijos no están tan mal y pueden salir adelante.
·         Me  gusta mucho ayudar a la gente. Me veo trabajando en una fundación como el CRIT, hablando con los padres o los niños.
El mensaje que les doy a ustedes chavos es que luchen por su causa. No dejen que les digan “estás enfermito” o “pobrecito”.
Recuerden que la DISCAPACIDAD NO ES UNA ENFERMEDAD SINO UNA CONDICIÓN.
MARÍA RUIZ MIGUEL

Carácter violento = Voluntad débil

Según mis amigos psicólogos, la emoción más peligrosa es la ira, porque puede ser terriblemente destructiva. La gente hiere y mata en un arranque de ira. En las tragedias griegas, detona el drama. Ya hablamos en otra ocasión de Edipo rey de Sófocles. ¿Recuerdan la historia? El joven Edipo huye de su hogar adoptivo. En el camino hacia Tebas, se topa con un elegante coche tirado por caballos que transporta a Layo, rey de Tebas. Un arrogante sirviente conduce el carro real. El antipático chofer «le tira lámina» a Edipo. ¿Quién se cree ese peatón? ¿Acaso tiene charola de diputado? ¿Qué no sabe que los vehículos oficiales tienen preferencia?

 ¿Les suena la historia? Pero, no hablemos de política. El hecho es que el agredido peatón no se deja y responde airado, mata al pasajero real y al conductor. Edipo no era una mala persona, pero la cólera lo convirtió en asesino.
Las «buenas» personas son capaces de cometer atrocidades movidas por el dolor, la tristeza, el entusiasmo, el miedo, el enojo. Medea, en la obra homónima de Eurípides,  mata a sus propios hijos para vengarse de su marido, que la abandonó por otra mujer. Otelo, movido por los celos, asesina a Desdémona. Romeo se suicida pensando que Julieta está muerta.
Estas emociones están emparentadas con lo que Aristóteles y los escolásticos llamaron «pasiones», estados mentales impulsivos, resultados de un estímulo externo o imaginario. En griego, la palabra «pasión» (pathé) alude a esa dimensión pasiva; el sujeto es arrastrado por los impulsos y acaba cometiendo estupideces. «Me hierve la sangre», dicen algunos. Los griegos utilizaban una expresión elocuente para hablar de una persona pasional e impulsiva: akratés, el que carece de dominio y de poder sobre sí mismo.
 No somos mejores o peores por ser apasionados, esas emociones o pasiones son aspectos de la naturaleza humana. Lo importante es utilizarlas para conseguir nuestras metas; no que se apoderen de nosotros.
Además, las necesitamos para sobrevivir. ¿Qué sería de nosotros si no sintiéramos miedo o aversión al dolor? Las pasiones nos permiten reaccionar rápidamente frente a circunstancias peligrosas. ¿Y si tuviésemos que deliberar cada vez que cogemos un objeto caliente? Instintivamente lo soltamos para no quemarnos. La aversión al dolor nos salva de quemarnos. Pero en otras ocasiones, la supervivencia depende de nuestra capacidad de sobreponernos al dolor.
La lucha contra la violencia requiere el dominio de nuestros impulsos. Dominar nuestras pasiones es parte de la educación contra la violencia pasional. Lamentablemente, no pocas veces confundimos firmeza de carácter con violencia. Gritar fuerte para regañar a un subordinado es, en la mayoría de los casos, indicio de falta de carácter. Ésta es la paradoja: un carácter violento revela la debilidad de la voluntad.
MESURA, NO REPRESIÓN
La violencia obedece a muchas razones. Hay una instintiva, animal, impulsiva; ésta es terriblemente destructiva. Sin embargo, cuando el impulso pasa, el sujeto se arrepiente. Esta violencia se puede prevenir formando el propio carácter. Adueñándonos de nosotros mismos a través de las virtudes.
Ser dueño de nuestras pasiones no quiere decir aplacarlas ni reprimirlas. En ocasiones se deben provocar. ¿Recuerdan la tragedia de la guardería ABC en Hermosillo? Alguien que estaba por ahí arremetió con su camioneta contra la pared; abrió un agujero en la pared y salvo a muchos niños. Esa persona utilizó positivamente su coraje y su ira.
Aristóteles consideraba que la virtud consiste  en sentir la pasión cuando se debe y como se debe. Es cuestión de mesura y de oportunidad, no de represión ni supresión. Si veo un incendio, debo huir de las llamas; pero si soy bombero debo enfrentarlas. Cuando el coraje se rige por la recta razón no es destructivo; no es violencia, sino firmeza y fortaleza.
Educar contra la violencia requiere, en consecuencia, modelar el carácter. Debemos, por ello, atemperar nuestros impulsos y emociones.
LOS MALENCARADOS CITADINOS
También las estructuras propician la violencia. Cuando uno debe levantarse a las cuatro de la mañana para llegar al trabajo, gastar cuatro horas de su vida al día en el metro, apretujado, respirando los humores de los demás, es muy difícil conservar el buen humor. Es una de las razones por la que los habitantes de las grandes ciudades –neoyorkinos, parisinos, chilangos– somos tan mal encarados.
Existen estructuras que fomentan y reproducen violencia: el entorno urbano, condiciones de trabajo infrahumanas, el maltrato de autoridades, las aglomeraciones. Las ciudades atestadas, mal planeadas, deficientemente administradas invitan a las explosiones de carácter, son caldo de cultivo para el gen de la violencia.
Existe también la violencia deliberada; sistemática. La programática. La de quien piensa, planea y ejecuta. Fue la violencia del Tercer Reich contra judíos, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová y, en general, contra quienes no cabían en el estrecho y ridículo molde del nazismo. Esta violencia, perpetrada por personas educadas y cultas espanta. ¿Cómo pudo un régimen institucionalizar la violencia más brutal?
En una entrevista, Theodor Adorno cuenta que el nazismo prescribía un régimen de educación física muy rigurosa. La justificación está en la dureza casi masoquista del entrenamiento. «La tan loada dureza, para la que tendríamos que ser educados, significa más indiferencia frente al dolor, sin una distinción demasiado nítida entre el dolor propio y el ajeno. Quien es duro consigo mismo se arroga el derecho de ser duro también con los demás», dice Adorno.
La violencia surge también por indiferencia. Nos negamos a ver el rostro de los demás. No advertimos que también sufren. Quien que nos empuja en el metro también fue empujado. Si los microbuses utilizaran las direccionales, probablemente no les cederíamos el paso. ¿O sí?
Ya lo he dicho en otras ocasiones: la educación deportiva frecuentemente –que conste que no siempre– camufla la violencia. Sin duda el ejercicio baja el colesterol y desarrolla hábitos como el orden y la puntualidad, incluso propicia el trabajo en equipo y el respeto a las reglas. Los deportes competitivos fomentan ciertas virtudes, pero no enseñan la compasión. El propósito es ganar a través de la destreza física. No se me malinterprete. No pretendo abolir los deportes. Sólo quiero decir que la lucha contra la violencia exige repensar el papel que damos a los deportes en la educación.
No sé si hoy hay más violencia que en la antigüedad. La esclavitud es una forma muy fuerte de violencia. Parte del supuesto de que el otro sólo es digno de servir. Lo que sí sé es que nuestra educación no fomenta la empatía. Las constantes campañas en contra del bullying y el mobbing son muestra de ello.
Fuente: Itsmo. Edición 325.Sección Las manías de Zagal

La Tia Cochela tiene razón

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En una muy humilde escuela de la zona de «Los Polvorines», en cercanías de Campo de Mayo, Buenos Aires, en donde los niños concurrían tal vez más por obtener su plato de comida que para estudiar, estaba la maestra (que jamás se consideró una trabajadora de la educación), a pura vocación, ayudando a sus alumnos a hacer la tarea después del comedor, cuando súbitamente dos jóvenes seminaristas, flacos y embarrados hasta las rodillas, golpearon sus manos, a modo de pedir permiso para ingresar, ofreciéndose para colaborar en la educación de los chicos.

La maestra los invitó muy gentilmente a pasar y agradeció a los hombres de Dios su buena voluntad, pero les aclaró que ella no disponía en la escuela de dinero para pagar sus servicios, a lo que los visitantes respondieron «con que nos dé de comer estaremos muy bien pagados», pues ellos eran Jesuitas, pobres y en plena acción evangelizadora.
Fue así que los nobles sacerdotes estuvieron trabajando con los chicos del barrio durante varios meses, tiempo que grabó para siempre en el corazón de la maestra, la capacidad de amar que mostraban los curas especialmente uno de ellos al que llamaban Jorge.

La vida transcurrió, los jóvenes jesuitas continuaron su labor eclesiástica y la maestra con su titánica tarea educativa, siempre en barrios carenciados, obreros y populares, a pesar de ser ella misma una señora de buena posición socio cultural y, así continuó su vida, luego como secretaria, vicedirectora, directora, supervisora y por fin, jubilada por unos pocos pesos.

Ya entrada en su tercera edad, la maestra concurría a misa en la iglesia del Pilar y un buen día creyó ver en el «monseñor» que daba la misa, a un viejo conocido. Inquieta, como siempre fue, esperó la finalización de la misa y se acercó al sacerdote preguntándole si él no era el padre Jorge…

Habían pasado unos 35 años y monseñor detuvo su mirada en la pequeña abuela, la miró a los ojos, dibujó una sonrisa en su gesto y con total alegría le dijo: claro que soy el padre Jorge, y usted es la maestra de «Los Polvorines». La maestra, Cochela, no pudo evitar romper en llanto de emoción y pidió permiso al ahora monseñor para poder visitarlo. Provocando una nueva sonrisa en el cura que le dijo que se enojaría si no viniera a verlo seguido. La maestra jubilada volvió a su casa a contarle a Coiche, su hermana mayor y a toda la familia la alegría de su encuentro y la mayor alegría aún de haber logrado el permiso para visitar a su viejo amigo en la parroquia.

A partir de ese momento, Cochela visitaría mensualmente a monseñor, siempre llevándole todo tipo de ofrendas, escritos, viejas fotografías en blanco y negro, y entre ellas se destacaban sus «Chipás», lo que además la caracterizaban por su exquisitez y por su origen correntino. La anciana no necesitaba ver personalmente a monseñor, ella se conformaba con que su secretario le entregue sus presentes ya que no quería distraerlo de sus ocupaciones. Sin embargo, a cada visita, cuando no lo encontraba a él, siempre indefectiblemente seguía una llamada telefónica de monseñor, en persona, para agradecer la deferencia y el cariño que sus visitas evidenciaban.

Cochela jamás pidió nada a monseñor, y monseñor fue Cardenal, y Obispo de su ciudad, y ella vivía cada homilía del padre Jorge como dando crédito a que escuchaba la palabra de Dios. Leía y releía una y mil veces las notas periodísticas que se publicaban sobre el cardenal. El padre Jorge siempre le dio afecto, mucho cariño y la acarició con su misericordiosa mirada, pero también siempre le pidió algo, algo inusual y llamativo en un cura. Siempre le pidió que rece por él, que lo necesitaba para poder hacer mejor su trabajo como hombre de Dios. Y Cochela cumplía, acabadamente ese pedido, y también invitaba a familiares y amigos a rezar por el padre Jorge, que ahora era monseñor pero que iba «a ser Papa porque ese hombre es un santo, yo lo conozco muy bien desde que empezó a caminar en el barro para ayudar a los pobres y además es jesuita, es muy bueno, honesto y humilde, va a ser Papa», repetía hasta el hartazgo. Oren por él.

La vida fue muy dura con Cochela porque aunque la llenó del afecto de sus familiares y amigos, no le permitió tener hijos, también perdió a su compañero muy temprano, pero ella nunca se quejó, siempre tuvo una sonrisa para todos, y cuando digo todos es todos, hasta con quienes le hacían el mal, hasta a los delincuentes que le tocó enfrentar los «retaba» cariñosamente para que tomen el buen camino, agregando indefectiblemente a sus palabras un único final: «mi?hijo», lo que demostraba claramente que cada una de sus frases eran dichas como la madre que no pudo ser.

También fue dura su partida, la vejez comenzó a hacer estragos en su salud, especialmente en su salud mental y una demencia senil se apoderó de sus últimos días, enfermedad que la comenzó a enajenar y de la que sólo se logró evadir cuando esporádicamente reconocía a alguno de sus seres más queridos y cuando hablaba de «Bergoglio, el cura que según ella sería Papa, porque es un hombre Santo».

Al pasar meses sin visitarlo Bergoglio hizo averiguar a su secretario que era de la vida de Cochela, enterándose así que ella estaba muy enferma y que le quedaba poco tiempo de vida. Una tarde de diciembre de 2011, estaba Cochela dormida en compañía de su hermana mayor, su enfermera y familiares, cuando en el pequeño departamento de avenida Las Heras sonó el portero eléctrico, la visita se identificó simplemente como Jorge Bergoglio, que venía a vistar a Cochela, llegó sólo, de a pié y con una única misión, darle la unción de los enfermos a su antigua Benefactora de «Los Polvorines», no sabemos si lo reconoció o no, pero si sabemos que pocos días después partió a reunirse con su marido en la eternidad, desde donde seguro hizo lobby ente Dios para que su profecía se haga realidad.

Y el cura Jorge Bergoglio fue Papa, como decía Cochela, ante las incrédulas orejas de quienes tanto la amamos, pero que en eso no la supimos tomar en serio. Cochela tenía razón y seguramente Francisco Primero también será un santo cuando le toque, tanto amor, tanta devoción, sin dudas tienen sentido.

La maestra, Cochela, es María Beatriz Solari de Cichero, mi amada tía, mi segunda mamá. Pocos meses después falleció Coiche, su inseparable hermana y mi gran madre.

Ruego una oración en su memoria y para que el Papa Francisco tenga las fuerzas necesarias para reencauzar a nuestra iglesia y colaborar a la paz del mundo y a la felicidad de los pobres.

Me colma de felicidad y orgullo cristiano haberme equivocado y pido perdón por no haberla sabido tomar en serio, Cochela, tenía razón.

No señoras, con la pena

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En muchas fiestas de adolescentes se sirve alcohol porque sus padres piensan que es mejor que se lo tomen delante de ellos a que lo hagan a escondidas. Y de paso que aprendan a beber. Disiento.

Nunca faltan. Puede ser una pariente, una amiga cercana, una conocida y hasta alguien que ni fu ni fa contigo y con tu vida, pero que andaba por ahí y de pronto decidió que tenía que intervenir porque YOLO. Y según sus reglas, una tiene que escuchar y acatar.

El asunto es que sienten la necesidad de enmendarte la plana porque ellas saben mejor que tú cómo cuidar y educar a tus hijos. Así que, sin prudencia alguna mediante, suelen soltarte una retahíla de consejos no pedidos, aunque dados de buen corazón. Porque ahí están sus propios hijos de muestra y a ver, tengan la entereza de decirles que no lo han hecho bien.
Me he topado con estas consejeras maternales varias veces en los últimos años y no nos ha ido bien, la verdad. En una ocasión, a los escasos seis meses de vida de la big sister, una de ellas quiso darle comida no autorizada por mí y no saben el San Quintín que se armó. En lo que se refiere a mis hijas suelo imponer mi santa voluntad con toda la buena educación que me es posible. Si la corrección política o las formas sociales se interponen, con la pena las desecho. Que digan misa, pero si el consejo de la tía abuela segunda no concuerda con mi forma de ser o de pensar, no lo tomo y sanseacabó.
 
Con esta filosofía trastabillé la infancia de mis hijas y me enfrento ahora a la temida adolescencia. Ante la impugnación social por declinar los consejos no pedidos, siempre me respondo a mi misma que aspiro a que mis hijas me reclamen por mis propios errores, no por los errores de los demás. Sobre todo si los consejos derivan de acciones sobre las que hay un acuerdo generalizado, con el argumento de que eso es lo que hacen todos y mejor ni protestar.
 
Veamos.
 
En muchas fiestas de los amigos de la adolescente mayor se sirve alcohol porque sus padres piensan que es mejor que se lo tomen delante de ellos a que lo hagan a escondidas. Y de paso que aprendan a beber. Disiento. Tienen 13, 14, 15 años. Si la ley dice que no se debe vender alcohol a menores de edad, a mí no me interesa autorizar ni promover su consumo. Lo mismo aplica para el cigarro. Ya tendrán el resto de su vida, a partir de la mayoría de edad, para probar, experimentar y escoger si quieren el vicio de su preferencia. Por lo pronto tendrán que conformarse con pizza y si acaso Manzanita Sol, aunque es más probable que les sirva horchata.
 
La mayoría de las amigas de la adolescente mayor se conducen solas y deciden sus actividades extraescolares sin pedir permiso, sólo avisan. Dizque ya son grandes y tienen que aprender a tomar decisiones. Independientes mis narices. He sabido de madres que desconocían el paradero de sus hijas después del horario de clases, hasta que la chamaca hablaba para decirles a dónde la tenían que ir a buscar. Me quito el sombrero ante la sangre fría con la que trabajan y olvidan que tienen hijos, ya sea por indiferencia o necesidad #VayaUstedAsaber.
 
En la misma lógica, estos padres y sus hijos consideran los centros comerciales y las salas de cine territorio liberado de la dictadura materna y el espacio natural para empezar a noviar. De nuevo con la pena, pero esto tiene que ser gradual y en función de ciertas concesiones que mi escuincla se vaya ganando, no a lo que sus amigas ordenen porque así es como lo hacen ellas. Iremos recorriendo las filas de atrás hasta que su padre y yo consideremos que sea hora de entrar a otra función o de esperarla afuera. Y en esa decisión aguantaremos la presión y no permitiremos que intervenga nadie más.
 
No soy especial ni perfecta. Tampoco soy ejemplo materno para nadie más. Sólo reclamo mi derecho a hacer uso de lo que a mí me funciona. De lo que nos funciona a mi marido y a mí como padres. De lo que funciona en nuestra familia. Y que no necesariamente le tiene que funcionar a alguien más. Esa resignación que oigo frecuentemente en las conversaciones entre padres me ponen muy malita de mi tolerancia. Es que los adolescentes así son ahora. Es que no puedes evitarlo, aunque quieras. Es que de todas maneras lo harán.
 
Me vale madres. Mi función es hacer lo que mi marido y yo consideramos correcto para nuestras hijas, después de asesorarnos con profesionales del tema. Nos informamos y actuamos con base en nuestra filosofía de vida y al temperamento de las adolescentes. Nos equivocaremos, por supuesto. Pero tendremos la tranquilidad para hacernos responsables de nuestras propias decisiones, sin arrepentirnos de haber desechado lo que nos parezca incompatible con nuestra forma de ser y de pensar.
 
 Si algo he aprendido en estos años de maternidad es a confiar en mi instinto. Y hoy éste me dice que siempre será mejor lo que funciona en el proyecto de mi familia, que lo que les “funciona” en bola a los demás. Después de eso, sólo me queda apechugar.