Cada vez más jóvenes quieren ser estrellas de las redes sociales, pero ¿cómo elevar la calidad de los contenidos y aportar un impacto que beneficie a la sociedad? Te contamos.
Por Gabriela Delgado
Si le preguntamos a un niño que qué quiere ser de grande, ya no nos dice que quiere ser futbolista o astronauta, cantante o conductor de televisión… La respuesta más o menos común en los niños y adolescentes de esta época es: «Quiero ser Youtuber».
No solo ellos. A más de un adulto, sobre todo los que nos dedicamos al mundo de la comunicación, nos gustaría responder lo mismo. Y claro que queremos la simpatía de Chumel, la frescura de Luisito Comunica, la ironía de los Supercivícos o los seguidores de Juan Pa Zurita y Yuya. Pero aceptémoslo, es un mundo que no terminamos de entender, que nos gusta pero nos sobrepasa, pues funciona y atrapa con recursos que son distintos a los que nosotros utilizábamos y creíamos los más exitosos.
¿Cómo es que en un video se equivocan y no lo editan?, aparecen sin maquillaje, o caminan por las calles más ordinarias, esa normalidad y aparente improvisación conquista a millones de seguidores. Los medios tradicionales que quisieran esos números de audiencia están volteando a ver a estos comunicadores, e intentan copiar los estilos y formatos, pero casi siempre el resultado es acartonado y ficticio por lo que no resulta exitoso.
En A Favor de lo Mejor al observar este fenómeno y queriendo incidir en la promoción de la calidad de los contenidos, nos acercamos a este mundo, sobre todo el de los adolescentes y armamos un concurso para chavos entre 12 -17 años, quienes nos enviaron un video. Seleccionamos a un grupo de ganadores, los de mayor chispa, creatividad e ingenio eran acreedores a un training con expertos para ser la “Primera Generación de Youtubers de A Favor de lo Mejor”.
Con un plan académico bastante potente los acercamos a contenidos y expertos que sin duda les aportaron en temas de Narrativa Digital, Personal Branding, Expresión Oral, Storytelling, Técnicas de Video, visitaron agencias, universidades y tuvieron encuentros con Youtubers “experimentados” quienes les transmitieron sus experiencias.
Lo complicado del programa era que los contenidos de valor fueran accesibles a un público de tan corta edad y por eso buscamos escenarios y personas que los inspiraran. Sin embargo, una vez concluido el programa creo que los que nos llevamos más aprendizajes somos nosotros y enlisto aquí algunas de las lecciones que he denominado “aprendiendo de los pequeños”:
1. Soñar grande
Están convencidos de que pueden llegar lejos, quieren impactar con sus mensajes a millones de personas. “No importa que mi canal tenga ahorita 300 suscriptores, porque sé que voy a llegar a tener millones”.
2. Apertura
Preguntan sin tapujos, no importaba que tuvieran enfrente al director creativo de una agencia ¿Cómo le hago? ¿Cómo empiezo? ¿A quién me acerco? ¿Esto se ve bien?
3. Ganas de aprender
Y absorben los contenidos como esponjitas, buscando siempre “¿cómo puedo aplicar esto en mi canal?”
4. Partir de lo conocido
Hacen sus propios benchmarkings, estudian su entorno y posible competencia, saben a quién se quieren parecer y a quién no, qué estilos son cercanos a ellos y sobre qué temas pueden y quieren hablar.
5. No tienen miedo al error
Toman riegos, hacen pruebas y saben que en el camino se van a equivocar, pero que en el siguiente intento les va a salir mejor y si acaso no funciona, siempre hay un meme o un giftpara burlarse de sí mismos.
6. Colaborativos
Saben que no van a llegar a las grandes ligas solos, que necesitan del compañero que está en lo mismo… “Y si hacemos un video juntos?”, “Yo te mencionó y tú me mencionas”.
7. Nada es gratis
El posible éxito de sus canales tiene que ir acompañado de mucho trabajo, de constancia a la hora de publicar, de cumplir los tiempos y todo esto en sus ratos libres porque todos estudian secundaria o preparatoria.
Pasada esta experiencia y estos días con ese valioso grupo solo pienso que a mí me gustaría volver a tener 14 años y que yo también quiero ser Youtuber!
Advertencia: Si no conoces al 80% de los nombres citados en este artículo, no te preocupes, solo es una muestra de que #yaestamosrucos.
Contesto mi teléfono y escucho la voz angustiada de una mamá desesperada pidiendo ayuda… La persona en cuestión es mamá de una de las mejores amigas de la de 12, que, con los años, y los planes, y las niñas, se ha vuelto también mi amiga. «Güey ayúdame por favor y dime si estoy loca ¿o qué? Porque ya no sé qué hacer«. ¿La emergencia? Una adolescente desmecatada a punto de rebasar a su progenitora…
Por alguna razón que no alcanzo a entender me habló a mí, cero experta en el tema y que, como se habrán dado cuenta, tengo opiniones bastante radicales de casi cualquier cosa. Pero el caso es que después de dos largas llamadas, he sacado algunas conclusiones. Prepárense.
Las cosas salen mejor, o peor, dependiendo de la congruencia que tú, su adulto responsable a cargo, sepas transmitirle con tu ejemplo y con tus decisiones.
Lidiar con adolescentes nunca ha sido sencillo, la hormona es la hormona, pero sí pienso que hoy el factor «la estúpida sociedad en la que vivimos» y por supuesto»el maldito aparatito» que les ponemos (¡nosotros!) en sus manitas, le sube varias rayitas al grado de dificultad que ya de por sí representaba. Y los escuincles están más sobrados que nunca.
Los niños de los que estoy hablando están, apenas, entrando a la adolescencia, y los progenitores, por alguna extraña razón, los tratan como si ya tuvieran 18. Les están dando a sus niños permisos de estar solos, en lugares públicos, sin ningún tipo de supervisión (a menos de que dos mamás en el güiri güiri y tomando vino, al fondo de un restaurant del mismo centro comercial cuente como supervisión), dar vueltas, cazando a las niñas, que, mientras, compran (demasiadas) cosas, (demasiado) caras, para pasar el rato y ver qué niño las aborda. O, ¿por qué no? el plan es «dejarlos en Six Flags todo el día en bola y los recogemos a las 7, no les pasa nada, ya están en edad«. Ese es el plan de los chavitos de 12-13 años (y sus mamás) en la escuela de mis hijos y similares. ¡Ah, se me olvidaba un punto!: en la CDMX, que casi, no es peligrosa.
¿EN-QUÉ-CARAJOS-ESTÁN-PENSANDO?
¿Cuál es la prisa? ¿Qué parte no entienden de que acelerar los procesos y los momentos SOLO trae problemas en el futuro? ¿Por qué les URGE hacer grandes a sus niñ@s? ¿Por qué permites, pero, sobre todo fomentas (aquí me gustaría etiquetar a una persona, pero me voy a abstener) que tu hija empiece a ligar y a relacionarse en un plano sexual con niños si todavía es una niña?
Hay cosas que uno no puede evitar y hay que ir aceptando, pero empujar a los niños a este tipo de situaciones hace que vivan cosas completamente inapropiadas para su edad que no están listos para resolver y que, a la larga sí, sí harán que nada sea suficiente y busquen experiencias extremas. O hagan muchas más pendejadas de las esperadas normalmente.
Luego se sorprenden de que estén embarazadas, o expuestos en las redes encuerados o haciendo el papelazo de a tiro por viaje el fin de semana.
Tú y yo, al ir aflojando permisos y cosas que no les tocan todavía, estamos permitiendo que nuestros hijos vayan derechito al mismo lugar, al de no conocer los límites porque nunca les decimos NO
Eso empieza porque tú promoviste sus outfits sexosos a los 6 porque «qué chistosa se ve«, le enseñaste a exponerse en las redes continuamente (empezando por exponerlo tú en las tuyas todos los días), a tomarse selfies sin cesar (si tú subes tus fotos en bikini todo el tiempo al feis, ¿qué esperas que ellos hagan?) Si le organizaste los planes especiales para ligar, le diste permisos de niño de 16 cuando tenía 12 y, básicamente, se te olvidó pensar que SIGUE-SIENDO-UN-NIÑO, aunque esté de tu tamaño.
Las cosas no pasan de repente. Los niños no se salen del huacal estrepitosamente, los empujamos, o no, nosotros: sus papás, todos los días con acciones pequeñas e insignificantes que se van sumando y que van permitiendo que el niño gane terreno, o se quede donde le corresponde. Las cosas salen mejor, o peor, dependiendo de la congruencia que tú, su adulto responsable a cargo, sepas transmitirle con tu ejemplo y con tus decisiones.
La presión del grupo es tremenda, siempre lo ha sido, pero ahora además de la presión del puberto (que está cagante y no deja de exigir «sus derechos e independencia» tan merecidos que obviamente «le debes«) hay que lidiar con la presión de los papás y las mamás de los otros niños quienes, sin ningún empacho, te llaman para decirte: «Que le bajes, que qué exagerada, que no seas sobreprotectora, que neta no les va a pasar nada, que le hables a la mamá del niño que nunca has visto que es la que va a mandar a su chófer, para que te diga que no hay problema. Que neta ya, que qué padre que se vayan juntos y se cuiden entre ellos, y que ya es hora de soltarlos»…
MEDIAPHOTOS VIA GETTY IMAGES«¿O a qué piensan que se quedan? ¿a platicar? ¿a bailar y así la sudan? ¡Come on!»«¿O a qué piensan que se quedan? ¿a platicar? ¿a bailar y así la sudan? ¡Come on!» / MEDIAPHOTOS VIA GETTY IMAGES
¡Omaigod!
O la presión de «tener que ser» un papá/mamá cool porque «si no pones alcohol en mi fiesta de 15 nadie va a venir mamá»
¡No manchen papás despierten!
¡No se dejen manipular!
¿En qué momento sucedió que los niños son los que deciden qué tenemos que hacer los papás?
A ver:
1. Proveer de cualquier sustancia estupefaciente a un menor de edad es I-L-E-G-A-L, en cualquier circunstancia, y no me salgan con que «es que, mejor que aprendan a tomar conmigo«. No mamen, ese es el cliché más pendejo que he escuchado. Permitir que tus hijos beban antes de que su cerebro termine de formarse (o sea, mientras es adolescente; o sea, hasta los 18 años, por lo menos), tiene una relación directa, comprobada, con las probabilidades de tener problemas de alcoholismo y dañar sus procesos de crecimiento celular en el cerebro. Es lo mismo que darles cualquier otra droga, solo que estas las venden en tiendas bien bonitas y no a escondidas.
2. También estás rompiendo y enseñándoles a romper las reglas (del país que tanto te quejas y quieres que avance) al darles dinero para que vayan a las trajineras o a donde sea cuando sabes que lo que van a comprar es ¡alcohol! Porque «es que toooodos van a ir Pa» ¡Helloooo!
3. Si nadie quiere ir a la fiesta de sus hijos porque no hay chupe:
a) Mejor para ustedes, no gastan y se ahorran el trámite.
b) Les aseguro que sí van a ir unos y ¡ESOS son los que ustedes quieren de amigos de sus hijos, no los que solo quieren ir por la peda!
c) Si neta nadie va y ese es el estándar de amistad de esos niños, ¡cambien a sus hijos de escuela ESE día!
d) Nadie se va a morir por no ir al plan que todos los demás van. Es más, tristemente, puede ser que el suyo, sea el único que no se muera por quedarse.
Cuando me enteré que en las graduaciones de 3o de secundaria hay «after» en salones de lujo con barra libre puesta por los padres de familia, y sin adultos responsables a cargo, me infarté. Alguien me dijo que «eso sieeeempre había pasado que, así es» y yo no puedo dejar de pensar:
¿Y?
¿Eso lo hace normal? ¿Correcto? ¿Responsable? ¿OK?
O porque así es entonces los papás a las 3:00AM se van y dejan a sus niñitos de 14 y 15 a que se pongan hasta el moco. Aunque claro, también se pueden drogar, tener sexo con una o varias parejas (voluntaria o involuntariamente), golpearse, violentar de cualquier manera a otra persona por aquello de que la gente grupo se envalentona, tener una congestión alcohólica o hacer una pendejada tan enorme que les cueste la vida o alguna muy grave consecuencia…
¿O a qué piensan que se quedan? ¿a platicar? ¿a bailar y así la sudan? ¡Come on!
Que «siempre haya sido así» no quiere decir que tengamos que permitir que siga pasando y el hecho de que «de todas maneras lo vayan a probar» no quiere, de ninguna manera decir, que nosotros somos los que se los tengamos que servir ¡Es al revés señores! ¿En qué momento sucedió que los niños son los que deciden qué tenemos que hacer los papás?
«¿En qué momento sucedió que los niños son los que deciden qué tenemos que hacer los papás?» / FERTNIG VIA GETTY IMAGES
O sí, que así sea y entonces en prepa serán niños con serios problemas de adicciones, de personalidad y ausencia de límites. Prepotentes y protagonistas de tragedias como la de hace un mes en la graduación de «tan prestigiada escuela» en donde la bandita de «la otra aún más prestigiada escuela», llegó a madrear a un grupo de niños (sí, porque en prepa ¡SIGUEN SIENDO adolescentes, o sea N-I-Ñ-O-S!), y mandar a varios al hospital sin que UNO solo sufriera UNA consecuencia y en donde ambas escuelas y todos los papás involucrados se hicieron olímpicamente pendejos.
Esa es la clase alta de nuestro país. Qué bonito. Ese es el compromiso de las instituciones educativas que cobran fortunas y forman «personas íntegras» pero se lavan las manos en lugar de solidarizarse y realmente formar y ser líderes ante estas circunstancias. Vergonzoso. Pero eso sí, que preciosas tooodas sus fotos en el feistodos bien guapos y #orgullosos #susniños #graduación #logro #éxito #nomamen.
Y tú y yo, al ir aflojando permisos y cosas que no les tocan todavía, estamos permitiendo que nuestros hijos vayan derechito al mismo lugar, al de no conocer los límites porque nunca les decimos NO. No, no puedes ir. No, no puedes hacer eso. No, no puedes tener esto.
¡NO! Es la palabra que más necesita escuchar un adolescente porque lo contiene, lo ubica, le da la seguridad de que alguien más está a cargo y le pone los pies en el piso haciéndolo sentir protegido. Porque al sentirse delimitado se sabe querido y eso hará que necesite hacer menos pendejadas para llamar la atención.
Una amiga me dijo: «Es que no puedes dejarlos fuera de la onda». Y yo hoy les digo aquí:
¡Sí!
¡Por favor déjalos fuera de la onda más seguido!
No des permisos que tienen una alta probabilidad de acabar mal. No los pongas en lugares en donde si hay una emergencia no van a saber reaccionar. No los hagas vivir cosas que no les corresponden. No permitas que vayan a fiestas de gente que no conoces, ni que los cuiden personas que no sabes quiénes son. Tampoco que estén en lugares públicos solos cuando son tan pequeños. No los dejes beber si son menores de edad. No te dejes convencer por la presión de las otras mamás, por tu puberto que hará todo lo posible por sacarte de quicio y ganarte. No aflojes.
Tú y yo, al ir aflojando permisos y cosas que no les tocan todavía, estamos permitiendo que nuestros hijos vayan derechito al mismo lugar, al de no conocer los límites porque nunca les decimos NO.
No tengas miedo de ser la bruja o el malo del cuento. Tu trabajo no es caerle bien a tus hijos ni ser la mamá/papá más cool de la escuela. Tu chamba es cuidarlos. Protegerlos. Guiarlos. Contenerlos. No poner la mesa para que suceda una desgracia o crear unos monstruitos completamente desubicados y generadores de problemas.
Asegúrate de que tus hijos estén en un entorno con familias similares a la tuya. Conoce a los papás de los amigos de tus hijos. Alíate con ellos. Aléjate de los que no te laten. Uno de los principales problemas que tenemos es que los papás no estamos haciendo equipo, lejos de eso, muchos quieren competir y eso es gravísimo. Necesitamos aliarnos, ponernos de acuerdo, hacer frentes comunes y poder hablarnos en la desesperación, como mi amiga de ayer, para pedir ¡auxilio! Y echarnos la mano.
Si las fiestas, los permisos y los planes son similares los niños estarán mucho más tranquilos y sabrán a qué atenerse y qué esperar.
Necesitamos hacer comunidad, criar a nuestros hijos juntos como en las tribus y formar una sociedad menos pretenciosa y más aterrizada. Pero para eso necesitamos primero ubicarnos nosotros y dejar de pretender ser la mamá o el papá más buena onda del mundo. Hay que acordarnos que todos nuestros actos tienen consecuencias, y tal vez habría que considerarlas antes de andar aventando a nuestros hijos al ruedo.
Este año cumpliría 110 años una pintora brillante que la cultura pop ha manoseado y convertido en icono feminista sin reflexión profunda: ha explotado sus señas físicas y ha obviado su relación de sumisión y dependencia hacia Diego Rivera.
Es sencillo amar a Frida, afirma Lorena G. Maldonado en su artículo Abandona a tu Diego Rivera, en donde explica por qué Frida Kahlo no es un icono feminista, como se le ha pretendido tomar:
Todos nos reconocemos en el dolor y Frida lo supo soportar con estoicismo. Uno imagina y admira a esa mujer flaca y menuda soportando aquella poliomielitis temprana, sobreviviendo al accidente en bus que le arrebató la virginidad, resistiendo a la parálisis en cama, tragando cirugía y desgracia. Una tras otra, una tras otra. La pintura nunca le había interesado -se había dedicado a jugar al fútbol y al boxeo para fortalecer su exánime pierna derecha, después soñó con ser médico-, pero, al verse clavada en el colchón, le dio por mirarse hacia adentro y volcarse en el lienzo en forma de color, flores, sueño, calavera, corazón y simio.
Tenía espinas en el corazón, Frida. Era una mujer talentosa y herida, resistente en la miseria. En vida la aplaudieron Picasso, Kandinski, Bretón y Duchamp, pero tuvo que morirse para que llegase el reconocimiento unánime, como pasa siempre. Pudo abandonar y no lo hizo.»
Maldonado culpa a la máquina del capitalismo de haber mutado el significado de Frida. Dice que por eso ya nadie escucha su dolor y pocos recuerdan quién fue.
“Al final del día, podemos aguantar mucho más de lo que pensamos que podemos”, decía. Contaba la pintora que hay personas con estrella, pero que ella era de las “estrelladísimas, eso se lo aseguro”.
El milagro de la mercadotecnia
Se despertó una mañana y era un pin del Che Guevara, una frase de motivación, una taza agradecida de Coelho. Aparte del manoseamiento, a Frida Kahlo se la ha considerado un símbolo feminista, un icono de la igualdad.
«Pero no es lo mismo ser un emblema pop que un referente femenino, quizá porque las marcas identifican al público sólo superficialmente y el movimiento feminista prospera con ideas y convicciones, no con diosas: la pugna por la igualdad real parte de una convicción íntima y de una trayectoria personal. Las efigies son tramposas, y más cuando tienen una razón de ser claramente monetaria. ¿No será que nos inculcan madres superioras feministas para que acabemos necesitando bolsos con sus caras?… La pasarela no es tonta y la ha exprimido también para lucrarse con su estilo en alta costura: ahí diseñadores como Dolce&Gabana, Alexander McQueen, Jean Paul Gaultier John Galliano o Karl Lagerfeld.»
Maldonado puntualiza que no es incompatible admirar a Frida Kahlo -y reconocer sus claroscuros- con cuestionar lo que se ha hecho con su figura. Se la ha limpiado, fijado y dado esplendor, hasta vaciarla de contenido original y volverla una copia de sí misma. Se la ha convertido en la mujer pura, llana y hueca que no fue; se la ha neutralizado en objetos para que no moleste al gran público.
Es divertido observar cómo muchos celebran su ambigüedad estética como argumento clave para erigirla como “icono feminista” -ya el término acongoja-. Resulta un tópico muy manido -y patriarcal, al final- eso de celebrar que una mujer rompa el canon femenino para parecerse más al hombre. ¿En qué momento la androginia ha pasado de ser una característica -tan válida como otra- para volverse un valor?
La clave: la relación enferma con Rivera
La autora destaca la relación enferma de Frida con Diego Rivera como la cuestión más importante a la hora de combatir esa intención del sistema de comercializar la sombra de Frida como una mujer que poner como ejemplo a nuestras hijas. Una relación destructiva, enferma y sumisa con su amor. Rolaba por Internet la foto de un paño en el que aparecía Frida dibujada con una suerte de pasamontañas y un mensaje exquisito: “Abandona a tu Diego Rivera”.
En 2014, la editorial Impedimenta recuperó Querido Diego, te abraza Quiela, un libro valiente en el que la premio Cervantes Elena Poniatowska destapaba por fin la figura de Diego Rivera, al que describía como un auténtico monstruo a partir de su relación con su primera mujer, Angelina Beloff. Este libro desenmascaró al pintor, que hasta entonces había sido encumbrado como héroe de la progresía y de la intelectualidad izquierdista.
Quizá 2017 sea un buen año para quedarnos con el talento artístico de Frida, pero no con su pobre inteligencia emocional; quizá sea un buen momento para aceptar quién fue nuestro Diego Rivera, ese individuo cruel, egoísta, infiel y maltratador psicológico que fue el gran amor de Kahlo, que, a pesar de reunir la fortaleza para desmarcarse a ratos de sus abusos -y contraatacar sus deslealtades, por ejemplo, intentando vivir libremente su sexualidad -, siempre se sometió a su yugo, a sus regresos, a su voluntad intermitente. Rivera la engañó hasta con su propia hermana y ella acabó perdonando también esa humillación.
Diego Rivera-Frida Kahlo son el gran exponente del menoscabo y la dependencia que provoca el apego enfermo, porque hasta el pacto que crearon era engañoso. Ella sólo aceptó sus infidelidades para no perderle, no porque creyese en un amor abierto. Kahlo renunció a sus deseos y sus valores para que Diego no se marchase de su lado.
Fue el 6 de julio de hace 110 años que nació una mujer que, lamentablemente, no supo decir “basta”, que creció con el síndrome de Estocolmo y que se revolcó en el dolor. En un mundo masacrado por la violencia de género -y en un país donde han asesinado a 885 mujeres en los últimos 15 años-, quizá sea un buen momento para revisar los referentes que el consumismo nos ha puesto en las manos. Quizá sea un buen momento para no eternizarlos, para sobreponernos, para mirarlos con conciencia crítica y no sólo comercial; para quedarnos con el talento artístico de Frida, pero no con su educación emocional; para no aceptar el paquete completo. Quizá sea un buen momento para abandonar a nuestro Diego Rivera.
¿Cómo queda la conciencia de los corruptos que roban millones de las arcas públicas o la de los empresarios que inflan las facturas de los proyectos en millones y pagan propinas millonarias a agentes del Estado? ¿Cómo queda la conciencia de los malvados que desvían de la atención sanitaria cientos de millones?
Por Leonardo Boff
¿Y la de los inhumanos que falsifican fármacos y remedios que condenan a muerte a los que los precisan, sin olvidar a los desvergonzados que roban la merienda de los escolares, que para innumerables pobres representa la única comida del día? No es raro que sean cristianos y católicos que, con sus crímenes, continúan manteniendo a Cristo en la cruz, en los cuerpos de los crucificados de este mundo.
Para entender esta maldad tenemos que considerar de manera realista la condición humana: ella es simultáneamente diabólica y simbólica, compasiva y perversa
Depende del proyecto de nuestra libertad dar más espacio a uno o a otro. Así puede surgir una persona honesta, justa, amante de la verdad y del bien. Y puede crecer también una persona malvada, corrupta y distante de todo lo que es bueno y justo.
No es necesario que sea así. En lo más profundo de nosotros hay una primera naturaleza que se expresa por una tendencia hacia lo justo y lo verdadero. Cuanto más penetramos en nuestra radicalidad, más nos damos cuenta de que ésa es nuestra verdadera esencia, nuestra naturaleza primera.
Pero, sin que sepamos cómo ni por qué, sucedió algo en nuestro proceso antropológico –desafío permanente para pensadores religiosos y filósofos de todas las tradiciones– qué hizo que nuestra naturaleza primera decayese y se pervirtiese.
Kant constataba que somos un leño torcido del cual no se consigue sacar una tabla recta. Como consecuencia, creamos una segunda naturaleza hecha de maldades de todo tipo (esta terminología se encuentra ya en Agustín de Hipona, en Tomás de Aquino y posteriormente será retomada por Pascal y Hegel).
Está presente en todos los pueblos e instituciones y, en ciertas circunstancias, en cada uno de nosotros. Es el resultado de la secuencia continuada y uniforme de nuestros malos hábitos, que generan una verdadera cultura de distorsiones. Es la cultura de lo negativo en nosotros. Es el reino de la corrupción que se ha naturalizado.
Si alguien se habitúa a mentir, a engañar, a robar, a corromper y a dejarse corromper, acaba creando en sí esta segunda naturaleza. Roba sin darse cuenta de que esta práctica suya es perversa y antiética porque perjudica a los otros o al bien común. Practica todo eso sin culpa y sin remordimientos, porque la corrupción en él se volvió natural, una segunda naturaleza.
Además de este dato de la condición humane decadente, el sociólogo Jessé Souza en el libro La élite del atraso: de la esclavitud al Lava-Jatonos proporciona un dato de nuestra propia historia: la esclavitud. Ésta cosificaba a los esclavos considerándolos “piezas”, objeto de violencia y de desprecio. Su función era vender energía muscular, como animales. Ese desprecio ha sido transferido a los pobres en general y a la comunidad LGBT, entre otros grupos discriminados.
En tiempos recientes, buena parte de los adinerados se sintió amenazada por la ascensión de estos condenados de la tierra. Empezó a irritarse porque los veían en los centros comerciales y en los aeropuertos; para ellos bastaba el autobús, jamás el avión.
Ya no se trata sólo de la corrupción financiera, sino de la corrupción de las mentes y de los corazones, que hace a las personas inhumanas
Por un cambio de rumbo de nuestra política ante los crímenes de cuello blanco, los dueños de grandes empresas y otros políticos que hicieron, en gran parte, sus fortunas mediante la corrupción, están sintiendo el peso de la justicia, el rigor de las prisiones y el escarnio público. Están detrás de las rejas, hecho inédito en nuestra historia.
El sufrimiento siempre da duras lecciones. Ojalá, por los padecimientos, la primera naturaleza, la conciencia, salga a la superficie y se descubran rehenes de la segunda naturaleza decadente que ellos mismos crearon. Que cambien el sentido de su vida y devuelvan el dinero robado.
Como teólogo digo: en el momento supremo de sus vidas, se enfrentarán a los rostros de las víctimas que hicieron con sus corrupciones y que murieron antes de tiempo, en realidad fueron asesinados por ellos. Sus fortunas no los salvarán. ¿Y entonces qué será de ellos?
Leonardo Boff es un teólogo, filósofo, escritor, profesor, ecologista y ex-sacerdote brasileño. Texto publicado con autorización del Centro de Colaboraciones Solidarias.
Fuente: mexicosocial
Cada uno de nosotros, individualmente, podemos cambiar, podemos hacer el esfuerzo de mejorar lo que no nos gusta. Pero no podemos cambiar a los demás. Eso es algo que no podemos olvidar cuando nos enfrentamos a la gente tóxica. Ante las personas así solo podemos hacer dos cosas: evitarlas o enfrentarnos a ellos.
Por Eva Maria Rodríguez
Muchas personas prefieren huir de la gente tóxica, pero cuando no te queda más remedio que lidiar con alguien así, lo mejor es buscar la manera de hacerlo de manera inteligente. Al fin y al cabo, las personas tóxicas siempre encuentran el modo de desparramar su negatividad, contagiando a los demás, creando mal ambiente, arruinando el momento.
Las personas tóxicas desafían la lógica de las relaciones personales. De hecho algunos, aunque inconscientemente en la mayoría de ocasiones, son felices creando un impacto negativo en los demás. Otros obtienen satisfacción creando el caos llegando a la fibra sensible de otras personas. De cualquier manera, las personas tóxicas crean innecesariamente complejidad, conflictos y estrés.
“Las personas tóxicas se adhieren como bloques de hormigón atados a sus tobillos, y luego invitan a nadar en sus aguas envenenadas”.
-John Mark Green-
Ante la gente tóxica, inteligencia emocional
Hace ya mucho tiempo los estudios demostraron que el estrés puede tener un impacto irreversible y negativo en el cerebro. Aunque solo sea durante unos pocos días, la exposición al estrés compromete la eficacia de las neuronas en el hipocampo, un importante área del cerebro responsable del razonamiento y la memoria. Si el estrés dura varias semanas termina dañando las dendritas neuronales (los pequeños “brazos” que las células cerebrales utilizan para comunicarse entre sí). Si se prolonga varios meses, el estrés pueden destruir neuronas permanentemente.
Una investigación reciente del Departamento de Psicología Biológica y Clínica de la Universidad Friedrich Schiller de Alemania encontró que la exposición a estímulos que causan fuertes emociones negativas -el mismo tipo de exposición que se obtiene al tratar con personas tóxicas- causó que el cerebro de los sujetos tuviera una respuesta masiva al estrés.
Así, ya sea a través de la negatividad, la crueldad o el victimismo (entre otras estrategias), las personas tóxicas provocan en el cerebro de los demás un estado de estrés que requiere de una gestión emocional inteligente para desaparecer.
La clave para actuar de manera inteligente ante comportamiento tóxicos es cultivar la capacidad de manejar tus emociones y de mantener la calma bajo presión. De hecho, una de las mayores cualidades de las personas que saben gestionar el estrés es su capacidad de neutralizar a los efectos de las personas tóxicas.
“Desprecia la opinión de la gente tóxica, sé libre de los críticos y serás libre de cada una de sus palabras y de sus acciones. No idealices. No esperes nada de nadie”.
-Bernardo Stamateas-
Ignora a la gente tóxica que busca tu atención
La gente tóxica no lleva un distintivo que permita identificarla. Sin embargo, todos sabemos bien quiénes a nuestro alrededor son una fuente de conflictos y malestar. Sabemos el daño que pueden llegar a causar. También sabemos por dónde nos atacan. Sabes quién te busca, y sabes también que te encuentra. Y cuando te encuentra, ahí mismo, en ese mismo lugar sabes que estás perdido.
Si, por el motivo que sea, no puedes evitar a esa persona tóxica, intenta no caer en su red. Ignórala. Sabes que va a buscar tu atención, que ta va a provocar. No te dejes enredar. Que no te encuentre. No te dejes provocar por sus interrupciones, sus comentarios o sus acciones. Sé benévolo. Sé paciente. Préstale la menor atención posible. Múerdete la lengua si hace falta para no hacer que su veneno forme parte de ti. Sé asertivo si ha llegado el momento de marcar un límite.
“Comparte solo con personas que te pueden ayudar con información y apoyo. Cuando encuentres a gente negativa, cierra la boca”.
-Israelmore Ayivo-
No asumas un comportamiento tóxico: evita el contagio
La característica principal de lo tóxico es que se contagia. Eso mismo ocurre con la gente tóxica: contagia su actitud. Si respondes con un comportamiento tóxico habrás perdido la batalla. Aunque esa persona tóxica consiga pulsar tu botón de “sentirte culpable” no está todo perdido. Mantener la serenidad ante su peor veneno, la inoculación de la culpa, es posible.
Que sea posible, no significa que sea fácil ignorar las llamadas de atención de una persona tóxica. De hecho, una estrategia habitual de la gente tóxica es ridiculizar a su objetivo en público cuando no consigue un enfrentamiento directo, si es que no ha optado por este camino primero. Por eso, mantener el control de las emociones es primordial ante una situación así.
Por otro lado, mantener una distancia emocional requiere conciencia. No siempre puedes impedir que alguien pulse tus botones sensibles. Cuando esto suceda tendrás que superar tus miedos y tus complejos y seguir adelante. En cierto modo, es mejor ignorar lo sucedido, puesto que de ese modo será más sencillo controlar tus emociones. Sin embargo, hay otra opción: defender tus límites.
“El descalificador tiene como objetivo controlar nuestra autoestima, hacernos sentir nada ante los demás, para que de esta forma él pueda brillar y ser el centro del universo”.
-Bernardo Stamateas-
Marca y defiende tus límites
Debes saber que el ataque de una persona tóxica no socava tu dignidad. De hecho, tu dignidad puede ser atacada y ridiculizada, pero nunca puedes perderla a no ser que la entregues de forma voluntaria. Por lo tanto, no tienes de defenderte de sus argumentos, sino dejar claros los límites.
No ofende quien quiere, sino quien puede. Si te pones a la defensiva le estás demostrando que puede ofenderte. Si marcas los límites le estás dejando claro que no puede atacarte.
Ante una persona tóxica no valen razonamientos ni explicaciones. Hay que dejar las cosas claras, con mano izquierda pero tacto firme, dejando clara tu autoridad en aquellas decisiones sobre las que tienes derecho y, al msimo tiempo, responsabilidad.
Ten en cuenta que para establecer un límite tendrás que hacerlo de manera consciente y proactiva. Si dejas que las cosas sucedan naturalmente, te verás obligado a encontrarte constantemente envuelto en conversaciones difíciles. Si estableces límites podrás controlar gran parte del caos provocado por una persona tóxica.
Practicar la compasión práctica
Como hemos visto, ante una persona tóxica podemos tomar una actitud de ataque, una posición defensiva o, simplemente, ignorarla. Pero no siempre es necesario hacer esto. De hecho, a veces tiene sentido ser simpático con las personas tóxicas. Tal vez estén pasando por un momento difícil, por una situación emocional que no saben gestionar con eficacia.
Por desgracia, el comportamiento tóxico es, con frecuencia, una manera de enfrentarse a una situación personal difícil. Cierto, no es justo que hagan cargar a los demás con su dolor. Tampoco hay alivio personal haciendo que los demás se sientan mal. Sin embargo, en el fondo, no siempre hay maldad, rencor o ira hacia tu persona en el comportamiento tóxico de los demás.
Eso no significa que tengas que dejarlo pasar o que tengas que aceptarlo. Al fin y al cabo, cada uno tenemos nuestros propios problemas, nuestros propios demonios. Ante una situación así, enfrenta la situación con compasión, perdonando. Sin seguir su juego y marcando límites, por supuesto, pero sin tomar demasiado en cuenta la actitud del otro, pues no es más que el reflejo de su agitada y dolorosa vida interior.
Autor de 25 novelas y ex corresponsal de guerra, el narrador español dice que todos encuentran pretextos para aliviar su conciencia, afirma que las redes sociales «son formidables pero están llenas de analfabetos» y augura que el mundo que viene será audiovisual.
En burdeles de Bangkok, lejos del olor a pólvora y el repiqueteo de las balas, hubo un tiempo en que el joven corresponsal de guerra les prestaba el oído a veteranos colegas. Entre copas y desahogos vivenciales, esos tipos curtidos por la barbarie, marcados por el desarraigo y la soledad, eran hábiles periodistas de trincheras. Siempre urgidos por llegar primeros para contarle al mundo cómo muta la vida bajo el asedio, a aquellos viejos reporteros los años de guerras «los hacían envejecer muy mal». Desorientados en tiempos de paz, la lucidez para interpretar el mundo en aguas serenas los hundía incluso en una suerte de vacío existencial.
Arturo Pérez-Reverte no quería terminar como ellos. Lo olfateó rápido, en esas tertulias de madrugada y cigarrillos entre historias de mil batallas: «El periodismo de guerra es bueno -dedujo- mientras uno sepa salirse a tiempo.» Igual que cuando se renuncia a un amor que jamás llegará a buen puerto. Los años y las revueltas armadas se sucedían y el avezado corresponsal -firma descollante del diario Pueblo y más tarde de la TVE-, no había urdido siquiera su retirada.
El reposo del guerrero, aquel que lo estrenó como novelista, sobrevino tras la guerra civil angoleña en los años 80: «Una enfermedad tropical, de las muchas que he tenido, aunque nunca una venérea», se confiesa, lo mantuvo meses en Madrid lejos del ruedo. Para matar el tiempo, por placer y divertimento, se impuso escribir una novela. El húsar, el soldado imberbe de la caballería ligera, ávido por entrar en combate y repeler a las huestes napoleónicas, pasó sin pena ni gloria. Tras el golpe de Estado en Túnez en 1987, al reportero lo acechó otro ímpetu literario: nació, así, de un tirón, El maestro de esgrima, una suerte de reescritura de las novelas de Dumas.
Aunque sin ansias de fama -después de todo, era un periodista de fajina, un outsider de las letras-, su tercer libro, tal vez, sosegaría su inventiva. Pero con La tabla de Flandes, éxito descomunal en toda Europa, se fraguaba el Pérez-Reverte novelista.
«Soy un escritor accidental, nunca tuve vocación de ser escritor», evoca este Athos de las letras, temido articulista y prolífico autor de 25 novelas imperecederas. El cartaginés exhibe los modos de un dandy. Conversa con paciencia de orfebre en un ámbito que desentona con sus recuerdos bélicos. Entre mármoles de arabescato, copas de cristal y una vista soberbia al Río de la Plata, el décimo piso del Hotel Alvear perfila, sin embargo, su presente como megaestrella literaria.
«Es un caballero, pero no es un caballero», dirá el rey Arturo, al citar a la actriz Gloria Swanson en un film de los años treinta, Esta noche o nunca, sobre su último personaje, Falcó. Una descripción elíptica que también proyecta (o deforma) al audaz ex reportero de guerra, al novelista encumbrado, marino insomne y díscolo académico de la Lengua, que una semana más tarde firmará parado y estoico ejemplares de su obra hasta que las velas se apaguen en la Feria del libro.
Para saber quién es Pérez-Reverte y conocer sus vivencias en la guerra, ¿hay que leer El pintor de batallas?
Mi biografía está repartida en todas mis novelas, porque les presto a mis personajes la mirada que mi vida y mis lecturas me han dejado. Pero El pintor de batallas es una novela autobiográfica. Tiene un cinco por ciento de novelesco: todo lo que cuento, lo que ocurre, las circunstancias, y hasta la mirada del protagonista, son reales.
¿Por qué nunca volviste a abordar ese registro, entre filosófico y confesional, que para muchos es tu obra más deslumbrante?
No fue una novela feliz; pero era lo que necesitaba escribir. Durante un año y medio ajusté cuentas con mis recuerdos. Usé los que no eran agradables, casi como un ejercicio de reflexión personal. Todo ese álbum de fotos oscuras en 21 años de guerra pesaba demasiado y pensé que escribiendo sobre eso, ordenaría la memoria. Si Territorio comanche había sido un libro más lúdico, sobre cómo se vive en ese mundo, El pintor…fue algo mucho más duro y profundo que decía: «Mirad como se ve este mundo». Esa gimnasia cumplió su cometido y a partir de allí mi vida como novelista cambió. Cerré una puerta y abrí otras. No hubo ni habrá otro libro igual. Escribo para pasarlo bien. Soy un escritor feliz, pero lo soy aún más cuando escribo las historias que quiero y que me faltan contar.
Esa novela contiene una de las escenas sexuales más magistrales de la literatura contemporánea ¿Es un desafío abordar ese terreno?
No, cada novela tiene su exigencia. En Hombres buenos el almirante lee literatura erótica y hay mucha delicadeza. En Falcó, el sexo es más brutal. En El pintor… esa escena en Venecia es intensa, porque su historia de amor lo es. Intento que lo erótico esté en sintonía con el contexto general del libro. Jamás me autocensuro, aunque puedo equivocarme. Y muchas veces dejo que el lector complete las escenas.
Olvido, el gran amor que acecha al protagonista, ¿existió?
Ya no recuerdo si existió o no. Tampoco importa: vida y literatura son una misma cosa.
¿Umberto Eco te marcó como novelista?
No, fue clave por otras razones. Él entendía a la literatura como yo. Cuando empecé a escribir se hacían novelas aburridas; la trama no importaba pero sí el estilo. En la Argentina hay mucho de eso, escritores que no tienen nada que decir. Esa literatura onanista, vaciada de ideas, que se mira al espejo. ¡Y a mí qué coño me importa! Estaba escribiendo La tabla de Flandes y al leer El nombre de la rosa tuve la certeza de que no estaba solo ni equivocado: Que hace falta haber leído mucho para poder escribir. Que el teatro griego, Homero, Virgilio, Dante, Cervantes, Montaigne, Stendhal, todo es un mismo lugar y que El asesinato de Roger Ackroyd de Agatha Christie es tan obra maestra como La marcha de Radetzky de Joseph Roth. Es como cuando luchas contra un temporal: estás mojado, llevas días sin dormir, tratando de no perderte y, de pronto, ves un puntito en el radar. Otro velero con las velas izadas, peleando como tú. Lo ves, le mandas un mensaje de radio y luego observas cómo se va perdiendo en el temporal hasta desaparecer. Ahí te dices: «No estoy solo». Así me hizo sentir Eco. «No soy yo el raro, los raros son ellos.»
¿Cuál es el momento de mayor inseguridad al escribir?
Cuando voy por la mitad de la novela. Te pongo otro ejemplo del mar: trazas un rumbo hacia el cabo Spartivento, y de golpe todo se va al carajo: no te funciona la electrónica, sólo tienes la carta náutica, el piloto automático y el compás. Calculas el rumbo, pero llevas navegando un día y ya no sabes si vas bien o vas mal, pero ruegas haber hecho bien los cálculos. Pasa igual en la novela: en la mitad dejo de verla desde afuera y pierdo la conciencia de la calidad de mi trabajo. «Espero haber hecho bien los cálculos -me digo-, porque ya no puedo ver si voy bien o mal y tengo que seguir.» Ese es el momento de incertidumbre que, como todo, se sobrelleva con cojones.
Foto: Martín Lucesole
¿Nunca te hunde?
Es estresante, claro, pero a mí no me hunde nada. Si no lo hizo la guerra, me hundirán los años, pero no la vida.
¿Volverías a elegir esa vida?
Sin duda. La guerra es una forja estupenda para quien sobrevive a ella. Esos años con libros en la mochila me ayudaron a interpretar la guerra, a digerirla de una manera intelectualmente razonable. Les debo todo. Sin eso, no sería escritor ni sería nada. Pero la guerra también es útil y sirve mucho para la paz. Te inyecta realidad en dosis muy intensas y si tienes estómago y una buena constitución, la soportas. Ves lo peor y ves lo mejor. Gente solidaria que se sacrifica, que tiene fe, valor, dignidad, orgullo. La guerra tiene una parte horrible y una parte nutritiva para quien sabe o puede mirarla con lucidez. Pero si eres cirujano de casos extremos, abogada de mujeres violadas, bombero o policía, también te acercas al horror.
¿Te dejó traumas?
No visibles, al menos. Pero no todos logran sobrevivirla emocionalmente. Soy un tipo estable, duermo bien. Cuando los recuerdos se hacen demasiado presentes, cojo un libro o voy a navegar y todo se sitúa de nuevo en su sitio.
¿La imaginación no basta para escribir, hay que vivir primero?
Sí. Hice bien en priorizar eso. Yo quería ir a la guerra y navegar; ver cómo era eso. Siempre elegiría la experiencia. Escribir es secundario. Haber tenido una vida intensa te mantiene vivo como escritor. Muchos están muertos sin saber que lo están. Porque en la vida todo se agota. La ventaja es tener la mochila llena y seguir siendo lector, porque tus viejas lecturas se resignifican con tu biografía.
Foto: Martín Lucesole
¿La de los Balcanes fue tu guerra más atroz?
En todas vi lo peor. En El Salvador daba la vuelta por los basureros y contaba siete cadáveres de niños atados con alambre, quemados con cigarrillos. En el Líbano vi matar prisioneros. Pero los Balcanes fueron muy fatigosos: tres años de continua barbarie.
Nunca quedó claro si usaste armas.
Sólo una vez, por necesidad, en el 77, en Eritrea. No me gusta contarlo. Fue una derrota devastadora. Las fuerzas etíopes atacaron, hubo una matanza y había que huir hacia la frontera con Sudán. «Toma un arma y búscate la vida -me dijeron-. No podemos cuidar de ti». Luchamos con un grupo para abrirnos paso hasta cruzar la frontera. No recuerdo si llegué a tirar. Sí que como iba armado, los sudaneses me confundieron con un mercenario y me encarcelaron una semana en Sudán. Además, tenía disentería; podría haber muerto. Si hay que ir al infierno, ya sé cómo es.
En tus novelas asoma cierta mirada indulgente hacia aquel que comete atrocidades.
No es eso. He visto a gente infame hacer cosas maravillosas y a amigos hacer canalladas. En Eritrea, durante los combates, me asignaron un soldado, Boldai, que me cuidaba cuando enfermé. Boldai atravesaba el fuego etíope para buscarme agua. Cuando su ejército tomó la ciudad, lo vi matar prisioneros y violar mujeres delante de mí. Sé cómo ellas gritan cuando las violan y cómo luego se resignan. Y ese tipo era mi amigo.
¿Cuál fue tu reacción?
Imagínate una ciudad ardiendo, llena de muertos, donde se remataban a los heridos y yo diciéndole al eritreo: «Oye, no, eso está mal». ¿Qué podía hacer salvo negarme a participar? Ellos insistían. Muy pocas certezas sobreviven a eso. No puedes pedirme que vea el mundo como alguien que no ha estado allí. Tampoco se lo puedes pedir a un ex combatiente de Malvinas. Otra cosa que he aprendido es que el remordimiento es muy raro y es fugaz. Por higiene mental, siempre se encuentra un justificativo para no sufrir. Y al final todo el mundo -desde aquel que va borracho y atropella a un niño al que mata para robarte el reloj- encontrará un pretexto para alivianar esas cargas en la conciencia.
¿Cuáles son las tuyas?
No te las voy a contar a ti. Más que cosas malas en mi vida como reportero fueron las cosas que podría haber hecho y no hice. Son imágenes que me revisitan y que, como todos, también necesito justificar: tenía que transmitir, no era mi guerra, me hubieran matado. Las chicas violadas que gritaban en Eritrea, ¿qué iba a hacer? Por poco me matan a mí también. Pero los gritos siguen aquí [se toca la cabeza]. El niño herido que me miraba en Nicosia [Chipre] con el oso de peluche; el chico en Paso de Las Yeguas [Nicaragua] que me pedía ayuda cuando diez tíos de Somoza se lo llevaban y lo iban a matar; el perro en Beirut con la pata rota. ¿Pude hacer algo? Hasta yo mismo me busco coartadas morales. Imagínate ahora al hijo de puta de la ESMA. Ninguno tiene remordimientos. Todos dirán que hacían su deber y cumplían órdenes.
Un concepto muy revertiano, el hombre como ángel y bestia.
Nadie es ciento por ciento hijo de puta. Hasta el más miserable es capaz de un acto de grandeza, lo cual no lo excusa de ser un hijo de puta. Mira, en el año 78 viajé a la Antártida en un barco de la Armada, el Bahía Buen Suceso, hundido por los ingleses después de la guerra de Malvinas. Era un viaje científico a las bases argentinas y ahí conocí a varios oficiales jóvenes encantadores de la marina. Tipos elegantes, brillantes, divertidos y nos hicimos muy amigos. Me daban información, viajamos a varios sitios y cenábamos en la Costanera. Algunos fueron mis contactos durante la guerra de Malvinas. Años después, abro el periódico y reconozco sus fotos. El titular decía: «Detuvieron a los represores de la ESMA». Eran Ricardo Cavallo, a quien conocía como Marcelo, y otros. Esto demuestra que no siempre identificas el mal cuando lo tienes cerca. Y eso que soy experto en detectar hijos de puta. A éstos ni los olí.
Foto: Martín Lucesole
¿Cómo fue tu experiencia en Malvinas?
Cubrí la guerra desde Buenos Aires, me quedé seis meses y una vez me llevaron en un Hércules a Puerto Argentino por el día. Mi experiencia no fue halagadora para la Argentina. Vi chicos desorientados en una guerra imposible de ganar. Recuerdo menos el hecho de haber estado en las islas aquel día que lo que sucedía aquí. Trasmitía cada noche para el diario Pueblo desde un Entel de la calle Florida y días antes del fin de la guerra venía por la calle y oí que en los bares todos gritaban goool. Mientras los chicos están muriendo -pensaba-, éstos celebran el gol de Maradona. Ese día comprendí que la Argentina iba a perder y que merecía perder. Siempre he procurado no tomar partido en las guerras, ya que todos los bandos tienen motivos para hacer lo que hacen. Pero en Malvinas sin querer lo tomé. Esos pilotos llamados Sánchez, Pérez, de bigotes, peinados para atrás, que iban con esos cojones contra la flota inglesa, eran italianos, españoles, eran mis primos, mis hermanos. No podía evitar tener esa proximidad psicológica con ellos. ¿Y si ganan? -pensaba-. Estos hijos de puta de la Junta Militar van a estar reforzados. Un día llamé exultante al diario: «Le hemos dado a la Invencible», dije. «Le habrán dado, querrás decir», me corrigió. Era mi guerra también, algo rarísimo. Al margen de que los ingleses me caen bastante mal.
¿Por qué dejaste El bar de Lola, tu espacio de debate los domingos en Twitter?
Porque me cansé de que un simple tuiteo se convirtiera en titular de prensa todos los lunes. Era ridículo que una cosa dicha en tono relajado se tradujera luego en Pérez Reverte insultó a una feminista. Mis lectores saben quién soy, no se guían por un tuit. Y para el que no entienda, que lea y aprenda. Era fatigoso tener que explicar cosas obvias. Las redes son formidables, pero están llenas de analfabetos, gente con ideología pero sin biblioteca, y pocos jerarquizan. Es el lector el que debe discernir e interpretar. Dan igual valor a una feminista de barricada que a un premio Nobel.
¿Tiene utilidad hacerse de enemigos?
Es inevitable. Sin querer vas haciéndolos, porque la vida significa tomar opciones. Pero el enemigo es útil. Es como el mar, que es muy hijo de puta. Saber que lo es, que está ahí esperando que cometas un error para acabar contigo, te da, como decía Conrad, una saludable incertidumbre. No te duermes nunca. Cuando navego solo, pongo el piloto automático y un despertador cada 15 minutos. Duermo en cubierta atento a los mercantes. El saber que estoy en peligro, me mantiene vivo. La vida es igual: saber que hay enemigos te ayuda a cuidarte más. A recordar que el mundo es un lugar peligroso y que debes estar alerta, adiestrado, listo para combatir.
¿No es extenuante?
No para un guerrero. El mundo se divide entre sacerdotes y guerreros: los que manipulan sin correr riesgos y los que los asumen. A mí me gusta pelear.
Las feministas te asedian.
Las más radicales, que como los fundamentalistas de cualquier tipo, son muy folclóricas. Es ahí cuando la estupidez me enfada. Si me hubieran leído, sabrían que en mis novelas las mujeres superan al hombre. El único tipo de mujer que me interesa, literaria o personalmente, es la mujer valiente. No es el amor ni el sexo lo que las perfila, sino la lealtad. Es gente a la que consideras un igual.
¿Fuiste un niño feliz?
Muy feliz. Crecí con la biblioteca de mis abuelos y de mi padre, con libertad, junto al Mediterráneo. Era una época en la que se podía correr sin peligro por el campo, ir a las montañas, a la playa. Andaba horas por los montes jugando a lo que había leído. Esa mezcla de libertad infantil y de lecturas -era muy imaginativo- fueron mi forma de comprender el mundo. Estudié con los hermanos maristas, pero casi todo lo aprendí en casa.
¿Quién te enseñó a navegar?
Mi tío era capitán de la marina mercante y desde muy pequeño mi padre, que era ingeniero, me llevaba a navegar. Trabajaba en una refinería de petróleo y se embarcaba hacia Arabia Saudita, Irak para comprobar la calidad del crudo en los pozos. Crecí entre cuentos de mar y ajedrez. Ya de chico no veía al mar como un límite, sino como un camino. Nunca me sentí tan bien como el día en que conseguí ser capitán de yate, el título máximo para un civil. Más que los libros que escribí, ése es mi mayor orgullo.
¿Qué tipo de travesías hacés?
Hace poco fui a Cerdeña y volví. Como no tengo jefes, me voy a Alicante y zarpo desde allí. Puede ser un par de días hasta un mes. Navego todo el año, con buen o mal tiempo, me da igual. El mar limpia la cabeza y allí todo deja de tener importancia: Rajoy, la capa de ozono, el fin del mundo. Sólo eres libre de verdad en ese desierto que es el mar.
¿Tenés hermanos?
Sí, un hermano y dos hermanas, soy el mayor. Nunca hablo de la retaguardia.
¿Por qué?
Porque, como decía un amigo: «Que los divierta su puta madre».
¡Qué lástima! Tus novelas y relatos tuvieron 13 adaptaciones al cine y a la TV. ¿La literatura está condenada a migrar hacia la pantalla?
Sí. La narrativa, como la novelística, en una generación estarán muertas. Si fuera un joven escritor, con ambición literaria, escribiría guiones para series. El guión tiene el mismo valor literario que la novela, sólo que en él interviene más gente. Ya quisiéramos tener en literatura la misma calidad que hoy tienen muchas series. El mundo que viene es audiovisual. La letra impresa está condenada a desaparecer. Tardará más o menos. Pero no hay que dramatizar.
¿La alta cultura volverá a ser para una elite?
Creo que habrá una diferenciación clara: una cultura popular de masas, más mediocre, diluida, pasteurizada y otra de elite, de consumo personal, fragmentada en individuos. Una suerte de gueto de culto individual como en plan monacal: el individuo con su biblioteca, su música y sus consumos personales. La cultura tal y como la hemos entendido desde Homero hasta ahora, como mecanismo que tira de la sociedad, como referencia moral, intelectual y salvación del hombre, está condenada a muerte. Creo que trasmutará en una especie de híbrido, donde se mezclarán Borges con la telenovela mexicana; la Mona Lisa y la Venecia de turistas. Será una cultura sin jerarquización, donde para la gente tendrá igual importancia una selfie en la torre Eiffel que asistir a un concierto en la Ópera de Viena. La paradoja es que la cultura ha accedido a lugares impensados, pero todo ha debido devaluarse para tornarse accesible, con lo cual lo positivo de la cultura se pierde.
¿La salvación es entonces individual?
Sí. La salvación colectiva es imposible. Lo he visto, no es teoría. ¿Quiénes se salvan? Los más listos, más egoístas, hábiles y rápidos. Eso también lo aprendí en el mar: el primero que muere es el idiota. Y si el estúpido es el que promueve el nivel de salvación, estamos todos condenados. Hay que apartarse de él y buscar tu propia salida.
Como España, la Argentina tiene un pasado traumático no resuelto. ¿Es una entelequia aspirar a una historia más neutral para las próximas generaciones?
Eso se logra con cultura, entendiendo que todos tienen muertos en el armario. No hay que negarle al malo que hable. Si Hitler diera hoy una conferencia, habría que ir a oírlo. Pero hoy se confunde diálogo con apostolado, sin tener en cuenta de que todo sirve para comprender. En Sarajevo le pagué a un francotirador para que me dejara acompañarlo. Me contó por qué mataba y cómo elegía a sus víctimas. Si hubiera dicho a éste no lo saco en el telediario, habría renunciado a ese conocimiento. Nunca vas a convencer a un hijo de puta de que no lo sea, pero puedes entender por qué lo es y de esa forma evitar cruzarte con él.
Hoy eso no es políticamente correcto, aunque es la regla del periodismo.
Me da igual. Lo difícil es complejo, la gente no acepta las ambigüedades porque no es culta. He escuchado a asesinos, torturadores, criminales, y eso me ha enriquecido. Pero para eso hay que estar educado. Porque si te acercas sin nada, la vida te arrastra. Hay que ser alumnos continuos de la vida. Europa está acabada por esa carencia.
¿El islam es la otra amenaza?
El islam es una norma medieval incompatible con un mundo democrático moderno. Es anacrónico y su aplicación a un sistema democrático occidental basado en Platón, la Revolución Francesa, el feminismo y los derechos humanos, es incompatible con la libertad.
Cultura, inteligencia o belleza, ¿qué valorás más?
¿A qué edad? Varía, hay momentos para cada cosa. Puedes empezar por la belleza, seguir por la cultura y llegar a la inteligencia. Pero después de esa tercera etapa, vuelve la belleza. Es una belleza diferente, matizada por la cultura y la inteligencia, y eso la convierte en una belleza distinta. A mi edad busco la fusión de las tres en todas las cosas.
El mundo del deporte es fantástico; la realidad de la vida, espléndida; el encanto del futbol, simplemente, es indescriptible. Personas apasionadas y talentosas; personas con una determinación admirable; personas con un espíritu de lucha incansable; personas con un deseo de triunfar incomparable. Jugadores competitivos, auténticos, entregados. Con un arrojo inigualable y una voluntad insuperable. Valientes por fuera y sensibles por dentro. Defienden su pasión, y respetan su profesión.
Por María Fernanda Riveroll
Nacen como todos, pero se transforman como pocos. Tan extraordinarios que no tienen igual. Se reconocen con el alma, y se distinguen con el corazón.
Existen muchos. Son diferentes. Sin embargo, sólo uno es el indicado; sólo uno es el que representa todo aquello por lo que estamos dispuestos a pelear; sólo uno es el que ejemplifica todo aquello en lo que creemos; sólo uno materializa con acciones los principios y valores que defendemos.
Son referentes. Sus enseñanzas no se olvidan, se implementan. Cuando hace falta encontrar aliento, sentir consuelo, hallar valor, renovar energía, o recordar motivos, hay que recurrir a ellos.
Hablar de ídolos renueva las ilusiones, y engrandece las aspiraciones. La magia sucede en un instante. No se trata de una elección forzada, sino de un reconocimiento perceptivo; de una identificación sensible.
Para mí, con sus guantes y en su portería, una figura irremplazable, valiente, justa. No sólo admirada; también, respetada. Insustituible, incansable, invencible. Dentro y fuera de la cancha, una verdadera fuente de inspiración.
Con sus guantes y en su portería, enfrenta la vida con la misma valentía con la que salía de frente a un mano a mano.
Con sus guantes y en su portería, encara las dificultades con la misma determinación con la que se paraba debajo de los tres postes para detener un penal.
Con sus guantes y en su portería, defiende a su familia y amigos con el mismo ímpetu con el que defendía su arco.
Con sus guantes y en su portería, sabe pedir ayuda con la misma humildad con la que pedía a sus compañeros formar una barrera ante el peligro de un tiro libre.
Con sus guantes y en su portería, como dice la canción, es de los que nunca se paran, de los que persiguen sueños imposibles, de los que siempre se aferran, de los diferentes, de los que nunca se quedan, de los inagotables, de esos inquebrantables.
Con sus guantes y en su portería, mi ídolo: Rafael Puente Suárez.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, ciscándose en su propio nombre, condenó a muerte esta semana a un bebé británico de 10 meses, Charlie Gard, que padece una rara enfermedad.
A otro niño le pronosticaron que moriría de bebé y ahora tiene 9 años
Esa enfermedad es el Síndrome de Agotamiento Mitocondrial. Sólo la padecen 16 personas en todo el mundo, y de momento no tiene cura. En abril un juez británico ordenó dejar morir al bebé, en contra de la voluntad de sus padres, que iniciaron una campaña de recogido de donativos en la que han colaborado más de 80.000 personas y que ha recaudado 1,4 millones de euros para pagarle al niño un tratamiento experimental en Estados Unidos. El juez dijo que el niño merecía una “muerte digna”, monstruoso eufemismo viniendo de alguien que considera que ese pequeño debe morir en vez de darle una oportunidad y buscarle un tratamiento alternativo con el dinero ya recaudado. De hecho, incluso hay un precedente que anima a tener esperanza: a un niño italiano le diagnosticaron la misma enfermedad a los dos meses, le pronosticaron una muerte inmediata, pero no fue así: ahora tiene 9 años y es un pintor de éxito.
Ni siquiera han permitido a sus padres llevárselo a casa
“Si pensáramos que no hay ninguna esperanza, no lucharíamos por él. Pero si hay la más mínima posibilidad de que un tratamiento funcione, y el doctor en EEUU así nos lo ha dicho, ¿qué padre no lo intentaría?“, han dicho los padres de Charlie. Recurrieron la decisión del juez británico al TEDH, pero no ha servido de nada. La situación ha llegado a tal grado de crueldad que la Justicia ni siquiera ha permitido a los padres llevarse al niño a casa para que muera en su cuna. Los padres del niño han denunciado que el pequeño Charlie está “preso” en el hospital. Le están tratando como a un condenado a muerte recluido en la “milla verde”. Es algo totalmente vergonzoso.
La espectacular movilización que hubo por un perro en España
No puedo evitar acordarme en estos momentos de algo ocurrido en España en octubre de 2014. La Comunidad de Madrid ordenó sacrificar al perro de una enfermera contagiada por el virus del ébola. Ante ese hecho hubo una fuerte reacción social. Se convocaron movilizaciones en 29 ciudades españolas para salvar a Excalibur (así se llamaba la mascota). En sólo 24 horas una página de Facebook de apoyo al perro reunió a más de 47.000 fans (ha llegado a tener más de 172.000 seguidores). En 24 horas una petición en Change.org superó las 216.000 firmas para salvar al perro, llegando a recabar, en los días siguientes, más de 400.000. Twitter se llenó de mensajes llamando “asesinos” a los que dieron orden de sacrificar al perro. La repercusión de aquel hecho fue tal que incluso medios extranjeros se hicieron eco de ello, extendiendo por toda Europa el clamor para salvar al perro del sacrificio.
Una Europa que parece, cada vez más, salida de una distopía totalitaria
¿Habéis visto manifestaciones en la calle por el pequeño Charlie? Una de las pocas organizaciones que ha salido en su defensa, CitizenGO, ha reunido más de 100.000 firmas en 24 horas para salvar su vida. Es triste pensar que siendo una petición internacional, hecha en inglés y lanzada a diversos países, ha firmado menos de la mitad de la gente que firmó por Excalibur en Change. De igual forma, muchos de los que clamaron entonces contra el “asesinato” -así lo llamaban- del perro, hoy considera “muerte digna” que se aplique la pena de muerte a un bebé de 10 meses.
En esta Europa relativista y progresista, la vida de un bebé ya importa menos que la de un perro y el Estado se arroga incluso el poder de decidir que tu hijo debe morir, algo que parece como salido de una novela distópica sobre un régimen totalitario. Es terrible pensar, de hecho -y lo digo porque me acuerdo de lo que dijeron entonces diversos medios-, que el enfado que les provocó a algunos la eliminación de un asesino terrorista como Bin Laden se ha tornado en silencio ante la sentencia de muerte contra un bebé. Y algunos aún consideran exagerado decir que Europa atraviesa una grave crisis moral y está entrando, de hecho, en una época de decadencia…
Dos empresarios querían abrir un museo del chocolate en la Ciudad de México. Sus planes se torcieron cuando cientos de guerreros sacrificados aparecieron bajo el patio de la casa.
Algunos arqueólogos opinan que el mundo es rematadamente cíclico. Que hay situaciones que se repiten una y otra vez y que la historia es un cúmulo de bromas relativamente importantes. O casi. Leonardo López Luján es uno de ellos. El director del proyecto Templo Mayor, en el centro de la Ciudad de México, es un amante de las casualidades históricas. Hace unos meses contaba, por ejemplo, que «ya es curioso» que el actual Monte de Piedad, junto al zócalo de la capital -una casa de empeños centenaria-, se hubiera levantado sobre el Palacio de Axayácatl.
– ¿Por?
– ¡Porque los mexicas -aztecas- guardaban ahí su oro!
Decía, divertido. El imperio azteca tenía en su capital, Tenochtitlan, tesoros de todo México, oro, joyas, piedras preciosas, alhajas de todo tipo. La caja fuerte era el palacio que mencionaba el arqueólogo. Y 500 años más tarde, decía, «la gente va ahí a dejar sus tesoros».
Había más. «Fijate ahora lo de Guatemala, 24. Un privado belga, que tiene varios museos del chocolate en Europa, compró la casa para hacer otro aquí y resulta que abajo encontraron parte del gran tzompantli de los mexicas».
– ¿El gran tzompantli?
– Sí, ¡imagina que ahora, en día de muertos, van a vender calaveritas de chocolate justo arriba!
136.000 cabezas son demasiadas
Un tzompantli es una estructura de postes y varas de madera, instalada sobre un pedestal de cal y piedra. Colocadas entre los postes, las varas son espetos de cabezas humanas, cabezas de hombres, mujeres y niños. Los mexicas colocaban cientos de varas entre los postes, cientos de cráneos sangrantes en honor a Huitzilopochtli, su dios de la guerra. Varios cronistas de indias lo recogen en sus escritos. Bernardino de Sahagún aseguraba incluso que Tenochtitlán contaba con siete. Aunque este, el del número 24 de la calle Guatemala, es el Huey Tzompantli, el principal, el más grande, el que nacía en las faldas del Templo Mayor.
A mediados del siglo XVI, el conquistador extremeño Andrés de Tapia publicó Relación de algunas cosas de las que acaecieron al Muy Ilustre Señor Don Hernando Cortés. Sus páginas recogen la descripción más detallada del gran tzompantli, en los meses previos a la conquista: «[Había] sesenta o setenta vigas muy altas, hincadas (…) puestas sobre un teatro grande hecho de cal e piedra, e por las gradas de él muchas cabezas de muertos pegadas con cal, e los dientes hacia fuera. Estaba de un cabo e de otro de estas vigas, dos torres hechas de cal e de cabezas de muertos, (…) las vigas [estaban] apartadas una de otra poco menos que una vara de medir, e desde lo alto de ellas hasta abajo, [había] puestos palos cuan espesos cabían, e en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por las sienes (…) multiplicando a cinco cabezas cada palo (…) hallamos haber ciento treinta y seis mil cabezas».
Raul Barrera, director del Proyecto de Arqueología Urbana del Instituto Nacional de Antropología e Historia, INAH, decía hace unos meses que el cálculo de Andrés de Tapia era ciertamente «exagerado: Desconocemos de dónde viene este error de cálculo».
Según la cuenta de los arqueólogos, el «teatro grande» era un escenario de unos 35 metros de largo. Y quizá había otro algo menor encima, formándose unas gradas. Las «vigas» tenían un diámetro de entre 25 y 30 centímetros, aunque se ignora su altura. Había varias filas de vigas, una detrás de otra. Cada viga distaba más o menos un metro de la siguiente. El resto, cabezas.
Ni Barrera, ni Lorena Vázquez, su segunda en este proyecto, ni López Luján, se atreven a dar una cifra total de cráneos, aunque sea aproximada. Ante preguntas así, totales, responden que lo más importante es que se ha encontrado, por fin, el Huey Tzompantli.
Los arqueólgos se centran ahora en una cuestión sorprendente, apasionante. Teóricamente, en los tzompantlis se exhibían las cabezas de los guerreros sacrificados. Pero, ¿y las mujeres, y los niños? De los 450 cráneos observados, «el 70% son de hombres, el 20% de mujeres y el 10% restante de niños», explica el arqueólogo. Barrera asume que «en el mundo prehispánico también había mujeres guerreras». Pero, ¿y los niños? «Es una pregunta que no podemos responder de momento»
– La presencia de cráneos de niños, ¿podría cambiar la forma en que se entiende el sacrificio humano en el mundo mexica?
– Por supuesto
El chocolate belga y los panes de Michoacán
Agustín Otegui es un hombre alto, flaco y cano, de maneras algo medrosas al principio -se agarra los hombros, se busca el bolsillo-, aunque dicharachero cuando pasa el rato. La semana pasada miraba con curiosidad las obras de su casa, el piso levantado, los cascotes, puntales reforzando tabiques por todos lados.
«Sabíamos que algo habría», decía Otegui, «pero no esto». Se refiere a la torre de cráneos que hallaron en su sótano, el número 24 de la calle Guatemala, el extremo noroeste del Huey Tzompantli, que probablemente cruza la calle y alcanza el subsuelo del atrio de la catedral. Probablemente, porque no está claro hasta dónde llega; porque nadie se plantea tirar parte de la catedral para comprobar que debajo hay otra torre de cráneos. La del sótano de Otegui es una de las dos torres que menciona Andrés de Tapia, una en el límite norte del tzompantli y otra en el sur, la del atrio. Raul Barrera cuenta que los cráneos que iban sacando del tzompantli, probablemente los colocaban en esas torres.
Otegui es uno de los dos dueños de la casa desde hace cuatro años. En 2013, él y su socio, Eddy Van Velle, se hicieron con ella. Van Velle es un empresario belga con cierta tendencia al coleccionismo. Cuando era pequeño, él y su padre, anticuario aficionado, juntaron todas sus lámparas y armaron un museo en Brujas, en el norte de Bélgica. Poco después inauguraron otro, esta vez de chocolate. Luego hicieron lo propio en París, Praga y finalmente, hace cuatro años, su primer museo del chocolate en México, en el sur, en Yucatán. Van Belle gestiona además un museo sobre las papas fritas.
Otegui maneja una cadena de panaderías en Michoacán. «Mi abuelo», dice orgulloso, «fue uno de los primeros molineros de este país».
Su relación con Van Belle viene de lejos, hace ya casi 40 años. El belga preside el grupo Puratos, productor a nivel mundial de ingredientes para el sector pastelero. En 1978, Otegui fue su puerta de entrada a México. Poco tiempo después inauguraron su primera manufactura.
El museo del chocolate de Uxmal, en Yucatán, fue el primero de ambos en México. El del 24 de la calle Guatemala debería ser el tercero. Hace unos años, Van Velle y Otegui tuvieron problemas con el INAH a cuentas del segundo. En octubre de 2013, el INAH anunciaba que pensaba sancionar a su empresa por empezar las obras sin permiso. Ocurrió en Chichen Itzá, junto a uno de los conjuntos de pirámides más conocidos del mundo. Según un funcionario de la institución, Choco Story Chichen había puesto en peligro varios elementos arquitectónicos. Otegui y Van Belle tuvieron que parar la obra.
Ante una noticia como la anterior, parece necesario cuestionar la idoneidad de ambos para manejar las obras de un museo, justo encima de uno de los descubrimientos arqueológicos del año en México. Otegui dice: «Le explicamos al nuevo director del INAH y le hicimos unas nuevas propuestas. Las están estudiando, a ver si podemos reabrir [las obras]. Al final no hubo una multa ni nada, lo que tenemos es una suspensión».
Hace unos meses, Raúl Barrera explicaba que en este caso está todo en orden. Los empresarios compraron el inmueble y contactaron al INAH. En una casa así, tan cercana al Templo Mayor, los particulares tienen la obligación de contactar al instituto. Los arqueólogos van, exploran y determinan. Si hay algo -siempre hay algo- se ponen a trabajar. Todos los gastos corren a cargo de los propietarios, en este caso Otegui y Van Belle. Todos: la compra del inmueble, su restauración, el proyecto arqueológico para recuperar el tzompantli y las obras necesarias para armar un pequeño museo. Un centro que además será gratuito.
Cuestionado sobre el desembolso, el señor Otegui prefirió guardar silencio. Dijo que Van Belle es un enamorado del cacao, y que dentro de poco vendrá personalmente a México a visitar sus plantaciones en Yucatán. «Es un cacao el que tenemos», comentaba, «realmente especial. Parece así, -color- cafetito, pero sabe puro, puro».
– Oiga, hay algún arqueólogo al que le hace gracia que ustedes vayan a vender calaveras de chocolate, el día de muertos, encima del gran tzompantli ¿usted qué piensa?
Otegui se reía.
No se sabe cuánto abrirá el museo de Guatemala 24. Raúl Barrera no se atrevía a ofrecer un pronóstico esta semana. ¿Años? Quién sabe. «El día 30 [de junio] acabó la segunda temporada de excavación, ahora tenemos que estudiar todo lo que hemos sacado». Igual, lo suyo es la arqueología y cuando él acabe, empezará la remodelación del edificio y la construcción del museo. Otegui asume que no será antes de dos años.
Frida Kahlo regresa a casa, y lo hará el día de su cumpleaños número 110, cuando tras un largo y exitoso recorrido por el mundo, la obra de la célebre pintora mexicana será exhibida nuevamente en México.
El jueves 6 se inaugura la muestra «Me pinto a mí misma», en el Museo Dolores Olmedo, localizado en el sur de la capital mexicana.
La exhibición, que reúne 36 obras, incluidos retratos, autorretratos, dibujos y fotografías, plasma minuciosamente el proceso que vivió Kahlo (1907-1954) para convertirse en un referente en el mundo del arte a través de la expresión de su mundo interior.
«Pensamos que en esta ocasión debíamos presentar (la obra de Kahlo) con una museografía y un discurso distinto, así que tomamos una frase que ella dijo: ‘me pinto a mí misma porque soy lo que mejor conozco’«, declaró el martes a la AFP Josefina García, directora de Colecciones del Museo Dolores Olmedo.
«Consideramos que era un buen propósito mostrarle a la gente cómo ella, a lo largo de su vida, fue construyendo esta imagen, no sólo como persona y personaje sino también cómo fue desarrollando su obra plástica», agregó García, quien también es curadora de la muestra.
Esta exhibición se presentará durante tres meses luego de que algunas de las piezas que la conforman fueron exhibidas en el Museo de Fabergé de San Petersburgo (Rusia), el Centro de Artes de Seúl, y el Museo Dalí, en Florida, Estados Unidos.
Kahlo «ha traspasado las fronteras y su obra se pelea las exposiciones con artistas de la talla de Salvador Dalí, Pablo Picasso o Vincent van Gogh, que son exposiciones muy exitosas, y que, en el caso del arte mexicano, solamente (la de Kahlo) se ha podido comparar con muestras de arte prehispánico», dijo en rueda de prensa Carlos Phillips Olmedo, director del museo.
El directivo destacó que elMuseo Dolores Olmedo ya trabaja con diferentes instituciones en Italia, Rusia, Japón, China, Australia, Singapur y Uruguay, que han solicitado llevar la obra de Kahlo, siendo el Museo de Cultura de Milán la primera sede que reciba la muestra en el primer trimestre de 2018.
Dos de las piezas más destacadas son un dibujo que la pintora obsequió a la actriz mexicana Dolores del Río, el reverso del óleo «Retrato de la Niña Virginia», que luego le permitió trazar en 1929 el boceto de «Autorretrato con aeroplano».
Esta última pieza, también conocida como «Tiempo vuela», alcanzó en mayo de 2000 el récord de la obra latinoamericana subastada a mayor precio por Sotheby’s tras superar los cinco millones de dólares.