“La literatura infantil es la expresión más auténtica del ser humano, es el lugar donde podemos crear sin limitaciones y mejorar el mundo donde vivimos, creemos un futuro donde esté al alcance de todos….”Todos los niños, sin ningún tipo de distinción, deberían tener acceso a una literatura adaptada a su edad, que les permita comprender su cultura y, al mismo tiempo, su entorno; y que les permita desarrollarse intelectual, emocional y lingüísticamente.
Siguiendo la línea establecida en la Convención sobre los Derechos del Niño y la Declaración de los Derechos del Niño, podemos añadir a estos instrumentos jurídicos el reconocimiento al derecho a la literatura infantil. El artículo 17 de la Convención establece que los Estados “fomentarán que los medios de comunicación difundan información y materiales de interés social y cultural para el niño”, además de recalcar que los Estados “fomentarán la producción y difusión de libros para niños”.
Sin embargo, este concepto a través de los años ha quedado relegado y sigue siendo ambiguo. Podemos definir la LITERATURA INFANTIL como todas las producciones creadas con toques artísticos para llevar la palabra escrita a receptores específicos: los niños. Este concepto va más allá de un simple libro, de un texto escolar o de un documento informativo. Esta rama literaria tiene como propósito la creación especializada de obras, que va más lejos de los clásicos literarios, pues son en realidad adaptaciones de antiguos trabajos a un lenguaje más sencillo. Su finalidad es cubrir las necesidades personales del niño y no la de completar el plan de estudios educativo, como sucede con los libros de texto.
Lo que se pretende es tener una forma de expresión adaptada a la visión de la niñez, que incluya todas las manifestaciones de cultura: teatro, poesía, cine, danza, a la vez que cumplen los requisitos de ser una creación artística y tener como destinatario a los niños.
Su origen se remonta a finales del siglo XIX. Debido a diferentes factores históricos, socioeconómicos y culturales, su evolución fue más lenta que el resto de los géneros literarios. A principios del siglo XX, se llevó a cabo una campaña para concienciar a la sociedad que la infancia es una etapa decisiva en la personalidad y que si se quería evitar trastornos en la conducta, el niño debe crecer en un ambiente adaptado, de felicidad, amor y comprensión, recibiendo el respeto y la tolerancia de los adultos.
La actual importancia de este tipo de lenguaje infantil se debe, en gran medida, a los avances en las ciencias humanas y al reconocimiento de que el niño no es ni un adulto en miniatura, ni un adulto con minusvalía. Queda claro, al observar su evolución, que esta rama se ha visto confrontada a varias dificultades y ha recorrido un camino lleno de sinsabores, sobre todo, por las condiciones socioeconómicas de los países y los preceptos preponderantes de épocas en que los niños no gozaban de sus derechos humanos.
Hay que tener en cuenta que, además, en el momento de la creación de la Convención no se conocía la importancia de esta literatura en el desarrollo integral del niño. Gracias a su validación en el aspecto pedagógico, se sabe hoy, que esta etapa es la base de la educación y del desarrollo de la personalidad del niño. Por esto, se pueden finalmente dejar de lado esas creencias de que solo por ser infantil, este género deja de ser literatura, dejando de menospreciarla y de ralentizar su progreso.
Ahora vemos que esta rama se está expandiendo rápidamente y que esta concepción se ha extendido a la mayoría de las sociedades occidentales. Ahora los Derechos del Niño forman parte de la conciencia colectiva y de los sistemas educativos, con una garantía que proviene de la perspectiva psicológica, sociológica y pedagógica.
La literatura infantil, por su propia naturaleza, es la expresión más auténtica del ingenio de la persona, cuya inventiva no conoce límites a la hora de plantearse la transformación de una realidad determinada, ya que la fantasía, contrariamente a lo que se imaginan los escépticos, es una de las facultades más poderosas de la condición humana. Una facultad que nos permite transformar el entorno que no nos satisface por otro que esté más acorde con nuestras necesidades físicas y psicológicas, materiales y espirituales.
En los últimos diez años, ha aumentado la edición de libros bien escritos, bien ilustrados y bien empastados. Ha incrementado el número de premios para sus creadores y se han fundado instituciones que velan en exclusiva por el fomento de la literatura infantil y juvenil. Su presencia en el siglo XXI viene marcada por los avances de la tecnología y las nuevas tendencias políticas, sociales y económicas que, en alguna medida, determinarán el futuro de la literatura destinada a los pequeños lectores.
Todos estos antecedentes permiten afirman que la literatura infantil del siglo XXI seguirá prosperando, sobre todo, en las naciones occidentales donde el mercado está en constante crecimiento y la producción literaria es extensa.
Estos derechos: tener un entorno adaptado y acceso a una literatura que estimule su fantasía y contribuya a forjar su personalidad, son tan importantes como cualquier otro de los derechos fundamentales del niño.
Si partimos de la base de que todos los derechos de los niños deben asumirse con seriedad y responsabilidad y que tanto los gobiernos como los ciudadanos deben colaborar para que así sea, podemos concluir que debemos preocuparnos por el presente y crear un futuro, donde la creación literaria y cultural deje de ser un privilegio reservado sólo a ciertas sociedades, sino que debe ser promovido y reconocido como un instrumento indispensable para la formación de los niños, quienes son y serán los artífices de una sociedad más libre y democrática.