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Tiempo de exámenes

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Miércoles 25 de septiembre de 2013, tercera semana de clases, primer examen de Ciencias Sociales en 1º de secundaria. La  profesora da la instrucción:

–   Ha terminado el tiempo. Las últimas de cada fila que recojan los exámenes. –Sin embargo, una de las alumnas tiene más información que transmitir y se queda el examen. Se apura hasta lo que ella considera el último segundo y entrega el examen a la profesora.

–   El tiempo terminó. Tienes cero.

–   No por favor, por favor –ruega la alumna–, recójame el examen, por favor.

–   Vale, te lo recojo. –La profesora toma el examen en su mano, lo rompe en cuatro trozos y puntualiza– pero tienes cero.

Disculpen mi simpleza, pero sencillamente no lo entiendo.

Hasta donde sé, los exámenes tienen un único objetivo: constatar el nivel de conocimientos que un alumno ha alcanzado en una determinada materia. No sé qué otro objetivo pueden tener.

Durante la carrera (psicología) nos insistieron hasta la saciedad en que los test debían tener dos características: validez y fiabilidad. Hoy dejaremos la fiabilidad de lado. La validez significa que el test realmente mide aquella variable para la que ha sido diseñado. Es decir, si el instrumento en cuestión es una balanza, que mida el peso real de los objetos. Algunos tenderos solían alterar sus balanzas para que indicaran un mayor peso y así cobrar más. Alteraban su validez.

Los exámenes deben estar diseñados para medir con la máxima exactitud posible el nivel de conocimientos adquiridos por los alumnos. Esa sería su validez. Si es así, ¿qué aporta la variable “tiempo”?

¿Es más válido un examen hecho “contra reloj” que uno “sin tiempo límite”?

La variable tiempo añade estrés al alumno. Nervios, que MUY probablemente interfieren en la capacidad de una gran cantidad de alumnos para demostrar su nivel de conocimientos y por tanto, RESTA VALIDEZ A LA PRUEBA.

Es decir: los exámenes hechos contra el cronómetro (la inmensa mayoría de los exámenes se hacen así) no miden los conocimientos del alumno, sino su capacidad para expresar los conocimientos bajo condiciones de estrés. ¿Era ese su objetivo?

Yo solo he tenido el privilegio de ser profesor en un centro universitario, lo cual es fácil, ya que los alumnos saben, mal que bien, leer y escribir. Cuanto más pequeños son los alumnos, muchísimo más difícil se hace la tarea del docente. Cuando tuve que hacer exámenes con límite de tiempo –obligado por el decanato – me aseguré de que me dieran la última hora del día para que mis alumnos no tuvieran que ir después a ninguna otra clase ni examen.

Mis exámenes eran sin límite de tiempo. Podían tardar cuanto quisieran. Yo sólo quería saber lo que habían aprendido, sin factor temporal que pudiera estresarles. Un alumno tuvo a bien estar cuatro horas frente al examen – sus compañeros habían entregado la prueba en menos de una hora. Naturalmente me dio tiempo a corregir el resto de los exámenes. El alumno en cuestión suspendió la prueba – pero no fue por falta de tiempo.

Mientras los exámenes sigan siendo “contra reloj”, su validez queda en entredicho.

Aunque yo no sea profesor, permítanme un consejo para facilitar que los exámenes cumplan con su función:

Diseñen exámenes que un alumno promedio pueda completar en dos tercios de la duración de su clase (si la clase dura 60 minutos, que puedan contestarlo en 40 minutos; si la clase dura 50 minutos que puedan hacerlo en 30 minutos). ¿Quién es alumno promedio? La mayor parte de los alumnos: si son 30 alumnos en clase, alrededor de 20 alumnos deberían ser capaces de contestar al examen en ese tiempo. Seguro que hay de 4 a 6 alumnos que, por sabérselo magníficamente bien o por no saber lo suficiente del tema, tardarán algo menos, mientras que habrá alumnos, otros 4 o 6, que por su modo de procesar la información necesitarán más del tiempo promedio; no hay problema, usted ya se lo ha concedido al diseñar el examen.

Entre 30 y 40 minutos son más que suficientes para saber cuánto aprendió un alumno sobre un tema, y es un tiempo más que prudencial para que complete la tarea de manera óptima. Si los alumnos promedio tardan más tiempo, es probable que sus cerebros no rindan para cubrir el objetivo con la necesaria validez. Si la mayoría de los alumnos tardan más de 40 minutos en contestar los exámenes, debería revisar el diseño de los mismos, es muy probable que pueda mejorarlo.

Hay profesores que no solo deberían revisar el diseño, sino también su objetivo. Es decir, los hay que diseñan exámenes NO con el objetivo de ver cuánto han aprendido sus alumnos, sino con el objetivo de ver qué NO han aprendido. Como dicen los jóvenes: van a pillar. Son profesores que se enorgullecen de que ningún alumno suyo sea capaz de obtener un 10, por no referirnos a esos profesores, habitualmente universitarios, que se consideran un referente porque la mayoría de sus alumnos suspende. Es una lástima que a esas personas se les tenga que llamar también “profesor”, es una palabra demasiado rica y demasiado profunda. Les viene grande. Muy grande.

Otra idea, para que los alumnos puedan demostrar qué han aprendido, es incluir siempre lo siguiente: Escribe todo lo que sepas sobre aquella parte del tema que más te haya gustado o mejor hayas preparado; asignando 2 puntos a dicha pregunta (si puntúa sobre 10) o 20 puntos si puntúa sobre 100.

Si estas ideas no son de su agrado, o si no ve posible llevarlas a cabo, hay otras formas de que la variable tiempo incida menos en el resultado de los exámenes –reduzca validez a la prueba–, aunque considero que son más “parches” que soluciones:

1)  Haga los exámenes sin límite temporal.

2)  Valore y puntúe únicamente las respuestas que el alumno tuvo tiempo de contestar.

3)  Permita que el alumno que no ha tenido tiempo de terminar, complete el examen durante el recreo o durante otra clase, con usted presente.

Y en cualquier caso, si un alumno le pide más tiempo para completar su examen, entiéndalo como un halago: ha aprendido tanto gracias a usted, que necesita mucho tiempo para poder plasmarlo todo. Pero por favor, NO QUITE  el examen a un alumno mientras está escribiendo, ni mucho menos se le ocurra romperlo. Estoy seguro de que si valora en algo ser profesor, no quiere que nadie pueda recordarle por ello.

 

Fuente: educarconsentido.com

La envidiable inteligencia de Forrest Gump

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“Mi madre dice que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes cuál te va a tocar”.

Con esa ingeniosa frase comienza una de las películas que más repercusión tuvieron en los años noventa; una cinta de culto para todos los cinéfilos que gustan del género drama.

Leí una carta firmada por Isabel y dirigida a Forrest Gump, el personaje de la novela homónima de Winston Groom (1986), que fue retratado en la pantalla grande, como niño por Michael Humphreys y como adulto por Tom Hanks (quien ganó un Oscar por su interpretación).

Para quien no conozca la historia, Forrest carece de padre y es distinto a los demás porque tiene un coeficiente intelectual de 75 –algo más bajo que la media– y por eso es considerado ‘anormal’, y criticado por sus compañeros del colegio, lo que le hace difícil tener amigos. Con más edad, Forrest enfrenta otros problemas: en la universidad, debido al primer desamor y al enrolarse en el Ejército.

Aquí un extracto de la carta de Isabel:

“Mi querido Forrest, te escribo para que tranquilices a esta inteligencia mía llamada normal, que se ha puesto en pie de guerra y se ha dado cuenta que lo de anormal, en realidad sólo es…¡diferente!

¿Cómo haces para obtener lo que te propones y hasta lo que no te propones? La mayoría terminamos nuestros días sin alcanzar nuestros sueños. Hay quienes logran algunos y rezan para que no se hagan realidad sus peores pesadillas. ¿Por qué te elevas entre el resto de los mortales y tocas aquello que deseas, aparentemente con el menor de los esfuerzos?

¿Será por tu bondad y buen corazón, por actuar en beneficio de los demás, disfrutando el ‘aquí y ahora’, y por ocuparte de ser tu mejor versión para ti y para el mundo?  Aunque me parece que hay cosas más importantes que tu obsesión por ser una persona honesta; cosas como tener un buen trabajo, una buena casa, un coche envidiable, reconocimiento social…

¿Será que tienes a Dios de tu parte por tu capacidad de AMAR –en mayúsculas– a todo y a todos sin excepción? Dijiste ‘No soy muy listo, pero sé lo que es el Amor’. No sé qué clase de Amor es el que conoces. ¿Te refieres al que sentías por tu amigo Bubba, por el cual arriesgaste tu vida para sacarlo de la zona de combate en la guerra en la que eran compañeros? ¿O el amor que sientes por Jenny Curran, de la que llevas toda la vida enamorado y que no te hace ni pizca de caso? ¿Eso es lo que llamas Amor? Si no fueras ‘cortito’ te explicaría lo que es el amor entre los normales, de los que tienes tanto que aprender.

Tienes que pensar primero en ti. ¿De qué te sirve salvar la vida a un compañero de batalla? ¿Cómo nos iría en este mundo gobernado por ‘inteligentes’, si nos dedicáramos a ir salvando vidas y a atender el sufrimiento de los demás?

¡Olvídate de Jenny! Si no consigues que ella te dé en cada momento todo lo que necesitas, que esté disponible para ti las veinticuatro horas del día y que se dedique a ti en cuerpo y alma… ¡olvídala! Me cuesta creer que con tanta gente especial, Dios te elija a ti para premiarte. ¿Por qué a ti y no a mí?

Dime Forrest, ¿quiénes son tus líderes, tus maestros, tus guías? No me digas que te dejas llevar por tu instinto y por la solidez de tus valores para buscar tu propio camino. Todos necesitamos seguir a alguien ‘exitoso’, aun a riesgo de perder nuestra esencia.

Y necesito saber si puedes estar sólo contigo mismo y qué es lo que te sustenta cuando todo desaparece.

¿Cómo podemos entender los normales que conquistes el mundo con tus valores, tu perseverancia para buscar tu camino y tu buen corazón, y cómo consigues más que la mayoría?

Dios te creó diferente; te conoces, te aceptas así y has llegado hasta el infinito. Tienes la capacidad de ver el lado bueno de las cosas y de contagiar tu optimismo; siempre tienes una amplia sonrisa, te veo feliz. Pareciera que los normales tenemos más límites que tú.

¿Qué estamos haciendo con nuestra vida los que tenemos ‘plenitud de facultades’? ¿Cómo, por qué y con qué derecho estamos saboteando la creación divina al no permitirnos ser?»

Forrest Gump y su envidiable inteligencia.

Cuando una puerta está cerrada, hay que buscar una o más que se puedan abrir. Eso hizo la mamá de Forrest.

A pesar de que él fue etiquetado como retrasado mental, ella no se dio por vencida y le ofreció un amplio abanico de capacidades esenciales para la vida, como la empatía, el autocontrol, la dedicación, la integridad, la habilidad para comunicar y la destreza para iniciar y aceptar cambios; aptitudes que forman parte de la Inteligencia Emocional. Además, él desarrolló una extraordinaria inteligencia kinestésica-corporal con la que llegó a ser un excelente corredor –lo cual le valió para salvar su vida– y un gran jugador de ping pong; y la conjugó con la inteligencia interpersonal que lo llevó a ser fiel a sus convicciones: la amistad, el amor y la lealtad.

En las instituciones educativas y militares, Forrest resolvió problemas de manera diferente y salió airoso por caminos no tradicionales, haciendo uso de todas sus habilidades, con lo que logró mejorar sus condiciones de vida y de las personas a su alrededor. ¿Se trata de una persona ingenua o inteligente?

Forrest visualizaba los retos como una oportunidad de logro y realización, lo cual lo enriquecía y favorecía su desempeño en la sociedad.

Es cierto que Forrest Gump era alguien ‘anormal’, pero en sentido inverso a lo que todos consideraban; no por su insuficiente IQ, sino por su elevado desarrollo de inteligencias múltiples, que son las rectoras en el manejo de las emociones y hacen de la persona un ser integral, autónomo, útil a la sociedad y feliz.

Cuando toca cuidar a los padres siempre hay hermanos con mucha jeta

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Milagros Álvarez Gortari, autora de «Mujeres generación sándwich. Con la familia a cuestas», explica por su propia experiencia que cuando una persona descubre que sus padres se han hecho mayores y sufren deterioro «se produce una mezcla de sentimientos encontrados que te hacen pasar por un momento de la vida muy doloroso. No acabas de querer darte cuenta de la situación, por lo que se tiende a retrasar la búsqueda de una solución al problema y en el fondo te sientes culpable por no actuar».

«Da mucha pena  —prosigue— ver a tu madre, que organizaba una comida para toda la familia en dos minutos, convertida en una persona despistada y a la que cualquier cosa se le hace un mundo. Y a tu padre, que siempre fue una persona segura y fuerte, transformado en un anciano que se lía con las cuentas del banco, que se pone de muy mal humor porque el mundo le desborda y no lo quiere reconocer».

—¿Cuál es la mejor manera de afrontar que nuestros padres ya no se valen por sí mismos y, además, tenemos conflictos con nuestra pareja e hijos porque ven que les dedicamos menos tiempo?

—Lo mejor y lo único que funciona es hablar claramente con tu familia. Pero en serio, no de pasada. O sea, que hay que hacer una reunión de pareja o familiar y el tema del día es: «nuestros padres y abuelos». ¿Qué hacemos? ¿Cómo nos organizamos? ¿Cómo podemos ayudar?

Y… decir claramente cómo te sientes; lo que te duele que tu familia no te apoye en algo tan doloroso, lo sola que te encuentras, lo que agradecerías que te acompañaran a visitar a los abuelos, que se interesaran por cómo estás tú… Y, si crees que ya lo has dicho, ¡pues repítelo!

—En el mundo empresarial está cada vez «más aceptado» que un empleado lleve a su hijo al médico, pero ¿qué ocurre cuando hay que llevar a los padres, algo cada vez más frecuente?

—Primero te vuelves loca intentando encontrar médicos que pasen consulta a última hora de la tarde, a primerísima de la mañana o a la hora de la comida. Y luego… pues de cinco veces que llevas a tus padres al médico, una dices la verdad y el resto, directamente… mientes. Eso sí, recuperas las horas perdidas sobradamente. Y eso es lo que tiene que importar, porque la realidad se impone; todos tenemos padres que se hacen mayores, incluyendo los/las directores/as generales.

Aparte, vuelvo a insistir en la importancia de repartirse estas tareas con el resto de los hermanos, pareja y otros familiares próximos.

— ¿Por qué los hermanos siempre tienen algo importante que hacer y siempre es uno de ellos el que sí puede salir corriendo de una reunión o de una cena de amigos para atender a sus padres?

—Simplemente, hay hermanos que tienen ¡mucha jeta!, y el resto les deja que se escaqueen. Aceptan incomprensiblemente que su tiempo vale más. ¿Por qué? Si tienen puestos importantísimos, que les exigen una enorme dedicación, es gracias a que sus padres les han dado una buenísima educación, por lo que les tendrían que estar enormemente agradecidos y muy pendientes de sus necesidades. Y, si no tienen tiempo, que pongan dinero para pagar a alguien que se quede con ellos por la noche, por ejemplo, o que les ayude en la casa…

—¿Cuáles son las mejores fórmulas para que los hermanos se organicen?

—Lo mejor, y lo digo por experiencia, calendario en mano, es organizar con tus hermanos un sistema de turnos. Por si a alguien se le olvida, poner por escrito las fechas que le toca a cada uno. También conviene establecer con qué antelación hay que avisar si por lo que sea no se puede atender el turno correspondiente y hay que hacer un cambio. Ya sé que todo esto suena tremendo porque estamos hablando de nuestros padres, pero también sé que estos procesos son muy largos y que todo el mundo acaba cansándose. Si las cosas no están muy claras, siempre hay problemas y grandes discusiones. De esta manera, con las cosas habladas y puestas por escrito, cada uno sabe claramente lo que ha de hacer y lo que hacen los demás.

—Repartir el tiempo entre la casa, los hijos, la pareja, el trabajo y, llegado el momento, los padres, ¿qué supone para una mujer?

—Supone un enorme desgaste físico y emocional si la mujer está o se siente sola. Pero si se crea una buena organización y toda la familia participa y ayuda, os aseguro que, viviendo la misma situación, todo será menos agobiante y se creará un clima de cariño y comprensión que superará con creces el esfuerzo físico y mental que esto supone.

Va siendo hora de que la sociedad en su conjunto sea consciente de que esta misma sociedad ha cambiado y que NO puede caer únicamente sobre los hombros de la mujer la solución de estos problemas.

Va siendo hora de que se creen de verdad horarios para la conciliación familiar ¡para hombres y mujeres!

Va siendo hora de que el Estado dote la Ley de Dependencia de la que se habló en el pasado y ahora (que en teoría progresamos adecuadamente) parece haber desaparecido, ya que nadie habla de ella.

Va siendo hora de que las empresas sean sensibles con estos temas. ¡Señores empresarios, los trabajadores rinden más cuando se les contempla también como seres humanos!

— Y a la relación de pareja ¿cómo afecta?

—La relación de pareja puede deteriorarse muchísimo si uno de los dos no es sensible a la situación que vive el otro.Vivir el deterioro de tus padres supone un sufrimiento tremendo y exige un tiempo extra importante para ocuparte de ellos. Si tu pareja no entiende eso, te sientes sola. Si te pone pegas para que vayas a casa de tus padres o les atiendas, ¡siéntate con él o ella y explícale clarisimamente la situación! Dile cómo te sientes y pídele no sólo que lo comprenda, sino que te ayude. Y hazlo tantas veces como sea necesario.

—¿Y qué ocurre cuando hay que ocuparse además de los suegros?

—Pues que los suegros son padres, por lo que todo lo dicho anteriormente vale para este caso. Entiendo que la pregunta se refiere a los padres de él, por lo que debe ser él quien haga todo lo que hemos dicho y su pareja quien le apoye en todo momento y en todo lo que sea necesario. Y esto supone que sea él quien se siente con sus hermanos/as a establecer calendarios, etc., etc. Y, naturalmente, tú le prestarás todo el apoyo necesario. Exactamente el mismo que le pidas a él cuando se trate de tus padres.

Fuente: http://www.abc.es/familia-padres-hijos/20151013/abci-mujeres-generacion-sandwich-201510051617.html

Mi romance con la anorexia.

Las mujeres modernas somos como soldados hermanados en una guerra contra el peso, sin importar dónde se detenga la manecilla cuando nos encontramos sobre el escenario llamado báscula.

Cuando el campo de batalla está en nuestras caderas, traseros, vientre, muslos… conocemos el remedio. La mantra “Come menos, muévete más” es una respuesta pavloviana que recitamos en automático cuando se nos cuestiona sobre nuestro plan de acción.

Pero qué pasa cuando el campo de batalla está en el cerebro; cuando nuestras caderas, traseros, vientres y muslos solo son excesivos en el espejo de nuestra mente; cuando ese espejo nos habla y no podemos hacer que calle.

Mi espejo está roto, metafóricamente hablando, y no puedo confiar en que mis ojos me estén diciendo la verdad. Vivo en una casa de espejos, sin saber cuál reflejo es el verdadero. Entro en los probadores de las tiendas con jeans de cinco tallas diferentes porque soy incapaz de estimar qué talla soy. Estoy enganchada para siempre en una batalla silenciosa que se libra dentro de mi cabeza acerca de si debo o no llevar el tenedor a la boca, y cuando lo hago, solo saboreo la vergüenza.

La anorexia ha estado conmigo durante la mayor parte de mi vida. Era el monstruo malvado dentro de mi cabeza que me convenció de que era gorda cuando tenía tan solo tres años; la voz tiránica –susurrando insultos a lo largo de los ya de por sí complicados años de la adolescencia–, que me llamaba gorda, torpe e inadecuada; el bully que me prohibía comer.

La enfermedad era para mí un apoyo, una compañía, una excusa, un mecanismo para lidiar con la realidad, un freno, un falso amante, un abusador atractivo. Convirtió mi vida en una montaña rusa de hospitales, centros de tratamiento y hogares especiales, cuyo costo total ascendió a muchos miles de dólares. Ha alejado a mis amistades, arruinado mi carrera, dañado mi cuerpo y herido mi alma.

He pasado los años subiéndome y bajándome del vagón de esta montaña rusa: enferma, hospitalizada, mejor, casi bien, enferma otra vez, en tratamiento, mejor, bien, etc. Me he hecho amiga de mujeres  asombrosas —y algunos hombres jóvenes— que comparten mi lucha. He observado que algunos mejoran, se recuperan, se casan y tienen hijos. He visto a otros enfermar más y más hasta morir.

Yo misma he intentado morir en el transcurso de mi vida al tiempo que creía que estaba tratando de vivir. He flirteado con la muerte como algunas jovencitas flirtean con hombres mayores en Internet, sin estar conscientes del peligro real.  Si viviéramos en un sistema de justicia en el cual cada quien obtuviera lo que merece, yo debería haber muerto hace años. Pero gracias a un Dios misericordioso y a un organismo muy terco que se niega a morir, estoy aquí.

He tenido la premonición o la fantasía, siendo adolescente y más adelante, de ver cómo las personas que me conocen mueven la cabeza de un lado a otro diciendo “qué pena”. Pero no se ha hecho realidad. Siempre ha sucedido que cuando estoy al filo de la navaja empiezo a mejorar, justo antes de que mi corazón se detenga o decida tragarme todas las pastillas que tengo a la mano. Siempre ha habido alguien que me habla, me sacude, me hace entrar en razón o al menos me obliga a comer. Y me alegra haber logrado llegar hasta aquí. Porque a pesar de que la anorexia nunca se aleja de mí, una cosa curiosa ha sucedido a lo largo de los años: ya no estoy enamorada de ella.

Han sucedido cosas que me han ayudado a atornillar mi cabeza un poco. Soy madre. Soy adulta. Tengo un hogar, un hijo, una carrera. Tengo responsabilidades, entre ellas, aconsejar a otros para que no vayan a donde yo he ido y advertirles a los que han caído que no se dejen vencer.

Y en tanto tenga una vida, estaré agradecidamente entregada a esta misión.

En su libro “Hollow”, Jena Morrow presenta una crónica de la batalla que ha librado durante tres décadas con los problemas de alimentación y autoimagen.  Además de escribir, dar conferencias y ser una activista en la concientización y prevención de desórdenes alimentarios, Jena trabaja como coordinadora en Timberline Knolls en Lemont, IL, un centro-residencia para mujeres en el tratamiento de desórdenes de alimentación, abuso de sustancias, desórdenes del estado anímico y trastornos por estrés postraumático.

Fuente: Verily Magazine

Museo de Medicina de la Inquisición a la enseñanza

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En México existe una gran cantidad de edificaciones cuyas historias, por sí solas, las convierten en destinos dignos de visitar. El potencial se incrementa cuando dichos recintos se transforman en sedes de actividades culturales, académicas, científicas y hasta recreativas.

Tal es el caso del Antiguo Palacio de la Inquisición, mismo que después de albergar historias de horror, se convirtió en recinto educativo al convertirse en el Palacio de la Escuela de Medicina, actividad a la que fue destinado hasta que se construyera la Facultad de Medicina en Ciudad Universitaria.

Hoy este inmueble alberga el Museo de Medicina que depende directamente de la Facultad de Medicina de la UNAM, pero también es sede del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, el Archivo Histórico de la Facultad y la Biblioteca Histórico-Médica Dr. Nicolás León.

Situado justo en el cruce de las calles República de Brasil y República de Venezuela, en la colonia Centro de la Ciudad de México, el Palacio de la Escuela de Medicina representa en términos arquitectónicos uno de los ejemplos más significativos de la arquitectura virreinal novohispana.

El Museo de Medicina a través del tiempo

Construido entre 1732 y 1736 por Pedro de Arrieta, durante su historia como sede de la Inquisición contaba con salas de audiencia y juicio, una cámara (de tortura) secreta, una cárcel y alojamiento para cuando menos dos inquisidores.

Hacia el 22 de diciembre de 1980, el inmueble fue destinado para hospedar el Museo de Medicina, actividad que mantiene hasta la fecha.

Las exhibiciones del museo fueron sometidas a un proceso de transformación que tomó ocho años. El inmueble alberga una gran cantidad de colecciones y material didáctico como instrumental médico y modelos anatómicos a lo largo de veinte salas de colección permanente, abiertas al público en general, pero también estructuradas con vocación universitaria.

La oferta educativa del museo

El museo, que recibe alrededor de 250 mil visitantes al año, ha puesto especial atención en el público estudiantil debido a las preferencias de ese segmento por visitarlo. Una de las claves de éxito radica en el vínculo entre el contenido del museo y el de los programas educativos relacionados con las carreras afines a la medicina.

Las salas han sido estructuradas de tal forma que narran la historia de la medicina en México, haciendo énfasis en sus grandes particularidades, como el sincretismo de unir dos culturas y conformar una medicina única.

El contenido más popular

Entre las salas más visitadas está la de embriología, que relata el desarrollo humano dentro del vientre materno y lo hace semana a semana.

Existen también algunos modelos anatómicos muy peculiares de 1874, de procedencia francesa. Algunos son dedicados a la enseñanza en la sala de dermatología, ya que se pueden ver lesiones en la piel provocadas por diversas enfermedades, principalmente de contacto sexual.

Lo sorprendente de las piezas es su gran precisión científica y estética, casi artística. El resto de los modelos anatómicos procedentes de Francia están dedicados a la enseñanza de la anatomía en otra de las salas.

Otras actividades

Reconocidos artistas contemporáneos, inspirados por las colecciones ya existentes exponen en este mismo recinto.

Las visitas al museo pueden ser abiertas o guiadas. Cuenta con un programa muy vasto de visitas escolares o especializadas. Se pueden ofrecer diferentes guiones, uno que puede ser meramente arquitectónico porque es uno de los inmuebles más influyentes de la arquitectura virreinal. Tienen preparado un guion dedicado a la historia de la medicina, uno a la historia de la Inquisición y guiones escolares especializados, como una difusión general para escuelas primarias y secundarias.

 

 

Volar solos

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Busco información sobre el duelo y me encuentro con la historia de las ocas grises. Estas aves vuelan en pareja toda la vida. Cuando una de ellas desaparece, la que se queda busca al que se ha ido en los lugares que frecuentaron juntos. La oca, inquieta, vuela día y noche y recorre grandes distancias, yendo a los lugares que le resultan familiares y en los que cree que podría hallarse su compañero. Mientras dura ese penoso viaje, lanza su llamada. Vuelve aquí. Vuelve conmigo. El animal vuela cada vez más lejos, cada vez más cansado. En ocasiones, se pierde y desaparece.

Pienso en la oca y en la idea general de que debemos volar solos. Que no hemos de necesitar a nadie para alcanzar la felicidad. Y es la pura verdad. Es un error buscar en otros lo que no está dentro de nosotros mismos. La calma. El afecto. El amor.

Y sin embargo…. La idea es que no debemos buscar a nadie que nos complete porque lo llevamos todo dentro. De serie. Y sin embargo… La idea es que si, a pesar de todo, nos empeñamos en salir a la calle a ver qué encontramos, no hemos de buscar la mitad de una naranja sino la de un limón, amargo como la vida, porque así nos llevaremos menos chascos. Y sin embargo…

Y sin embargo, nos pasamos la vida creyendo que hemos encontrado oro cuando estamos frente a la persona equivocada. No es solo culpa nuestra. Desde que nacemos somos víctimas de los estímulos que al crecer nos hacen vivir el amor de la forma equivocada. «Quien bien te quiere te hará llorar», nos dicen los refranes. Sin ti no soy nada, cantan los grupos de éxito. De las películas, mejor no hablar. Princesas Disney cortadas por el mismo patrón, que lo dejan todo por un amor que les trae dificultades.

Nadie nos habla de que cuando nos enamoramos reproducimos el comportamiento que hombres y mujeres han desarrollado durante años y que no buscaba la felicidad, sino la supervivencia de la especie. Los hombres se enamoran antes, dicen muchos estudios, porque evalúan en una primera mirada si la mujer que tienen enfrente podrá darles hijos. Las mujeres tardan más porque necesitan comprobar que su pareja podrá cuidar de ella. Ellos nos miran las caderas. Nosotras tratamos de adivinar qué se esconde en el centro de su pecho. Así, desde que los humanos buscaban refugio en las cavernas. Y sin embargo. Cuando emprendemos el vuelo, ese en el que sabemos que lo mejor sería que volar solos, queremos encontrar esa oca gris.

Fuente: http://www.mujerhoy.com/psico-sexo/pareja/volar-solos-carmen-amoraga-903710082015.html

Aparición del 13 de octubre de 1917

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Durante la noche del 12 al 13 de octubre había llovido toda la noche, empapando el suelo y a los miles de peregrinos que viajaban a Fátima de todas partes. A pie, por carro y carrozas venían, entrando a la zona de Cova por el camino de Fátima – Leiria, que hoy en día todavía pasa frente a la gran plaza de la Basílica. De ahí bajaban hacia el lugar de las apariciones. Hoy en día en el sitio está la capillita moderna de vidrio, encerrando la primera que se construyó y la estatua de Nuestra Señora del Rosario de Fátima donde estaba el encino.

En cuanto a los niños, lograron llegar a Cova entre las adulaciones y el escepticismo que los había perseguido desde mayo. Cuando llegaron encontraron críticos que los cuestionaban su veracidad y la puntualidad de la Señora, quien había prometido llegar al medio día. Ya habían pasado las doce según la hora oficial del país. Sin embargo cuando el sol había llegado a su apogeo la Señora se apareció como había dicho.

«¿Qué quieres de mi?»

Quiero que se construya una capilla aquí en mi honor. Quiero que continúen diciendo el Rosario todos los días. La guerra pronto terminará, y los soldados regresarán a sus hogares. 

«Si, Si»

«¿Me dirás tu nombre?»

Yo soy la Señora del Rosario 

«Tengo muchas peticiones de muchas personas. ¿Se las concederás?»

Algunas serán concedidas, y otras las debo negar. Las personas deben rehacer sus vidas y pedir perdón por sus pecados. No deben de ofender más a nuestro Señor, ya es ofendido demasiado! 

» ¿Y eso es todo lo que tienes que pedir?»

No hay nada más. 

Mientras la Señora del Rosario se eleva hacia el este ella tornó las palmas de sus manos hacia el cielo oscuro. Aunque la lluvia había cedido, nubes oscuras continuaban a oscurecer el sol, que de repente se escapa entre ellos y se ve como un suave disco de plata.

«¡Miren el sol!»

En este momento dos distintas apariciones pudieron ser vistas, el fenómeno del sol presenciado por los 70,000 espectadores y aquella que fue vista sólo por los niños. Lucía describe esta aparición en su diario.

Después que la Virgen se desapareció en la inmensa distancia del filmamento, vimos San José y al Niño Jesús que parecían estar bendiciendo el mundo, ya que hacían la señal de la cruz con sus manos. Un poco después cuando esta aparición terminó vi a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, me parece que era lo Dolorosa. Nuestro Señor parecía bendecir al mundo al igual que lo había hecho San José. Esta aparición también desapareció y vi a Nuestra Señora una vez más, parecida a nuestra Señora del Carmen (Sólo Lucia vio la última aparición, anticipando su entrada al Carmelo unos años después.

Estas serían las últimas apariciones en Fátima para Jacinta y Francisco. Sin embargo a Lucía nuestra Señora se la apareció una séptima vez en 1920, como lo había prometido la Señora el mes de mayo. Esta vez Lucía estaba en oración en la Cova, antes de dejar Fátima para ir a un internado de niñas. La Señora vino para alentarla a que se dedicara enteramente a Dios.

Mientras los niños veían las diversas apariciones de Jesús, María y San José, la multitud presenció un prodigio diferente, el ahora conocido como el famoso milagro del sol. Entre los testigos estaban los siguientes:

O Seculo (un periódico de Lisboa por gobierno y anticlerical.

Desde el camino, donde estaban estacionados los vehículos donde cientos de personas se habían quedado ya que no querían vencer el lodo, uno podía ver la gran multitud volverse hacia el sol, que parecía sin nubes y estaba en su apogeo. Parecía una placa de pura plata y se podía mirar fijamente sin incomodar. Pudo haber sido un eclipse que sucedía en ese momento. Pero en ese mismo momento se produjo un gran grito, y uno podía escuchar a los espectadores más cercanos gritas: ¡un milagro! ¡un milagro!

Ante el asombro reflejado en los ojos de los espectadores, cuya semblanza era bíblica ya que todos tenían la cabeza descubierta, y que buscaban ansiosamente algo en el cielo, el sol temblaba, hizo ciertos movimientos repentinos fuera de las layes cósmicas – el sol «danzaba» de acuerdo a las expresiones típicas de la gente.

Había un viejecito parado en las escaleras de un ómnibus con su rostro volteado hacía el sol que recitaba el credo en alta voz. Pregunté quien era y me dijeron que era el señor Joao da Cunha Vasconcelos. Lo vi después dirigiéndose a los que estaban a su alrededor con sus sombreros puestos y les imploró vehementemente que se descubrieran sus cabezas ante tan extraordinario milagro.

La gente se preguntaban los unos a los otros lo que habían visto. La gran mayoría admitió ver el sol danzando y temblando, otros afirmaban que habían visto el rostro de la Virgen Santísima. Otros juraron que vieron el sol girar como una rueda que se acercaba a la tierra como si fuera a quemarla con sus rayos. Algunos dijeron haber visto cambios de colores sucesivamente.

O Dia (otro diario de Lisboa, edición 17 de octubre de 1917)

» A la una en punto de la tarde, mediodía solar, la lluvia cesó, el cielo de color gris nacarado iluminaba la vasta región árida con una extraña luz. El sol tenía como un velo de gasa transparente que hacía fácil el mirarlo fijamente. El tono grisáceo madre perla que se tornó en una lámina de plata que se rompió cuando las nubes se abrían y el sol de plata envuelto en el mismo velo de luz gris, se vio girar y moverse en el circulo de las nubes abiertas. De todas las bocas se escuchó un gemido y las personas cayeron de rodillas sobre el suelo fangoso…..

La luz se tornó en un azul precioso, como si atravesara el vitral de una catedral y esparció sus rayos sobre las personas que estaban de rodillas con los brazos extendidos. El azul desapareció lentamente y luego la luz pareció traspasar un cristal amarillo. La luz amarilla tiñó los pañuelos blancos, las faldas oscuras de las mujeres. Lo mismo sucedió en los árboles, las piedras y en la sierra. La gente lloraba y oraba con la cabeza descubierta ante la presencia del milagro que habían esperado. Los segundos parecían como horas, así de intensos eran.

Ti Marto (padre de Jacinta y Francisco)

Podíamos mirar con facilidad el sol, que por alguna razón no nos cegaba. Parecía titilar primero en un sentido y luego en otro. Sus rayos se esparcían en muchas direcciones y pintaban todas las cosas en diferentes colores, los árboles, la gente el aire y la tierra. Pero lo más extraordinario para mi era que el sol no lastimaba nuestros ojos. Todo estaba tranquilo y en silencio y todos miraban hacia arriba. De pronto pareció que el sol dejó de girar. Luego comenzó a moverse y a danzar en el cielo, hasta que parecía desprenderse de su lugar y caer sobre nosotros. Fue un momento terrible.

María Capelinha (una de las primeras creyentes)

El transformó todo de diferentes colores – amarillo, azul y blanco, entonces se sacudió y tembló, parecía una rueda de fuego que caía sobre la gente. Empezaron a gritar «¡nos va ha matar a todos!», otros clamaron a nuestro Señor para que los salvara, ellos recitaban el acto de contrición. Una mujer comenzó a confesar sus pecados en voz alta, diciendo que había hecho esto y aquello….

Cuando al fin el sol dejó de saltar y de moverse todos respiramos aliviados. Aun estabamos vivos, y el milagro predicho por los niños fue visto por todos.

Yo estaba mirando hacia el lugar de las apariciones, esperando serena y fríamente que algo sucediera, y con una curiosidad en descenso por que había pasado mucho tiempo sin que sucediera nada que me llamara la atención, entonces escuche miles de voces gritar y vi que la multitud de pronto se voltio, hacia el lado contrario, sus espaldas en contra del sitio donde yo tenía dirigida mi atención y miré al cielo del lado opuesto.

La hora legal era cerca de las 2 de la tarde, alrededor del medio día solar. EL sol unos momentos antes había aparecido entre unas nubes, las cuales lo ocultaban y brillaba clara e intensamente. Yo me volví hacia el magneto que parecía atraer todas las miradas y lo vi como un disco con un aro claramente marcado, luminoso y resplandeciente, pero que no hacía daño a los ojos. No estoy de acuerdo con la comparación que escuchado han hecho en Fátima y la de un pesado disco plateado. Era un color más claro rico y resplandeciente que tenía algo del brillo de una perla. No se parecía en nada a la luna en una noche clara porque al uno verlo y sentirlo parecía un cuerpo vivo. No era una esfera como la luna ni tenía el mismo color o matiz. Perecía como una rueda de cristal hacha de la madre de todas las perlas. No se podía confundir con el sol visto a través de la neblina (por que no había neblina en ese momento), porque no era opaca, difusa ni cubierta con un velo. En Fátima daba luz y calor y aparentaba un claro cofre con un arco bien difundido.

Fuente: www.ewtn.com

No es lo mismo 30 que 20

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Muchos piensan que de los veinte a los veintinueve años es una especie de extensión de la adolescencia, una etapa para “vivir la vida” y cometer errores estúpidos sin pensar en el futuro, pues ya comenzarán a preocuparse y a cambiar cuando alcancen los treinta. El trabajo llegará después, el matrimonio llegará después, los hijos llegarán después y hasta la muerte llegará después. Como si no tuviéramos otra cosa que tiempo.

Como psicóloga clínica, Meg Jay advierte que los medios de comunicación y la manera de pensar vigente promueven esta idea equivocada entre los jóvenes, que yerran al tomar decisiones que afectarán sus vidas más allá de lo que imaginan.

Dado que los años de preparación académica se han extendido y los jóvenes tardan más en “sentar cabeza”, los veinte son vistos como una etapa más del desarrollo. Pero nos engañemos, lo cierto es que todo lo que hagamos en este periodo impactará el resto de nuestra vida, de la misma forma como las experiencias de nuestra infancia tendrán resultados a largo plazo.

Durante los 20, el cerebro da su segundo y último jalón para alcanzar su pleno desarrollo y se programa para ingresar en la edad adulta. La personalidad sufre más cambios en esta etapa de la vida que en cualquier otra. Este es el momento de hacer cualquier cambio que queramos hacer en nosotros mismos.

El hecho de que la gente en general se establezca más tarde hoy que antes, no quiere decir que los veinte no deban ser aprovechados en todos sentidos para cimentar mejor la madurez. Algunos los ven como un tiempo de recreo, sin mayores retos ni responsabilidades, pero eso tiene consecuencias tanto en la vida profesional como en la vida personal y sentimental.

Como joven mereces saber lo que los psicólogos, neurólogos, sociólogos y especialistas en fertilidad saben: que aprovechar esta etapa es una de las cosas más simples y transformadoras que puedes hacer tanto por tu carrera, tu vida amorosa, tu familia, tu felicidad y el mundo.

Leonard Bernstein decía que para lograr grandes cosas se necesita un plan y poco tiempo para llevarlo a cabo. ¿Sabías que ocho de cada diez de las decisiones y experiencias que definirán tu vida las habrás tomado antes de legar a los 35? Por ejemplo, los primeros diez años de carrera profesional tendrán un impacto exponencial en la cantidad de dinero llegarás a ganar en tu vida. Y más de la mitad de las personas ya están casadas a esa edad.

¿Qué pasa cuando llegas a los veinte y crees que tienes diez años extra para pasarla bien antes de comenzar a plantearte en serio tu vida? Exacto: ¡no pasa nada! Mientras tanto, cada día llegan al psicólogo cientos de veinteañeros inteligentes que afirman: ‘Sé que esta relación no es buena para mí, pero esta no cuenta, solo estoy matando el tiempo’; ‘mientras empiece a desarrollar mi carrera antes de llegar a los 30 todo estará bien.’ Pero luego empiezan a sonar así: ‘Estoy cerca de los 30 y no he logrado nada importante en la vida. Tengo el mismo curriculum que el día que me gradué de la universidad’; ‘mis relaciones amorosas en los veinte fueron como el juego de las sillas, todos corriendo alrededor para ganar cualquier silla disponible, y ahora que llego a los treinta parece que todos menos yo ya están sentados, por lo que tendré que quedarme con la única silla disponible.’ ¡No hagas eso!

Hay tres cosas que todo joven en sus veinte debe hacer:

  1. Olvídate de tu crisis de identidad (propia de la adolescencia) y dedícate a hacer capitalizar tu identidad. Haz cosas que le agreguen valor a tu persona y a tu futuro. Invierte en lo que quieres llegar a ser. Este es el proceso de construcción de ese capital llamado identidad. Reafirmar tu personalidad en los veinte es muy importante. Esto implica salir de las trampas mentales en las que se puede caer cuando se vive obsesionado con uno mismo; en vez de eso, hay que tomarse tiempo para servir a otros, a la comunidad. Cuando una persona vive así, no solo añade valor a su vida sino que también es mucho más feliz. No descartes explorar nuevas cosas, pero descarta aquellas que no añadan valor a tu identidad. Además, es importante no confundir exploración con procastinación (dejar lo que debes hacer para después).
  2. Ve más allá de tu círculo de amigos. Los jóvenes que se mantienen pegados a sus amigos en un núcleo social muy estrecho limitan sus relaciones, lo que saben, cómo piensan, cómo se expresan y sus fuentes de trabajo. Ese importante capital que representa la pareja que te gustaría encontrar, lo más probable es que se encuentre fuera de tu círculo. Valiosas oportunidades llegan de lo que llamamos contactos: amigos de amigos de amigos. La mitad de los puestos en el mercado laboral no llegan a anunciarse, son tomados por personas que tienen alguna conexión con los empleadores potenciales. Eso no es hacer trampa, sino dominar la ciencia de cómo se esparce la información. Cultiva nuevos contactos y haz un esfuerzo para aprovechar todas conexiones que puedas establecer. La vida es una red y nunca sabes qué contactos -personales y laborales- puedes llegar a establecer al ser abierto con la gente.
  3. Elige tu familia: Se dice que no escoges a tus familiares pero sí a tus amigos. Sin embargo, sí eliges a la familia que tú vas a formar. Debes ser tan intencional en el amor como lo eres en tu profesión. De otra manera, tras años de relaciones inestables sin significado, de pronto las personas llegan a los treinta y notan que los demás ya se han casado o están por hacerlo, y por eso deciden hacer lo mismo con quien sea que estén saliendo en ese momento. Gran error. El mejor tiempo para preparar el matrimonio es antes de llegar a él. Elegir a tu familia significa estar consciente de qué y a quién quieres y no solo esperar a ver quién te elige a ti. Porque no solo estás eligiendo a tu pareja sino a tu familia, hay que hacerlo con sabiduría, buscando a alguien que esté dispuesto a comprometerse y que tenga una visión de la vida similar a la tuya. Que estés saliendo con un/a cabeza hueca no significa que te vayas a casar con esa persona, pero tal vez lo hagas con la siguiente. El mejor tiempo para planear un buen matrimonio es antes de conocer a la persona con la que te habrás de casar.

Por otra parte, es importante tener conciencia de que la curva de la fertilidad femenina comienza a decrecer a los 28 años y las cosas se ponen muy difíciles después de los 35. De forma que los veinte son el momento para educarte acerca de tu cuerpo y decidir entre tus opciones.

Los veinteañeros son como los aviones que despegan del aeropuerto: cualquier cambio en su curso, por imperceptible que parezca, hace la diferencia entre aterrizar en Alaska o Fidji.

No olvides que los treinta no son los nuevos veinte: afirma tu adultez, construye un buen capital de identidad, aprovecha tus contactos y escoge tu familia.

Fray Bartolomé de Las Casas

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Religioso español, defensor de los derechos de los indígenas en los inicios de la colonización de América (Sevilla, 1474 – Madrid, 1566). Tuvo una formación más bien autodidacta, orientada hacia la Teología, la Filosofía y el Derecho. Pasó a las Indias diez años después de su descubrimiento, en 1502; en La Española (Santo Domingo) se ordenó sacerdote en 1512 (fue el primero que lo hizo en el Nuevo Mundo) y un año después marchó como capellán en la expedición que conquistó Cuba.

Conmovido por los abusos de los colonos españoles hacia los indígenas y por la gradual extinción de éstos, emprendió desde entonces una campaña para defender los derechos humanos de los indios; para dar ejemplo, empezó por renunciar él mismo a la encomienda que le había concedido el gobernador de Cuba, denunciando dicha institución castellana como una forma de esclavitud encubierta de los indios (1514).

Insistiendo en la evangelización como única justificación de la presencia española en América, propuso a la Corona reformar las Leyes de Indias, que en la práctica se habían demostrado ineficaces para poner coto a los abusos. Las Casas proponía suprimir la encomienda como forma de premiar a los colonos y replantear la colonización del continente sobre la base de formar comunidades mixtas de indígenas y campesinos castellanos (hacia una economía colonial más agrícola que minera); para la isla de La Española, dado el hundimiento de la población indígena y su supuesta incapacidad para el trabajo, proponía una colonización enteramente castellana, reforzada con la importación de esclavos negros africanos (cuya explotación consideraba legítima, en un exceso de celo por proteger a los indios).

El acceso al Trono de Carlos I permitió a Las Casas ser escuchado en la corte, de manera que en 1520 la Corona le encargó un plan de colonización en Tierra Firme según sus propuestas; pero el proyecto fracasó por la resistencia de los indios, las represalias de los colonizadores y la mala selección del personal (se enrolaron muchos participantes en el movimiento de las Comunidades de Castilla, huyendo de la persecución consiguiente a su derrota); obligado a transigir en los principios para obtener apoyos locales, acabó por desistir del empeño en 1522.

Por entonces decidió ingresar en la orden dominicana (1523) por motivos religiosos y estratégicos, pues dicha orden venía defendiendo la dignidad de los indios desde el comienzo de la conquista, frente a los franciscanos (que sostenían el punto de vista de los colonizadores). En 1537-38 dirigió otra empresa de colonización en Guatemala, esta vez con más éxito, pues obtuvo el control del territorio por medios pacíficos y desterró de allí la práctica de la encomienda (aunque el tributo indígena que implantó en su lugar conducía muchas veces a la servidumbre personal como forma de pago).

Las ideas de Las Casas tuvieron eco en la metrópoli, donde hacia 1540 se desató el debate sobre los títulos con los que España ejercía el dominio sobre las Indias. De la misma época data la revisión de la legislación indiana, con la adopción de las llamadas Leyes Nuevas (1542-43), en las que quedaron reflejados algunos puntos de vista lascasianos: la consideración de los indios como hombres libres que no podían ser esclavizados ni sometidos a trabajos penosos; y la prohibición de crear nuevas encomiendas, disolviendo de inmediato las de eclesiásticos y oficiales reales.

En 1543, además, Las Casas fue nombrado obispo de Chiapas (México), aunque la hostilidad de sus feligreses por sus rigurosas exigencias morales le hizo regresar a Castilla en 1547 para no volver nunca. Una nueva controversia sostenida con Ginés de Sepúlveda acerca de la licitud de la guerra contra infieles a los que no se hubiera dado a conocer el Evangelio (1550) se plasmó en las Instrucciones de 1556, que exigieron de los colonizadores españoles una actitud pacífica y misional hacia los pueblos de América aún no conquistados.

Desde 1551 hasta su muerte, Las Casas fue nombrado procurador de indios, con la misión de transmitir a las autoridades las quejas de la población indígena de toda la América española. Insatisfecho con lo logrado y dispuesto a seguir luchando (a pesar de recibir una pensión vitalicia de la Corona), Las Casas publicó en 1552 una serie de escritos críticos, entre los que se incluía la Brevísima relación de la destrucción de las Indias; en ella denunciaba los abusos de la colonización española con una amplitud de miras incomprensible para su época, pero con tal acritud que sería empleada con fines propagandísticos por los enemigos de los Habsburgo, contribuyendo a engrosar la llamada «leyenda negra».

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/l/las_casas.htm

GABO

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“Sólo la poesía es clarividente.”- Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez nació en Colombia pero eligió México para hacer su vida y morir. El domingo 6 de marzo de 1927 en un pueblito colombiano de nombre Aracataca, que en la mano de Gabriel García Márquez salto a la luz al mundo con una palabra mágica: Macondo, alrededor de las nueve de la mañana, en medio de una tormenta poco habitual para esa época del año, Doña Luisa de tan sólo 21 años, parió a un niño, primogénito de doce hijos, que cariñosamente sería conocido como Gabito.

Fue un parto difícil y su tía abuela, Francisca Cimodosea Mejía, propuso que lo frotaran con ron y le echaran agua bendita, por si había algún otro percance. A juzgar por la épica vida del niño, el extraño menjurje de ron y agua bendita de la tía Francisca produjo en su querido sobrino el efecto contrario: encendieron fantásticas y mágicas visiones en su mente en desarrollo, imponiendo sobre su destino la estrella luminosa de la genialidad.

En sus libros Gabo atrapa la belleza oculta, pero no de las dimensiones invisibles, sino de nuestra propia existencia mundana mezclándola con esa magia que solo los latinos que hasta nos burlamos de la muerte podemos reconocer, su inspiración es el mundo en que vivimos, entremezclando mito con realidad. Con sus luminosos relatos el genio colombiano se identifica con un nosotros incluyente y, al lograrlo, los mundos paralelos de su imaginación se convierten en referentes universales. Su obra fue fecunda, con títulos como “El otoño del patriarca” (1975) donde dibuja un retrato hablado de un dictador que nunca se acaba de morir, no tiene nombre pero sí todas las características de un déspota que, a base de represión y paternalismo, trata de manipular la realidad a su antojo, y cuentos como “Isabel viendo llover en Macondo” (1968). En todos aparece el drama cotidiano de la vida humana convertido en empatía. Quizá ese es su mayor logro.

En los años 40’s influido por lecturas de libros de escritores como Kafka, Camus y Joyce, comenzó a escribir una novela, titulada “La casa”, fundamento de lo que más tarde fue su obra cumbre, “Cien años de soledad” (1967). En su libro “El amor en tiempos del cólera” (1985), narra el romance entre dos parejas casadas.

Con “Cien años de soledad”, que escribió en dieciocho meses llegó la estrella que le había marcado el destino. Ha sido traducida a 37 idiomas vendiendo más de 35 millones de ejemplares alrededor del mundo. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevo a conocer el hielo…” con esta frase ya parte de la epopeya de la literatura hispana inicia el libro.

La obra describe con la aplicación a su máxima expresión de el realismo mágico, a varias generaciones de la familia Buendía con todas sus venturas, desventuras, creencias, miedos, amores, odios y pasiones de los fundadores de Macondo; un pueblo en una maraña de selva, montaña y pantanos. Este gentilicio lo concibió durante un viaje realizado con su madre en tren a los 23 años con el propósito de vender la casa familiar, según explicaba en su libro de memorias “Vivir para contarla”: “El tren hizo una parada en estación sin pueblo, y poco después pasó frente a la única finca bananera del camino que tenía el nombre escrito en el portal: Macondo”. El autor reconoce que “lo había usado ya en tres libros como nombre de un pueblo imaginario cuando me enteré en una enciclopedia de que es un árbol del trópico parecido a la ceiba, que no produce flores ni frutos”. La Macondo imaginaria ofrece muchos ecos de el poblado donde nació del autor y que son comunes en miles de comunidades en la América Latina.

Don Gabriel fue un observador de la memoria cotidiana, poseía un conocimiento innato de la conducta humana, entendió sus luces y también sus sombras, adquiriendo una sabiduría popular que trasmitió con una narrativa magistral en sus obras, llegando a conclusiones tan francas y directas como que “El Sexo es el consuelo para los que ya no tienen amor” en su libro “Memorias de mis Putas Tristes”.

En “Crónica de una Muerte Anunciada”; el drama y la tensión crecen a cada página. Como suele suceder en la vida real, todos saben lo que se planea, lo que acontece excepto el interesado. La virtud de esta crónica, consiste en que motiva a continuar la lectura pese a conocerse de antemano la suerte del protagonista, pues leemos en la primera línea: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana”. Se cuenta qué ocurrió. De cómo las circunstancias, omisiones o destino impiden que el afectado conozca lo que ya saben todos en el pueblo de Manaure: su inminente asesinato por parte de los hermanos Vicario. Del cómo de los sucesos nos enteramos en detalle sólo al final del relato, cuando los hilos del destino han sido vueltos a tejer, sin resolver por completo, con la escritura, el misterio de la trama, porque la duda permanece; ahora con una fuerza lógica fundada en el prejuicio de lo supuesto íntimo, y en el espejismo de verdades públicas aparentes. Nos recuerda que a veces el destino está de antemano escrito. Pasará lo que tiene que pasar.

En su obra “El coronel no tiene quien le escriba,” el protagonista vive esperando eternamente una carta donde se le otorgara su pensión por haber participado en la guerra, una vez más este genio de las letras, de forma paralela describe lo que acontece en el sentimiento de sus semejantes, esa espera que asfixia y angustia por una nueva oportunidad, por un negocio, un amor, un acto de justicia, una reivindicación, que la mayoría de las veces no llega, pero que de cierta manera nos hace permanecer vivos. Todo acontece a partir de esta espera y el autor da lujo a los simbolismos como el estar rodeado de objetos que le recuerdan su ubicación entre el pasado y el futuro, tiene que vivir bajo esta tensión del tiempo. Especialmente la existencia del reloj, al que el coronel da cuerda todos los días, le recuerda sin piedad el avance del tiempo. Este reloj, que nunca se vendió́ a pesar de un intento realizado por el mismo coronel, no le permite escaparse de este presente angustioso y de una interminable espera. De manera por demás magistral el escritor nos demuestra que en la vida la incertidumbre es el mayor de los males y la esperanza lo que nos hace permanecer vivos.

La leyenda comenzó el 17 de abril de 2014: Gabriel García Márquez premio Nobel de Literatura 1982 y héroe de la lengua española al nivel de Miguel de Cervantes Saavedra, falleció en medio de una despedida apoteósica de algarabía, cariño, nostalgia y colores a los 87 años de edad un jueves Santo, coincidencia o no, igual que Úrsula Iguarán, personaje que creó en su obra cumbre Cien años de soledad.

Fuente: http://hellodf.com/gabo/