El feminismo individualista y el feminismo NOW difieren dramáticamente en su aproximación hacia los hombres, pero quiero señalar un tema para mostrar cómo los hombres han sido ignorados y despreciados por la mayoría de feministas… y por la ley: el aborto.
Se ha convertido en un lugar común la idea de que el feminismo está muerto. Yo no sé si eso es cierto, pero sé que la mayor esperanza del feminismo, quizás la única para que el feminismo vuelva a ser relevante de nuevo… está en escuchar la voz de los hombres que demandan justicia, el tipo de hombres que oirán hablar esta tarde.
Cuando ellos hablan, sus voces suenan parecidas a aquellas de las mujeres de los 60, cuando el movimiento feminista, llamado feminismo de segunda ola, barrió nuestra cultura como una fuerza de la naturaleza y la cambió para siempre. Las mujeres exigieron a los hombres «dadnos derechos iguales, dadnos respeto». Cuarenta años más tarde —dos generaciones más tarde— la situación se ha invertido. Son ahora los hombres, no las mujeres, los que protestan contra la discriminación sistemática contra su sexo. Incluso los problemas alrededor de los cuales giran las protestas son similares a los señalados en los 60. Los hombres dicen que
- No son tomados en serio por la policía como víctimas de la violencia. De forma similar a las víctimas de violación de hace décadas, la gente tiende a estigmatizar y culpar a los hombres que son víctimas de abuso conyugal.
- Sus preocupaciones sobre su salud son ignoradas frente a las de las mujeres. Por ejemplo, el gasto en cáncer de mama ha superado hace tiempo al de próstata en una proporción de 3:1 en los Institutos Nacionales de Salud, incluso aunque el cáncer de próstata es más mortífero.
- Los juzgados de familia discriminan a los hombres en el divorcio, especialmente en materia de custodia de los hijos y derechos de visita.
- La violación de los hombres en prisión casi no se discute, como si no tuviera importancia social
La lista de quejas concretas podría continuar y continuar. Pero, en general, lo que los hombres reclaman no es menos de lo que las mujeres reclamaron y obtuvieron de los hombres hace décadas: igualdad ante leyes razonables… y un poquito de respeto.
El feminismo de los 60 fue una revolución cultural, y no es exagerado decir que hay otra revolución en marcha; esta vez liderada por los hombres. No está encabezada por voces de la élite o promovida a través de organizaciones subvencionadas. Es un movimiento de base, que consiste en individuos que han sido tan apaleados por el sistema que ahora comprometen una importante parte de sus vidas para decir ¡no!
Aun a riesgo de ser repetitiva, dejadme hablar un poco más de los movimientos de base. Son movimientos que comienzan con individuos aislados que se vuelven indignados con alguna injusticia que afecta sus vidas; quizás el sistema público de escuelas, las leyes con sentencias mínimas, o un encuentro con un policía. Se indignan tanto que dicen «no» a la autoridad. Normalmente empiezan diciendo «no» a nivel local, a su consejo escolar o a los concejales de su ciudad. Pero, si las injusticias de las que se quejan están extendidas, las voces se multiplican rápidamente para convertirse en una potente fuerza política. Quizá la fuerza política más poderosa que existe: la voz de la gente.
El típico activista de los derechos de los hombres es el tipo de la calle: un hombre que ha perdido el acceso a sus hijos en un proceso de divorcio, el compañero de trabajo que ha sido falsamente acusado de acoso sexual, el vecino que es víctima de violencia doméstica pero es rechazado de los refugios que paga con sus impuestos porque es hombre…
La mujer que defiende los derechos de los hombres lo hace por un compromiso con la justicia, y una preocupación por la aplastante mayoría de hombres en nuestras vidas que son seres humanos decentes: nuestros padres, hermanos, hijos… nuestros amigos. Hablo también desde una preocupación política. Las últimas décadas del siglo 20 redefinieron la relación de las mujeres con la sociedad y los hombres. Las primeras décadas del siglo 21 definirán las relaciones de los hombres. Y, como mujer y como feminista, quiero estar en ese proceso porque pienso que la «justicia para los hombres» es la batalla más importante en nuestra sociedad hoy en día.
Me considero a mí misma una feminista, lo que sugiere una pregunta: ¿qué tipo de feminista soy para estar escuchando a los hombres y preocuparme por la justicia hacia ellos?
Las voces dominantes del feminismo hoy son lo que se ha llamado «feminismo de género»; la clase de feminismo que verán y escucharán este fin de semana en la convención de la Organización Nacional de Mujeres (National Organization of Women, o NOW). Y uno de los mitos que el feminismo estilo NOW ha conseguido vender es que cualquiera que discrepe con sus ideas en casi cualquier problema, desde el acoso sexual a la custodia de los niños, es antifeminista e incluso antimujeres. Esa acusación es totalmente falsa.
La verdad es que hay y siempre habrá muchas escuelas de pensamiento dentro de la tradición feminista: desde el socialismo hasta el individualismo, desde el liberal hasta el radical, desde el cristiano hasta el islámico. Y cuando lo piensas, la diversidad de opiniones tiene sentido. Después de todo, si el feminismo puede definirse como la convicción de que las mujeres deberían liberarse como individuos y ser iguales a los hombres como clase, entonces es natural que haya desacuerdos y debates sobre lo que una idea tan compleja como la liberación significa y cómo debería definirse la «igualdad». Sería asombroso si todas las mujeres que se preocupasen sobre la liberación y la igualdad llegasen exactamente a la misma conclusión sobre lo que son.
He comenzado diciendo que yo no sabía si el feminismo está muerto. Pero no tengo ninguna duda de que el feminismo estilo NOW sí está muerto… y yo le digo: ¡ya era hora! El feminismo estilo NOW está muerto porque sistemáticamente introdujo privilegios para las mujeres en la ley, ignoró las justas quejas del 50% de la sociedad (los hombres), ha puesto cada sexo contra el otro, en el puesto de trabajo, en el ámbito académico, ha menospreciado cualquier feminista —como yo misma, Daphne Patai, Camille Paglia— que cometió el pecado del desacuerdo.
Por eso… la respuesta a la pregunta ¿qué tipo de feminista soy?… es que soy una feminista individualista, lo que a veces también se llama una antifeminista.
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El feminismo individualista es una escuela de feminismo que se extiende hacia atrás hasta 1830, hasta el movimiento antiesclavista de Estados Unidos, y hasta Mary Wollstonecraft y el liberalismo clásico europeo. Define la liberación de la mujer como el derecho de cada mujer a controlar su propio cuerpo y propiedades, a hacer todas las elecciones que sean posibles con su cuerpo de forma pacífica. Desde el matrimonio, hasta la prostitución o el celibato. Un cuerpo de mujer, una elección de mujer. El feminismo individualista define igualdad de una forma simple y directa. Todo individuo —mujer o hombre, negro o blanco— debe ser tratado de igual forma ante leyes que protejan toda persona y su propiedad. La igual protección del derecho a elegir pacíficamente de toda persona.
Voy a elaborar más profundamente la teoría en unos minutos para dejar claro cómo el feminismo individualista y el feminismo NOW difieren dramáticamente en su aproximación hacia los hombres, pero antes quiero señalar un tema para mostrar cómo los hombres han sido ignorados y despreciados por la mayoría de feministas… y por la ley. Ese tema es el aborto.
El aborto bien podría ser el tema más discutido y debatido en Estados Unidos, pero hay una pregunta que casi nunca se plantea: ¿Cuál es el papel de los hombres?
Yo estoy a favor de la elección: un cuerpo de mujer, una elección de mujer. Pero eso no significa que crea que los hombres —los futuros padres— deban ser descartados del escenario. Decir que la decisión última sobre el aborto recae sobre la mujer no significa que los hombres no estén involucrados ni tengan nada que decir. Son los futuros padres, y es un tema que les concierne. Mi libro más reciente —una antología titulada «Libertad para mujeres» que se publicó el pasado año— tenía un largo ensayo sobre el aborto y me aseguré de que fuese escrito por un hombre, precisamente porque los hombres han sido silenciados en este asunto.
¿Qué papel deberían tener los hombres? Bueno, consideren un aspecto que les impacta profundamente. Si una mujer decide llevar a término el embarazo, entonces —en el sistema actual— el hombre puede ser considerado legalmente como responsable de proveer un apoyo financiero para el niño durante los próximos 18 años. Él no tiene nada que decir en la situación. La mujer puede decidir si convertirse en madre o no, pero el hombre no puede escapar de la paternidad. No tiene palabra, no tiene derechos.
Y aun así, sin ningún derecho, el hombre tiene responsabilidades legales que se extienden a lo largo de casi dos décadas. No creo que deba haber responsabilidades sin derechos, y es precisamente eso lo que existe para los hombres en esta área.
Y, por cierto, repito que estoy a favor de la elección de las mujeres. Mi propósito no es sugerir que el hombre deba tener control sobre el cuerpo de una mujer embarazada. Esa no es la única opción. Una opción podría ser el derecho del padre a renunciar a sus derechos paternales y su responsabilidad, dándole así la oportunidad de renunciar a la paternidad igual que una mujer puede renunciar a la maternidad.
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Mi intención es dar un ejemplo de cómo los hombres no son incluidos en la discusión de temas que son vitales no solo para la sociedad, sino para sus propias vidas.
¿Por qué se han silenciado las voces de los hombres?
La explicación me devuelve a la teoría y al feminismo estilo NOW.
En los 60, el feminismo de la segunda ola despegó como un cohete debido a varias razones. Una nueva generación de mujeres estaban insatisfechas con las respuestas proporcionadas por sus madres; querían dejar las cocinas e ir a trabajar y a las universidades. La revolución sexual explotó, debido parcialmente a nuevos métodos de control de la natalidad —la píldora— y las mujeres experimentaron una nueva libertad sexual. El sexo dejó de estar estrechamente ligado al embarazo. La guerra de Vietnam condujo a una generación entera a cuestionarse los valores y a resistirse a la autoridad. Era un tiempo de inestabilidad social… parecido al actual, con el temor al terrorismo, la acción militar y el descontento de base.
En 1966, fue fundada la organización nacional de mujeres (NOW). Había ira contra los hombres, principalmente porque las leyes y las políticas discriminaban a la mujer; por ejemplo, la manera en la que la policía trataba las denuncias de violación de las mujeres. Pero la ira contra el hombre se enfocaba normalmente en asuntos concretos, como la violación y en hombres específicos, como los violadores. La segunda ola fue feminismo liberal, y no era antimasculino (aunque esas voces estaban ahí también). Sin embaro, la NOW de los comienzos, más liberal, daba la bienvenida a los hombres como Warren Farrell y el actor Alan Alda, los cuales se convirtieron en símbolos de hombres cultos. El foco estaba en la liberación de la mujer, no en la necesidad de eliminar el poder de los hombres.
Al mismo tiempo, otra variedad del feminismo avanzó también: el feminismo de género… llamado a veces feminismo radical. Un libro clave en la evolución del feminismo de género fue El segundo sexo de Simone de Beauvoir, publicado en 1953. El libro era flagrantemente antimasculino. Pero mucho más que eso… era filosófica, ideológica y políticamente antimasculino. El libro era un ataque ideológico a la heterosexualidad y la familia tradicional como opresión masculina, y mantenía que las instituciones existentes en la sociedad eran culpables del sometimiento de la mujer. Para liberar a las mujeres, el feminismo de género empezó a elaborar una teoría evolucionaria que buscaba barrer la cultura de los hombres blancos, o patriarcado. Era hombres contra mujeres.
Aquí ven la diferencia entre el feminismo liberal y el feminismo de género. Los liberales se oponían a discriminaciones concretas dentro de la sociedad, como las prácticas de contratación, y no rechazaban a los hombres sino que deseaban que cambiasen. Las feministas de género rechazaban a los hombres —todos los hombres, como clase— porque eran los opresores, los enemigos de la mujer. No se oponían a ningún aspecto particular de la sociedad, sino a toda ella. Las instituciones de la sociedad, como la familia, la religión, la ley, debían ser destruidas y reconstruidas para liberar a las mujeres.
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A través de una serie de sucesos dentro del feminismo —y no tengo tiempo para esbozar la historia, pero un factor importante fue la derrota final de la enmienda de igualdad de derechos en 1984— el feminismo liberal perdió importancia y el feminismo de género avanzó. En 1973, el feminismo ganó una importante victoria con el caso Roe contra Wade, y un movimiento optimista empezó a centrarse en la enmienda de igualdad de derechos. En marzo de 1978, cien mil personas marcharon en Washington en apoyo a la enmienda. Incluso así, después de frustrantes retrasos la medida fue finalmente derrotada en el Congreso en 1984.
La derrota fue un golpe que aturdió a los liberales dentro del feminismo cuyas voces habían dominado. No así con las feministas de género, que veían la enmienda como un vendaje a la herida. Sirvió de confirmación de su posición, y así las feministas de género ofrecieron una nueva solución a un movimiento desmotivado; una nueva teoría política basada en la opresión de género que veía a los hombres como la clase enemiga. Y en 1983-84, vieron surgir el feminismo de género como dominador del movimiento feminista en general.
O, más precisamente, el feminismo de género empezó a absorber la teoría del feminismo hasta hacerla más cercana a su forma de ver el mundo. Fue en este punto cuando hombres como Warren Farrell se desilusionaron con el feminismo —y particularmente con la NOW— debido a su mayor sesgo contra los hombres y todas las cosas masculinas. Farrel abandonó la NOW y la organización se volvió en su contra de forma furiosa.
Dejadme elaborar un poco más la teoría. El feminismo de género puede definirse como la escuela de feminismo que ve a hombres y mujeres como clases políticas separadas y políticamente antagonistas. Los hombres como clase oprimen a las mujeres como clase. Los hombres oprimen a las mujeres estableciendo el patriarcado —o norma masculina— y el capitalismo. La combinación de ambos se denomina cultura blanca masculina. En todo lugar y momento, la cultura blanca masculina actúa para someter a las mujeres. A través de la violencia doméstica, la publicidad, la pornografía, la violación, las prácticas de contratación, el uso del lenguaje, el acoso sexual, los libros de texto en las escuelas, la prostitución… la supuesta opresión se encuentra en todos los aspectos de la sociedad. Y eso supone nada menos que una guerra de sexos total.
No es sorprendente que el objetivo de las feministas NOW, que han adoptado en gran medida la teoría de género, NO sea la igualdad con los hombres, sino las ventajas sobre ellos. Ellas no quieren ser iguales a su opresor; quieren acabar con la opresión.
Uno de los términos clave en la teoría de género es la «clase». Los hombres como clase —es decir, todo hombre— oprime a la mujer como clase. Y quiero usar este término para ilustrar cuán profundamente difieren el feminismo de género y el feminismo individualista en su aproximación al hombre.
Clase. No hay nada inherentemente malo en separar a los sexos en clases. Hombres y mujeres tienen diferencias. La medicina, por ejemplo, a menudo separa los sexos. Las mujeres se examinan en busca de cáncer cervical, y los hombres por problemas de próstata. Pero cuando los médicos separan los sexos no afirman que los intereses fundamentales de los hombres y las mujeres estén en conflicto. Los médicos se dan cuenta de que ambos sexos comparten la misma biología básica que requiere la misma aproximación de nutrición, ejercicio, oxígeno y sentido común respecto al estilo de vida. En otras palabras, aunque la medicina separa los hombres y las mujeres en diferentes clases para ciertos propósitos, no niegan su humanidad compartida. Confirma la verdad fundamental: los hombres y mujeres son seres humanos con necesidades comunes, con algunas excepciones debido a la biología. De nuevo, cáncer cervical.
Por contra, el feminismo de género no dice que los hombres y las mujeres compartan una misma humanidad y que, por tanto, tengan los mismos intereses políticos, como el respeto por la propiedad privada. Dice que hombres y mujeres no comparten las necesidades humanas básicas; políticamente hablando. Esto es como un doctor diciendo que los dos sexos no tienen las mismas necesidades de nutrición, etc.
En cambio, el feminismo individualista mira a hombres y mujeres y ve —primero y ante todo— seres humanos individuales con una humanidad común y compartida. Igual que hombres y mujeres comparten las mismas necesidades biológicas, comparten las mismas necesidades políticas: los mismos derechos y responsabilidades. El derecho humano más básico es el de disfrutar del propio cuerpo y de la propiedad. La responsabilidad humana más básica es respetar las decisiones pacíficas de otras personas sobre sus cuerpos y propiedades. Acatar legalmente —no necesariamente compartir— las decisiones de los demás.
En otras palabras… el mayor bien político para mujeres y hombres no deriva de su sexo, sino de su condición de seres humanos. Aunque hombres y mujeres pueden ser separados en distintas clases por motivos válidos —desde médicos hasta estrategias de marketing— sus derechos y responsabilidades básicos no pueden ser separados de esa manera. Porque esos derechos y responsabilidades tienen precedencia sobre cualquier consideración de sexualidad, igual que la color de la piel. Esas son características secundarias: sexo, color de piel, altura, etnia… La característica primaria es nuestra pertenencia como individuos a la especie humana. Y ESTA, es la característica primaria de la que emanan nuestros derechos.
Las leyes que protegen esos derechos —o establecen nuestras responsabilidades— no deben hacer ninguna distinción entre hombres y mujeres. La ley los debe tratar igualmente en su contenido y aplicación, es decir, en cómo el contenido es interpretado por los juzgados, por la policía, etc. Al contrario del feminismo de género pueden ver cómo el feminismo individualista no solo acepta la igualdad con los hombres, sino que la demanda de esa igualdad es un aspecto fundamental de esta ideología. El privilegio para cualquier sexo es un anatema.
Esto debe ocurrir para el bien de los hombres y también para el de las mujeres. Digo «para el bien de las mujeres» por varias razones:
No puede haber paz o buena voluntad mientras la ley trate a categorías de individuos de forma diferente, mientras el 50% de la población —los hombres— sean ciudadanos de segunda clase.
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Las mujeres deben también dejar de apoyarse en un Estado paternalista y privilegios legales. Debemos mantenernos en pie por nuestros propios medios.
Igualmente, no creo que vaya en interés de nadie el oprimir al otro. Los abogados contra la esclavitud de principios de 1800 solían argumentar que la esclavitud dañaba psicológicamente al esclavo tanto como al dueño. Y creo que hay una gran parte de verdad en eso. Finalmente los hombres que se benefician de la verdadera igualdad son amigos y familiares; la gente cuyo bienestar muchas veces significa tanto para nosotras como el nuestro. No le haces un favor a ninguna mujer cuando apruebas una ley que privilegia a su hija frente a su hijo.
Felizmente, creo que la sociedad se dirige ante la verdadera igualdad ante la ley y que el movimiento masculino es una confirmación de esto. Como he dicho, el feminismo NOW está muerto.
El problema es que todavía colea. Colea, porque a lo largo de las últimas décadas ha incrustado los privilegios para las mujeres e inequidades ante la ley en instituciones de la sociedad. Y vamos a necesitar un duro e intenso trabajo para eliminarlos.
De nuevo, déjenme ilustrar a lo que me refiero cuando hablo de instituciones. Al finalizar el ejemplo, les diré por qué creo que los abogados de la igualdad deberían sentirse animados por ello.
Retrocediendo hasta 1983, cuando el feminismo de género comenzó a dominar ideológicamente la corriente principal del feminismo… una nueva palabra se introdujo en nuestra cultura: el acoso sexual.
Me detendré a aclarar lo que quiero decir con acoso sexual. No me refiero a tocamientos, agarrar o cualquier otra forma de agresión física. Eso es maltrato, eso es asalto, eso es un crimen. Y las leyes contra esos crímenes han estado en los libros durante años. Todo lo que se necesitó hace décadas cuando el acoso sexual se convirtió en un asunto candente fue obligar a cumplir esas leyes rigurosamente, porque la agresión física debe ser castigada.
En lugar de eso el feminismo de género creó nuevas leyes, nuevas políticas que, por ejemplo, prohibían un «entorno de trabajo hostil» en el cual las mujeres se sienten ofendidas por palabras y otros comportamientos no violentos. Eso es a lo que me refiero con acoso sexual. Eso es a lo que quiero decir… palabras y comportamientos no violentos que son considerado ofensivos.
El acoso sexual es un buen ejemplo de como el feminismo estilo NOW ha institucionalizado sus políticas en la sociedad, por dos razones.
La primera, todo el mundo está familiarizado con él porque las políticas y leyes sobre acoso sexual han permeado prácticamente todo negocio y aula en Norteamérica. La ley regula ahora qué actitudes pueden manifestarse hacia las mujeres, qué lenguaje puede ser expresado… incluso en propiedad privada. Mediante esas leyes, el gobierno se introduce en el sector privado y regula comportamientos y palabras hasta un extremo que sería inimaginable en los 60, incluso en los 70.
Segundo, el acoso sexual se ha convertido en lo que la feminista iconoclasta Daphne Patai, en su libro Heterofobia: acoso sexual y el futuro del feminismo, llama una industria de crecimiento multimillonario. La industria consiste en mucha gente que se gana muy bien la vida gracias al acoso sexual, y por eso, tienen un interés oculto en su continua presencia en la sociedad como problema que debe ser resuelto. Esta gente son abogados, investigadores, consejeros, profesionales de la educación, escritores, administradores, legisladores, psicólogos y gente de los medios. Colectivamente forman una fuerte barrera contra cualquier intento de desmantelar lo que se ha convertido en la institución e industria del acoso sexual.
Como palabras de ánimo, les diré que el término «acoso sexual» sólo se introdujo en nuestra cultura hace veinte años. Como concepto legal, fue introducido por la feminista de género Catherine MacKinnon en un libro de 1979 titulado El acoso sexual en mujeres trabajadoras. Allí, MacKinnon proponía que el acoso sexual era una forma de discriminación, una violación de los derechos civiles, que debería ser tratado por demandas civiles. El año siguiente, en 1980, el comité para la oportunidad de empleo igualitario incorporó a sus directrices el acoso sexual. El primer caso que estableció la idea de un entorno de trabajo hostil fue Meritor contra Vinson en 1986.
Así de reciente son las políticas de acoso sexual con las que convivimos, unos 20 años. Aunque afecta a las vidas de cada persona en esta sala, el acoso sexual tiene solamente dos décadas de vida. Esto es esperanzador por dos razones: si puede ser creado durante nuestras vidas, puede también ser destruido en ellas, y probablemente mucho más rápido, ya que suele ser más rápido destruir algo que crearlo. También es esperanzador porque veinte años es una generación y eso es más o menos lo que tarda la gente en darse cuenta de que algo no funciona. Darse cuenta de que la industria del acoso sexual no resuelve problemas, sino que los crea.
Es instructivo, sin embargo, estudiar por qué el acoso sexual tuvo éxito como problema. Hay lecciones valiosas que los hombres pueden aprender del movimiento feminista.
Cuando el libro de Lin Farley sobre el acoso sexual apareció en 1978 —fue el primer libro sobre el tema— impulsó a las mujeres. El libro se tituló Examen sexual: el acoso sexual de las mujeres en el trabajo y en él se narraban casos verdaderamente horribles de discriminación que literalmente destruyeron las carreras laborales de mujeres inocentes. El éxito del acoso sexual como problema vino sobre todo del hecho de que Farley (y otros) contaron historias. Ella permitió ver y sentir el coste humano de la discriminación, de forma que —incluso alguien como yo, una escéptica del acoso sexual— encontré imposible leer el libro de Farley sin sentir que algo en la sociedad estaba realmente mal, desviado. No hubiera creado una ley, pero sí cogido un cartel de protesta y montado un piquete en empresas concretas.
Esto fue y es una gran fuerza del feminismo. Exponer el sufrimiento humano causado por leyes y comportamientos sociales injustos. Considerad el tema de las violaciones. En los 60 las mujeres que habían sido violadas estaban —como comenté— en una situación bastante parecida a la de las víctimas masculinas de violencia doméstica hoy en día. La policía no las tomaba en serio. La sociedad las culpaba a menudo, como si ellas mismas hubieran causado sus propias violaciones por vestirse de forma provocadora o siendo promiscuas.
Cuando las mujeres se levantaron y expresaron su dolor abiertamente y sin pudor, abrieron una ventana a sus propias experiencias e hicieron sentir a la gente el dolor de una violación, y no solo una vez sino dos, la segunda vez por un sistema legal que no las entendía ni le importaba… fue entonces cuando la gente se dio cuenta de la profundidad del daño hecho a seres humanos inocentes, fue entonces cuando la sociedad comenzó a cambiar. Porque nada es tan poderoso políticamente como arrojar luz sobre la injusticia y resistirse a apartar la mirada. Nada consigue esto de forma tan efectiva como contar la verdad sin adornos.
Daphne Patai hizo un maravilloso trabajo al expresar el coste humano de las políticas de acoso sexual en Heterofobia, cuya segunda parte se titula Cuentos simbólicos. Nos trae el salvajismo de estas leyes y políticas en las universidades donde aquellos que fueron acusados no tenían presunción de inocencia, sino que debían probar que no eran culpables a comités que a menudo tenían el poder para destruir sus carreras y sus vidas. Los acusados —casi siempre hombres— no tenían el derecho de encararse o preguntar a los testigos, ni a un abogado, o incluso a saber exactamente qué cargos había contra ellos. Y los cargos podían ser simplemente asignar un trabajo equivocado, contar el chiste equivocado…
Uno de los cuentos que Patai ofrece es el de un profesor con sobrepeso, considerado popular, sociable y competente. En el medio de una lección, un día, una estudiante le atacó aprovechando el gran tamaño de su pecho. Él hizo la observación de que ella no tenía el mismo problema, y a continuación continuó con la lección. La estudiante le acusó de acoso sexual ante la universidad. No hubo alegato de maltrato o de intento de extorsión para intercambiar sexo por mejores notas. Los cargos estaban basados solamente en el incidente ocurrido en la clase. A continuación tuvo lugar una caza de brujas. Fue tan extrema que el profesor cometió el suicidio. Después de ello, en un comunicado de prensa, la administración de la universidad expresó una grave preocupación: que la muerte del profesor no desanimara a otras mujeres «víctimas de abuso» a denunciarlo.
Deténganse por un momento y reflexionad sobre vuestra reacción al comunicado de la universidad. Todo el mundo al que he hablado sobre este caso ha tenido la misma respuesta: indignación hacia la universidad. Empatía hacia el hombre. Rabia contra la estudiante. La convicción de que las cosas deben cambiar.
Ese es el poder que expresar la pura verdad sobre las injusticias tiene en la mayoría de los seres humanos, ya sean hombres o mujeres. Ese es el poder de contar historias.
Así que déjenme que les cuente otra… esta vez sobre una forma institucionalizada de discriminación hacia el hombre… discriminación en los juzgados de familia. A muchos de vosotros os resultará conocida.
El año pasado, un hombre de 43 años llamado Derrick K. Miller se dirigió a un guardia de seguridad en la entrada del juzgado de San Diego, donde recientemente se había sentenciado en su contra en un juicio por retrasos en la pensión de alimentos. Sujetando los papeles con una mano y un arma en la otra dijo: «Esto me lo han hecho ustedes», y se disparó en la cabeza.
Miller no es un caso aislado. Hay un aumento alarmante del suicidio masculino en la mayoría de los países occidentales. Según un informe de 1999, el suicidio es la octava causa de muerte en América. Una ronda de estudios llevados a cabo en Norteamérica, Europa y Australia sugiere que una razón para este incremento puede ser la discriminación que los padres encuentran en los juzgados de familia, especialmente la que se refiere a la negación de sus derechos a visitar a sus hijos.
Considerad a Warren Gilbert, quien murió de intoxicación por monóxido de carbono, mientras sujetaba una carta del servicio de protección. O a Martin Romanchick, el agente de policía de la ciudad de Nueva York que se ahorcó después de que se le denegara el permiso debido a una denuncia de su esposa, que el juzgado encontró ser insustancial. Hay páginas web que enumeran los nombres de hombres —y no creo exagerar los hechos al decir esto— que han sido conducidos al suicidio por la desesperación causada por la discriminación institucionalizada contra ellos en los juzgados de familia. Estos hombres hablaron de la única manera que sabían. Se destruyeron a ellos mismos frente a un sistema que les privó de dignidad, justicia y —en algunos casos— de los niños que amaban y que hacían que la vida valiese la pena.
Esto debe cambiar.
Cuáles son los detalles de ese cambio. Bien… no represento al movimiento masculino, pero tengo una opinión de cómo lograr la igualdad genuina. Eliminar todos los programas obligatorios de discriminación positiva, eliminar el problema de los juzgados. Hacer lo mismo con el acoso sexual. Introducir la custodia compartida en los juzgados de familia. Reconocer a las víctimas masculinas de violencia doméstica o violación, y tratarlos de la misma manera que a las víctimas femeninas. Rechazar el sesgo contra los niños en las escuelas públicas o en otras instituciones financiadas por el Estado. Quizás, incluso rechazar pagar los impuestos que sirven para victimizar a los hombres. Estos cambios serían un buen comienzo. Y sé que los que hablarán después de mí hablarán más sobre los detalles de lo que debe ocurrir.
Para concluir mi charla hoy, debo expresar un temor. He señalado el «contar historias» como algo valioso que el movimiento masculino debe aprender del feminismo. Ahora me gustaría ofrecer una historia sobre cómo un movimiento político puede quedar dominado por la rabia y perder la voz de la razón. Temo que hombres que respeto puedan verme como su enemigo simplemente porque soy una mujer. Haré todo lo que pueda para que eso no ocurra, porque así es como nos hemos metido en este lío en primer lugar.
El feminismo debe ofrecer una mano de buena voluntad hacia los hombres que están siendo destruidos por el sesgo de género en el sistema. Las mujeres deben levantarse y exigir la eliminación de toda ley y aplicación de la ley que discrimine en función del género, independientemente de si esta discriminación beneficia a las mujeres, porque eso no puede ocurrir.
Las mujeres son individuos y todo lo que debilite los derechos individuales basados en una humanidad común daña tanto a los hombres como a las mujeres.
Este escrito es una transcripción de un discurso publicada originalmente el 11 de mayo de 2008.