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Ciudad posible

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Nunca ha sucedido nada que no haya sido primero soñado.

Todos nos quejamos de lo mismo en las grandes ciudades: el tráfico, la contaminación o la poca cultura cívica en los más variados temas. Siempre vemos “al otro” como el culpable de nuestros problemas, sin pensar en lo mucho o poco que estamos haciendo para que las cosas cambien.

Hoy en día, vemos a las políticas públicas como algo ajeno a nosotros: “¡Qué hagan lo que quieran mientras no me afecten a mí!” Y caemos en un grave error, pues el hecho de vivir dentro de una ciudad nos coloca en una sociedad que está a mi servicio cuando me proporciona protección, compañía, información o entretenimiento; pero que de igual forma, demanda otras obligaciones de mí como ciudadano, y una de ellas es la participación ciudadana.

Hace unos días caminé afuera del Colegio Miraflores y vi que la calle estaba muy sucia. Entonces recordé que hace tres años, ante tal problema, muchos alumnos del Miraflores salimos un domingo a barrer la avenida en la que se ubica el Colegio. Y para sorpresa de algunos, la actividad fue divertida porque estábamos conviviendo con amigos, sólo que en lugar de hacerlo en otro sitio, estábamos en la calle. Qué curioso que salir a jugar a la calle sea visto como algo raro en nuestros días, mientras que nuestros papás lo hacían todo el tiempo hace algunos ayeres.

La anécdota viene a cuento debido a que cuando barrimos la avenida hicimos un bien común. Pusimos el ejemplo de cómo debía estar la calle por la que caminábamos todos los días y no nos limitamos a criticar su estado, o a pensar únicamente en barrer la entrada de nuestras casas porque de todo lo demás se debe encargar el gobierno. En pocas palabras, uno no cuida lo que no ama y nadie ama lo que no conoce. Si no somos capaces de dar un pequeño extra, involucrándonos e informándonos sobre la situación que nos rodea, ¡seguro que nos quedamos como estamos por el resto de nuestros días!

Unos meses atrás me enteré del movimiento que están haciendo muchas personas para recuperar los ríos de la Ciudad de México. La iniciativa se llama picnic en el río (http://picnicenelrio.org/) y busca rescatar el Río de la Piedad que actualmente está entubado en lo que es el camellón del Viaducto (una calle saturada de tránsito vehicular). Los participantes pasan un ‘día de campo’ ahí, como si ya estuviera el río en perfectas condiciones.

La idea de hacer un picnic nació de la necesidad de llamar la atención de la ciudadanía y el gobierno, sin perjudicar a nadie, haciendo conciencia de qué es lo que hay debajo de las calles que transitamos y que desgraciadamente estamos contaminando.

El proyecto consiste en cerrar los carriles centrales del Viaducto colocando un eje de movilidad masiva, y en su lugar, dar espacio a un río y un parque.

Los ejemplos dados son en dos polos distintos de la sociedad, y ambos tienen mucho valor para mejorar la ciudad en la que vivimos.

No olvidemos que la “ciudad posible” empieza en la mente de cada uno de nosotros. Nuestra obligación es transformar esa posibilidad en realidad.

Lealtad a una promesa

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El Colegio Miraflores cumple 30 años en las instalaciones en las que ha alcanzado la madurez, convirtiéndose en una institución educativa de referencia nacional e internacional.

Muchas son las reflexiones a la luz de la vida, obra y mensaje de la Madre Trinidad, fundadora de la Congregación de las Esclavas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios, que dio origen al colegio. Es buena ocasión para tener un encuentro con ella y meditar lo que tres décadas significan en cuanto al cumplimiento de la vocación de servicio y misión de amor, desde la Madre Fundadora hasta la más joven de las novicias. Es buena ocasión para hablar de lealtad.

Podemos pensar en el inmenso trabajo diario de treinta años y recordar miles de problemas (invasiones, amenazas, embargos, escasez, deudas, fatiga, etc.). Podemos reconocer el esfuerzo de superación para estar en la vanguardia pedagógica y tecnológica, y hablar de los muchos beneficiados por las obras sociales; podemos detenernos en la solidez humana y riqueza espiritual de la Familia Miraflores: patronos, empleados, maestros, alumnos, religiosas y padres de familia; podemos hacer gozosa memoria de alumnos y exalumnos, y ver estos primeros treinta años desde múltiples perspectivas ciertas; por eso es bueno hablar de lealtad.

La lealtad  se relaciona estrechamente con la fidelidad, el honor y la buena fe; es el cumplimiento de una promesa. La Madre Trinidad prometió al Señor: “Cumpliré vuestra voluntad santísima hasta que me digas: ¡Basta!”. Lo repitió de mil maneras, y lo confirmó con todos y cada uno de los actos de su vida.

Es la promesa que transmitió a sus hermanas religiosas y que las anima cada día. “Quisiera que todas supiéramos entender cómo el Señor manifestó a su indigna sierva la misión que nos confió en las niñas…imprimiendo en ellas, como fuego de amor, el amor de Dios y del prójimo, que regenera al mundo…sin apartarnos de la vida de oración y contemplación”. Las religiosas se han dedicado a cumplir su promesa por encima de problemas, cansancios y decepciones. Y lo han logrado, con vidas dedicadas en cuerpo y alma a la adoración y  la enseñanza.

Es el compromiso de lealtad que han transmitido a toda la Familia Miraflores, que se mantiene fiel a sus principios y unida en torno a sus ideales de amor a Dios y servicio a los demás.

Seguramente la Madre Trinidad contempla el resultado y renueva su compromiso en nombre de toda su congregación que debe estar orgullosa por los frutos logrados y por ser leales a su promesa.

El botellón

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Un asunto desagradable:

Oigo a Paco y a Sara –pongamos que se llaman así– que están en el pasillo, junto a la puerta abierta de mi despacho. Paco de pie y Sara sentada en el suelo, fumando un cigarro entre clase y clase.

—¿Qué vas a hacer en el puente? –pregunta ella.

—No sé… El viernes creo que haremos botellón.

—¿Y el sábado?

—Dormir.

Se hace un silencio largo.

—¿Y el domingo?

—No sé…

Lo siento; me temo que hoy no seré capaz de escribir un artículo “simpático y optimista “. El botellón es asunto triste.

Ignoro si la terminología y la sintaxis son idénticas en todos lados. En Madrid, “hacer botellón” significa ir por la noche a un jardín o parterre de la ciudad para intoxicarse con otros adolescentes en torno a un número suficiente de botellas.

Guillermo, un chaval flaco, listo y simpático, que parece peinado con una aspiradora, me dice que hay botellones de varios tipos:

—Tenemos el “botellón light” o “pachanguita”, a base de refresco y cerveza, con mucha niña mona, grititos y tal. Luego está el “botellón acampada”, en plan “heavy”. Una pasada. Yo a eso no voy. Y después el más corriente, que dura hasta las tres o las cuatro de la mañana y todos acaban borrachos.

La terminología de Guillermo es aún más expresiva e irreproducible.

—Luego –continúa– está “el botellón precalentamiento” antes de la discoteca… ¿Sabe qué pasa? Que si tienes menos de 18, en la disco no te dan alcohol. Y si te lo dan, te sale mucho más caro. Además, con el ruido y el follón, la única manera de pasárselo bien es entrar ya colocado o tomarte una pastilla.

Alejandra, que escucha atentamente, dice que sí con la cabeza.

—Es que la discoteca es insoportable.

—¿Y por qué vas?

—No sé… Por el ambiente. Tampoco hay muchas alternativas…

En ese momento se incorpora a la tertulia Nacho, que va de marginal, pero en el fondo es un romántico:

—Yo solo me emborracho para volver a casa…

—¿Para volver?

—Sí… Así duermo mejor.

—¿Y tu padre qué dice?

—Nada. Está en la cama…

A estas alturas ya se habían unido tres o cuatro más a la conversación y yo trataba de disimular el profundo desánimo que me iba agarrotando el estómago.

Mis conclusiones, ya digo, no fueron muy alentadoras. Son estas:

Los adictos al botellón que conozco, son chavales normales, encantadores como todos los de su edad. Más que sinceros, son impúdicos; capaces de contar las mayores atrocidades sin apenas conciencia de culpa.

Es inútil explicarles que “el alcohol mata”, que terminarán con el hígado hecho paté y el cerebro de corcho. Ya lo saben. “Los viejos siempre están hablando de lo que nos puede pasar –me dice Sandra–. Y eso no nos importa. Lo importante es vivir el momento”.

A la mayoría de esos chicos todavía no les gusta el alcohol. De hecho ni siquiera beben entre semana. Toman licores dulces y empalagosos –sobre todo las chicas– como quien chupa una paleta. Lo único que buscan es el efecto: la borrachera justa para huir de la realidad. ‘Coger el punto‘, lo llaman. Este es, por supuesto, el mejor camino hacia el alcoholismo.

Ahora tratan de reprimir el botellón a base de reglamentos. Cualquier día inventan un fiscal antibotellón. Ya se sabe, cuando falla el espíritu y se hunden los valores morales, siempre hay alguien que pide mano dura y leyes enérgicas. Pero lo jurídico tiene su ámbito propio y no es este.

El botellón revela hasta qué punto ha calado entre los más jóvenes la mentalidad hedonista. Ellos no tienen toda la culpa; se limitan a llevar hasta sus últimas consecuencias lo que han aprendido. Sienten la atracción de la desmesura, de lo que antes era marginal y ahora lo encharca todo. No les pidamos pues que tengan buen gusto o que sean moderados, su metabolismo se lo impide.

El botellón no tiene alternativas. Es inú-til tratar de buscar expansiones civilizadas para que la tribu hedonista se desfogue cada viernes. Es preciso enseñarles a cambiar de mentalidad; decirles que la vida no se agota en el placer, que hay esperanza, que podemos y debemos dar fruto. Demasiados adolescentes han renunciado a hacer de su vida algo grande. Chicos y chicas resignados con la esterilidad, que necesitan alcohol, ruido o lo que sea, con tal de huir de una realidad que les resulta insoportable.

Ellos no son así. Necesitan elevar el punto de mira para descubrir el espíritu y encontrar a Dios, y pisar, por fin, tierra firme.

—No sé –me dice Guillermo–. ¿Cree usted que podemos cambiar?

—Si no lo creyera, ¿estaría aquí hablando contigo?

Ventajas de tener discapacidad

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La  discapacidad es una gran desventaja en muchos casos. Primero, para los papás es muy difícil aceptar y luego entender la razón de tener un bebé con los problemas que les dicen los doctores, un bebé que está enfermo. Y los papás se la creen, siendo que la discapacidad no es una enfermedad sino una condición.

Todo se complica cuando en la familia hay hijos pequeños y los papás, pensando en protegerlos, los alejan y no les explican que su nuevo hermanito es diferente. En mi caso personal, cuando yo nací, Enrique mi hermano mayor tenía cuatro años y Pato, mi otro hermano, dos, y  no llegaban a  comprender la preocupación y el alejamiento físico  de nuestros papás.
Hay que encontrarle el lado bueno a todas las situaciones, en especial a la discapacidad. Mi mamá, siempre me ha dicho que a toda situación mala se le puede sacar cosas buenas, y eso es lo que hice al entender que, a diferencia de los demás, el que yo sea una persona con discapacidad me hace tener ventajas y tratos especiales.
En  mi caso se me facilitan muchas cosas que a otras personas no, porque no tienen el tiempo y  la paciencia para hacerlas. Por ejemplo:
·         Soy muy buena dibujando. Aun cuando tenga un solo ojo y que éste tenga un campo visual muy pequeño, lo he desarrollado de tal manera que hago dibujos muy padres.
·         Platico con los niños de algunos temas a los que las personas sin mi condición normalmente no les dedican tiempo.
·         Realizo actividades de inclusión. Si yo no hubiera nacido con esta condición, seguramente no hubiera conocido fundaciones como Unidos, Visión sin Límites y a tanta gente maravillosa.
·         Comprendo el dolor ajeno. En mi familia hemos pasado por épocas muy difíciles, de mucha angustia y mucho dolor. Esto me ha sensibilizado y me ha hecho entender que cada persona tiene su propia carga y necesita mucha comprensión y cariño de sus semejantes.
·         Tengo muy buena memoria. Me acuerdo muy bien de fechas, días y años de sucesos que haya vivido.
·         Soy muy buena con la tecnología. Como dice el dicho, la necesidad hace al hombre, y aprendí a utilizar mi radio portátil; oír y grabar música, y mi computadora es mi medio de comunicación.
·         Soy muy popular y  me gusta mucho tener amigos. Mis amigas de la prepa me invitan los viernes a cenar o a lo que se conoce como precopeo, y luego cuando se van de antro me llevan a mi casa, porque aun cuando mis padres si me permiten ir, a mí no me gusta.
·         Soy buena para explicar a otras personas sobre diferentes discapacidades, lo hago de manera clara y sencilla, y así logro sensibilizarlas.
·         Como acepto mi discapacidad, no discrimino ni le tengo lástima a nadie. Al no ver bien, no puedo juzgar a los demás por su apariencia, sino por cómo hablan y se expresan de los demás.
·         Papás que tienen hijos con discapacidad se han acercado a platicar conmigo y después de responder sus preguntas, infiero que se quedan muy tranquilos. Creo que tiene que al verme relajada y feliz a pesar de tener tantas discapacidades, sienten que sus hijos no están tan mal y pueden salir adelante.
·         Me  gusta mucho ayudar a la gente. Me veo trabajando en una fundación como el CRIT, hablando con los padres o los niños.
El mensaje que les doy a ustedes chavos es que luchen por su causa. No dejen que les digan “estás enfermito” o “pobrecito”.
Recuerden que la DISCAPACIDAD NO ES UNA ENFERMEDAD SINO UNA CONDICIÓN.
MARÍA RUIZ MIGUEL

Carácter violento = Voluntad débil

Según mis amigos psicólogos, la emoción más peligrosa es la ira, porque puede ser terriblemente destructiva. La gente hiere y mata en un arranque de ira. En las tragedias griegas, detona el drama. Ya hablamos en otra ocasión de Edipo rey de Sófocles. ¿Recuerdan la historia? El joven Edipo huye de su hogar adoptivo. En el camino hacia Tebas, se topa con un elegante coche tirado por caballos que transporta a Layo, rey de Tebas. Un arrogante sirviente conduce el carro real. El antipático chofer «le tira lámina» a Edipo. ¿Quién se cree ese peatón? ¿Acaso tiene charola de diputado? ¿Qué no sabe que los vehículos oficiales tienen preferencia?

 ¿Les suena la historia? Pero, no hablemos de política. El hecho es que el agredido peatón no se deja y responde airado, mata al pasajero real y al conductor. Edipo no era una mala persona, pero la cólera lo convirtió en asesino.
Las «buenas» personas son capaces de cometer atrocidades movidas por el dolor, la tristeza, el entusiasmo, el miedo, el enojo. Medea, en la obra homónima de Eurípides,  mata a sus propios hijos para vengarse de su marido, que la abandonó por otra mujer. Otelo, movido por los celos, asesina a Desdémona. Romeo se suicida pensando que Julieta está muerta.
Estas emociones están emparentadas con lo que Aristóteles y los escolásticos llamaron «pasiones», estados mentales impulsivos, resultados de un estímulo externo o imaginario. En griego, la palabra «pasión» (pathé) alude a esa dimensión pasiva; el sujeto es arrastrado por los impulsos y acaba cometiendo estupideces. «Me hierve la sangre», dicen algunos. Los griegos utilizaban una expresión elocuente para hablar de una persona pasional e impulsiva: akratés, el que carece de dominio y de poder sobre sí mismo.
 No somos mejores o peores por ser apasionados, esas emociones o pasiones son aspectos de la naturaleza humana. Lo importante es utilizarlas para conseguir nuestras metas; no que se apoderen de nosotros.
Además, las necesitamos para sobrevivir. ¿Qué sería de nosotros si no sintiéramos miedo o aversión al dolor? Las pasiones nos permiten reaccionar rápidamente frente a circunstancias peligrosas. ¿Y si tuviésemos que deliberar cada vez que cogemos un objeto caliente? Instintivamente lo soltamos para no quemarnos. La aversión al dolor nos salva de quemarnos. Pero en otras ocasiones, la supervivencia depende de nuestra capacidad de sobreponernos al dolor.
La lucha contra la violencia requiere el dominio de nuestros impulsos. Dominar nuestras pasiones es parte de la educación contra la violencia pasional. Lamentablemente, no pocas veces confundimos firmeza de carácter con violencia. Gritar fuerte para regañar a un subordinado es, en la mayoría de los casos, indicio de falta de carácter. Ésta es la paradoja: un carácter violento revela la debilidad de la voluntad.
MESURA, NO REPRESIÓN
La violencia obedece a muchas razones. Hay una instintiva, animal, impulsiva; ésta es terriblemente destructiva. Sin embargo, cuando el impulso pasa, el sujeto se arrepiente. Esta violencia se puede prevenir formando el propio carácter. Adueñándonos de nosotros mismos a través de las virtudes.
Ser dueño de nuestras pasiones no quiere decir aplacarlas ni reprimirlas. En ocasiones se deben provocar. ¿Recuerdan la tragedia de la guardería ABC en Hermosillo? Alguien que estaba por ahí arremetió con su camioneta contra la pared; abrió un agujero en la pared y salvo a muchos niños. Esa persona utilizó positivamente su coraje y su ira.
Aristóteles consideraba que la virtud consiste  en sentir la pasión cuando se debe y como se debe. Es cuestión de mesura y de oportunidad, no de represión ni supresión. Si veo un incendio, debo huir de las llamas; pero si soy bombero debo enfrentarlas. Cuando el coraje se rige por la recta razón no es destructivo; no es violencia, sino firmeza y fortaleza.
Educar contra la violencia requiere, en consecuencia, modelar el carácter. Debemos, por ello, atemperar nuestros impulsos y emociones.
LOS MALENCARADOS CITADINOS
También las estructuras propician la violencia. Cuando uno debe levantarse a las cuatro de la mañana para llegar al trabajo, gastar cuatro horas de su vida al día en el metro, apretujado, respirando los humores de los demás, es muy difícil conservar el buen humor. Es una de las razones por la que los habitantes de las grandes ciudades –neoyorkinos, parisinos, chilangos– somos tan mal encarados.
Existen estructuras que fomentan y reproducen violencia: el entorno urbano, condiciones de trabajo infrahumanas, el maltrato de autoridades, las aglomeraciones. Las ciudades atestadas, mal planeadas, deficientemente administradas invitan a las explosiones de carácter, son caldo de cultivo para el gen de la violencia.
Existe también la violencia deliberada; sistemática. La programática. La de quien piensa, planea y ejecuta. Fue la violencia del Tercer Reich contra judíos, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová y, en general, contra quienes no cabían en el estrecho y ridículo molde del nazismo. Esta violencia, perpetrada por personas educadas y cultas espanta. ¿Cómo pudo un régimen institucionalizar la violencia más brutal?
En una entrevista, Theodor Adorno cuenta que el nazismo prescribía un régimen de educación física muy rigurosa. La justificación está en la dureza casi masoquista del entrenamiento. «La tan loada dureza, para la que tendríamos que ser educados, significa más indiferencia frente al dolor, sin una distinción demasiado nítida entre el dolor propio y el ajeno. Quien es duro consigo mismo se arroga el derecho de ser duro también con los demás», dice Adorno.
La violencia surge también por indiferencia. Nos negamos a ver el rostro de los demás. No advertimos que también sufren. Quien que nos empuja en el metro también fue empujado. Si los microbuses utilizaran las direccionales, probablemente no les cederíamos el paso. ¿O sí?
Ya lo he dicho en otras ocasiones: la educación deportiva frecuentemente –que conste que no siempre– camufla la violencia. Sin duda el ejercicio baja el colesterol y desarrolla hábitos como el orden y la puntualidad, incluso propicia el trabajo en equipo y el respeto a las reglas. Los deportes competitivos fomentan ciertas virtudes, pero no enseñan la compasión. El propósito es ganar a través de la destreza física. No se me malinterprete. No pretendo abolir los deportes. Sólo quiero decir que la lucha contra la violencia exige repensar el papel que damos a los deportes en la educación.
No sé si hoy hay más violencia que en la antigüedad. La esclavitud es una forma muy fuerte de violencia. Parte del supuesto de que el otro sólo es digno de servir. Lo que sí sé es que nuestra educación no fomenta la empatía. Las constantes campañas en contra del bullying y el mobbing son muestra de ello.
Fuente: Itsmo. Edición 325.Sección Las manías de Zagal

La Tia Cochela tiene razón

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En una muy humilde escuela de la zona de «Los Polvorines», en cercanías de Campo de Mayo, Buenos Aires, en donde los niños concurrían tal vez más por obtener su plato de comida que para estudiar, estaba la maestra (que jamás se consideró una trabajadora de la educación), a pura vocación, ayudando a sus alumnos a hacer la tarea después del comedor, cuando súbitamente dos jóvenes seminaristas, flacos y embarrados hasta las rodillas, golpearon sus manos, a modo de pedir permiso para ingresar, ofreciéndose para colaborar en la educación de los chicos.

La maestra los invitó muy gentilmente a pasar y agradeció a los hombres de Dios su buena voluntad, pero les aclaró que ella no disponía en la escuela de dinero para pagar sus servicios, a lo que los visitantes respondieron «con que nos dé de comer estaremos muy bien pagados», pues ellos eran Jesuitas, pobres y en plena acción evangelizadora.
Fue así que los nobles sacerdotes estuvieron trabajando con los chicos del barrio durante varios meses, tiempo que grabó para siempre en el corazón de la maestra, la capacidad de amar que mostraban los curas especialmente uno de ellos al que llamaban Jorge.

La vida transcurrió, los jóvenes jesuitas continuaron su labor eclesiástica y la maestra con su titánica tarea educativa, siempre en barrios carenciados, obreros y populares, a pesar de ser ella misma una señora de buena posición socio cultural y, así continuó su vida, luego como secretaria, vicedirectora, directora, supervisora y por fin, jubilada por unos pocos pesos.

Ya entrada en su tercera edad, la maestra concurría a misa en la iglesia del Pilar y un buen día creyó ver en el «monseñor» que daba la misa, a un viejo conocido. Inquieta, como siempre fue, esperó la finalización de la misa y se acercó al sacerdote preguntándole si él no era el padre Jorge…

Habían pasado unos 35 años y monseñor detuvo su mirada en la pequeña abuela, la miró a los ojos, dibujó una sonrisa en su gesto y con total alegría le dijo: claro que soy el padre Jorge, y usted es la maestra de «Los Polvorines». La maestra, Cochela, no pudo evitar romper en llanto de emoción y pidió permiso al ahora monseñor para poder visitarlo. Provocando una nueva sonrisa en el cura que le dijo que se enojaría si no viniera a verlo seguido. La maestra jubilada volvió a su casa a contarle a Coiche, su hermana mayor y a toda la familia la alegría de su encuentro y la mayor alegría aún de haber logrado el permiso para visitar a su viejo amigo en la parroquia.

A partir de ese momento, Cochela visitaría mensualmente a monseñor, siempre llevándole todo tipo de ofrendas, escritos, viejas fotografías en blanco y negro, y entre ellas se destacaban sus «Chipás», lo que además la caracterizaban por su exquisitez y por su origen correntino. La anciana no necesitaba ver personalmente a monseñor, ella se conformaba con que su secretario le entregue sus presentes ya que no quería distraerlo de sus ocupaciones. Sin embargo, a cada visita, cuando no lo encontraba a él, siempre indefectiblemente seguía una llamada telefónica de monseñor, en persona, para agradecer la deferencia y el cariño que sus visitas evidenciaban.

Cochela jamás pidió nada a monseñor, y monseñor fue Cardenal, y Obispo de su ciudad, y ella vivía cada homilía del padre Jorge como dando crédito a que escuchaba la palabra de Dios. Leía y releía una y mil veces las notas periodísticas que se publicaban sobre el cardenal. El padre Jorge siempre le dio afecto, mucho cariño y la acarició con su misericordiosa mirada, pero también siempre le pidió algo, algo inusual y llamativo en un cura. Siempre le pidió que rece por él, que lo necesitaba para poder hacer mejor su trabajo como hombre de Dios. Y Cochela cumplía, acabadamente ese pedido, y también invitaba a familiares y amigos a rezar por el padre Jorge, que ahora era monseñor pero que iba «a ser Papa porque ese hombre es un santo, yo lo conozco muy bien desde que empezó a caminar en el barro para ayudar a los pobres y además es jesuita, es muy bueno, honesto y humilde, va a ser Papa», repetía hasta el hartazgo. Oren por él.

La vida fue muy dura con Cochela porque aunque la llenó del afecto de sus familiares y amigos, no le permitió tener hijos, también perdió a su compañero muy temprano, pero ella nunca se quejó, siempre tuvo una sonrisa para todos, y cuando digo todos es todos, hasta con quienes le hacían el mal, hasta a los delincuentes que le tocó enfrentar los «retaba» cariñosamente para que tomen el buen camino, agregando indefectiblemente a sus palabras un único final: «mi?hijo», lo que demostraba claramente que cada una de sus frases eran dichas como la madre que no pudo ser.

También fue dura su partida, la vejez comenzó a hacer estragos en su salud, especialmente en su salud mental y una demencia senil se apoderó de sus últimos días, enfermedad que la comenzó a enajenar y de la que sólo se logró evadir cuando esporádicamente reconocía a alguno de sus seres más queridos y cuando hablaba de «Bergoglio, el cura que según ella sería Papa, porque es un hombre Santo».

Al pasar meses sin visitarlo Bergoglio hizo averiguar a su secretario que era de la vida de Cochela, enterándose así que ella estaba muy enferma y que le quedaba poco tiempo de vida. Una tarde de diciembre de 2011, estaba Cochela dormida en compañía de su hermana mayor, su enfermera y familiares, cuando en el pequeño departamento de avenida Las Heras sonó el portero eléctrico, la visita se identificó simplemente como Jorge Bergoglio, que venía a vistar a Cochela, llegó sólo, de a pié y con una única misión, darle la unción de los enfermos a su antigua Benefactora de «Los Polvorines», no sabemos si lo reconoció o no, pero si sabemos que pocos días después partió a reunirse con su marido en la eternidad, desde donde seguro hizo lobby ente Dios para que su profecía se haga realidad.

Y el cura Jorge Bergoglio fue Papa, como decía Cochela, ante las incrédulas orejas de quienes tanto la amamos, pero que en eso no la supimos tomar en serio. Cochela tenía razón y seguramente Francisco Primero también será un santo cuando le toque, tanto amor, tanta devoción, sin dudas tienen sentido.

La maestra, Cochela, es María Beatriz Solari de Cichero, mi amada tía, mi segunda mamá. Pocos meses después falleció Coiche, su inseparable hermana y mi gran madre.

Ruego una oración en su memoria y para que el Papa Francisco tenga las fuerzas necesarias para reencauzar a nuestra iglesia y colaborar a la paz del mundo y a la felicidad de los pobres.

Me colma de felicidad y orgullo cristiano haberme equivocado y pido perdón por no haberla sabido tomar en serio, Cochela, tenía razón.

No señoras, con la pena

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En muchas fiestas de adolescentes se sirve alcohol porque sus padres piensan que es mejor que se lo tomen delante de ellos a que lo hagan a escondidas. Y de paso que aprendan a beber. Disiento.

Nunca faltan. Puede ser una pariente, una amiga cercana, una conocida y hasta alguien que ni fu ni fa contigo y con tu vida, pero que andaba por ahí y de pronto decidió que tenía que intervenir porque YOLO. Y según sus reglas, una tiene que escuchar y acatar.

El asunto es que sienten la necesidad de enmendarte la plana porque ellas saben mejor que tú cómo cuidar y educar a tus hijos. Así que, sin prudencia alguna mediante, suelen soltarte una retahíla de consejos no pedidos, aunque dados de buen corazón. Porque ahí están sus propios hijos de muestra y a ver, tengan la entereza de decirles que no lo han hecho bien.
Me he topado con estas consejeras maternales varias veces en los últimos años y no nos ha ido bien, la verdad. En una ocasión, a los escasos seis meses de vida de la big sister, una de ellas quiso darle comida no autorizada por mí y no saben el San Quintín que se armó. En lo que se refiere a mis hijas suelo imponer mi santa voluntad con toda la buena educación que me es posible. Si la corrección política o las formas sociales se interponen, con la pena las desecho. Que digan misa, pero si el consejo de la tía abuela segunda no concuerda con mi forma de ser o de pensar, no lo tomo y sanseacabó.
 
Con esta filosofía trastabillé la infancia de mis hijas y me enfrento ahora a la temida adolescencia. Ante la impugnación social por declinar los consejos no pedidos, siempre me respondo a mi misma que aspiro a que mis hijas me reclamen por mis propios errores, no por los errores de los demás. Sobre todo si los consejos derivan de acciones sobre las que hay un acuerdo generalizado, con el argumento de que eso es lo que hacen todos y mejor ni protestar.
 
Veamos.
 
En muchas fiestas de los amigos de la adolescente mayor se sirve alcohol porque sus padres piensan que es mejor que se lo tomen delante de ellos a que lo hagan a escondidas. Y de paso que aprendan a beber. Disiento. Tienen 13, 14, 15 años. Si la ley dice que no se debe vender alcohol a menores de edad, a mí no me interesa autorizar ni promover su consumo. Lo mismo aplica para el cigarro. Ya tendrán el resto de su vida, a partir de la mayoría de edad, para probar, experimentar y escoger si quieren el vicio de su preferencia. Por lo pronto tendrán que conformarse con pizza y si acaso Manzanita Sol, aunque es más probable que les sirva horchata.
 
La mayoría de las amigas de la adolescente mayor se conducen solas y deciden sus actividades extraescolares sin pedir permiso, sólo avisan. Dizque ya son grandes y tienen que aprender a tomar decisiones. Independientes mis narices. He sabido de madres que desconocían el paradero de sus hijas después del horario de clases, hasta que la chamaca hablaba para decirles a dónde la tenían que ir a buscar. Me quito el sombrero ante la sangre fría con la que trabajan y olvidan que tienen hijos, ya sea por indiferencia o necesidad #VayaUstedAsaber.
 
En la misma lógica, estos padres y sus hijos consideran los centros comerciales y las salas de cine territorio liberado de la dictadura materna y el espacio natural para empezar a noviar. De nuevo con la pena, pero esto tiene que ser gradual y en función de ciertas concesiones que mi escuincla se vaya ganando, no a lo que sus amigas ordenen porque así es como lo hacen ellas. Iremos recorriendo las filas de atrás hasta que su padre y yo consideremos que sea hora de entrar a otra función o de esperarla afuera. Y en esa decisión aguantaremos la presión y no permitiremos que intervenga nadie más.
 
No soy especial ni perfecta. Tampoco soy ejemplo materno para nadie más. Sólo reclamo mi derecho a hacer uso de lo que a mí me funciona. De lo que nos funciona a mi marido y a mí como padres. De lo que funciona en nuestra familia. Y que no necesariamente le tiene que funcionar a alguien más. Esa resignación que oigo frecuentemente en las conversaciones entre padres me ponen muy malita de mi tolerancia. Es que los adolescentes así son ahora. Es que no puedes evitarlo, aunque quieras. Es que de todas maneras lo harán.
 
Me vale madres. Mi función es hacer lo que mi marido y yo consideramos correcto para nuestras hijas, después de asesorarnos con profesionales del tema. Nos informamos y actuamos con base en nuestra filosofía de vida y al temperamento de las adolescentes. Nos equivocaremos, por supuesto. Pero tendremos la tranquilidad para hacernos responsables de nuestras propias decisiones, sin arrepentirnos de haber desechado lo que nos parezca incompatible con nuestra forma de ser y de pensar.
 
 Si algo he aprendido en estos años de maternidad es a confiar en mi instinto. Y hoy éste me dice que siempre será mejor lo que funciona en el proyecto de mi familia, que lo que les “funciona” en bola a los demás. Después de eso, sólo me queda apechugar.

Los hijos de Zeus

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Danny– Ash… o sea… qué oso con ese tipo, weeee… ¿qué le pasa we? O sea, helloooouuu, no puedo soportar a esas personas llamadas nacos, que pinten un bosque y se pierdan ¿noooo? O sea, cómo te explicooo, weeee. No sé cómo pudiste invitarlo a tu fiesta… entiendes, weeee. Me dijo que era una “chava fresa” ves, o sea, cuando me lo dijo no-lo-podía-creeeer. Tipo, si yo no tengo nada de fresa, o sea, para naaaada, weeeee. Le dije: “¡¡Qué oso!! No te confundas, también entre nosotros hay razas, mi papi me dijo que yo vengo de juniors campeones, con pedigrí, así que “aburrrrrr”. O sea, soy tipo tú pero bien.”… ¡Oye! todavía no termino, te-estoy-hablando, oyeeee… O sea, habla con mi mano ¡Ups!, se volteó.

Pato– ¿Qué pex mi Danny, ¿por qué esa cara?

Danny– Mi “amigui” no me habla mirrey, ¡me siento del keke! Aaaashhhh, qué horror lo grasoso de los tacos. Joven…joven… ¿no hay sushiii?

Pato– ¡No manches we! O sea ¡Uffff!, ¡qué rola!, The Killers es la expresión más grande de Rock desenfrenado y pesado…

Danny– Me dejó o seeea con la palabra en la boca, literal. Seguro se ardió y así porque neta le dije que su ropa parecía de Fuchi y Changannel.

Pato– Ánimo princess.

Danny– Dominas que confío en ti para TODO después de nuestra plática, ¿no? Si no lo captas te pego güey!!!

Pato– Eresss únicaaa…

Pato– ¡Ídolo! Pssst pssst, tráeme para ya una botella de Moët. ¿Bueno…bueno? Si güey, es que mi iPhone 5 tiene pésima señal, güey… ¡Qué pex papilón! Yo aquí, choreando la vida loca. ¡Hughe!, te alcanzo en diez, daddy paga. Bye Rorris, me dice Ricky que hay unas lobuquis de 10 en el Kandy´s.

Danny– ¡Bye con tu comentario! O sea, súbete a un árbol, métete a un capullo y madura wee…

Danny– ¡Amiguis! (muack, muack) hellooooo, qué cool que viniste. Oye ¿quién es tu galán? ¡Se ve súper garra!

Nicole– O sea, me tapo un ojo, me tapo el otro y nada que ver. Es mi primo de Culiacán y mi supermom me pidió que lo trajera, ¿sí ubicas?

Danny– Hay cosa… qué patético folclore.

Pato– ¿Qué pex Rorris?, ya mejor no fui al Kandy´s, mi chofer fue a recoger a mi sister y no me puedo omitir hasta que regrese. Esta fiesta está más aburrida que el Discovery Channel. Presenta a tu amiga ¿va?

Danny– ¿Es neta? O sea, ve a la tienda, busca una cremita y exfóliate…

Danny– Shit, ya me quiero ir pero a mis papás les da hue… venir por mí. ¿Es broma no? Tengo que ver quién me regresa.

Nicole– Vente a dormir a mi casa, amiguis. Nos vamos de aquí al Drunk’s y nos regresa Chuck como a las cinco.

Danny– O sea que onda con tu planeta, ¿se salió de órbita? Tengo examen final de cálculo a las 7. Tipo mínimo bañarme y cambiarme de ropa, iuuuu.

Nicole– X, yo te presto algo güey.

Danny– Neta no sé qué haría sin ti weeeeee. ¿Pero y tu primo qué pex?

Nicole– Chucho, o sea, ve a Telcel y cómprate un amigo. Escudo protector,
¡actívate!

Eres la otra

Nadie está libre de error. Todas estamos expuestas y más cuando necesitamos trabajar en nuestra autoestima.

Una mañana en un centro comercial, me pareció ver a una amiga platicando con un hombre. Me acerqué a saludarla, pero cuando estaba por decir ‘¡hola!’, se sorprendió, se dio vuelta y caminó lo más rápido posible. Me extrañó que aunque sin acercase a ella, el caballero la siguió. Los perdí de vista, pero cuando me dirigía a pagar el estacionamiento, los vi de nuevo a unos metros y comprendí por qué ella había aparentado no verme: se estaban besando y él no era su marido.

No es que me espante, no me doy golpes de pecho, pero fue doloroso desnudar la palabra ‘amante’: ‘persona que ama’.

El amor conlleva respeto, confianza, comunicación y procurar el bienestar y crecimiento del otro.

Pensé cómo solemos mal usar el término para designar a una persona que se involucra con otra que tiene un compromiso previo llamado matrimonio. ‘Amante’ entonces, refiere a la persona que no se ama, que está dispuesta a que le den el tiempo de sobra con tal de no estar sola, y que aun sabiendo que el otro tiene una familiar, parece no importarle.

Como mujer, me resulta triste ver cómo otra se daña de tal forma. Nos habla de la falta de atención, de la pérdida de valores como sociedad. Demandamos respeto y no sabemos respetar ni darnos a respetar. Algunas son madres, tienen esposo y ponen en riesgo su familia; algunas son jóvenes y se exponen a un embarazo no deseado, a gritos e insultos, y en ocasiones, a golpes y amenazas. Las consecuencias son más dolorosas que la soledad que las ha empujado a la aventura.

La infidelidad y el jugar a ser la amante nada tiene que ver con el nivel socioeconómico. Trato de imaginar qué lleva a una mujer a permitir que alguien la utilice: No valorarse.

‘Amante’ ¡no! Mejor, ámate mujer. Ámate lo suficiente para no necesitar que tu felicidad dependa de una pareja. Ámate tanto que aceptes cuando estés en un error para salir de él a la brevedad, sin hacerte más daño. Perdónate y vuélvete a querer.

Quien es capaz de entregarse a un hombre que no la respeta para no estar sola, no debería esperar amor, pues el amor no va de la mano con actitudes que denigran ni con secretos ni con llamadas a escondidas.

Posiblemente deseas que alguien se comprometa contigo, pero si el hombre que te agrada es casado, coquetearle no hará que se comprometa contigo y mucho menos que te sea fiel. No caigas en esa ilusión.

Ámate mujer, ¡tanto! que merezcas a un hombre libre que busque tu bienestar y no tema expresar al mundo que es feliz a tu lado, que está enamorado de ti, que está orgulloso de tus logros, que le agrada tu risa, que quiera que seas la única en su vida.

No te prestes a ser parte de la ruptura de un hogar.

Un caballero, cuando tiene conflictos con su esposa, los resuelve hablando o cierra el ciclo antes de comenzar un nuevo romance. Pues no piensa solo en él, ni es egoísta, ni ve solo por su satisfacción.

Una amante vive temerosa, sin la paz que da la confianza, pues tendrá razón en pensar que cuando él no está con ella, seguramente está con otra.

Ámate mucho y enamórate primero de ti.

Si te relacionas con un hombre que está unido a otra persona, cargarás aquello que no te corresponde, pues en cada beso te entregará la esencia de su alma y la de su cónyuge.

Seguramente llegó el coqueteo cuando necesitabas halagos, pero mejor prepara el terreno para sembrar algo duradero en donde –más allá de la pasión– haya ternura, comprensión, respeto y amor.

Cuando te digas: “Yo también tengo derecho a tener una pareja a mi lado”, piensa en tus valores, en aquellos que inculcas o querrías inculcar a tus hijos para que no les pase; piensa en tu pureza de alma y date cuenta que lo que comienza mal…empeora.

No te engañes ni te justifiques, solo ámate de nuevo. Y cuando estés lista, podrás comenzar una relación sana, que nazca limpia, con capítulos anteriores ya finalizados; ahora sí, basada en el amor. No tengas miedo a la soledad, pues es una oportunidad de conocer lo maravillosa que eres.

¿Almas gemelas?

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Una noticia mala: la persona súper perfecta para ti no existe. Una buena: la misma. Dios no creó un ser humano diseñado expresamente para hacerte feliz, eso sería un concepto muy egoísta. De modo que ir por la vida en busca de alter ego cósmico es un espejismo.

Una relación exitosa consta de dos personas que primero se eligen mutuamente con sabiduría y sentido común, y que luego se dedican a hacer las cosas correctas en su matrimonio. Los principios como el amor, el respeto, la paciencia, el perdón, la capacidad de sufrimiento, entre otros, son tan poderosos que funcionan en cualquier pareja.

Cada vez se escucha de más personas que a los dos años, al año, incluso a los pocos meses de casadas, se lamentan: “Esto es un infierno”. Eso sucede cuando no hacen bien su trabajo durante el noviazgo. Un mal noviazgo termina en un mal matrimonio. Cuando salgas con alguien, usa un poco de sabiduría y de sentido común: Si se ve como zorrillo, se mueve como zorrillo y huele como zorrillo… ¡es un zorrillo! “Pero puedo cambiarlo…”. No, no puedes.

El objetivo del noviazgo es descubrir el carácter del otro. Para eso no hay que fijarse en cómo actúa sino en cómo reacciona. Se pueden fingir muchas cosas, pero no las reacciones. No solemos tomar en serio la manera negativa de reaccionar que tiene en un mal momento la persona que amamos, porque pensamos: “No es así normalmente”. ¡Helloooo! ¡Abre los ojos!

Claro que elegir bien no es suficiente. Mark Gungor, uno de los conferencistas más solicitados en los Estados Unidos sobre temas de matrimonio y familia, plantea las diferencias funcionales entre el cerebro femenino y el masculino:

<<El cerebro de los hombres está hecho de pequeñas cajas y tenemos una caja para todo: una para el auto, una para el dinero, una para el trabajo, una para los amigos, una para la mujer, una para los hijos, una para la suegra en algún lugar del sótano… Y la regla es: Las cajas no se tocan entre sí. Cuando los hombres hablamos de un tema determinado vamos a esa caja en particular, la sacamos, la abrimos y discutimos solo sobre lo que está en ella. Luego la guardamos con mucho cuidado para que no toque ninguna otra de las cajas.

El cerebro femenino es muy distinto. Es una gran bola de cables y todo está conectado con todo. El dinero está conectado al auto, el auto al trabajo, los niños a tu madre… Es como la súper autopista de Internet, conducida por una energía que llamamos ‘emociones’. Esta es una de las razones por las que las mujeres tienden a recordarlo TODO. Si tomas un evento y lo conectas a una emoción, se plasma en la memoria y podrás recordarlo para siempre. Lo mismo pasa con los hombres solo que no tan a menudo, porque francamente, no nos importa.

Los hombres tenemos una caja en el cerebro que la mayoría de las mujeres ni siquiera sospecha. No contiene nada. Y de todas las cajas que los hombres tenemos en el cerebro, la ‘caja de la nada’ es nuestra favorita. Si el hombre tiene la oportunidad, siempre recurrirá a ella. Es por eso que podemos hacer cosas típicas de zombis durante horas, como ir de pesca o estar frente a una TV zapeando de un canal a otro. Tenemos la habilidad de pensar en nada y aun así respirar. ¡Las mujeres no pueden hacerlo! Su mente nunca se detiene. No entienden la ‘caja de la nada’ y las vuelve locas. Pocas cosas las irrita más que ser testigos de un hombre haciendo nada. Algunas dicen:

— ¡Oh!, ¿puedo ir a esta ‘caja de la nada’ contigo?

—­­ ¡Nooo!

— ¿Por qué no?

— ¡Porque entonces ya habría algo!

Además entrarían y dirían:

— ¿Sabes? Este lugar necesita algunas fotos… una mesita acá, unas flores allá…

—¡No! ¡Fuera! No queremos nada.

También está la forma como los hombres y las mujeres manejan el estrés. Cuando un hombre está estresado solo quiere ir corriendo a su ‘caja de la nada’, esta es la forma en la que nos balanceamos. Lo último que queremos es hablarlo, ¡y esto las vuelve locas! Una mujer ve al hombre en ese estado vegetativo y le pregunta:

— ¿En qué estás pensando?

— En nada.

— ¡Tienes que estar pensando en algo!

— Nada, al menos hasta que llegaste…

Cuando una mujer está estresada tiene que hablarlo o su cerebro literalmente ¡explota! Y conozco hombres que huyen de sus esposas cuando se ponen así. Yo les digo:

— ¿Por qué huyes?

— Porque no sé qué decirle.

— Por Dios, no tienes que decirle nada. Ella no quiere que le digas nada.

Los hombres se sienten obligados a solucionarles sus problemas porque eso es lo que hace un hombre. Un hombre solo le cuenta sus problemas a otro para que lo ayude. Pero la mujer no es un hombre. Si tratas de ayudarla ¡te matará! No quiere tu consejo, no quiere tu ayuda, ¡quiere que te calles y escuches!

Las mujeres son más complicadas que los hombres. Ellos son más simples:

1.  No es suficiente con pedirle las cosas a un hombre una sola vez.

2.  Pídele las cosas de manera adecuada. No funciona el insulto y la descalificación. Muchas mujeres creen que ofender a un hombre lo motiva a hacer algo. Eso no va a funcionar: “¿Qué pasa contigo? ¿No eres capaz ni de recoger tu ropa del piso?”.

3.  Hay que ‘entrenar’ a un hombre con reforzamiento positivo. Si hace lo que quieres, le das una recompensa. Si no hace lo que quieres, no le das la recompensa. ¡Pero no lo pateas! ¿Cómo recompensa una mujer a un hombre? Muy simple: Apreciando las patéticas cosas que hace. Porque los hombres adoran ser apreciados. El problema es que las mujeres suelen apreciar solo las acciones extraordinarias inesperadas. En cambio, no aprecian ni reconocen aquello que esperan que el hombre haga. Mientras más aprecio muestre una mujer por las cosas buenas que hace un hombre, más y mejor las hará. El hombre adora sentirse apreciado.

4.  ¿Cómo puede ganar puntos la mujer frente al hombre? El sexo es una manera. Pero hay otra: creer en él (a pesar de todas las ideas estúpidas que se le ocurran). Algunas mujeres creen que Dios les dio la responsabilidad de fomentar la humildad en su hombre, porque cada vez que sale con una nueva idea le dicen: “Eso no va a funcionar, nunca podrás lograrlo…”. Hablarle así a un hombre le causa un daño increíble tanto a él como a su relación. Los hombres tienen un ego muy frágil. Parecen duros por fuera, pero lo cierto es que no pueden manejar bien el rechazo. Por eso cuando comparten sus sueños con una mujer que los desprecia o desalienta, les hace mucho daño. Eso no quiere decir que no deba retar sus ideas y cuestionar algunos puntos, pero su esposa debe ser su fan número uno. De no ser así, concluirá: “No puedo compartir mis sueños con esta mujer.” Y cuando accidentalmente se tope con otra que lo escuche y le diga “qué buena idea… lo hiciste muy bien”, estarán en serios problemas. La mayoría de las aventuras extramaritales no comienzan por motivos sexuales, sino por motivos emocionales.

5.  La clave del éxito en un matrimonio es empoderar al hombre para que logre cambiar las perspectivas femeninas. La mayoría de las mujeres están afectadas por los conceptos romantizados acerca del matrimonio. Piensan: “Si de verdad me amas deberías hacer esto o lo otro… Si de verdad te importara bla bla bla…”. Muchas mujeres pretenden vivir en esta falsa tierra de la fantasía. >>

Las diferencias entre el cerebro masculino y el femenino no tienen nada que ver con el coeficiente intelectual, pero sí con la forma de razonar. La mujer tiende a preocuparse por TODO. Piensa más en totalidad, es quisquillosa y siempre está elucubrando porque cada detalle forma parte de un todo. Su hemisferio predominante trabaja paso a paso, lógicamente. El hombre, en cambio, es más práctico, trabaja por imágenes: una y otra, y otra más. Esa es la causa por la que un hombre sin códigos morales puede tener aventuras extramatrimoniales con mayor facilidad: se trata solo de satisfacer una necesidad, sin pensar en las consecuencias. Para la mujer no. Está consciente que cada acción forma parte de un todo: no disocia con facilidad. El hombre sí.

Conocer estas diferencias nos ayuda a comprender mejor a nuestra pareja y a manejar de manera más inteligente nuestra relación.