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¿Cómo hacer que cambie lo que no me gusta, sin dañar a nadie?

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Por Carlos Padilla Esteban | Nov 07, 2017

Me gustaría saber comprender mejor a aquellos con los que no estoy de acuerdo. Aceptar ese punto de vista que no comparto

No sé bien qué puedo hacer para cambiar las cosas cuando algo no me gusta. No sé qué puedo construir cuando hay cosas que me gustaría cambiar.

Entonces me llegó este mensaje que me dio qué pensar: Piensa en positivo, siempre puedes cambiar algo. Claro. Algo siempre se puede cambiar. Aunque a veces me siento frustrado.

Quisiera cambiar muchas cosas que no me gustan del mundo en el que vivo. Cambiar estructuras, variar el cauce de las cosas. Juzgo lo que está bien y lo que está mal. Decido lo que debería desparecer y lo que podría quedarse.

Pero no siempre logro cambiar las cosas. Porque hay cosas que no dependen de mí. Deciden sin contar con mi voto. Actúan sin pedirme permiso. Se rompen las cosas sin que pueda evitarlo. Resulto herido y no soy yo el culpable. Y me parece injusto este mundo cambiante en el que me siento inseguro.

Me gustaría inventarme unas nuevas avenidas por las que circularan todos. Y establecer puentes que unieran corazones. Me duele alejarme de los que no piensan como yo. Y me veo levantando muros en lugar de puentes.

Me gustaría saber comprender mejor a aquellos con los que no estoy de acuerdo. Aceptar ese punto de vista que no comparto. Querer al que no piensa como yo. A veces es tan difícil amar al que no está de acuerdo con mis puntos de vista.

Yo mismo construyo barreras que me alejan de los que no piensan como yo. Me convierto en juez y en parte. No soy neutral ni objetivo. Me duelen cosas que a otros les alegran. Y quizá me alegran cosas que a otros les duelen.

Y aun así me siento llamado a tender puentes. A tocar las manos de los que se acercan. A abrazar sienta lo que sienta. Y a comprender a aquellos que no piensan como yo. Sin querer convencerlos de lo contrario.

Quiero ser capaz de ponerme en sus zapatos, vivir en su corazón aunque sea un instante. Comprender su historia, valorar sus sentimientos, hablar su lenguaje, ser capaz de mirarlos y comprender que su vida es maravillosa. Y amarlos en la diferencia.

Me da miedo caer en la amargura y el odio cuando no lo consigo. ¡Qué corto es ese paso que existe entre el amor y el odio! Solo sé que la comprensión nace de la aceptación del otro tal y como es. Sin querer cambiar su mirada. Sin querer estar de acuerdo con lo que piensa.

Creo que Jesús lo hizo así tantas veces. Lo tacharon de borracho y comilón por comer con cualquiera. Y no era un borracho, ni un comilón. Pensaron que era pecador al abrazar a los pecadores sin guardar su imagen. Y no cometió pecado.

Lo consideraron leproso por tocar a los leprosos. Y permaneció sano, curando la lepra. Lo acusaron de mujeriego por acoger con Él a las mujeres. Y las amó hasta el extremo. Dijeron que era pagano por vivir con pasión su vida en el mundo. Y al amar el mundo, lo salvó.

Pensaron que era de un grupo determinado por el simple hecho de abrazar sus vidas. Pero Él no pertenecía sólo a un grupo.

Es tan fácil juzgar mirando desde lejos. Es tan fácil caer en la tentación de pensar que dos personas son iguales por el mero hecho de quererse y caminar juntas.

Tal vez a mí mismo me surge la duda. Y me da miedo acercarme a los que no piensan como yo por el qué dirán de los que me miran. Quizás me importa demasiado lo que piensan de mí. Y me da miedo que el mundo juzgue mis intenciones.

Por eso construyo barreras, diques. Levanto murallas para que no me confundan con el que no es como yo. Juzgo y condeno. Separo y me alejo. Me gustaría ser capaz de comprender sin tener que estar de acuerdo.

Por eso hoy lo decido: Pienso en positivo. Me concentro. Pienso mirando la belleza guardada debajo del barro. Y logro ver ese mar escondido bajo las rocas del desierto. La belleza de la figura escondida dentro de la piedra.

Veo, no sé si lo consigo siempre, unos paisajes preciosos que casi yo mismo me invento. O son reales. No lo sé. Ocultos en medio de oscuridades que turban a tantos. Decido pensar en positivo y de repente algo está ya cambiando dentro de mi alma. Al menos dentro de mí nace una luz súbitamente.

Comenta Miriam Subirana: Nadie crea sus pensamientos ni sus sentimientos excepto usted mismo. La rabia no se vence con más rabia. Para llegar a perdonar plenamente debe ser consciente de lo que lleva dentro. Darse cuenta de lo que le está pasando es la base para iniciar cualquier cambio positivo. Cuando sienta rechazo, inseguridad, vergüenza, envidia, rabia, miedo, desaprobación, permítase aceptar lo que siente y afrontarlo.

Yo soy el que creo mis propias ideas y mis sentimientos. Surgen de mí, entre mis manos. Sé que si quiero puedo cambiarlos. Sé que puedo vivir en la muerte bajo la más negra noche si mi alma se turba. Y sé también que puedo levantarme lleno de luz por encima de las montañas si dejo de pensar que todo es malo.

Todo se teje dentro de mi alma. Todo depende de mi mirada. De mi forma de ver las cosas. En mis palabras y pensamientos más secretos se va configurando mi propio mundo. Y de ese mundo interior surge la fuerza para cambiar el mundo que me rodea. Desde lo más insignificante puede cambiar todo.

Decía el P. Kentenich: «¿Acaso no fue siempre así, que Dios eligió siempre lo pequeño antes que lo grande, para obrar grandes cosas a través de lo pequeño?»[1].

Sé que puedo hacerlo todo distinto. Comienzo en mi alma. No tengo que conformarme con las cosas tal como son ahora. Los grandes cambios suceden en lo secreto, en lo oculto de mi corazón. De lo más pequeño, surge lo más grande.

[1] J. Kentenich, Conferencias de Sion, 1965

Fuente: Aleteia

¿Eres de los que aman mucho, pero no saben amar bien?

Por Carlos Padilla Esteban  

Muchas personas aman mucho, pero no hacen felices a las personas amadas

Hoy Jesús también me pide que ame al prójimo como a mí mismo. Coloca a la misma altura el amor a Dios y el amor a mi prójimo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

El corazón no se puede dividir en dos partes. No puedo decir que amo mucho a Dios si luego no amo a los hombres. En el amor al prójimo se pone a prueba si amo a Dios.

El profeta lo resalta: No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, Yo los escucharé. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo. Si grita a mí, Yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.

Quiero aprender a amar al que sufre, al necesitado. Al forastero que busca hogar en mi tierra. Al maltratado y despreciado. A aquel al que nadie ama. Al que me exige amarlo. Al que no tiene nada que darme cuando yo lo amo.

Quiero amarlo con un amor inmenso. Con ese amor infinito de Dios que yo no poseo. Sé que el amor de Dios en mí me hace más capaz de amar. Ensancha mi corazón. Lo hace más grande.

Leo en Levítico 19,18No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Jesús responde con la ley. Con lo que los fariseos ya conocían muy bien.

Pienso en esa medida del amor y siento que me supera. Es verdad que Dios no me pide su misma medida para el amor. No me pide hoy que ame al enemigo. No me pide amar con un amor infinito.

Me propone algo aparentemente mucho más fácil. Amar a los hombres como yo me amo a mí mismo. No es imposible. Pero todo dependerá de cómo sea ese amor a mí mismo.

Me siento pequeño. Quisiera encontrar la manera de amarme bien a mí mismo. Muchas veces no me quiero tanto. Me amo mal. Y tal vez por eso amo mal a otros. Necesito aprender a amarme a mí mismo para poder amar bien.

El otro día leía un blog que llevaba este título: No me quieras mucho, quiéreme bien.

Y escuché una canción que decía lo mismo como estribillo: Yo no quiero que me quieras tantoyo sólo quiero que me quieras bien. Ya me cansé de tus falsas promesas. Sólo necesito que me hagas sentir bien.

Quiero aprender a amar bien. No quiero amar mucho, mejor quiero amar bien. Un amor que enaltezca. Un amor que surja de una autoestima sana. Quiero quererme en mi verdad para poder querer a los demás en su verdad. Amar bien en verdad y en justicia.

Sé que ese amor sana y libera. Ser amado por un amor así me hace más libre. Me hace reconocer mi verdad.

No es tan sencillo amar bien. Muchas personas aman mucho pero no hacen felices a las personas amadas. ¿Dónde está la clave? Un amor que no quiere poseer sino liberar. Un amor que no ama por obligación, sino con libertad. Porque no puedo amar por necesidad.

No quiero amores que me quiten la paz y la libertad: Quien nos ama ha de amarnos porque así lo decide y no porque no podría vivir por sí mismo sin amarnos, sumiso o porque se sienta incapaz, inferior, esclavo. En lugar de rey. Quien ama también ha de hacerlo libérrimamente. Seguiría sobreviviendo, existiendo, seguiría siendo valioso y teniendo autoestima, si no amara. Pero desea hacerlo voluntariamente. Poner al otro en el centro libre de su atención y su vida. Con lo que su vida se engrandece.

Un amor que no quiere cambiar a la persona amada. Un amor que no retiene. Un amor que no esclaviza. Un amor que no maltrata. ¡Qué fácil llegar a maltratar pretendiendo amar bien! Con palabras, con gestos, con silencios. A veces el maltrato viene por propia inseguridad, por complejos.

Intento amar bien al otro pero tantas veces sólo le doy el tiempo de mi aburrimiento, el tiempo que me sobra. Amo bien pero no admiro ni enaltezco a quien amo. Y cuando la admiración desaparece el amor languidece.

Un amor que no habla bien de aquel a quien ama no es un amor sano. Un amor que no respeta no es un amor sano. Es una pena cuando el exceso de confianza me hace resaltar con frecuencia los errores del prójimo y magnificar sus fallos. Tal vez es mi orgullo el que no me permite mirar con humildad a quien amo. No logro sacarle sonrisas. No consigo sostenerle en medio de la tormenta.

Quiero ser amado cuando esté cansado y con dolor. Cuando no triunfe y esté solo. Cuando los demás se olviden de mí. Quiero ser amado cuando todos me rechacen y desprecien. Quiero ser amado cuando yo mismo no consiga amarme bien.

El otro día leí algo verdadero: Quiéreme cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite. Mi amor al otro ha de sacar lo mejor de su interior. Con paciencia y respeto.

El otro día decía el tenista Rafa Nadal: Si todos nos exigiéramos más a nosotros mismos, en lugar de exigir tanto a los demás, el mundo iría mejor.

Es curioso. Muchas veces exijo perfección a otros mientras paso por alto con mucha paz mis propios defectos. Soy exigente con los demás en el cumplimiento de lo prometido. Pero conmigo me vuelvo indulgente. Siempre encuentro justificación.

Veo que mi parte es la más difícil. Mi camino el más árido. Me justifico. Con los demás soy inflexible. Critico y condeno fácilmente a todos.

El P. Kentenich hablaba de dos grados del amor. Por un lado el amor primitivo: ¿Y en qué consiste entonces el amor primitivo? En que yo amo a mis padres y a Dios, por amor a mí mismo.

El amor a Dios también puede tener un grado tan bajo: Los maestros de espiritualidad llaman ‘amor de concupiscencia’ al grado más bajo del amor. En él amo a Dios a causa de mí mismo. Por el ejercicio de ese amor espero mi satisfacción o felicidad; o bien ser más fuerte, maduro y puro. Vale decir que, en primer lugar, aguardo algo para mí mismo.

Es muy común en mi vida este amor. Amo al otro por conveniencia, por amor a mí mismo. Porque me hace más feliz amar que odiar, amar que despreciar. Ese amor primitivo me lleva a preguntarme siempre si el otro me hace feliz, si se esfuerza en hacerme feliz de verdad, como decía la canción antes citada. Es la medida de su amor la que de verdad me importa.

Tal vez porque creo que siendo amado seré capaz yo de amar más después. No lo sé. Ese amor primitivo existe y es importante. Es el primer paso del amor. Es necesario. Es muy humano.

Pero es cierto que es autorreferente. El que ama así vive pensando en su propia felicidad. Es un amor que ha puesto la medida del amor en la propia necesidad. Necesito que me amen bien. Necesito que me hagan feliz. Necesito que me regalen todo lo que me atrae.

El amor de los novios tiene mucho de ese amor en un primer momento. Me caso para que me hagan feliz. Doy por su puesto que en ese intento haré yo feliz al otro. Pero el acento está puesto en mí. También es así el amor del hijo que quiere ser cuidado, valorado, enaltecido, protegido. Es el amor primero. El que recibimos en dosis pequeñas y grandes desde la cuna.

Pero luego, con el paso del tiempo, el amor tiene que madurar si quiere seguir existiendo. Cuando el amor madura se purifica de las tendencias egoístas. El amor primitivo que se busca se convierte en amor que se da con generosidad.

Continúa el P. Kentenich: Amor purificado no significa dejar de lado las causas segundas y decir: – ¡Señor mío y Dios mío! No; yo llevo conmigo a mi padre y a mi madre y los tendré conmigo incluso en la visión beatífica. La purificación del amor consiste en amar al objeto ante todo a causa de él mismo y no por amor a mí mismo.

Amo al otro por él mismo, por lo que vale, porque quiero su felicidad. Quiero que se sienta bien a mi lado. Quiero que sea mejor persona. Que saque lo mejor que hay en su interior.

Quiero un amor así porque es el que me libera, el que me enaltece. Un amor paciente y alegre que sabe sacar lo mejor de los demás. Un amor que perdona. Que vuelve a confiar después de haber sido defraudado. Un amor que me exige para sacar de mí todas las fuerzas. Un amor que me respeta en mi misterio y camina a mi lado sin meterme prisa. Este es el amor que siempre he deseado.

Fuente: Aleteia

¿Qué hacer cuando mi ego aumenta de tamaño?

Siento a veces que algo me sale bien y el corazón se alegra. Me enaltecen y me enaltezco. Me siento valorado y querido. Crece mi orgullo y mi autoestima está en paz.

Pero hoy escucho: Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Y veo el peligro que corro subido en lo alto de mi pedestal. Me siento tomado en cuenta. Mi orgullo crece por momentos. Creo que me merezco el aplauso y el reconocimiento. Los primeros puestos, los mejores trajes. Y me crezco. Me creo mejor que otros. Mejor que todos. Nadie me supera.

Pero sé que yo no quiero en realidad ocupar los primeros puestos. Aunque a veces lo busco. Y no quiero que me admiren y me alaben, por lo que hago y por lo que no hago. Pero a veces como sacerdote corro ese peligro, y el ego aumenta de tamaño.

Decía el P. Kentenich hablando a sacerdotes: Hagamos en este punto una rápida meditación sobre el orgullo que llevamos a cuesta nosotros los sacerdotes, sin darnos cuenta cabal de ello. Repasemos la pedantería en que a veces incurrimos en la pastoral y en nuestro abordaje y tratamiento de las faltas y pecados del prójimo. En esa tarea caemos fácilmente en la tentación de ser soberbios. Cuanto más se trabaja sobre las faltas ajenas y se las combate, tanto más probable es nuestra caída en actitudes de soberbia. Reflexionemos sobre tales y cuales éxitos en nuestra labor; examinemos, en resumen, todas las oportunidades que tenemos de alimentar y cebar nuestro orgullo [1].

Me siento bien conmigo mismo en medio de mi orgullo. Jesús disminuye, yo crezco. Me pongo en el centro. O me ponen en el centro. Jesús a un lado. Ya no sé cuándo empezó todo. Y de repente me creo alguien.

Sé que sólo Jesús me salva y yo me creo salvando vidas. Jugando a salvador. A Mesías. Llego a pensar que soy más que otros, que los que me precedieron en el cargo. Que tantos otros sacerdotes. Conmigo empieza todo.

Es todo tan irreal. Enaltecido dejo de ver a Jesús en la cruz. Dejo de ver tantas vidas que viven con gran esfuerzo por salir adelante.

Yo soy un privilegiado. Y aun así a veces me quejo. Que si tengo muchas cosas, que si no me valoran lo suficiente, que si tengo que viajar mucho.

Y pienso en tantos a los que nadie valora en su trabajo. A los que nadie enaltece en casa. Y cargan con la frustración muy dentro del alma. Porque no se sienten valorados. Y yo me afano por ser enaltecido.

Me da miedo aburguesarme. Lejos del mundo. En lo alto de un pedestal. Lejos de los que sufren. Enaltecido y lejos de todos. Demasiado distante y poderoso. Me da miedo la soledad del poder.

No quiero ser así. No quiero vivir enaltecido. Pero a veces caigo en ello, lo busco. Quiero pensar mejor en enaltecer a otros, en lugar de ser yo enaltecido. Quiero que otros sean los que destaquen y ser yo quien mengüe.

No es tan fácil. Me busco a mí mismo. Me llaman padre. Me colocan en el centro por el mero hecho de ser sacerdote. Y eso parece bastarme. Puedo llegar a pensar que los primeros puestos son para mí. No los rechazo.

Me gustan los halagos. Me siento en casa cuando soy alabado. Busco estar en el centro. Es difícil seguir a Jesús desde el poder, desde la fama. Es más fácil encontrarlo en los fracasos, en las caídas. Allí donde lo único que me queda es implorar la misericordia.

J. Kentenich, Niños ante Dios

El riesgo de enamorarse de las ideas

Wavebreakmedia – Shutterstock

Cuando el debate se simplifica la sociedad se divide en «buenos» y «malos»

Letica Soberón, psicóloga mexicana, doctora en Ciencias Sociales por la Pontificia Universidad Gregoriana y Cofundadora del Innovation Center for Collaborative Intelligence, explica que es nuestra manera de ver el mundo la que nos permite afrontar el día a día y “actuar de manera coherente”. Pero en este día a día, muchas veces se demoniza al otro, y se hacen pasar las ideologías por delante de las personas.

“El ser humano tiene muchas maneras de construirse ideas sobre la perfección y de luchar para adecuarse en todo lo posible a esa construcción mental. De hecho no hay casi nadie que no tenga una imagen de la perfección a la que aspira, tanto individual como colectivamente”, explica esta doctora, que ha estado dos décadas en la Santa Sede trabajando en asuntos de comunicación.

Para Soberón Mainero, “el riesgo que siempre podemos correr es el de «enamorarnos» de esas ideas y convertirlas en el único criterio al que todo el mundo debería aspirar. Podemos llegar a estar tan convencidos de que todo debería ser como pensamos, que padezcamos una disconformidad creciente con la realidad propia y la de los demás”.

Esto todavía puede considerarse, a pesar de sus riesgos, “una situación frecuente que aboca a la persona en una fricción interminable con la realidad”, y un “descontento profundo” que no termina de desaparecer hasta que es capaz de cuestionar –al menos un poco– las propias ideas e incorporar nuevos elementos a su pensamiento.

Pero no es fácil hacerlo. Nuestro modo de ver el mundo nos permite afrontar el día a día y actuar de manera coherente. Por eso –explica- cuanto más simplista y «en blanco y negro» sea nuestro sistema ideológico y de creencias, más fácil será asumirlo y más difícil ser críticos con él.

“Las creencias y las ideologías pueden radicalizarse tanto en la cabeza y el corazón de las personas, que se conviertan en fanatismo”. Esa manera apasionada, acrítica y primaria de adherirse a unas afirmaciones que nos permiten colocarnos en situación de juzgar como inadecuados a todos aquellos que no las comparten.

Dice José Lázaro en su libro La violencia de los fanáticos (Triacastela 2014) que no hay actos más mortíferos que los cometidos por personas que tienen unas creencias fanatizadas, porque convierte sus propias ideas en un paradigma que debe ser seguido por todo el mundo.

Así pues, no se asesina a unas pocas personas –como en los crímenes pasionales–, sino se aniquila a todo aquél que no piense como el fanático. Hay innumerables ejemplos históricos dramáticos en el siglo xx, pero presentes en toda la historia, que nos alertan de su peligro.

Soberón cree que “los fanatismos son una manera de escapar a los límites propios” y de la propia «tribu», sea ésta cual sea. También se convierten en una fuente de perfección obligatoria: «O eres como yo y piensas lo que yo, o no mereces vivir.»

La simplificación del mundo es la que hace que se divida en término de buenos y malos.

El núcleo de la construcción del enemigo es la deshumanización: el otro es un ser anónimo, sin rostro y sin individualidad. Sólo una amenaza. En su forma más extrema, ésta es la lógica terrorista.

Citando al psiquiatra Enrique Baca, se hace “construyendo sistemáticamente al enemigo”. Y se hace así:

  • Los líderes políticos o los líderes de opinión insisten sobre las grandes diferencias entre el propio grupo y el del adversario. – Se describe al adversario como una amenaza para la propia familia, modo de vida, hijos, patria, etc. Esa amenaza está personificada en cualquier miembro de ese grupo, por lo cual se apoya sobre el prejuicio, la generalización y la etiqueta.

  • Se hace ver al propio grupo como víctima de esa amenaza. – Se generalizan los calificativos hacia el otro grupo, se deshumaniza progresivamente al adversario y se le convierte en enemigo; cada vez tiene menos rango de persona y más de caricatura, la etiqueta de bestia salvaje. – Entonces ya no es sujeto de diálogo: debe ser destruido. La lógica de la perfección obligatoria para todos termina siendo obviamente una fuente de sufrimiento, violencia y disgregación social: no todos los seres humanos están obligados a buscar la perfección de la misma manera y es cruel imponer un solo paradigma, fuera del cual se dice que no hay vida digna de ser llamada humana.

Soberón compartió estas ideas en el marco del Ámbito Maria Corral

La importancia de importar

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Importar en México

Por Rodrigo Armando Guerrero

El cuento de la Economía

noviembre de 2017

El consumo es el arma más importante en una economía, y en la economía mundial, el consumo externo lo es aún más. Esto quiere decir que si como economía consumen tus productos no sólo a nivel nacional, sino también a nivel internacional, es que estás haciendo las cosas bien, al menos económicamente hablando, dicha acción traerá consigo un superávit en la balanza comercial y aumento en el ingreso proveniente del exterior, lo que puede traducirse en mayor inversión y/o en ahorro y, por ende, un crecimiento económico, y si ese crecimiento va acompañado de una repartición equitativa de los ingresos, salarios bien pagados, políticas públicas sanas, podríamos hablar hasta de desarrollo económico. Tan difícil no se lee. Sin embargo, el papel cambia cuando no se producen las cosas a nivel nacional y se recurre al comercio internacional para satisfacer esa demanda, debe importarse dicho producto; se provoca un déficit comercial, aumenta la dependencia hacia el exterior. Y, claro, pasa todo lo que se está viviendo en México actualmente, gran perdedor del TLCAN.

Teóricamente algo estamos haciendo mal, nos debe importar más lo que estamos importando, debemos reorientar la esfera nacional y tener la capacidad de producir y consumir las necesidades básicas; los productos y servicios que realmente no tenemos la capacidad instalada para realizar, debemos importarlos pero bajo las mejores tarifas que beneficien al consumidor y no que se basen exclusivamente en la ganancia del oferente.

Desafortunadamente, la economía real no funciona así, son las personas las que deciden bajo qué esquemas se firman acuerdos comerciales o se salen de ellos; tal es el caso actual de la “renegociación” o “salida anunciada” de Estados Unidos del TLCAN. El discurso ha cambiado constantemente en ese sentido, la idea oficial era que renegociaría para el beneficio de los tres países y ahora se lee entre líneas que no pasaría nada si se sale el vecino del norte del acuerdo. Ya hasta se están viendo otras opciones (diversificación del comercio, le llaman); pero la solución al problema no va por ahí, no se trata de dejarle de importar a Estados Unidos y ahora importarle a China lo que no podemos producir, sino de producirlo nosotros mismos, y bajo ese esquema ver si le damos la importancia que se merece a lo que importamos.

Uno como consumidor (informado) compara precios y toma decisiones de conformidad a la restricción de ingresos que tenemos, pero no es así a nivel nacional, tal pareciera que estamos supeditados al capricho y a las decisiones viscerales de un gobernante. El papel del canciller mexicano denota que no sabe nada de relaciones internacionales, porque ha cambiado su discurso en cuanto a la importancia del TLCAN para México.

El TLCAN nunca tuvo la intención de conformar una gran área comercial entre los tres países, no pasó de decisiones comerciales; impensable tocar puntos como la libre movilidad de los factores (mano de obra), eso tal vez hubiese hecho más competitivo el salario en México, y no tener su “plan b” de reforma laboral (salarios bajos) que sustentan la entrada de capitales. El TLCAN no trajo integración económica, como dice la teoría en los pasos a seguir en el comercio exterior y su integración económica.

No podemos seguir en espera de lo que quieran hacer o no los otros países para participar en el comercio exterior, debemos tener un esquema de producción nacional, de conformidad a los insumos que se generar internamente y la mano de obra que se necesita; y ya después realmente conocer lo que nos saldría más barato importar que producir, eso es lo que dice la teoría que debemos hacer y que no estamos haciendo. Caso concreto es la gasolina, “producimos” una gasolina que es por demás barata en otros lados, pero tiene tintes políticos la venta y por ende muchos beneficios que no son en ese esquema en el que se maneja.

El comercio debe favorecernos a consumir lo que necesitamos y que no producimos o producimos a mayor precio, pero no dice que debemos consumir casi todo del exterior, sin embargo, es algo que se está haciendo como algo ya muy común. No podemos seguir interpretando a contentillo lo que dice la teoría, debemos realmente o dejarla funcionar (eso jamás ha pasado) en el mercado, o que realmente nos importe lo que estamos importando.

Es lamentable que la idea de intervenir en la economía no se da en favor de la sociedad, sino en unos cuantos (que en la pirámide del ingreso, sean los que tienen mayor porcentaje sobre el mismo); hablamos de unas cuantas familias que lo concentran, y en temas políticos seguimos con la tradición de los grandes caciques que delegan el poder de generación en generación. Por eso debería ser importante, que los puestos de elección pública fueran de personas realmente preparadas y sin opción de ocupar más de una vez el puesto o uno similar.

El contenido presentado en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor 

Cinco amigos argentinos víctimas del terror en Nueva York

El día en que el terrorismo atacó la sagrada amistad

Creer que el terrorismo es un fenómeno que sólo afecta Europa o Estados Unidos, además de algunas capitales africanas en situación de guerra, es un error garrafal. No tan solo porque puede haber atentados en cualquier parte del mundo, y los hay, sino porque como blanco el terrorista no busca nacionalidades, busca el horror y el terror en sí mismo. Las nuevas víctimas latinoamericanas de Estado Islámico constatan esa grave realidad.

Nuevamente, como en París, como en Barcelona, se cuentan latinoamericanos entre las víctimas de la irracionalidad asesina de las milicias solitarias de Estado Islámico. Porque entre las víctimas mortales del atentado de Nueva York había cinco amigos argentinos, cinco compañeros de colegio de Rosario que celebraban, con otros amigos más, su trigésimo aniversario de graduación del Instituto Politécnico de Rosario. Celebraban la vigencia de un vínculo indeleble, celebraban la amistad para toda la vida.

El grupo de diez amigos estaba de vacaciones en Nueva York y cumplía una promesa de larga data, visitando además a un miembro del grupo que residía en Bostón. Para que todos puedan viajar, como pasa entre los amigos, hubo entre ellos algunos que pudieron financiar el viaje de otros. Imposible pensar que el dolor teñiría tan ansiado proyecto.

El periodista estadounidense Brian Winter escribió ayer para Americas Quarterly que el encontrar entre las víctimas a un grupo de amigos argentinos le recordó su tiempo en el país sudamericano. Él había llegado a la Argentina a los 22 años, con la idea de sobrevivir como periodista. Y al poco tiempo, las dificultades propias de cualquier migrante y del país en aquel momento, lo enfrentaron ante la posibilidad volver a casa. Pero lo detenían dos cosas: las clases de tango, y una docena de amigos de Temperley que conoció en aquella época, que se conocían entre sí desde los tiempos del secundario, y que semanalmente se juntaban a comer asados y salir hasta bien tarde. En el artículo titulado “These Guys Were Argentina at its Best (Estos muchachos eran Argentina con lo mejor de ella”), Winter concluye:

“Viví en varios países de América Latina estos años, y los vínculos sociales son cercanos en ellos también. Pero, insisto, hay algo especial de la Argentina. Tanto ha ido mal en el país estos años: la brutal dictadura militar de los 70, la hiperinflación de los 80, la crisis de 2001 que pude experimentar en persona. ¿Por qué todos no abandonaron su país? Bueno, muchos lo hicieron. Pero los que se quedaron te van a decir que lo hicieron por los vínculos- familia, sí, pero también sus amigos del Colegio y la Universidad. El talento nacional para la camaradería para toda la vida es Argentina con lo mejor de ella. Verlo ahora en el epicentro de una tragedia internacional, en la ciudad en la que vivo, lo siento… Simplemente me rompe el corazón”.

Entre los actuales alumnos del Instituto Politécnico de Rosario se encuentra la hija de una de las víctimas. Autoridades del colegio lo confirmaron al diario La Nación, y resaltaron que Lina, tal como se llama, cuenta con el apoyo de sus compañeros en este difícil momento, y que incluso, aún en el dolor de estas horas, hasta se acercó al colegio.

Las amistades duraderas forjadas desde los primeros años están siempre entrenadas para acompañar los momentos de mayor dolor…

Ecos de la tragedia

La ciudad de Rosario, y la Argentina en general, está de luto por la conmovedora tragedia. El Arzobispo de Rosario monseñor Eduardo Martín, envió un comunicado expresando su “su pesar y su solidaridad en la oración, para que el Señor Jesús, consuelo y fortaleza del creyente, los conduzca a la alegría de la felicidad eterna y otorgue a sus familiares y amigos el don de la esperanza que reconforta en los momentos más difíciles”.

El Presidente Mauricio Macri visitará la ciudad de Nueva York en sus próximos días e incluirá en su agenda un homenaje a estos amigos, que habían viajado a Estados Unidos, para celebrar su amistad. La amistad.

Fuente: Aleteia

No dejes a la economía decidir sobre tu matrimonio

Stock ASSO – Shutterstock

Miren su alrededor con perspectiva, valoren lo que de verdad importa y afronten la crisis económica como una oportunidad

Una crisis económica debe servir a nuestro matrimonio para consolidar nuestro amor y crecer en virtudes porque vaya que se necesita de accionar varias de ellas para salir adelante.

No vamos a negar que pasar por una crisis económica en el matrimonio es de los retos más difíciles a los que una pareja se puede enfrentar. Seamos realista. Eso de que “contigo pan y cebolla”... ¿O será que a mí me gusta el pan untando con mermelada y crema de cacahuate y la cebolla caramelizada… y para eso se necesita lana (dinerito)?

Tampoco es verdad el otro extremo de que “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana”, porque si ese fuera el caso, entonces,  ¿qué amor tan barato y mal fundamentado había entre nosotros?

No es posible que pueda más el miedo y el egoísmo que el amor. En fin… De todo se ve en la viña del Señor y desafortunadamente el índice de divorcios sigue subiendo a raíz de este tipo de vicisitudes.

Liz y Julio son un matrimonio de 25 años al que tuve la fortuna de asesorar hace algunos años. ¡Ya se imaginarán la cantidad de crisis de todo tipo y estilos por las que han pasado!

De hecho, cuando llegaron a mi consulta fue porque querían renovar y salvar su matrimonio. Habían estado separados algún tiempo y querían comenzar su relación de cero.

No me meteré en tantos detalles de su vida matrimonial. Me limitaré a que nos compartan una crisis matrimonial -a raíz de una económica- por la que pasaron porque la forma en que ambos eligieron afrontarla, después de tocar fondo, me pareció digna de hacerlo.

La manera en que Liz elige reflexionar y poner en perspectiva lo que verdaderamente tiene mérito e importancia en su vida es simplemente maravilloso y hoy en día pocas son las personas que se detienen a considerar y valorar esos detalles.

Hay una cantidad de enseñanzas y aprendizajes dignos de ser imitados Sé que su experiencia nos servirá a muchos.

Esta es la historia de Liz contada por ella misma:

Julio, mi marido, es un hombre al que honestamente me cuesta mucho encontrarle defectos, de esos que para mí sean de peso. Claro que no es perfecto, pero casi. Es un hombre íntegro, intachable y de negocios al que a veces pienso le falta malicia porque confía mucho en los demás. Él pone su ética y la compasión por sus semejantes antes que su beneficio personal y eso, entre otras actitudes, no le ha dejado avanzar económicamente tanto como ambos quisiéramos porque sus valores morales y virtudes humanas se contraponen al mundo consumista, hedonista y egoísta que hoy vivimos.
Nunca nos ha faltado nada porque trabaja y se esfuerza muchísimo.
Yo me considero ser una esposa normal, un ama de casa como hay tantas. Trabajo desde mi casa, gano buen dinero y de esa forma apoyo a la economía del hogar.
He sido de las afortunadas que pocas veces ha tenido que salir a la calle a trabajar por necesidad. Claro que cuando lo tuve que hacer, lo hice y punto.
El tema del dinero y las finanzas ha sido el talón de Aquiles en nuestro matrimonio. Confieso que era yo la que no sabía escuchar a mi esposo cuando quería hablarme del tema porque necesitaba hacerme saber cómo estaban las finanzas del hogar.
Me cerraba y me llenaba de miedo. Me bloqueaba y hasta de pleito terminábamos. Hasta que ambos decidimos que yo no sabría nada del asunto y que él se encargaría de resolver esa área del hogar. Muy mal hecho de mi parte haberle dejado esa carga solo a él.
Julio tenía muy buen trabajo donde ganaba muy bien. Nuestro matrimonio marchaba viento en popa. Un día cualquiera recibo la llamada de mi mamá para decirme que estaba repartiéndonos su herencia en vida y que a cada hijo nos tocaría una suma muy fuerte de dinero.
Yo no podría creer lo que estaba escuchando. Fue como una bocanada de aire fresco. Como buena mujer, mi imaginación comenzó a correr a hacer planes futuros para mi esposo e hijos. De inmediato me comuniqué con Julio para darle la súper noticia. A nadie más que a mi esposo le podía confiar la custodia y buen uso de tal cantidad de dinero.
Lo puse todo en sus manos. Él se encargaba de manejarlo, de invertirlo y de hacerlo rendir. Fueron unos años en que vivimos bien, digamos que igual que siempre, pero sin el estrés mensual de antes por las cuentas que había que pagar.
Nunca hemos sido ostentosos y la vida aburguesada jamás nos ha llamado la atención. Al contrario, el vivir desahogados y el tener un poco más de acceso a “cash” nos permitió ayudar económicamente aún a más personas menos afortunadas. De verdad, todo parecía un sueño. Yo experimenté la misma tranquilidad que cuando vivía cuando soltera y que mis papás me solucionaban todo.
Tiempo después comencé a sentir a Julio muy, pero muy estresado. Cada vez que le pedía dinero no me lo negaba, pero notaba algo en su actitud y rostro. Hasta que yo me animé a hacerle la gran pregunta: “¿Estamos en problemas financieros?”
Ya saben la respuesta… Debido a sus no tan acertadas decisiones de inversión y demás en unos cuantos años perdimos todo, hasta nuestra casa. Simplemente yo no daba crédito a lo que nos estaba pasando. De mediocre y fracasado no le bajé un pelo. Él me soportaba las ofensas y solo me pedía perdón. Lo insulté hasta que me cansé.
De verdad, hasta yo misma me desconocía. Había momentos en que me sentaba a reflexionar y a tratar de entender porqué estaba yo reaccionando así si de verdad el dinero nunca ha sido un motor en mi vida, mucho menos mi dios. Sentía una rabia que entraba por mi pecho y que se apoderaba de mí.
Una furia que me empujaba a insultar a mi esposo, a decirle que era un malogrado, bueno para nada y que me sentía terriblemente desilusionada de él. Que había sido una estúpida en confiarle todo “mi dinero” a un bueno para nada como él. De verdad que no parecía que fuera yo la que escupía tanta barbaridad.
La ira se apoderaba de mí. Lo humillé hasta que me cansé. Cada vez que le veía llorar, en vez de sentir compasión por él me llenaba de aún más rabia y ardía en mí el deseo de patearlo. Lejos de decirle palabras que lo tranquilizaran, me le quedaba viendo y con mi actitud soberbia le hacía ver que por “imbécil” le había pasado eso.
Estos episodios de furia infernal se los hice vivir a mi esposo varias veces. Cómo me arrepentía cuando volvía a la razón. Después del último dije ya no más, esto no es vida para nadie.
Julio me había pedido perdón desde el momento en que me dijo que estábamos quebrados y que fue mi primer episodio de locura. Ahí mismo y de corazón yo había elegido perdonarlo por lo que las otras escenas de ira habían estado de más. Si, es verdad, yo estaba sufriendo, pero mi esposo estaba sufriendo aún más porque traía el peso de todo.
Yo había perdido todo este dinero, pero estaba a nada de perder lo más importante, a mi marido porque su salud estaba cada día más deteriorada por el estrés que estaba pasando y al que yo le ponía más peso.
Esa tarde tomé mi auto y manejé hasta la Iglesia cerca de mi casa, bueno, de la que era mi casa. Entré… Ahí estaba el Santísimo esperándome para consolarme. Caí de rodillas delante de Dios y lo primero que hice fue suplicarle que me perdonara. Era un llanto ahogado el que tenía.
Me sentí tan mal porque había faltado a mis promesas matrimoniales: “en lo próspero y en lo adverso… amarte y respetarte siempre…” Le había faltado el respeto a Julio hasta el cansancio.
Ahí mismo pedí a Dios su ayuda para ser la esposa que Julio merecía tener, sobre todo en estos momentos tan difíciles para todos. Le pedí serenidad par aceptar nuestra realidad, la vida nos había cambiado radicalmente en cuestión económica. Le pedí que me diera el espíritu de desprendimiento para poner mi corazón solo en aquello que verdaderamente tiene valor. Le pedí fortaleza para seguir siendo el báculo y el soporte que mi esposo necesitaba y para no volver a caer en la tentación de ofenderle. Le pedí sabiduría para que de mi boca salieran únicamente palabras de aliento y de certeza de mi amor hacia él. Le pedí prudencia para actuar como actuaría una mujer virtuosa en busca de la santidad. Le pedí que incrementara en mí la certeza de que Él estaba en control de todo y la capacidad de saberle ofrecer mi sufrimiento. Le pedí que incrementara en mi corazón mi capacidad de gratitud para darme cuenta de todas las bendiciones que había recibido y que muchas veces había dado por hecho. Y como Dios siempre escucha y nos da respuestas, muy pronto recibí las mías.
Días después tuvimos una junta con nuestros hijos para compartirles lo que estábamos pasando y hacerles saber sobre los cambios que debíamos hacer para enfrentar esta situación. Las muestras de amor, compasión, apoyo y empatía de ellos, -sobre todo, hacia su papá, fueron simplemente algo que no puedo describir.
De esos regalos que te hacen ver que algo hiciste bien para merecer tener unos hijos como ellos. Quizá como jóvenes que son esperábamos que reaccionaran de una forma distinta, quizá más hacia la rebeldía y a la no aceptación, pero no, fue todo lo contrario. El apoyo y el amor que nos mostraron fue incondicional.
Mi esposo con el rostro desencajado no se cansaba de pedirles perdón por estarles haciendo sufrir, por ser el causante de pasar por esta mala racha económica.
Hasta que uno de ellos lo interrumpió y le dijo: “Papá, tengo vivas en mi mente las palabras que años atrás me dijiste. Que a ti te han traicionado mucho las personas, tanto en los negocios como de manera personal, porque siempre has creído que en ellas hay buena voluntad. Y que a pesar de seguir recibiendo traiciones sigues eligiendo confiar. Y eso papá, además de tu ética e integridad, del ejemplo de vida que siempre nos has dado y del amor que tienes por Dios hace que yo te amé y admire aún más. Por eso papá, yo sigo tus pasos y no deseo otra cosa más que un día ser como tú”.
Las palabras de mi hijo me hicieron poner los pies sobre la tierra aún más. Que un hijo varón de 23 años le diga a su papá semejantes palabras es porque verdaderamente existe una gran admiración hacia un padre que ha sido ejemplar toda su vida.
Ahí estaba mi respuesta. ¡Qué más le podía pedir a la vida! Mis hijos tenían -y tienen- un ser virtuosísimo como padre. Tenía todo frente a mí y mi absurda soberbia y mi dolor me habían cegado para reconocer una vez más al maravilloso ser que tenía como esposo porque no solo era ejemplo de vida para ellos, también para mí.
Eso me hizo poner las cosas en perspectiva y verlas en su justo medio. Si, es cierto que mi esposo no es el más atinado para manejar las finanzas, pero que se compara ese defectillo a todo las cualidades y bondades que hay en él.
Caí en cuenta que ni juntando todas las malas inversiones, negociaciones o fracasos laborales y económicos que mi esposo haya tenido a lo largo de su vida se comparan a una sola de sus virtudes y cualidades.
Él me ha motivado a ser quien soy, me ayuda a sacar lo mejor de mí, me da lecciones de humildad y de perdón. Me trata como a una reina, me llena de cuidados, ternura, compresión. Vive pendiente de mí y de mis hijos y de que no nos falte absolutamente nada.
Que es todo este dinero comparado con tantrismo amor, con una vida llena de virtudes… ¡Nada! No hay ni comparación. El dinero eso solo eso, dinero, un bien temporal que debe servirnos para unirnos y no para separarnos.
Después de tanta reflexión renové mis promesas matrimoniales con él.
A toda crisis para que verdaderamente se convierta en oportunidad hay que hacerle frente de una forma virtuosa y no escondernos de ella por miedo.
Si vivimos con esperanza y hacemos lo que nos corresponde iremos hacia adelante con la certeza de que habrá solución y de que en algún momento tendrá término o caducidad, es decir, que no es para siempre.
Toda crisis trae consigo una gran enseñanza para nuestra vida. La mía fue corroborar que nuestro amor es sólido y que ni todo el oro del mundo se compara con un solo día junto a mi esposo.
Por último, como madre y mujer me congratulo por haber sabido elegir a ese hombre, a Julio, como compañero de vida, como mi camino de santificación y padre para mis hijos. En esta vida me he arrepentido de muchas cosas, pero sé que jamás lo haré de haberme casado con él y de haberles dado ese papá.

¿Con quién se casará mi hijo?

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Nuestros hijos generalmente elegirán como pareja a alguien como papá o mamá

Rezo por las que serán mis nueras -porque solo tengo hijo varones- desde que ellos estaban en mi vientre.

Por muchos años esa fue mi gran preocupación hasta que caí en cuenta que, en vez de preocuparme por eso, decidí ocuparme en ser un modelo a seguir para mis hijos porque ellos, cuando llegue el momento, elegirán como pareja a alguien muy parecido a mí.

¡Es fuerte, verdad? Pero así es. Nuestros hijos generalmente elegirán como pareja a alguien como papá o mamá.

Entonces, cambié mi enfoque: ¿De verdad me gustaría que mis hijos se casaran con una mujer como yo? En muchos aspectos, sí aunque preferiría que se casaran con alguien mucho mejor que yo.

Obviamente, lo ideal es tener este enfoque desde que ellos son pequeños. Sin embargo, nunca es demasiado tarde para comenzar a hacer cambios en positivo.

Si eres varón hazte la misma pregunta: ¿Me gustaría que mis hijas eligieran a un esposo como yo? Si tú respuesta es que sí, entonces felicidades. Sigue adelante y como dicen los jóvenes: “¡Vales chorros! ¡Nunca cambies!”.

Sin embargo, pienso que todos tenemos áreas de oportunidad, cosas en las que podemos ser aún mejores. Cada uno debe descubrirlas de manera responsable y sincera y, a continuación, hacer los cambios y ajustes necesarios para ser padres ejemplares de verdad y lograr que nuestros hijos elijan a su pareja desde la abundancia y no desde la carencia. Es decir, desde lo que sí hay y no buscando o pretendiendo que alguien más llene sus vacíos o les proporcionen lo que les falta.

Cuando nuestros hijos llegan a la edad casadera, los papás nos deshacemos en consejos: fíjate en eso, cuídate de aquello, etc.  Es aquí cuando digo que ya no es hora de palabrear, sino de invitarles a que observen y sean reflexivos, de invitarles a que nos vean y que fuera de juicio tomen de nuestro ejemplo todo aquello que de verdad les suma y lo que no, que lo desechen.

Este tipo de ejercicio de reflexión nos ayuda a todos, tanto a papás como a hijos, porque nos hace darnos cuenta de todo aquello que aún tenemos por mejorar.

Eso sí, los papás debemos estar listos y dispuestos para escuchar las áreas de oportunidad que nuestros hijos nos harán ver.

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Afortunada y a veces desafortunadamente, por muchas recomendaciones que les demos, ellos ya están educados con un patrón de conducta, con hábitos aprendidos, con inclinaciones y tendencias. Aprendieron de lo que es el amor, la vida en pareja y el matrimonio por cómo fue modelado en el hogar por nosotros, sus padres.

Ya para esa edad nuestros hijos -al igual que sucedió con nosotros- llevarán un cúmulo de heridas emocionales de las que ni siquiera son conscientes y generalmente elegirán pareja desde ellas. Me explico. De una forma involuntaria y entre otras cosas buscarán unirse a alguien que llene sus carencias afectivas. Es decir, elegirán pareja o buscarán el amor de acuerdo con todo eso que recibieron y que también les faltó en la infancia.

Por ejemplo. Si una persona recibió mucho amor y protección, pero lo que le faltó recibir fueron cuidados y motivación, cuando salga al mundo, en sus relaciones lo que de manera inconsciente irá diciendo es: “Yo te doy amor y protección a cambio de que tú me cuides y me motives”.

Esto quiere decir que la persona va buscando afuera lo que le falta, aquello de lo que es carente y con tal de recibirlo, ofrece a cambio lo que en su infancia sí recibió.

Por lo mismo, papás, nunca es tarde para mejorar.

Si eres una mamá y esposa que de continuo mangonea a su esposo, que eres controladora, posesiva o celosa, ¿te gustaría que el día de mañana la esposa tratara igual a tu hijo, que lo controlara y lo celara como tú lo haces con tu marido?

Si eres un papá y esposo machista y manipulador, insensible, mujeriego o violento, hazte la misma pregunta. ¿Te gustaría que tu hija se casara con un hombre como tú que de continuo le falta el respeto a su esposa con esa actitud soberbia y punitiva?

Y no hablo de karma ni de esas cosas en las que yo no creo, sino de sentido común. La gran mayoría preferimos lo conocido, aunque muchas veces lo conocido duela.

Por eso tanto, no hay que preocuparnos tanto de con quien se casarán y ocupémonos por formar seres íntegros y hacer hogares unidos, abundantes de amor, respeto y cariño.

Trabajemos en llevar una vida virtuosa, llena de valores y de todo eso que verdaderamente lleva a una persona hacia la plenitud. Formemos seres íntegros y emocionalmente sanos. Así será menos probable que se equivoquen con la pareja.

Y por supuesto, no dejemos de dejar de rezar por ellos y por quienes serán sus cónyuges.

Fuente:

Papa Francisco: “El mundo está de nuevo en guerra”

En el Día de Difuntos pide al Señor que la pare: “Nunca más, nunca más la guerra” y la calificó de “tragedia inútil”

En el Día de Difuntos (2 de noviembre) Papa Francisco celebró en el cementerio de Nettuno una misa por todas las víctimas de la guerra. En su intervención Francisco volvió a advertir que nos encontramos en “una nueva guerra a pedazos” y lanzó un grito al mundo: “¡Nunca más la guerra!”.

En la homilía de la misa celebrada esta tarde Papa Francisco improvisó unas palabras basadas en la esperanza, en las heridas humanas y la inutilidad de la guerra. En su intervención pidió oraciones por todos los difuntos, en especial “por los jóvenes caídos en la guerra y aquí enterrados”.

“Hoy el mundo está de nuevo en guerra y se prepara para ir de nuevo a la guerra”, explicó Papa Francisco pidiendo al Señor que pare esta contienda: “Nunca más, nunca más la guerra”, a la que calificó de “tragedia inútil”.

En sus palabras mostró como la esperanza en Dios es la única que nunca desilusiona y recordó que la guerra “es la destrucción de nosotros mismos”.  “Me viene a la mente, aquella anciana que mirando las ruinas de Hiroshima, con resignación sapiencial y con dolor, decía: ‘Los hombres hacen todo para declarar una guerra y, al final, se destruyen a si mismos”, afirmó el Papa.

Sobre las tumbas de muchos jóvenes muertos en la guerra Papa Francisco afirmó que las lágrimas de las familias de estos jóvenes derramadas son “lágrimas que hoy la Humanidad no debe olvidar”, “Los hombres pretenden crear una primavera y terminan en el invierno, en el reino del terror y de la muerte””, añadiendo: ”Que el Señor nos dé la gracia de llorar”.

¿Qué hace la Iglesia ante el conflicto independentista en Cataluña?

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PATRICK HERTZOG I AFP
Una Iglesia que reconcilia

Desde la mayor parte de las instancias de la Iglesia en Cataluña se está enviando un mensaje ante la situación actual que pasa por el encuentro, el diálogo y la reconciliación entre las personas en un momento de gran fractura social. Así lo ha hecho el cardenal Omella y se ve en proyectos como el que ha puesto en marcha la iglesia de Santa Anna, con acciones de concienciación, grupos de escucha y plegarias compartidas

Una Iglesia cercana a los sufrimientos de las personas, que comparta camino y ayude a cicatrizar las heridas. Es el modelo de presencia que el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, ha establecido en Barcelona durante estos últimos dos meses en los que se ha culminado el denominado procés catalán, que tuvo como último episodio la Declaración Unilateral de Independencia y la aplicación del artículo 155, con el control de la autonomía por parte del Estado.

Su primera reacción se produjo desde Roma, donde participaba en un congreso sobre el futuro de la Unión Europea: “En este momento, como pastor de Barcelona, comparto el dolor y el sufrimiento de la gente. Mi corazón llora con ellos. Yo deseo y pido al Señor que nos ayude a evitar la confrontación y a construir un futuro en paz. Después de dos años que llevo en la diócesis de Barcelona puedo decir que amo profundamente Barcelona y Cataluña. Son gente maravillosa. Y amo también España y amo la Europa a la que pertenecemos, donde yo he recibido mi formación, siendo joven, tanto en Francia como en Bélgica”.

Allí pudo encontrarse en varias ocasiones con el Papa Francisco, en el marco del encuentro sobre Europa y también en un evento de Scholas Occurrentes, que había celebrado recientemente una de sus actividades en Tarragona.

En este contexto, Omella destaca que el Papa habló de convivencia, esa que Scholas fomenta entre “escuela privada y pública, entre migrantes y nativos, entre todas las razas», y que es también una gota de esperanza para el futuro de Cataluña. De hecho, cree que es muy bonito cómo instituciones como Scholas Occurrentes va creando lazos de fraternidad, comunión y encuentro entre unos y otros, lo que considera también «una respuesta para la situación actual” de Cataluña. “La apuesta de futuro va en esta línea: encuentro y diálogo”, añade.

A su vuelta de la ciudad eterna, en conversación con Alfa y Omega, el purpurado reitera que la postura de la Iglesia en estos momentos tiene que ser la de estar cerca, la de compartir y caminar con la gente, porque “ha habido sufrimiento e inquietud”. E insiste: “Ahora mismo hay que recuperar un camino de esperanza en la fraternidad, un trabajo que debe hacer toda la sociedad y también la Iglesia. Porque todos cabemos en nuestra tierra y Cataluña ha sido siempre una tierra acogedora, con gente que ha venido de Extremadura, Aragón o Andalucía y que han ayudado a construir un lugar próspero y con esperanza”.

Agentes de comunión

Y es precisamente en esta tarea en la que está embarcada la Iglesia. De un modo discreto. Así, el obispo electo de Mallorca, hasta hace poco auxiliar de Barcelona, Sebastià Taltavull, reconoce que en la Iglesia se está hablando de la situación de Cataluña y que en sus homilías también lo aborda sin citarlo, en el sentido de invitar a los fieles a ser “agentes de comunión y que esto esté por encima de lo que pueda pasar a nivel político”. Y añade: “La gente agradece que tengamos este papel, mucho más de comunión, de oración. Nos lo dicen al terminar las Misas”, reconoce.

Taltavull explica que tanto obispos como sacerdotes tienen que ser “pastores de todos”, independientemente de su posición sobre lo que sucede en Cataluña. Una actitud que el propio cardenal Omella ha llevado a las más altas esferas con los ya conocidos encuentros con el Gobierno central, así como con miembros de la Generalitat.

Para el purpurado, lo que se vive en Cataluña con el nacionalismo no está muy lejos del desencanto con el que se vive en algunos lugares el proyecto común de la Unión Europea. De hecho, afirma que Cataluña es “un botón de muestra” de la situación que se vive en el Viejo Continente.

Las causas que arguye son la distancia entre las instituciones europeas y los sufrimientos y preocupaciones de las personas y las consecuencias de la crisis económica, que “han agrandado la distancia entre ricos y pobres, la desigualdad…”.

La clave, ahora, es cómo reconstruir la ilusión por el proyecto europeo que, en opinión de Omella, pasaría por “construir del futuro desde los pobres para que nadie se quede en el camino, desprotegido y abandonado, porque es ahí donde surgen los nacionalismos y las actitudes revolucionarias”. También por volver a los valores que nos han construido como pueblo solidario, en la justicia y la paz, “valores que proceden del Evangelio”. “Hay que recuperarlos y no perderlos”, añadió.

Este camino de recuperar la ilusión también es aplicable a Cataluña para conseguir “no sentirnos extraños o como enemigos y, unos con otros, ir creciendo en amor, cariño y respeto”. “Es el amor de lo particular y de lo universal. Quiero a mi tierra, a mi gente, a mis tradiciones, a mi lengua, que conjugo con lo universal, lo que nos une y nos hace una familia en un mundo globalizado, que es la expresión civil de lo que nosotros llamamos catolicidad de la Iglesia”, explicó.

Grupos de diálogo en Barcelona

En Barcelona, junto con el liderazgo de su cardenal, otras entidades han dado pasos en este sentido, de trabajar por la convivencia y la paz. Es lo que se viene proponiendo desde Santa Anna, la iglesia que en el corazón de Barcelona ejerce como hospital de campaña, con su rector Peio Sánchez al frente. Tanto es así que este jueves acoge un encuentro titulado Actitudes para la no violencia en el intervienen representantes de Cáritas y otras instituciones que trabajan por la convivencia y la paz.

“Es el Evangelio el que va por delante”, reconoce Peio Sánchez a este semanario. En estos momentos, están trabajando en tres líneas de acción, siempre poniendo por delante la parte espiritual. La primera tiene que ver con repasar las actitudes de fondo como la no violencia, la humildad o el reconocimiento del otro, que “planteamos en clave de reconciliación”.

En un segundo momento, en Santa Anna se están poniendo en marcha grupos de diálogo entre personas de distintas tendencias, no para que diriman sus diferencias políticas, sino para que compartan cómo se sienten en estos momentos. Y el tercer ámbito, que lanzarán próximamente, será la convocatoria de una oración compartida. “En esa línea estamos trabajando: conciencia, diálogo y oraplegaria”, concluye Peio Sánchez.

También ha habido esfuerzos en esa línea en los últimas semanas por parte de instituciones como la Comunidad de Sant’Egidio, tratando de servir de puente.