El mezcal y el idioma, de los pocos elementos que nos quedan de identidad
Los comentarios a la NOM 199, que sólo permite el empleo del término mezcal a las regiones que cuentan con la denominación de origen, se reciben mediante Internet, cuando muchas comunidades que viven de la producción de esta bebida ni siquiera tienen electricidad.
La tía Minga era la única mujer de San Miguel Suchixtepec, en la Sierra Chontal Alta de Oaxaca, que tomaba mezcal como lo hacían los hombres.La veía feliz y yo quería ser así
, señaló Sósima Olivera Aguilar, quien se ha convertido en una reconocida maestra mezcalera y en activista contra la norma 199, con la que se pretende despojarle el nombre a esa bebida tradicional.
Sin la denominación de origen llamarán a nuestro producto Komil
, pero conseguirla elevaría los precios, explicó en entrevista, y lamentó quelos funcionarios están muy confundidos, pues nos ofrecieron nombrarlo maguey si el otro no nos gusta
.
Advirtió que el campo no está preparado para un mercado de gran consumo, y ya comenzamos a verlo, nos estamos quedando sin materia prima (el agave)
. Además, significa cortar más leña y usar más agua
.
El proyecto de la Norma Oficial Mexicana (NOM) 199 evitará informar qué agave se utilizó para hacer ese mezcal. Le quita su identidad, es como si te llamaras Juan, pero no puedo decirlo y tampoco si eres hombre o mujer y de dónde eres originario
.
Olivera Aguilar, de 43 años, apuntó que los comentarios sobre el precepto se están recibiendo por Internet, peroeso viola el derecho de los pueblos indígenas a una consulta libre e informada y que sea en nuestro idioma. Encima, hay pueblos que no tienen energía eléctrica, ¿cómo van a mandar su opinión?
, cuestionó.
Esa bebida es el sustento de muchos pueblos, por ejemplo, en la región mixteca, que quedó fuera de la denominación de origen, 90 por ciento de las familias viven del mezcal, aseveró.
Hace dos años empresarios tequileros les compraron magueyes a campesinos de varias regiones del estado. Se llevaron toneladas, no les importó si tenía apenas un año la mata o 10. Fuimos responsables, se nos hizo fácil venderlos para completar los gastos
. Ahora, dijo, se ven las consecuencias y se dan cuenta de que la materia prima es lo más importante.
El mezcal y el idioma son dos de los pocos elementos que nos quedan de identidad a algunos pueblos
, expresó y reprochó que en la discusión se han olvidado de la parte cultural.Desde que nacemos hasta que morimos lo consumimos. Es parte de nuestra vida
.
Sósima Olivera no se imagina su vida sin él. Sabe que al menos es la cuarta generación que se dedica a producirla: al quedarse viuda su abuela comenzó a hacer mezcal. También sus papás se dedicaban a eso y ahora ella formó una cooperativa familiar llamada Tres Colibrí.
El mezcal, comentó, es un complemento para la economía de muchos. Se aprovechan los meses de enero, febrero, marzo y abril, cuando no se siembra maíz, para trabajar en esa actividad. En un periodo de tres años se limpia la milpa y el maguey. A partir del cuarto año ya no necesitas hacerlo, crecerá solo y después de ocho años estará listo para destilarlo
.
En esta pequeña industria, las mujeres van tomando cada vez más relevancia. Como ella, que es la encargada de catar, graduar y combinar la bebida, de darle el toque final. Y hay muchas como yo
, expresa contenta. En un pueblo tú no puedes tomar como los varones, no está bien visto y no pasa. Sí, algunas toman mientras hacen las tortillas, pero es diferente
. De ahí su admiración a la rebeldía de la tía Minga.
El mezcal se usa en ceremonias importantes, como el Día de Muertos. Se ocupa también como sedante a la hora del parto, mezclado con piloncillo; con ruda sirve para el susto; frotado en el cuerpo, para quitar la fiebre, y con cuachalalate, epazote y yerba maestra, para las lombrices, la colitis y la gastritis, afirmó.
FUENTE: http://www.jornada.unam.mx/2016/04/24/sociedad/030n1soc
1925: Se celebra el primer Día del Trabajo en México de forma oficial
Tras los hechos ocurridos en Chicago un día como hoy, pero del año 1886 donde una manifestación de trabajadores contra las injusticias laborales que fueron severamente reprimidos dieron origen a la llamada “Revuelta de Haymarket”, la fecha se volvió clave para los trabajadores, quienes acordaron fijarla como un día de protesta y derecho.
Tales fueron los orígenes del Día Internacional del Trabajo, aunque en México, la conmemoración fue establecida años después.
Fue en el año 1913 cuando se celebró por primera vez el Día del Trabajo en México, con la organización de un desfile en el que participaron obreros que exigían el respeto a sus derechos laborales.
En 1923, cuando Álvaro Obregón era presidente del país, fue que se acordó que el primero de mayo se fijaría como el Día del Trabajo en México; sin embargo, no fue sino hasta 1925, cuando el presidente Plutarco Elías Calles estableció la celebración de forma oficial.
FUENTE: https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/fotos.php?nota=1110419
Alergias comunes en los niños
El sistema inmunológico es un conjunto de mecanismos que tienen como función proteger a nuestro cuerpo de organismos y sustancias que producen enfermedades.
Está constituido por células inmunitarias, anticuerpos y células plasmáticas que se encuentran en la sangre y en las mucosas del cuerpo.
Las alergias son reacciones exageradas del sistema inmunológico hacia proteínas presentes en polen, químicos, alimentos, fármacos o veneno de insectos. Estas proteínas se llaman alérgenos. Cada uno de los humanos tiene una predisposición genética diferente a presentar reacciones alérgicas y se puede ser muy propenso a ellas desde muy corta edad.
Algunas de las alergias más comunes en los niños tienen que ver con el veneno de insectos o con la estación del año. Estas últimas pueden ser causadas por polen o esporas (que crecen en clima húmedo).
Alergias estacionales
Los principales síntomas son estornudos, congestión y escurrimiento nasal, así como irritación de la garganta. También son comunes el enrojecimiento y comezón de ojos, que constituyen el cuadro de rinitis (en ocasiones también faringitis) alérgica.
Al obstaculizarse la respiración, los niños suelen desarrollar el hábito de respirar por la boca.
Los niños tienen una apariencia desgastada: ojeras inflamadas y un pliegue horizontal en la nariz por el constante rascado con la mano o con pañuelos.
En ocasiones, el médico puede llegar a solicitar un estudio llamado “Radiografía de senos paranasales” para descartar que se trate de un proceso infeccioso en estas cavidades.
Alergia a los insectos
Los síntomas se presentan posteriores a la picadura, particularmente, de insectos con aguijones. Los más frecuentemente implicados son las abejas, las avispas y las hormigas rojas.
Las picaduras son intensamente dolorosas, provocan inflamación local y mínimo sangrado de manera ocasional. Puede agregarse angioedema. (Inflamación de los párpados, mejillas, boca y lengua).
Con todas las alergias hay que ser especialmente cuidadosos. También es común que, al no considerarse un padecimiento grave, se tome a la ligera el tratamiento médico e incluso, se llegue a la automedicación. Sin embargo, es importante tomar en cuenta que, si se toma el tratamiento incorrecto, una simple alergia puede convertirse en algo mucho más grave. Por esto, es fundamental siempre consultar al médico antes de tratarse.
Dr. José Manuel Ruano Aguilar
Cirujano Oncólogo Pediatra
Jefe de la División de Cirugía. Hospital Angeles Lomas.
Dr. Gustavo López Sámano
Médico Cirujano
El cambio: la única constante necesaria para nuestro matrimonio
“Que me lo cambie por favor”. Y no es la frase del último artículo que compraste cuando fuiste al centro comercial sino de la expectativa que muchas personas expresan cuando, en un proceso de terapia de pareja, esperan que el otro haga los cambios necesarios para sentirse bien.
Cuando le pregunto a parejas desde cuándo se presenta cierto conflicto o desde cuándo empezó determinada conducta o actitud en su relación, se quedan callados, con un silencio muy particular, y dicen con voz pausada: “desde siempre”, con un tono de aceptación profundo, pero desesperanzados de que algo pueda cambiar.
Si pensamos qué nos gustaría que fuera diferente en nuestra vida matrimonial, generalmente emergen las conductas que nos alejan en el matrimonio por “culpa” de la otra persona, y no las nuestras.
Hay dos fórmulas para pedir una conducta o actitud diferente:
- DEBERÍAS + PASADO O COMPARACIÓN
“Deberías ser tan cariñoso como ellos, mira cómo se quieren”.
Y esta fórmula tan frecuentemente utilizada nos lleva al reproche, a la crítica, al pasado y a la comparación que sólo lastima y cierra la posibilidad de un panorama diferente, con nuevas actitudes.
- EMOCIÓN QUE GENERA EN MÍ + LA ACCIÓN
“Me hace sentir protegida, acompañada y tomada en cuenta cuando llegas del trabajo y escuchas con atención lo que te quiero compartir”.
Esta fórmula rescata lo positivo, hace saber que es posible mejorar y le presenta una motivación: el sentimiento de su pareja.
Por lo tanto, a mayor motivación menor desgaste. Éste es siempre el punto de partida. El cambio tiene una relación directa con la comunicación porque entonces expreso mis sentimientos y pensamientos y así puedo actualizar a mi pareja sobre quién soy yo al día de hoy. Desafortunadamente, nos actualizamos con amigos, con personas del trabajo, pero pocas veces con la gente que más amamos; pongamos esto como compromiso para poder compartir con nuestra pareja, en un ambiente de diálogo y sin interrupciones, nuestros miedos, anhelos y sueños. Esto puede generar sorpresa, dudas y seguramente, al final, aceptación, conocimiento y seguridad que sólo se obtiene cuando abrimos nuestro corazón y nuestra mente al cambio.
La aceptación plena implica amar al cónyuge con sus virtudes y defectos sin tratar de cambiarlo. Quien ama de verdad busca el bien del otro, fomenta su mejoramiento, lo cual implica una transformación, pero la intención debe ser el bien de quien se ama, no el propio.
Es de sabios identificar qué se puede cambiar, y conlleva una responsabilidad por la felicidad propia y la de los que están alrededor, como aquella oración atribuida a San Francisco de Asís: “Dios, concédeme la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo, y sabiduría para reconocer la diferencia”.
Cuando renovemos la promesa de amar a nuestro cónyuge para toda la vida debemos decir: “ Te amaré en las buenas y en las malas… Y en los cambios”.
José Belío es coach, conferencista, especializado en terapia de pareja centrada en emociones y director del Instituto Juan Pablo II sede México.
La sombría historia que dio origen al Día del Niño
El Día del Niño es un día consagrado a la fraternidad y a la comprensión entre los niños del mundo y destinado a actividades para la promoción del bienestar y de los derechos de los niños del mundo.
No todo ha sido risas y juegos. También hubo muertes. Y daños colaterales.
Este día especial, dedicado a los niños, es una tradición no sólo verlos, sino hacerlos felices. Los adultos mismos se sienten cómodos este día en el que surge los niños que habitan nuestra piel. Sin embargo, insititucionalizar al 30 de abril como el Día del Niño se debió a varios factores.
Una de las primeras activistas sobre este tema fue Eglantyne Jebb, fundadora de la organización Save the Children, quien con ayuda del Comité Internacional de la Cruz Roja, impulsó la adopción de la primera Declaración de los Derechos de los Niños. Esta declaración fue sometida para su aprobación ante la Liga de las Naciones, la cual la adoptaría y ratificaría en la Declaración de Ginebra sobre los Derechos de los Niños, el 26 de septiembre de 1924.
Al año siguiente, durante la Conferencia Mundial sobre el Bienestar de los Niños, llevada a cabo también en Ginebra, se declaró, por primera vez, el Día Internacional del Niño, señalando para tal efecto el 1 de junio.
En 1954, la Asamblea General de las Naciones Unidas recomendó que se instituyera en todos los países un Día Universal del Niño y sugirió a los gobiernos estatales que celebraran dicho Día, en la fecha que cada uno de ellos estimara conveniente. La ONU celebra dicho día el 20 de noviembre, en conmemoración a la aprobación de la Declaración de los Derechos del Niño en1959 y de la Convención sobre los Derechos del Niño en 1989.
Si bien en México se conmemora cada 30 de abril, no es así en todos los países. En Colombia se celebra el último sábado de abril, en Paraguay el 31 de mayo, y en Venezuela el tercer domingo de junio, por mencionar a algunos.
EL ORIGEN FUE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Sin embargo, hay una historia en los archivos de México que define cuándo se decidió honrar a los menores.
Consta un acta exhibida en una notaría pública en Ciudad Victoria, Tamaulipas, que el día del niño fue instaurado el 8 de mayo de 1916 en la ciudad de Tantoyuca, Veracruz; sin embargo, el 30 de abril de 1924 , tras firmarse la “Declaración de Ginebra”, siendo presidente de la República Álvaro Obregón, se establece el 30 de Abril como la fecha oficial para celebrar el Día del Niño.
México se sumó a la Convención de Ginebra, para velar por el bienestar de la infancia, el cual se había visto vulnerado tras la Primera Guerra Mundial.
Con esta declaración también se establecieron las garantías de los niños mexicanos.
Tras la devastación el mundo reparó en los efectos negativos que tenían los conflictos bélicos en la población civil, en particular entre los niños.
Es por ello que en la Convención de Ginebra se emitió la Declaración de los Derechos de los Niños.
FUENTE: http://www.excelsior.com.mx/nacional/2015/04/30/1021667
El tamborcillo sardo
Durante la primera jornada de la batalla de Custozza, el 24 de julio de 1848, sesenta soldados de un regimiento de infantería de nuestro ejército, que habían sido enviados a una altura para ocupar cierta casa solitaria, se vieron de pronto asaltados por dos compañías de soldados austríacos. Atacándolos por varios lados, éstos apenas les dieron tiempo de refugiarse en la morada y de reforzar precipitadamente la puerta, después de haber dejado algunos muertos y heridos en el campo…
Asegurada la puerta, los nuestros acudieron a las ventanas del piso bajo y del primer piso y comenzaron a hacer certero fuego sobre los sitiadores, los cuales, acercándose poco a poco, colocados en forma de semicírculo, respondían vigorosamente. Los sesenta soldados italianos eran dirigidos por dos oficiales subalternos y un capitán viejo, alto, seco, severo, con el pelo y el bigote blancos. Estaba con ellos un tamborcillo sardo, muchacho de poco más de catorce años, que representaba escasamente doce, de cara morena aceitunada, con ojos negros y hundidos, que echaban chispas.
El capitán, desde una habitación del piso primero, dirigía la defensa, dando órdenes que parecían pistoletazos, sin que se viera en su cara de hierro ningún signo de conmoción. El tamborcillo, un poco pálido, pero firme sobre sus piernas, subido sobre una mesa, alargaba el cuello, agarrándose a las paredes, para mirar fuera de las ventanas y veía a través del humo, por los campos, las blancas divisas de los austríacos, que iban avanzando lentamente. La casa estaba situada en la cima de una escabrosísima pendiente, y no tenía por el lado de la cuesta más que una ventanilla alta, correspondiente a un cuarto del último piso; por eso los austríacos no amenazaban la casa por aquella parte, y en la cuesta no había nadie: el fuego se dirigía contra la fachada y los dos flancos.
Pero era un fuego infernal, una nutrida granizada de balas, que, por afuera, rompía paredes y despedazaba tejas, y, por dentro, deshacía techumbres, muebles, puertas, arruinándolo todo, arrojando al aire astillas, nubes de yeso y fragmentos de trastos, útiles y cristales, silbando, rebotando, rompiéndolo todo con un fragor que ponía los pelos de punta. De vez en cuando, uno de los soldados que disparaban desde las ventanas caía dentro, al suelo, y era echado a un lado. Algunos iban vacilantes de cuarto en cuarto, apretándose una herida con las manos.
En la cocina había ya un muerto, con la frente abierta. El cerco de los enemigos se estrechaba. Llegó un momento en que se vio al capitán, hasta entonces impasible, dar muestras de inquietud y salir precipitadamente del cuarto, seguido de un sargento. Al cabo de tres minutos, volvió a la carrera el sargento y llamó al tamborcillo, haciéndole señas de que le siguiese. El muchacho lo siguió, subiendo a escape por una escalera de madera, y entró con él en una buhardilla desmantelada, donde vio al capitán, que escribía con lápiz en una hoja; apoyándose en la ventanilla, y teniendo a sus pies, sobre el suelo, una cuerda de pozo.
El capitán dobló la hoja y dijo bruscamente, clavando sobre el muchacho sus pupilas grises y frías, ante las cuales todos los soldados temblaban:
—¡Tambor! —El tamborcillo se llevó la mano a la visera. El capitán agregó—: Tú tienes valor.
Los ojos del muchacho relampaguearon.
—Sí, mi capitán —respondió.
—Mira allá abajo —dijo el capitán llevándole a la ventana—, en el suelo, junto a la casa de Villafranca, donde brillan aquellas bayonetas. Allí están los nuestros, inmóviles. Toma este papel, agárrate a la cuerda, baja por la ventanilla, atraviesa a escape la cuesta, corre por los campos, llega adonde están los nuestros, y entrega el papel al primer oficial que veas. Quitate el cinturón y la mochila.
El tambor se quitó el cinturón y la mochila, y se colocó el papel en el bolsillo del pecho; el sargento echó afuera la cuerda y agarró con las dos manos uno de los extremos; el capitán ayudó al muchacho a saltar por la ventana, vuelto de espaldas al campo.
—Ten cuidado —le dijo—; la salvación del destacamento está en tu valor y en tus piernas.
—Confíe usted en mí, mi capitán —dijo el tambor saliendo fuera.
—Agáchate al bajar —dijo el capitán, agarrando la cuerda junto con el sargento.
—No tenga usted cuidado.
—Dios te ayude.
Pocos momentos más tarde el tamborcillo estaba en el suelo; el sargento tiró de la cuerda para arriba, y desapareció; el capitán se asomó precipitadamente a la ventanilla, y vio al muchacho que corría por la cuesta abajo.
Esperaba ya que hubiese conseguido huir sin ser observado, cuando cinco o seis nubecillas de polvo que se destacaron del suelo, delante y detrás del muchacho, le advirtieron que había sido descubierto por los austríacos, los cuales disparaban hacia abajo, desde lo alto de la cuesta. Aquellas pequeñas nubes eran tierra echada al aire por las balas. Pero el tambor seguía corriendo precipitadamente. Al cabo de un rato, exclamó consternado:
—¡Muerto!
Pero no había acabado de decir la palabra, cuando vio levantarse al tamborcillo.
«¡Ah, no ha sido más que una caída!», se dijo, y respiró. El tambor, en efecto, volvió a correr con todas sus fuerzas, pero cojeaba. «Se ha torcido un pie», pensó el capitán. Alguna nubecilla de polvo se levantaba aquí y allá, en torno del muchacho, pero siempre más lejos. Estaba a salvo. El capitán lanzó una exclamación de triunfo. Pero siguió acompañándolo con los ojos, temblando, porque era cuestión de minutos. Si no llegaba pronto abajo con la esquela en que pedía inmediato socorro, todos sus soldados caerían muertos, o tendría que rendirse y caer prisionero con ellos.
El muchacho corría rápidamente un rato; después detenía el paso cojeando; tomaba carrera luego de nuevo, pero a cada instante necesitaba detenerse. «Quizá ha sido una contusión en el pie por una bala», pensó el capitán. Reparaba, temblando, en todos sus movimientos, y, excitado, le hablaba como si pudiera oírlo. Medía incesantemente con la vista el espacio que mediaba entre el muchacho que corría y el círculo de armas que veía allá lejos, en la llanura, en medio de los campos de trigo, dorados por el sol. Mientras tanto escuchaba el silbido y el estruendo de las balas en las habitaciones de abajo, las voces de mando y los gritos de rabia de los oficiales y los sargentos; los agudos lamentos de los heridos, y el ruido de los muebles que se rompían, y del yeso que se desmoronaba.
—¡Ánimo! ¡Valor! —gritaba, siguiendo con la mirada al tamborcillo que se alejaba—. ¡Adelante! ¡Corre! ¡Se detiene!… ¡Maldición! ¡Ah, vuelve a emprender la marcha!
Un oficial subió anhelante a decirle que los enemigos, sin interrumpir el fuego, agitaban un pañuelo blanco para intimar la rendición.
—¡Que no se responda! —gritó el capitán, sin apartar la mirada del muchacho, que estaba ya en la llanura, pero que no corría, y parecía que desalentaba al llegar—. ¡Anda!… ¡Corre!… —decía el capitán apretando los dientes y los puños—; desángrate, muere, desgraciado, pero llega.
Después lanzó una imprecación horrible.
—¡Ah! El infame holgazán se ha sentado.
El muchacho, en efecto, a quien hasta entonces se había visto sobresalir por encima de un campo de trigo, se había perdido de vista, como si se hubiese caído. Pero al cabo de un momento, su cabeza volvió a verse fuera; al fin se perdió detrás de los sembrados, y el capitán ya no lo vio más.
Entonces bajó impetuosamente; las balas llovían; los cuartos estaban llenos de heridos, algunos de los cuales daban vueltas como borrachos, agarrándose a los muebles; las paredes y el suelo estaban teñidos de sangre; los cadáveres yacían en los umbrales de las puertas; el teniente tenía el brazo derecho destrozado por una bala; el humo y la pólvora lo envolvían todo.
—¡Ánimo! —gritó el capitán—. ¡Firmes en sus puestos! ¡Van a venir socorros! ¡Un poco de valor aún!
Los austríacos se habían acercado más; se veían, ya entre el humo sus caras descompuestas; se oía, entre el estrépito de los tiros, su gritería salvaje, que insultaba, intimaba la rendición y amenazaba con el degüello. Algún soldado, aterrorizado, se retiraba detrás de las ventanas, y los sargentos lo empujaban hacia adelante.
Pero el fuego de los sitiados aflojaba, el desaliento se veía en todos los rostros; no era ya posible llevar más allá la resistencia. Llegó un momento en que el ataque de los austríacos se hizo más sensible, y una voz de trueno gritó, primero en alemán, en italiano después:
—¡Rendíos!
—¡No! —gritó el capitán desde una ventana.
Y el fuego volvió a empezar más certero y más rabioso por ambas partes. Cayeron otros soldados. Ya había más de una ventana sin defensores. El momento fatal era inminente. El capitán gritaba con voz que se le ahogaba en la garganta:
—¡No vienen! ¡No vienen!
Y corría furioso de un lado a otro, arqueando el sable con su mano convulsa, resuelto a morir. Entonces un sargento, bajando de la buhardilla, gritó con voz estentórea:
—¡Ya llegan!
—¡Ya llegan! —repitió con un grito de alegría el capitán.
Al oír aquellos gritos, todos, sanos, heridos, sargentos, oficiales, se asomaron a las ventanas, y la resistencia se redobló ferozmente otra vez. De allí a pocos instantes se notó una especie de vacilación y un principio de desorden entre los enemigos. De pronto, muy de prisa, el capitán reunió a algunos soldados en el piso bajo para contener el ímpetu de fuera, con bayoneta calada. Después volvió arriba. Apenas llegó, oyó un rumor de pasos precipitados, acompañado de un «¡Hurra!’, formidable, y vieron desde las ventanas avanzar entre el humo los sombreros apuntados de los carabineros italianos, un escuadrón a escape tendido, y un brillante centelleo de espadas que hendían el aire, en molinete por encima de las cabezas, sobre los hombros y encima de las espaldas; entonces el pequeño piquete reunido por el capitán salió a bayoneta calada fuera de la puerta. Los enemigos vacilaron, se resolvieron y, al fin, emprendieron la retirada: el terreno quedó desocupado, la casa estuvo libre, y poco después dos batallones de infantería italianos y dos cañones ocuparon la altura.
El capitán, con los soldados que le quedaron, se incorporó a su regimiento, peleó aún, y fue ligeramente herido en la mano izquierda por una bala, que rebotó en la bayoneta durante el último ataque. La jornada terminó con la victoria de los nuestros.
Pero, al día siguiente, habiendo vuelto a combatir, los italianos fueron vencidos a pesar de su valerosa resistencia, por un mayor número de austríacos, y la mañana del 26 tuvieron tristemente que retirarse hacia el Mincio.
El capitán, aunque herido, anduvo a pie con sus soldados, cansados y silenciosos, y llegaron a Goito al ponerse el sol sobre el Mincio; buscó en seguida a su teniente, que había sido recogido con el brazo roto por nuestra ambulancia y que debía haber llegado allí antes que él. Le indicaron una iglesia donde se había instalado precipitadamente el hospital de campaña. Se dirigió allí; la iglesia estaba llena de heridos colocados en dos filas de camas y de colchones extendidos sobre el suelo; dos médicos y varios practicantes iban y venían afanados, y oíanse gritos ahogados y gemidos.
Apenas entró el capitán, se detuvo y dirigió una mirada a su alrededor en busca de su oficial. En aquel momento, se oyó llamar por una voz apagada muy próxima:
—¡Mi capitán!
Se volvió: era el tamborcillo.
Estaba tendido sobre un catre de madera, cubierto hasta el pecho por una tosca cortina de ventana, de cuadros rosa y blancos, con los brazos fuera, pálido y demacrado, pero siempre con sus ojos brillantes como dos ascuas.
—¿Cómo, eres tú? —le preguntó el capitán, admirado, pero bruscamente—. Bravo; has cumplido con tu deber.
—He hecho lo posible —respondió el tambor.
—¿Estás herido? —dijo el capitán buscando con la vista a su teniente en las camas próximas.
—¡Qué quiere usted! —dijo el muchacho, a quien daba alientos para hablar la honra de estar herido por vez primera, sin lo cual no hubiera osado abrir la boca ante aquel capitán— corrí mucho con la cabeza baja; pero, aunque agachándome, me vieron en seguida. Hubiera llegado veinte minutos antes si no me alcanzan. Afortunadamente encontré pronto a un capitán de Estado Mayor, a quien di la esquela. Pero me costó gran trabajo bajar después de aquella caricia. Me moría de sed; temía no llegar ya; lloraba de rabia, pensando que cada minuto que tardaba se iba uno al otro mundo, allá arriba. Pero, en fin, he hecho lo que he podido. Estoy contento. ¡Pero mire usted, y dispense, mi capitán, que pierde usted sangre!
En efecto: de la palma de la mano, mal vendada, del capitán, corría una gota de sangre.
—¿Quiere usted que le apriete la venda, mi capitán? Déme un momento.
El capitán dio la mano izquierda, y alargó la derecha para ayudar al muchacho a hacer el nudo y atarlo; pero el chico, apenas se alzó de la almohada, palideció, y tuvo que volver a apoyar la cabeza.
—¡Basta, basta! —dijo el capitán mirándolo y retirando la mano vendada, que el tambor quería retener—; cuida de lo tuyo, en vez de pensar en los demás, que las cosas ligeras, descuidándolas, pueden hacerse graves.
El tamborcillo movía la cabeza.
—Pero tú —agregó el capitán, observándolo atentamente— debes haber perdido mucha sangre para estar tan débil.
—¿Perdido mucha sangre? —respondió el muchacho sonriendo—. Algo más que sangre. ¡Mire!
Y se echó abajo la colcha.
El capitán retrocedió, horrorizado.
El muchacho no tenía más que una pierna: la pierna izquierda le había sido amputada por encima de la rodilla; el muñón estaba vendado con paños ensangrentados.
En aquel momento pasó un médico militar, pequeño y gordo, en mangas de camisa.
—¡Ah, mi capitán! —dijo rápidamente señalando al tamborcillo—: he aquí un caso desgraciado; esa pierna se habría salvado con nada, si él no la hubiese forzado de aquella mala manera: ¡maldita inflamación! Fue necesario cortar así.
Pero es un valiente, se lo aseguro; no ha derramado una lágrima ni se le ha oído un grito. Estaba yo orgulloso, al operarlo, de que fuese un muchacho italiano; palabra de honor. Es de buena raza, a fe mía.
Y continuó su camino.
El capitán arrugó sus grandes cejas blancas, y miró fijamente al tamborcillo, subiéndole la colcha; después, lentamente, casi sin darse cuenta de ello, y mirándolo siempre, levantó la mano hasta la cabeza y se quitó el quepis:
—¡Mi capitán! —exclamó el muchacho, admirado—. ¿Qué hace, mi capitán? ¡Por mí!
Y entonces aquel tosco soldado, que no había dicho nunca una palabra suave a un inferior suyo, respondió con voz dulce y extremadamente cariñosa:
—Yo no soy más que un capitán: tú eres un héroe.
Después se arrojó con los brazos abiertos sobre el tamborcillo, y lo besó cariñosamente con todo su corazón.
FUENTE: http://www.profesorenlinea.com.mx/Biblioteca/De_Amicis_Edmundo/Corazon/eltamborcillosardo.html
El desarrollo afectivo en los niños
Desde el nacimiento, el niño está expuesto a estímulos de diversa índole. Éstos son indispensables para que, en los primeros años de vida, el infante aprenda a identificar, vivir y comprender los vínculos afectivos que puede crear con los que le rodean.
Desde un punto de vista biológico, los vínculos afectivos son una manera que tiene el individuo para sobrevivir cuando no puede valerse por sí mismo. Estos sentimientos o emociones se irán desenvolviendo en diferentes áreas sociales poco a poco y, por tanto, evolucionarán para bien o para mal.
El psicólogo Jean Piaget dividió las etapas del desarrollo de las emociones en cuatro estadios a los que llamó «Etapas del desarrollo cognitivo»:
Etapa sensorio-motora (0 a 2 años): El niño únicamente se relaciona con el exterior por medio de sensaciones y movimientos motores. Para este momento, es incapaz de relacionar imágenes con un significado simbólico. En esta etapa el niño sale de la zona de confort que había sido hasta ese momento el útero y descubre un nuevo mundo mucho más hostil, en el que los afectos están ligados únicamente a la satisfacción de sus necesidades vitales.
Etapa preoperacional (2 a 7 años): En esta etapa, el niño es capaz de pensar simbólicamente y encuentra con mucha rapidez métodos para utilizar el lenguaje. Sin embargo, aún es ilógico en muchos sentidos y tiene una manera de pensar que difiere bastante de la de los adultos. En cuanto a las reacciones afectivas, busca agradar a las personas que son importantes para él y se alegra cuando es reconocido. Es común también la imitación en este periodo de tiempo ya que tiende a copiar conductas tanto, de sus figuras paternales como de sus iguales, con los que también descubren un nuevo tipo de afecto: la amistad.
Etapa de las operaciones concretas (7 a 11 años): Para esta etapa, el niño tiene la capacidad de razonar como un adulto en todos los sentidos excepto en lo concerniente a conceptos abstractos, tales como el sentido de la vida, la justicia, etc. Poco a poco, va desprendiéndose de la protección materna y descubre la riqueza de las relaciones con las demás personas de su edad. También es en este momento que aprende a controlar sus emociones y a valorar la amistad en términos más profundos, como la lealtad y la reciprocidad.
Etapa de las operaciones formales (Desde los 11 años de edad): Aquí finaliza la niñez. Por lo general, el niño ha llegado ya a un nivel de cognición adulto en el que es capaz de razonar utilizando conceptos abstractos.
En las primeras fases de esta etapa, suele centrarse casi totalmente en los afectos, en un tipo de convivencia que le inspira sentimientos contradictorios y esto hace que muchas veces su expresión emocional sea más reservada. Comienza a conocer sentimientos como el amor y ahora la amistad se basa ya totalmente en la intimidad. Ahora, el reconocimiento por parte de un grupo supera la necesidad de amor por parte de las figuras de apego, como sus padres, que en las primeras etapas fueran tan importantes.
Como padres, hay que ser conscientes de todas estas etapas y de aquello que las caracteriza para poder entender a nuestros hijos. Hay que aprender a expresar, así como ellos lo hacen, los afectos de manera verbal y no verbal, ya que nosotros, al haber pasado esas etapas ya, a veces lo olvidamos. Es importante darles autonomía para que establezcan vínculos afectivos, sobre todo en la etapa preoperacional y de operaciones concretas, tanto con personas de su edad como con mascotas, que serán de gran ayuda para que se sensibilicen y empaticen con otros seres vivos y además, para que nunca se sientan solos.
Deja que te cuente
Deja que te cuente…
Que se puede estar sin anunciarlo.
Que, a veces, solamente hace falta un hombro y una caricia en el pelo.
Que no es necesaria una conversación, sino compartir un silencio.
Que no hacen falta preguntas, que hay respuestas que brotan solas. O que no existen.
Que no se juzga, se apoya.
Que hay que distinguir ese “ven” que se grita sin palabras.
Que acudir no es una opción. Sale del alma.
Deja que te cuente…
Que lo que se rompe no se arregla.
Que las palabras que no se dicen no valen para otra vez.
Que los besos que faltan no podrán sustituirse por otros.
Que los sueños que se desvanecen se convierten en humo.
Que de nada sirve quitar la pila al reloj. El tiempo corre.
Que lo que se queda por hacer, se olvida.
Y deja que te cuente…
Que las personas cambiamos. O volvemos a ser.
Que las decisiones que tomamos nos hacen avanzar.
Que los fracasos no son tales vistos con perspectiva.
Que siempre hay opciones.
Que somos capaces de asustar al miedo.
Que la vida es distinta cuando enciendes la luz.
Y ahora que nos sentamos juntos a hablar de la vida sin tenerla ya en común, es cuando te lo puedo contar con tranquilidad. Y hasta puede que me entiendas. O no.
FUENTE: https://nosinmisemes.wordpress.com/2016/04/24/deja-que-te-cuente/