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Hombres y mujeres ¿De izquierdas o de derechas?

La revista Itsmo publicó un interesante artículo sobre las diferencias entre el cerebro masculino y el femenino, que no tienen nada que ver con el coeficiente intelectual, pero sí con la forma de razonar. Conocer esas diferencias nos ayuda a comprender mejor al sexo opuesto y viceversa:

El cerebro se divide en dos partes principales: el hemisferio izquierdo y el derecho. En el izquierdo se localiza el área del lenguaje y en el derecho, el de las relaciones espaciales (juntar dos clavijas, relacionarse con el entorno, clavar un cuadro, etcétera).

En la mujer, los hemisferios trabajan como espejo: las funciones del lado derecho se reflejan en el izquierdo y a la inversa. En numerosos casos, la mujer que sufre una embolia que atrofia su hemisferio izquierdo, puede, después de un tiempo, recuperar todas sus habilidades: hablar, leer, comprender… ya que aunque un hemisferio esté atrofiado, el otro aprendió en reflejo las funciones que le eran ajenas.

¿Por qué la mujer es tan quisquillosa?

En los hombres predomina el hemisferio derecho, no hay reflejo entre los hemisferios. Por lo general, si un hombre sufre una embolia o trauma, no logra toda su recuperación, o de hacerlo, lo hará con mayores dificultades que en el caso de una mujer.

Por eso la mujer piensa más en totalidad y es tan quisquillosa, pues cada detalle forma parte de un todo. Su hemisferio predominante trabaja paso a paso, lógicamente. El hombre, en cambio, es más práctico; trabaja por imágenes. No se trata de un pensamiento lógico, paso a paso, sino por imágenes: una y otra, y otra más. Por eso, puede realizar varias labores al mismo tiempo (arreglar papeles, planear una junta y realizar una entrevista), porque sigue con la imagen de una cosa y de la otra. La mujer es menos práctica ya que siempre está elucubrando pues utiliza más su hemisferio izquierdo.

Fisiológicamente, es también la causa por la que el hombre pueda tener aventuras extramatrimoniales con mayor facilidad: para alguien sin códigos morales, se trata solo de satisfacer una necesidad, sin pensar en las consecuencias. Para la mujer no. Está consciente que cada acción forma parte de un todo: no disocia con facilidad. El hombre sí.

¿LA CLAVE? EN LOS HEMISFERIOS

Esta composición natural del cerebro nos refiere solo a dos sexos claramente definidos, no a una tercera opción como señalan los homosexuales. Por naturaleza, el hombre y la mujer se diferencian no solo por el sexo o su funcionamiento cerebral, también químicamente hay diferencias entre ellos: los porcentajes en que se compone la sangre de cada uno, por ejemplo.

El distinto funcionamiento cerebral no indica el grado de inteligencia entre ambos. Es solo que, en cada uno, predomina más una habilidad que otra.

En muchas ocasiones, los niños no aprenden a leer a la misma edad que las niñas y en cambio se aficionan a juegos como el futbol. El niño tendrá más habilidades para lo práctico y se tardará un poco más en aprender a leer o a escribir porque su hemisferio izquierdo se desarrolla más lentamente que el de las niñas.

Este tipo de información debería ser del conocimiento de más gente porque en ocasiones se presiona y angustia innecesariamente a los niños, se fomenta la competencia dispar entre hombres y mujeres que originan sentimientos de culpa o inferioridad, etcétera.

Todas las historias tienen un principio. El de la diferencia entre los hombres y las mujeres comienza en el cerebro.

FUENTE: Revista Itsmo; autora: Edda Montull; edición: 213, sección: Coloquio.

¿Por qué se llega al suicidio?

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El suicidio es el acto de provocarse la muerte de forma voluntaria y deliberada.

Desde hace algunos años, ha ido aumentando la importancia de este problema de salud pública, y en el mundo se registran hasta un millón de suicidios cada año.

Es cierto que todos hemos escuchado alguna vez hablar de este tema tan delicado, pero ¿realmente nos hemos involucrado lo suficiente como para saber por qué se llega al suicidio?

Gracias a los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), se sabe que en México la relación de suicidios entre hombres y mujeres es de 5 a 1; es decir, hay muchos más hombres que mueren por esta causa. También se sabe que hay una alta incidencia de suicidios en pacientes con enfermedades psiquiátricas (depresión, esquizofrenia, trastornos de ansiedad o alimentarios). Otro dato importante es que México es un país conformado en su mayor parte por gente joven, y que precisamente los adolescentes están en el grupo de alto riesgo de cometer suicidio por una variedad de causas que más adelante enlistaré. Es por eso que debemos enfocar nuestro esfuerzo en conocer las causas que llevan a los jóvenes a situaciones de riesgo y lo más importante, poder reconocer si nuestros hijos manifiestan los signos de alerta para detectarlos oportunamente.

Las principales causas de suicidio en nuestro país son: depresión, problemas familiares, sociales o económicos, pérdidas familiares o sentimentales, abuso sexual, abuso físico, bullying, así como enfermedades graves o incapacitantes.

La  personalidad del sujeto suicida suele tener los siguientes rasgos: impulsividad, agresividad, fragilidad emocional,  autoconcepto de ser un “perdedor”, sentimientos de derrota ante situaciones estresantes, sentirse sin posibilidad de ser “rescatado” por alguien más, abandonado o no apoyado al pedir ayuda y sobre todo, la percepción de que es imposible escapar, tienen “visión en túnel” y están convencidos de que la única salida o luz que hay al final de ese túnel es la muerte.

Muchos padres de familia se acercan a los profesionales de la salud mental para conocer los signos de alarma que deben monitorear en sus hijos. Las principales manifestaciones de que algo malo sucede son: cambios súbitos en la rutina, cambios de conducta, cambio de amigos, cambio brusco en las calificaciones o en las situaciones sociales, aburrimiento o inquietud repentinos, incapacidad para estar solos o resolver situaciones por sí mismos que antes no representaban reto alguno, alcoholismo,  abuso de sustancias, promiscuidad, cometer actos delictivos, búsqueda constante de riesgo o peligro, conducta autodestructiva, sensación de “vacío” o “falta de sentimientos”, falta de identidad propia, dificultad para expresar o manifestar sentimientos, frecuentes experiencias de derrota o fracaso, muestras de autoagresión (cortarse o quemarse), enojo excesivo e inexplicable, sensación de desamparo, disminución importante o interrupción de la comunicación con sus padres, reducción considerable en la autoestima, fragilidad emocional, baja tolerancia ante la frustración, entre otras.

La buena noticia es que hay factores protectores que pueden ser una herramienta utilísima en la prevención del suicidio en los jóvenes, que están orientados a aumentar la autoestima asociada al autocontrol, así como a elevar la percepción que el joven tiene de la relación con sus padres, y también la percepción de que recibirá apoyo cuando busque ayuda, consejo o consuelo.

La protección debe ser temprana para fortalecer los factores protectores y dotar con mejores herramientas a los individuos para enfrentar diversas situaciones. Debe tener varios niveles: Socialmente, se debe cambiar la visión general de la “salud mental” para que sea vista como una parte más de la salud integral del hombre, evitando las implicaciones morales, religiosas e incluso legales que la estigmatizan. A nivel escolar, es labor de profesores, entrenadores y profesionales de la salud ayudar a los niños y jóvenes a conocerse mejor, y hacerles sentir que ante la presencia de alguna duda o malestar tienen la opción de pedir y recibir ayuda oportuna. A nivel de medios de comunicación, se debe tratar con mucho respeto y delicadeza el tema del suicidio para evitar el efecto de imitación ante las noticias de algún evento de este tipo. Finalmente, a nivel familiar, los padres deben involucrarse en la educación de sus hijos, siendo acompañantes y observadores de su crecimiento y desarrollo, haciéndoles sentir que cuentan con su apoyo y que sin invadir su individualidad y privacidad, están cerca de ellos por si los necesitan.

Ante la sospecha de conducta o ideación suicida es imprescindible acudir con un profesional de la salud mental, ya que el tratamiento  incluye una combinación de medicación supervisada, psicoterapia y en muchos casos, si es necesaria, hospitalización.

Dra: Marina Berti Martínez, Médico Especializado en Psicología Clínica y Psicoterapia. 

Boulevard Interlomas 14, consultorio 205. Tel: 5290 41 99.

 

Mundos íntimos: Recién a los 56 años conocí a mi papá

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Cada vez que un compañero de escuela o un amigo me preguntaban por mi padre, yo los distraía con algún comentario. Me convertí en un experto en el artilugio que encubría la verdad: yo no tenía padre. Y si lo tenía, jamás se había interesado por mí. Prefería imaginar que ignoraba mi existencia antes de admitir que yo le era indiferente.

¿Cuánto supe de él en toda mi vida? Muy poco, casi nada. Esa información escasa para mi curiosidad de niño nunca fue satisfecha. Los encargados de dármela eran mis abuelos maternos, con quienes me crié. Ellos fueron mi familia, mi sostén, mi referencia. Sin embargo, nunca quisieron que yo los considerara mis padres, aunque de hecho ejercían ese papel con creces.

Mi madre me tuvo soltera. ¿Qué significaba eso para mí? En primer lugar, la ausencia de alguien a quien llamar “mamá” porque al poco tiempo de nacer, ella me dejó al cuidado de mis abuelos. Ellos, mi hermano y yo vivíamos en una pequeña ciudad de Corrientes llamada Saladas, a cien kilómetros de la capital. Mi madre, en cambio, había ido a trabajar al Chaco, como empleada en una casa de familia adonde no podía llevarnos.

Mis primeros recuerdos infantiles son borrosos, inciertos. Sé que sin darnos explicaciones, cuando yo tenía cinco años, mis abuelos decidieron que nos mudáramos a la provincia de Buenos Aires, a Burzaco. Hoy sigo viviendo en la provincia, pero en Ciudad Evita, con mi esposa y mis hijos.

Fue en Buenos Aires donde conocí a mi madre. Ella también había venido a instalarse en esta zona, en busca de mejores oportunidades laborales, aunque nunca mantuvo un contacto fluido con nosotros. Nunca desarrollamos un vínculo con ella. Por eso, durante toda mi escuela primaria jamás dejó de extrañarme ver su nombre y apellido en las planillas y los boletines, como si hubiera sido ella y no mis abuelos los responsables de mi educación. Junto al casillero con sus datos figuraba, vacío, el correspondiente a mi padre. A veces, dos rayas horizontales reemplazaban ese nombre que yo desconocía.

Por entonces, soporté la vergüenza de no poder responder cuando mis compañeros me preguntaban por mi padre. El dolor que eso supuso para el niño que yo era se transformó con el tiempo en bronca y en rencor. Durante mi adolescencia y juventud me afirmé en la convicción de que si mi padre nunca había querido saber de mi existencia, yo le pagaría por el resto de mi vida con la misma moneda de indiferencia.

Me enteré de su nombre gracias a mi abuela, que alguna vez lo mencionó: Francisco Antonio Diez. Cerca estuve de olvidarlo por completo, enterré en mi memoria ese dato como cualquier cosa referida a él. Sin embargo, hubo un hecho ocurrido a los nueve años, que quedó en mí marcado a fuego. Mi abuela iba a viajar a Corrientes para visitar a los parientes que teníamos en Saladas y, extrañamente, me pidió que le escribiera “una esquelita” a mi papá y que le adjuntara una foto mía.

La esquelita la recuerdo bien: le daba noticias de mi desempeño escolar y le pedía una pelota de fútbol, como si de Papá Noel se tratara. Foto papel no tenía, pero en la escuela nos habían tomado una que podía verse como una diapositiva individual, a través de una pequeña lente en un dispositivo de plástico negro, muy común por los años 60. Me desprendí de ella y se la mandé, pero nunca recibí nada a cambio.

El tiempo pasó y pasó la vida: me casé y con mi mujer, Telma, tuvimos cuatro hijos en quienes volqué todo el amor de padre que el mío me había negado. Formé mi propia familia y me sentí orgulloso de haber superado mi triste experiencia. La muerte de mis abuelos dejó un vacío importante pero tuve la suerte de contar con un suegro que supo llenarlo y que encarnó en todo sentido la figura del padre faltante.

Quizá por eso él nunca dejó de insistir, junto con mi mujer, para que cerrara la herida abierta que significaba aquella ausencia. Con delicadeza, los dos me instaban a que lo buscara y tratara de conocer su historia para que yo pudiera dar por concluido ese capítulo doloroso de mi vida. A tal punto seguía lastimándome que nunca les dije a ninguno de los dos el nombre de mi padre. Sin embargo, mi mujer no se resignaba a esa ignorancia.

A fines de los 90, mi madre cayó enferma y Telma se ofreció a cuidarla. En esa oportunidad, mi mujer obtuvo a la par del nombre anhelado que yo casi había olvidado, otra valiosa información: que mis abuelos paternos, dueños del almacén de ramos generales a pocas cuadras de mi casa natal, estaban empeñados en reconocerme y criarme. Y que ese había sido el motivo por el que intempestivamente nos mudamos a Burzaco.

En 2010, Telma y yo cumplimos 30 años de casados y mi suegro, los 80. Para agradecer esos aniversarios que nos parecían significativos y la exitosa operación de cataratas de mi suegro, nos habíamos dispuesto a viajar al santuario de la Virgen de Itatí. Ibamos a ser tres, pero fuimos dos, porque mi suegro falleció unos meses antes del viaje. De regreso, hicimos noche en Saladas para saludar a los parientes. Tíos y primos nos recibieron y a medida que se iban sumando, agrandaban la ronda del mate. En el intercambio de noticias mutuas, una prima y luego otra deslizaron el comentario: “¿Sabés que tu papá te anda buscando?”. Creo que bajé la cabeza para dejarlo pasar y evitar el cruce de miradas. Telma, en cambio, siempre atenta, advirtió en ellas algo así como el resquebrajamiento de un silencio compartido. Sólo me dejó tranquilo cuando consiguió convencerme de ir hasta lo de “Pancho”.

Nos separaban unas pocas cuadras. Yo esperé sentado en el auto mientras ella golpeaba las manos frente a la casa de la que salió una mujer para volver a entrar de inmediato.

Y entonces lo vi. Alto y muy erguido, traía en la mano una cuchilla manchada seguramente con la misma sangre que le había dejado marcas en la camisa. Se acercó hasta el auto y me miró. Sin una palabra, se dio una palmada en la frente y volvió a entrar en la casa apresuradamente. Telma me apuró: “vámonos, que nos mata”; yo no podía responderle ni reaccionar, me había quedado inmóvil.

Mi padre reapareció sin la cuchilla, agitando con vehemencia la fotito que yo le había mandado. Se acercó hasta donde estaba y me lanzó: “Ingrato, nunca me buscaste”. La cara se le contrajo en una mueca de tristeza. Nos abrazamos.

En segundos, la tensión del momento se diluyó. Nos invitaron a pasar disculpándose por el extraño recibimiento. La sangre que tanto nos había impresionado era del cerdo que estaban carneando en el fondo de la casa.

¿Puede el sentimiento de familia establecerse entre dos extraños que no se conocieron por más de cincuenta años? Parece obra de un milagro, pero así fue. Ese hombre al que no recordaba haber visto era mi padre y como tal lo acepté de inmediato.

El tiempo apremiaba, aquel día era viernes y el sábado temprano debíamos emprender el regreso. Media hora después de haber llegado a su casa, nos tomábamos nuestra primera foto juntos. Mi padre y yo abrazados, como si ese gesto hubiera sido habitual y el largo de nuestros brazos siempre hubiera contenido su hombro, mi cintura. Sonreíamos de emoción, de reconocimiento, de alivio, como quien llega al final de un camino largamente transitado.

Las cosas que todavía no nos animábamos a decirnos entre nosotros –rasgo de familia: los dos somos bastante parcos– corrieron por cuenta de las mujeres: Telma, por mi lado, y Negrita, su mujer, por el suyo. Así nos fuimos enterando de la parte de la historia que le faltaba a cada uno y que formaba el pacto de silencio que había establecido mi familia materna.

De lejos, él me había visto crecer: su hijo era ese niño que solía ir con uno de mis tíos hasta el almacén de sus padres. Pancho y mi madre eran muy jóvenes cuando yo nací. Ellos no llegaron a formar una pareja. Sin embargo, él estaba atento y más aún sus padres, que querían darme su apellido y hacerse cargo de mí. Allí chocaron con la oposición de mis abuelos maternos que, sin dudarlo, resolvieron el traslado a Buenos Aires. Fue así como perdió mi rastro. Cumpliendo el mandato de mis abuelos, la parte de la familia que quedó en Saladas se negó a darle noticias sobre nuestro destino. O se las daban pero a la manera de pistas falsas.

Mi padre siempre fue agricultor. Lo sigue siendo y eso lo mantiene sano y jovial. Puedo descubrir en su cara y en su aspecto el hombre guapo que fue y por el que, dicen, suspiraban todas las jóvenes del pueblo. Desde joven, siembra y cosecha sandías. Con la intención de buscarme en Buenos Aires, viajaba para venderlas en el Mercado Central. Todavía me da escalofríos pensar lo cerca que estuvimos de encontrarnos. La casa donde vivimos con Telma desde que nos casamos está a unos pocos kilómetros del Mercado. Pero mi padre me buscaba en Once: le habían dicho que yo era policía y trabajaba en esa zona. Y así sucesivamente. Nuestra historia fue una larga cadena de desencuentros intencionales. No soy policía y nunca viví en Once.

Tengo edad y nieto propio para entender a mis abuelos. Tuvieron miedo de que si mi madre estaba ausente, me criara mi padre. Y ellos me perdían. Me amaron, pero se equivocaron. No pudieron ponderar la importancia que para mí, como para cualquiera, tiene el origen, la identidad, la filiación. Me gusta pensar que eso se lleva en la sangre y que cuando uno se reencuentra con su propia sangre, todas las barreras ceden.

Eso fue lo que nos pasó; entre mi padre y yo el diálogo, el trato, el afecto fueron mutuos e inmediatos. Y también la manera como se reanudó la relación: un par de meses después volví con dos de mis hijos a visitarlo. Nos esperaba con un gran asado y el resto de la familia que quería presentarme. Siendo un hombre de más de 50 años, me costaba disimular las lágrimas cada vez que él decía con orgullo “Este es mi hijo”.

Desde ese primer encuentro han pasado cinco años durante los que la comunicación ha sido fluida. Tuve la suerte de que viniera a conocer a mis hijos –sus nietos–; de acompañarlo a ver por primera vez el mar. Recurrió a mí cuando Negrita se enfermó y estuve a su lado cuando ella murió.

A veces creo que, quizás, haya habido siempre un vínculo invisible pero poderoso entre mi padre y yo, aun sin conocernos. O tal vez los dos encontramos una sabiduría y un amor que ignorábamos. No lo sé. Sí estoy seguro de que hoy no estamos solos.

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Mario Héctor Lugo. Hombre afable y tranquilo, Mario es empleado administrativo en el área de Recursos Humanos en una fábrica de cables instalada en el barrio de Mataderos, en Capital. Está casado con Telma –ella se desempeña como técnica en Farmacia en el Hospital del Niño de San Justo– y tienen cuatro hijos. Están felices: hace apenas tres meses llegó el primer nieto de la pareja. Apasionado del fútbol, es hincha de River y asegura que de tanto en tanto “sufre y llora” por el equipo. En su casa de Ciudad Evita tiene una parrilla a la que usa demasiado. Su especialidad –dicen quienes lo conocen– es el vacío: lo hace entero, con paciencia. Esa misma calma que mantuvo el día que, finalmente, conoció a su padre.

Fuente: http://www.clarin.com/sociedad/mundos-intimos/Mundos_intimos-conoci_a_mi_padre_56_0_1341465990.html

La familia y la mujer mexicana en el Siglo XIX

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La familia del siglo XIX representaba toda una institución de enseñanza moral y religiosa que, ayudada por la Iglesia, se encargaba de controlar la forma de pensar, actuar y sentir de la mujer. Tuñón afirma que la «familia es una institución social y pública estrechamente vinculada con la vida económica y política» que se vivía en el México del siglo XIX. Esta afirmación no va muy lejos de la realidad, ya que no importaba la clase a la cual perteneciera la mujer en aquella época, se le tomaba como simple objeto de pertenencia, primeramente por el padre, posteriormente por el esposo o hermano.

Durante el siglo XIX mexicano, la familia fue la institución más importante para la conservación de la riqueza, de la sangre y de la religión, por medio de ella se dan las alianzas matrimoniales y, por ende, el mantenimiento del poder, del linaje y la riqueza. La Iglesia ve en esta institución, por un lado, la conservación de la religión y, por el otro, la conservación de su poder político, económico y social.

Por ejemplo, los cambios políticos, principalmente, suscitados a raíz del movimiento de independencia cambiaron la estructura social del indio, por el hecho de «liberarlo» de la esclavitud. No obstante, su núcleo de apoyo siguió siendo la familia, en ella encontraba el apoyo, la compañía y la importancia que la demás parte de la sociedad le había negado; la mujer siguió desempeñando el papel que tenía en la colonia, servir a su marido, trabajar y procrear hijos; es decir, para ella no cambió mucho la situación con el movimiento de independencia.

En lo que se refiere al matrimonio, los indios se casaban con cuantas mujeres querían, haciendo de ellas sus esclavas en todos los sentidos, al mando de todas ellas estaba la primera; también se casaban con las mujeres comprándolas desde pequeñas a sus padres y poseyéndolas hasta que tenían su primera menstruación, la cual menciona María de la Luz Parcelo era celebrada con un baile en el que participaba la novia. Las mujeres de las tres clases sociales (baja, media y alta) existentes en la primera mitad del siglo XIX, padecían una angustia en común: el matrimonio por conveniencia.

Otro claro ejemplo son las mujeres de clase media que reunían las características típicas del momento: abnegada, sumisa, respetable y respetuosa. En la familia veía el santuario del respeto y reconocimiento social. Su vida no tenía más horizontes, por lo regular, que la ciudad o el campo, condenada a servir a su marido, a educar a los hijos de acuerdo a los ideales de categoría y religiosos. Aunque debemos de rescatar un punto fundamental en estas mujeres de clase media, pues es aquí donde surgen los ideales femeninos vinculados con la educación, la participación económica y política. No debemos olvidar a sus figuras contemporáneas como es el caso de Sor Juana Inés de la Cruz y, para su tiempo, de Josefa Ortiz de Domínguez, entre otras, que lucharon por los ideales negados para la mujer. No obstante que las mujeres de la clase media se dedicaban a la crianza de los hijos, a su educación y a efectuar labores del hogar, también se encargaban de ir a rezar y pedir a dios la compresión de su situación económica, política y social.

El dinero y el poder que de él emanaba, y que regía aquella época, influyó de manera particular en la clase alta, ya que la mujer sufrió la esencia de aquel pensamiento varonil, en el que se respiraban aires de inferioridad con relación a lo femenino.

Las mujeres indias y mestizas servían a las «niñas» ricas, permaneciendo a su lado para cuidarlas y atenderlas en todo la necesario, para que ellas solamente se ocuparan de las tareas propias de su clase. Eran labores de su clase: bordar, coser, pasear por las alamedas e instruirse en la religión católica.

La familia las preparaba para el matrimonio o para el claustro, con la finalidad de servir ya sea a dios o a su marido. La mujer de clase alta fue sometida al igual que las demás mujeres, presa de su época y su riqueza, encerrada en la ambición y el poder, nunca vio un amanecer más allá de lo que su clase le permitía. La mujer de alcurnia era educada con más rigurosidad que la mujer de las otras clases, ya que ella representaba el honor y el respeto del país, además pertenecía a lo máximo de la población y, por lo tanto, no debía permitírsele caer en la perdición.

La influencia de la familia y la iglesia en su vida tenía un gran peso para su formación matrimonial, ya que estos dos elementos le proporcionaban los ideales para ser «feliz». Ella nunca conoció el verdadero amor, aunque siempre lo soñaba, pues desde pequeña era «vendida» al mejor postor con la finalidad de salvar de la ruina a su padre o a su futuro marido.

Cuando la mujer de clase alta se unía en matrimonio al hombre, iba carente de amor y sentimientos, la procreación de los hijos se tenía que dar por proceso natural para conservar la sangre; pero nunca por amor. Si la mujer procreaba hijos varones tenía mayor aceptación y adquiría una posición de valor y presunción.

En general, la clase alta fue la que más dinero y poder poseía dentro del ámbito social, pero la mujer siguió sufriendo los penares del momento histórico, la abnegación, las buenas costumbres y el porte eran considerados propios de su clase, por ello tenían que conservarlo a como diera lugar.

Condición de la mujer durante el siglo XIX en México

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Una de las características fundamentales del siglo XIX fue la importancia que se le daba al poder político, económico y social, por lo que la conservación de estos tres elementos, constituyeron la base sobre la cual se fundo la ideología del mismo siglo. Aunado con ello, se puede observar el gran dominio que existía por parte de las familias acomodadas hacia la clase baja, la gran explotación, la desigualdad social y, por consecuencia, las innumerables luchas; tal es el caso de la querella de Independencia en nuestro país. La gran jerarquía que representan estos elementos en la vida cotidiana de la población del siglo XIX, influyeron la forma de actuar de la mujer y la manera en como fue vista y tratada durante esta primera época.

No se puede negar que la gran herencia de la época colonial sirvió de cimiento a la manera de actuar de la sociedad, en específico de los hombres, respecto a la vida matrimonial de las mujeres. Durante los 300 años de dominación española, a la mujer se le vio como un objeto de compañía, ayudante y «sirvienta» del hombre. «Como todo ser humano, la mujer entraba en la vida familiar cuando nacía, a menos que formara parte del gran numero de niños abandonados que recogía la Iglesia.»

Para explicar el rol que las mujeres desempeñaban en el siglo XIX, hay que tener en cuenta, decía, la herencia de la época colonial, ya que es a partir de este periodo cuando se empieza a ser más evidente la diferencia entre el hombre y la mujer.

Francoise Carner afirma que «si bien la independencia constituye una fractura política, ideológica y económica para el país, en el ámbito de la vida femenina, centrada en gran medida en la vida familiar y en el matrimonio, no se rompieron significativamente ni la estructura social, ni las normas, ni las conductas que habían regido en Nueva España.» Y es que durante el siglo XIX, al igual que durante el periodo colonial, a la mujer difícilmente se le considero como un ser humano que podía pensar, razonar y gobernar su vida por sí misma.

Es durante la época colonial, cuando surgen los estereotipos que gobernarían la vida general de la mujer del siglo XVI-XVIII, y más tarde la subsistencia de la mujer del siglo XIX, entre los que se encuentran resaltan: la sumisión absoluta al hombre, la predestinación al matrimonio, la permanencia en el hogar, el cuidado de los hijos, la conservación del recato y la virginidad, entre otros. «En la sociedad Colonial, apunta Ots Capdequi (sic), la mujer como el indio y el esclavo fueron declarados inferiores, sometida a la explotación en calidad de objeto y a la tutela varonil por causa de su inferioridad» .

La mujer del siglo XIX a pesar de haber vivido un cambio en las estructuras políticas, ideológicas, económicas y sociales, no vivió un cambio en el ámbito personal, pues sus sentimientos, pensamientos y opiniones quedaron callados y omitidos por la mayoría de los hombres y de la sociedad de dicho siglo. Ni la independencia ni la colonia le permitieron a la mujer desarrollarse como ser humano; es más, no le permitió ni siquiera decidir sus sentimientos en cuestiones de amor, amistad y fraternidad.

La mujer al único papel al que podía aspirar, dentro de una sociedad creada y gobernada absolutamente por y para los hombres, era el de ser vista como conservadora de la riqueza, de la sangre y de la religión. Por lo tanto, para comprender la situación de la mujer durante el siglo XIX, es necesario echar un vistazo a la condición que mantenía en la etapa colonial, ya que es a partir de este periodo cuando se le empiezan a colocar etiquetas a la mujer que no cumplía las normas establecidas por la sociedad y a exaltar a la mujer que seguía el ejemplo de honradez, rectitud y respeto, hacia el hombre y la misma sociedad.

Papa Francisco visitará México en 2016

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El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, anunció que están trabajando en un proyecto de viaje del Papa Francisco a México para el año 2016.

En declaraciones a Notimex, el sacerdote jesuita confirmó que “la posibilidad del viaje es concreta”, aunque aclaró que todavía no tiene la posibilidad de hacer un anuncio oficial.

“El Papa desea ir a México, como bien sabemos, porque lo ha dicho él mismo muchas veces en conexión con el viaje a los Estados Unidos. Existe un proyecto para hacer este viaje el próximo año y por este proyecto comenzaron los pasos concretos”, indicó.

Lombardi no quiso ofrecer más detalles ni confirmó la fecha en que este viaje tendría lugar. Tampoco desmintió que el viaje pudiese ser al inicio del año, particularmente en el mes de febrero, como trascendió en las últimas horas.

Incluso dijo que si Jorge Mario Bergoglio va a México “naturalmente” tiene la voluntad de ir a honrar a la Virgen de Guadalupe en su santuario, en la capital del país.

No obstante, precisó: “Este no es un anuncio oficial porque no tengo fechas ni una agenda a comunicar, digo que se trata de un proyecto que comienza a ser concreto”.

Al concluir su visita a Cuba, en septiembre pasado, el pontífice reveló que consideró visitar México y entrar a Estados Unidos por ciudad Juárez, pero ir a México sin ver a la guadalupana, «hubiera sido una bofetada».

Este año el Papa Francisco también visitó Paraguay, Bolivia y Ecuador en julio pasado durante siete días.

A nuestro país, la última visita fue la del Papa Emérito Benedicto XVI en marzo de 2012; su antecesor, Juan Pablo II visitó México en cinco ocasiones: 1979, 1990, 1993, 1999 y 2002.

Con información de Notimex

Fuente: http://www.elfinanciero.com.mx/nacional/papa-francisco-vendra-a-mexico-en-2016.html

Kapuscinski

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Para mi amado hijo Rafael Martínez Sánchez Cid, devorador de libros. La verdad no es lo que nos cuentan, es lo que es. 

Nacido en 1932 en Pinsk, una de las partes mas pobres de Polonia, al este de Varsovia, que tras los acuerdos de Yalta, al final de la II Guerra Mundial pasó a formar parte de la Unión Soviética, durante su infancia vivió los terrores de la guerra y la ocupación Nazi. En su mente queda grabada un acto que transformó su vida y formó su personalidad; comprendió la sutil diferencia entre vida y muerte, que compartió con nosotros en su libro Viajes con Herodoto:

“Recuerdo el otoño de 1942: no tardaría en llegar el invierno y yo no tenía zapatos. Los viejos estaban hechos trizas y mi madre no tenía dinero para comprarme unos nuevos. Los zapatos accesibles a los polacos costaban cuatrocientos zlotys; la parte superior estaba hecha de dril impregnado de una sustancia alquitranada, impermeable, y las suelas, de madera de tilo. ¿De dónde íbamos a sacar los cuatrocientos zlotys? 

Vivíamos por aquel entonces en Varsovia, en la calle Krochmalna, en el piso de los señores Skupiewski, sito junto a una de las puertas del gueto. El señor Skupiewski se dedicaba a la manufactura casera: fabricaba pastillas de jabón, todas del mismo color: verde. 

–Te daré pastillas de jabón a comisión –me dijo–, cuando vendas cuatrocientas tendrás para zapatos, y la deuda me la devolverás después de la guerra. 

En aquellos momentos aún se creía que la guerra tenía los días contados. Me aconsejó que desplegase mi negocio en los alrededores de la línea del ferrocarril Varsovia-Otwok porque en aquellos trenes eléctricos viajaban veraneantes, gente que de vez en cuando deseaba lavarse, con lo que seguro me comprarían jabón. Le hice caso. Tenía yo entonces diez años y el que nadie me quisiese comprar aquellas dichosas pastillas de jabón me hizo verter la mitad de las lágrimas de toda mi vida. En todo un día de ir de casa en casa no vendía ninguna o, como mucho, una. En una ocasión logré vender tres y regresé a casa radiante de felicidad. 

Después de pulsar el timbre, me ponía a rezar fervorosamente: ¡Dios, haz que compren, aunque sólo sea una, pero que me la compren! En realidad, al intentar causar lástima, practicaba una especie de mendicidad. Entraba en la vivienda y decía: 

–Señora, cómpreme una pastilla de jabón. El invierno está al caer y yo no tengo zapatos. 

El método funcionaba unas veces, pero otras veces no, porque por los mismos lugares merodeaban muchos otros niños que intentaban arreglárselas como mejor podían, ya robando, ya perdigüeñeando, ya vendiendo cualquier cosa. 

Llegaron los últimos estertores del otoño y el frío me mordía los pies tan dolorosamente que tuve que abandonar el negocio. Había reunido tan sólo trescientos zlotys, pero la generosa mano del señor Skupiewski añadió los cien que me faltaban. Mamá y yo compramos unos zapatos. Si se envolvía el pie en un grueso peal de fieltro y, además, en papel de periódico, se podía caminar con ellos incluso durante las mayores heladas.”

Leyó su primer libro a los 12 años y a principio de los años 60’s la agencia de prensa polaca, acompañado quizá como premonición de el libro “Historia de Herodoto”como regalo de despedida de la editora en jefe, y que lo seguiría a todos sus destinos, se convirtió en el primer Polaco en ser enviado como corresponsal fuera de la cortina de hierro.

Cuando empezó a trotar por el mundo como corresponsal extranjero encontró un lazo emocional con las situaciones de pobreza en los llamados países del Tercer Mundo. “Era como regresar a los escenarios de mi niñez. De ahí nace mi interés por estos países. Por eso me interesan los temas que tocan la pobreza y lo que produce: conflictos, guerras, odios”.

 

En su vida trató a las personas, generalmente esas abandonadas a su suerte en la miseria, como si fueran únicas e importantes. Al sentirse valorada, la gente despepitaba con toda confianza su historia de vida. El periodista escuchaba con respeto, con cuidado, leyendo entre líneas, con cariño porque era un hombre lleno de compasión humana. Ese fue la base de su éxito.

Testigo privilegiado e intérprete lúcido de un siglo en llamas escribe Kapuscinski en su obra maestra Ébano tras levantarse sobresaltado en algún lugar a la intemperie en África por los ruidos de la noche: “Aquí la vida es un esfuerzo continuo, un intento incesante de encontrar ese equilibrio tan frágil, endeble y quebradizo, entre supervivencia y aniquilación”. 

 

A lo largo de su carrera como corresponsal, Ryszard Kapuscinski cubrió 27 revoluciones, casi un centenar de sequías, guerras civiles, hambrunas y los encumbramientos y caídas de los poderosos en África, Latinoamérica y Asia, convivio tanto con la muerte que contagio la malaria y en 1966 fue rociado con benzina por los rebeldes nigerianos y un oficial ebrio dio una contraorden justo a tiempo para evitar que lo inmolaran.

Desde la segunda mitad del siglo XX, donde estalla una guerra, revolución o golpe de Estado, donde están los mas miserables, los olvidados, los indefensos, los que para los demás no existen, Kapuscinski aparece para relatarnos su destino, para gritar lo que se calla, es testigo de estos hechos, con la seguridad de la importancia de ser testigo de la historia. Para él, el sentimiento humano es más importante que el hecho histórico. La verdadera historia es la persona, su drama privado que se convierte en colectivo, sus temores, sufrimientos y siempre al final esa tenue luz de esperanza que a los hombres nos hace permanecer vivos, plasmándolo para todos nosotros en sus reportajes, la realidad oculta de las personas, alejado siempre del discurso oficial de los gobiernos y lo mas importante sin postura política, sin buenos ni malos, solo personas y su tragedia diaria.

Nunca se hospeda en los grandes hoteles, para conocer el drama debe de vivir alrededor de el, dentro de el, ser parte de el, cuando todos los periodistas son evacuados de algún país por su seguridad, él se queda hasta el final, ahí encuentra su destino, la historia escribe “se decide en el último momento”, alguien tiene que contar la verdad, como Herodoto ser testigo presencial de los hechos sumido en una gran soledad pues realizó la mayor parte de su actividad periodística en la convulsionada y marginada África Negra, convirtiéndose en la definición de lo que debe ser un Periodista autentico del Siglo XX y subsecuentes.

En su libro El Imperio, relata sus primeras incursiones en la Unión Soviética en los años 60’s y sus reflexiones sobre un viaje al mismo que realizo entre 1989 y 1991, para atrapar las memorias de los anónimos protagonistas de la Historia. El emperador, trata de sucesivas entrevistas con personas vinculadas a la vida en palacio de Haile Selassie. Testimonios de personas que, a pesar de mostrar en todo momento su admiración y su reverencia, son perfectamente conscientes de que el emperador es un ser volátil y caprichoso, rodeado de un séquito, de un cortejo aún más volátil y caprichoso. En La guerra del futbol, narra los levantamientos del Congo de 1960, el golpe de Argelia de 1965, la guerra del fútbol que enfrentó durante cinco sangrientos días a Honduras y El Salvador todo a raíz de un partido de futbol entre ambas naciones en las eliminatorias para participar en el Mundial de México 70. En El Sha, a partir de notas, cintas magnetofónicas, fotos, materiales que ha acumulado desde que está en Irán comprender la causa de la caída del Sha. ¿Cuál ha sido la evolución del país desde finales del siglo XIX hasta la revolución islámica? ¿Cuáles fueron los orígenes del movimiento chiíta? ¿Cómo ha logrado Jomeini imponerse? ¿Qué puede éste ofrecer contra la promesa del Sha de “crear una segunda Norteamérica en una generación”? ¿Qué es lo que la gente espera de la revolución y qué es lo que realmente obtiene?

Los cínicos no sirven para este Oficio, es un ensayo sobre el trabajo profesional de los periodistas, sobre sus dificultades y sus reglas, sobre la responsabilidad de los intelectuales que, hoy en día, se dedican a la información. Un día más con vida,relata el proceso de independencia del pueblo de Angola tras el colonialismo portugués, desde la vivencia personal. Instalado allí, en la ciudad de Luanda, desde donde iba y venía al frente, arriesgando su vida por saber qué estaba sucediendo. En Viajes con Herodoto presenta una mezcla biográfica, reflexiva de sus aventuras como periodista y viajero.

Y por último su obra más reconocida Ébano, una recopilación de su trabajo periodístico en el Continente Negro, cada capitulo puede leerse por separado, aquí encontraremos de todo, desde la anécdota que nos hará reír hasta la pagina por la que tendremos que soltar una lagrima, en sus líneas encontraremos una fuerte y pragmática reflexión de un continente y sus personas que para cualquier Occidental nos resultan difíciles de entender, su forma de escribir se ha descrito como la perfecta unión entre periodismo, historia y filosofía, destacando la empatía que siente hacía sus semejantes. Al terminarlo lo único que podemos decir es: Gracias Señor Kapuscinski.

Murió acompañado de su esposa el 23 de enero de 2007.

Ere Perez: Naturally beautifull

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Si la idea de mantenerte sano, cuidar el medio ambiente y no dañar a los animales es parte de tu estilo de vida, haz que tu cuidado personal apoye esta filosofía hasta en el maquillaje.

Deambulando por el Mercado del Carmen, una casa colonial en San Ángel que se suma a la moda de los mercados gourmet, me encontré un pequeño local de cosméticos de la marca Ere Pérez elaborados con productos  orgánicos

El concepto me llamó la atención porque sus cosméticos no sólo realzan la belleza natural de la mujer sin enmascararla, también cuidan la salud de la piel, los ojos y los labios. No pude resistir la tentación de probar algunos ahí mismo.

Terminé comprando tres: un bronceador y rubor a base de arroz (el arroz lavado y pulverizado absorbe las impurezas de la piel), un maquillaje fluido con leche de avena (la avena ayuda a mantener balanceado el PH de la piel y la nutre) y una máscara para pestañas con aceite de almendras (el aceite de almendras, rico en vitamina E, es reestructurante).

Lo que despertó mi interés por investigar un poco más sobre la marca es que fue creada por una mexicana muy emprendedora que reside en Australia. Ere, la creadora y fundadora de la marca, es especialista en nutrición y terapias naturales, como acupuntura, flores de Bach, iridología, hierbas medicinales y aromaterapia, eso aunado a una herencia familiar en biología química. De modo que decidió aprovechar sus conocimientos para promover una vida sana a través del maquillaje.

La marca Ere Perez comenzó en Australia hace más de once años. El inicio fue difícil y con pocos recursos. Así nació la primera máscara de pestañas natural, actualmente su cosmético más usado alrededor del mundo: Natural Almond Oil Mascara by Ere Perez. Hoy cuenta con sesenta productos y ambiciosos proyectos.

Una vez consolidada en Australia, Ere decidió compartir su filosofía y productos en México con gran éxito, gracias al apoyo de María Ortega, quien tiene a su cargo la comercialización de la marca y ha sabido

aprovechar el creciente interés por el cuidado de la piel y los productos naturales en nuestro país.

Hoy, la mayoría de la línea se produce en México, con altos estándares de calidad para que las mujeres mexicanas recibamos el mismo maquillaje natural que le encanta a las australianas y a un menor precio.

El hecho de que la marca ya tenga demanda en varios países, como Corea, Singapur, Nueva Zelanda, Inglaterra y por supuesto Australia, no es un logro cualquiera.

El éxito de Ere Pérez es el resultado de: la visión para crear productos con intención, la misión de emprender un negocio que busca generar algo más que utilidades, y el valor para incursionar sin miedo en un mercado dominado por las grandes firmas transnacionales.

Mujeres independientes

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¿Te consideras mujer independiente? ¿Te dan miedo las mujeres independientes?

Leyendo en Facebook una de esas publicaciones en las que la gente comparte listas y artículos entretenidos, me llamó la atención este tema confuso, como tantas otras cosas en la actualidad.

La sociedad proclama un falso sentido de aceptación y una supuesta mentalidad abierta, pero al mismo tiempo se emiten mensajes contrarios.

Impulsamos a las mujeres de hoy a expresar abiertamente lo que piensan y cuando lo hacen les decimos que son radicales y difíciles de querer, y les hacemos sentir que las mujeres con opinión no son bienvenidas en este mundo.

Las motivamos para que confíen en sí mismas; sin embargo, cada canción en la radio y cada historia en la TV o en el cine, se trata de una ‘niña’ manifestando cómo quiere al hombre y sobre todo, cómo lo necesita.

Les recalcamos la importancia de que sean autosuficientes, pero les aconsejamos que se casen con hombres exitosos.

¿Qué impide que la sociedad acepte a una mujer independiente de forma real y honesta? El miedo.

¿De dónde surge el miedo? ¿Por qué la gente se siente tan amenazada por una mujer independiente? ¿Por qué asusta tanto una mujer que vive de acuerdo con sus propias reglas? Porque no le da miedo meterse en problemas. Porque ‘consecuencia’ no es más que una de muchas palabras y porque no teme tener una opinión y expresarla, aunque difiera de todos los demás.

Una mujer independiente tiene ideas independientes; tiene la forma de libertad más poderosa de todas: libertad de pensamiento.

Y es bueno saber que no tiene miedo de compartir su fresca perspectiva ni su bien educado punto de vista; no se le puede lavar el cerebro para que piense o sienta de determinada manera, sobre todo si va en contra de su firme código de ética.

Una mujer independiente tiene los genes de una revolucionaria y sus valores son irrompibles porque no necesita la validación de nadie.

La confianza de una mujer independiente no depende de otros, tiene su origen en algo mucho más poderoso y estable: ella misma. Su autoestima es SUYA y no depende de cumplidos superficiales, es verdadera confianza.

No cambia según el estado de ánimo de los que la rodean y eso le da miedo a la gente.

No le apena mostrarse orgullosa de sus triunfos, no se esconde atrás de una máscara  de ‘falsa modestia’, no se ‘achica’ y aparenta que no está súper orgullosa de sí misma por haber logrado algo ‘cañón’.

¿Por qué empujamos a las mujeres a quitarle importancia a sus logros? Las elogiamos y luego las juzgamos porque contestan ‘gracias’ en lugar de decir ‘fue una cosa de nada’.

Una mujer independiente es ‘aterradoramente’ honesta y si hiciera como que no está orgullosa de sí misma, estaría mintiendo: el peor de los pecados.

Una mujer independiente es intimidante porque no es intimidada por la jerarquía ni por nada. Sabe que puede valerse por sí misma y que no hay ninguna razón para asustarse mientras no esté físicamente en peligro. Por eso se le ve como una criatura intimidante, especialmente para los que usan tácticas baratas de miedo para ganar respeto.

Una ‘niña’ independiente ve a través de la máscara y entiende que la autoridad está fundada en el respeto y no en acciones poco amables y en palabras groseras.

Una mujer independiente no requiere un afecto que la sostenga para vivir, pero añora desde el fondo de su corazón encontrar el amor.

Una mujer independiente, extrovertida e inteligente sabe  que no le va a caer bien a todo el mundo y, a diferencia de otras, lo acepta

Es dueña de sus pensamientos, sentimientos y opiniones con tal intensidad que el infinito flujo de desagrado que la sociedad dirige hacia ella, simplemente no es suficiente para detener que sea su propio, increíble, individual y auténtico yo.

Sus sentimientos van a ser heridos de vez en cuando; después de todo, no está hecha de piedra. Acepta que no todos los sentimientos van a ser buenos y está en paz con la idea de no ser universalmente querida y aprobada.

No puede evitar ser fiel a sí misma, a pesar de los aparentemente interminables obstáculos que tiene que enfrentar por ello.

Alguien independiente, sea mujer u hombre, no suele escoger la salida fácil. Por eso son los pioneros del universo, los protagonistas en libros de historia por su inmortal búsqueda de justicia, libertad y autoexpresión.

La mejor parte es ésta: Si te enamoras de una mujer independiente, ser correspondido es lo mejor que te puede pasar; ella no te quiere porque te necesite, te ama de verdad y ése es el amor más puro de todos.

Síndrome de alienación parental – Así es el Derecho

A partir de la reforma constitucional en materia de derechos humanos el sistema jurídico mexicano adquirió un corte netamente garantista y de protección a los derechos humanos, a través de la incorporación de principios como el pro persona, la interpretación conforme y el interés superior de la niñez consagrado en el artículo 4º constitucional.

De esta forma el Estado vela por el interés superior de la niñez garantizando en cada una de sus decisiones y actuaciones, de manera plena los derechos de los niños, tanto los contenidos de manera enunciativa en nuestra Constitución como los establecidos en instrumentos internacionales de los cuales México es parte, como la Convención sobre los derechos del niño.

En dicho instrumento se reconocen como prerrogativas propias de un menor de edad entre otras: la preservación de su identidad así como de las relaciones familiares; no ser separado de sus padres y en caso de estar separado de uno o de ambos, mantener relaciones personales con contacto directo de modo regular con ellos; además de estar en condiciones de formarse un juicio propio y de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que lo afecten.

Todos estos derechos son vulnerados través de la Alienación Parental, que se traduce en actos de manipulación efectuados por padre o madre, para conseguir que su hijo tema o rechace injustificadamente al progenitor que no tiene la custodia legal. Pues si bien, es posible que en una separación el niño involucrado tome partido por alguno de sus padres, lo grave acontece cuando esto sucede por inducción de uno de ellos y consigue originar en el infante el Síndrome de Alienación Parental (SAP), es decir conductas de rechazo e insultos injustificados y permanentes hacia uno de sus padres con la consecuente destrucción del vínculo filial.

El SAP ocasiona consecuencias presentes y futuras, sobre todo a la salud mental de sus víctimas, diversos psicólogos consideran que el adulto que sufrió SAP suele presentar sentimientos de culpa incontrolable que pueden orillarlo al alcoholismo, la drogadicción, o en casos extremos al suicidio.

Tomando en consideración que la Alineación Parental vulnera los derechos y la salud mental del hijo involucrado y viola el derecho humano de la vida familiar del progenitor alienado, desde dos mil catorce en nuestra ciudad dicha conducta es considerada violencia familiar, lo cual conlleva la suspensión de la patria potestad, de la custodia y del régimen de visitas, así como diversas consecuencias penales, pues quien lo cometa puede recibir de uno a seis años de prisión y perder los derechos que tiene respecto a la víctima.

Es necesario considerar que las conductas que pretenden crear odio o rechazo hacia un progenitor puede venir también de otros parientes, no necesariamente del padre o la madre, por ello nuestra legislación contempla que el integrante de la familia que transforma la conciencia de un menor con el objeto de impedir, obstaculizar o destruir sus vínculos con uno de sus progenitores, comete violencia familiar, la cual se denomina Alienación Parental cuando la realiza uno de los padres.

En la identificación del Síndrome de Alienación Parental juegan un papel de suma importancia los jueces de lo Familiar, pues a través de las entrevistas que tienen con los menores involucrados en los juicios de su conocimiento, con el apoyo de los psicólogos del Instituto de Ciencias Forenses, pueden identificar a quienes sufren SAP y asegurarse de que obtengan el tratamiento pertinente.

Lo anterior porque los menores son en demasía perjudicados con esas conductas, tal como lo ha ilustrado la Fundación «Custodia Compartida México, A.C.», pues los niños callan ante su tutor cuestiones tales como «¿Quién puede decirle a mi mamá que me duele cuando habla mal de mi papá?», «¿Cuánto tiene que pagar de pensión mi papá para volver a verlo?», «¿Cómo le explico a mi papá que también amo a mi mamá?», «Hermano: ¿Cuánto dinero dicen que le hace falta a mi papá para que nos pueda ver?», «Hermana: No llores! Entre los dos le decimos a mi papá que amamos a mi mamá», «Papá: ¿Por qué me ‘divorciaste’ de mi mamá? Yo la amo», «Mamá: No quiero más pensión? Quiero abrazar a mi papá», «Papá: No sé que pasó entre ustedes? pero mi mamá y yo nos seguimos amando», «Señor juez: ¿Qué fue lo que hice tan grave para que no me deje dormir con mi mamá?», «Hoy quiero un abrazo de mi mamá,? pero mi papá dice que hoy no me toca».

Los juzgadores solo buscan el bienestar de la niñez, las entrevistas y opiniones vertidas por los niños o adolescentes ante ellos también se realizan en ejercicio de su derecho humano a ser oídos en los procedimientos judiciales que les involucran.

Así es el Derecho.

Fuente: http://www.oem.com.mx/elsoldemexico/notas/n3871208.htm