Raúl Espinoza Aguilera
El pasado 15 de mayo se celebró EL DÍA INTERNACIONAL DE LA FAMILIA. Con ese motivo, el Papa Francisco declaró: “La familia es el principal antídoto contra el problema del invierno demográfico”. También instó a promover políticas públicas que sean favorables a la familia y que promuevan la vida humana.
Esta nota de informativa de “Aciprensa” (15-5-23) viene acompañada de una simpática fotografía en la que el Santo Padre, aparece muy sonriente en su “papamóvil”, en el momento en que le entregan a un bebé para que lo bendiga dentro de la Plaza de San Pedro.
Me hizo recordar mucho a San Juan Pablo II que gustaba de recibir en sus brazos a bebés y darles un beso en la frente. En cierta ocasión declaró a los medios de comunicación: “¿Saben por qué amo tanto a esos pequeños? Porque acaban de recibir el beso de Dios y les ha infundido el alma”, que como sabemos es inmortal.
Hacia 1970, recuerdo haber leído el libro del sociólogo y demógrafo francés, Alfred Sauvy, titulado: “CRECIMIENTO CERO” en el que propugna por impulsar la natalidad en los países de Europa, de lo contrario, decía: “Vendrá un colapso y no habrá brazos suficientes que releven para el buen desarrollo económico”. En ese entonces me parecía una fecha muy lejana porque hablaba de que “El Crecimiento Cero” ocurriría a partir de la década de los años 20 en adelante del Siglo XXI. Pero “en un abrir y cerrar de ojos” ese tiempo llegó y se han cumplido con exactitud sus profecías. Fue el primerio en predecir un “invierno demográfico” para el Viejo Continente y del que ahora nos habla el Papa Francisco.
Por ello varios pensadores han afirmado que “en la familia nos jugamos el futuro de la humanidad”. Pero parecería que algunos jóvenes de hoy en día, no creen que la fidelidad conyugal sea posible. Piensan que son ideas del siglo pasado. Por ello, hoy más que nunca hay que proclamar que ser fieles hasta la muerte no es una utopía sino una palpitante realidad que tiene sus abundantes frutos.
Para los que pertenecemos a una familia numerosa, hemos disfrutado de que se multipliquen los primos hermanos. En mi caso somos siete hermanos y once tíos del lado materno y doce del lado paterno. Los primos que tengo son muchos y cuando hay un festejo familiar es bonito ver cómo, en esas ocasiones, se llena de algarabía la casa de los abuelos. Entre tanto tío, tías hay risas, bromas y, en la huerta, gritos y juegos infantiles. Pasar un día entero con ellos es reconfortante y aumenta la alegría y unidad familiar. Son ratos inolvidables que se valoran, cada vez más, con el paso de los años.
Y es que cuando en el hogar se respira y se vive un ambiente de finura en el cariño y permanencia en el amor, los hijos lo captan y les parece lo más natural que ese vínculo conyugal sea duradero de por vida.
El amor, el cariño, el afecto entre los esposos constituye una especie de música de fondo en la que la existencia de los hijos se va desarrollando de manera armónica, con alegría y optimismo. Si hay paz y serenidad en el hogar, sin duda alguna, se reflejará de la misma forma en el carácter y la personalidad de los hijos.
¿Pero qué es una familia? Como afirma el especialista Ángel Rodríguez Luño: “La familia es una sociedad estable que tiene por objeto la propagación de la especie humana, y en la que sus miembros, por medio de la comunidad de vida y de amor, hacen frente a las necesidades materiales y morales de la vida cotidiana”. Dedicarse a la crianza de los hijos, alimentarlos, quererlos, educarlos en sus diversas etapas, es una tarea que exige plena dedicación a los pequeños y luego adolescentes.
”El fin primario del matrimonio es la generación y educación de los hijos” afirma Santo Tomás de Aquino. Los esposos se ayudan en el camino de sus vidas a sobrellevar penas, enfermedades y dificultades y, ante todo, son fieles compañeros de viaje.
Actualmente los padres se dividen esas tareas y funciones. Se ha roto el viejo tabú en el sentido que los hombres no podrían entrar a la cocina para preparar alimentos. Ahora colaboran con la esposa en la tarea de cocinar y, por supuesto, en mil asuntos de la limpieza de la casa.
Hay una doctora que tiene dos hijos: Naty y Dany. Algunas veces el marido se lleva a su trabajo a la niña, de cinco años, y la doctora carga con su bebé de escasos dos años al consultorio. Desde luego llega el momento en que me comenta que le resulta cansado cuidar de Dany porque es sumamente travieso. Pero, continúa, Naty y Dany son “dos maravillosos regalos de Dios”. Y son la causa de la felicidad tanto de su marido como de ella.
Por otra parte, tengo muy grabado el recuerdo de una larga entrevista que le hicieron a un periodista por su larga carrera de logros profesionales. Había entrevistado al Presidente de Estados Unidos, de Cuba, de Francia, de Alemania, al Primer Ministro de Gran Bretaña y un largo etcétera. Comentó -el afamado comunicador- que se sentía halagado con tantos reconocimientos.
De pronto, interrumpió el hilo conductor de la entrevista y añadió: “Pero hay algo que no me perdono a mí mismo. Con tantos viajes y entrevistas a mis hijos los vi nacer y poco más, pero, después, no supe nada de ellos. Cuando me percaté del paso del tiempo, me di cuenta que ya eran profesionistas mayores y éramos unos perfectos extraños que dormíamos bajo el mismo techo. No me tenían ninguna confianza y nunca se acercaban a pedirme un favor o a preguntarme algo. ¡Ha sido una verdadera pena y siento un fracaso en mi papel de padre!
En conclusión, la familia es por naturaleza la primera comunidad de vida, de educación y de perfeccionamiento humano.