Han transcurrido 40 o 50 años desde que dijimos el sí, y llega la rutina o el descubrimiento de alguna «sombra». Es una gran oportunidad para crecer en el amor verdadero.
Por Mercedes Honrubia García de la Noceda
uando uno lleva varias décadas casado puede vivir instalado en una rutina. Alguno de los esposos, o incluso los dos, pasan los días de una forma casi hueca. Viven resignados en una monotonía, sin esperanza de cambio aunque su convivencia sea una convivencia silenciosa.
Otras veces esa convivencia se ha vuelto digamos que hasta desagradable porque los reproches saltan de forma recurrente y la mochila de dolor acumulado por errores pasados se hace muy pesada.
A raíz del confinamiento cada vez más estamos viendo matrimonios a los que esta situación de enfermedad, incertidumbre y dolor que estamos viviendo, les está pasando factura.
En el Instituto Coincidir acompañamos a muchos matrimonios en esta situación. Antes de la pandemia, solían venir para resolver sus problemas de convivencia porque la jubilación de alguno de ellos o de los dos les había hecho enfrentarse a un ritmo de vida diferente. No se encontraban o no se entendían, incluso no se conocían. A raíz del confinamiento cada vez más acuden matrimonios a los que esta situación de enfermedad, incertidumbre y dolor que vivimos, les está pasando factura.
Hace unas semanas hablábamos de cómo el miedo al contagio estaba generando muchos conflictos en matrimonios mayores. Pero esta realidad también ha permitido replantearse su relación a muchas personas y querer luchar para vivir de manera más plena su relación.
Ya lo dice el Papa Francisco:
«Las distintas situaciones de la vida: el paso de los días, la llegada de los hijos, el trabajo, las enfermedades son circunstancias en las que el compromiso que adquirieron el uno con el otro hace que cada uno tenga que abandonar las propias inercias, certidumbres, zonas de confort y salir hacia la tierra que Dios les promete: ser dos en Cristo, dos en uno. Una única vida, un “nosotros” en la comunión del amor con Jesús, vivo y presente en cada momento de su existencia. Dios los acompaña, los ama incondicionalmente. ¡No están solos!.
… A la luz de estos pasajes bíblicos, quisiera aprovechar para reflexionar sobre algunas dificultades y oportunidades que han vivido las familias en este tiempo de pandemia..”.
Carta del Santo Padre Francisco a los matrimonios con ocasión del año «Familia Amoris Laetitia»
Poder mirar atrás y descubrir ciertos errores a la hora de manejar nuestra relacióny nuestra convivencia, es una ocasión de oro para aprovechar este tiempo y aprender o practicar técnicas de comunicación que nos permitan entendernos mejor con nuestra pareja o nuestros familiares en el momento actual.
Para poder entender a la otra persona en su necesidad, necesitamos saber mirar más allá de lo que a simple vista parece que hay. Es como coger una lupa y aprender a enfocar, descubriendo la realidad que tenemos delante, viéndola de una manera diferente.
Descubrir qué necesita la otra persona
Una vez que hemos observado, somos capaces de descubrir la verdadera necesidad de la otra persona. A veces, una mala contestación o una queja puede ser el reflejo de una necesidad no satisfecha (llamada de atención, dolor, sentirse querido, pedir apoyo cuando me siento inseguro, etc…).
Otras veces, un largo silencio o una mirada dura puede reflejar un sentimiento de tristeza, enfado o incertidumbre que no sabemos expresar con palabras.
Sólo en esa observación atenta descubrimos rincones ocultos de nuestra pareja que nos permiten reconocer a esa persona que en su día conquistó nuestro corazón.
Así que pasen 40 años
Es ahí, donde a pesar de las manías que uno pueda tener, del mal genio, del deterioro físico ocasionado por la enfermedad o por el paso del tiempo, uno puede empezar a vivir de manera más plena su matrimonio hayan pasado 40, 50 o más años desde el compromiso.
La clave está en no quedarnos tanto en lo negativo, sino en ir descubriendo, entendiendo y compartiendo eso que nos inquieta, preocupa o alegra. Quizás a estas alturas podemos pensar que ya nos conocemos. Seguramente sí, pero no conocemos a nuestra mujer o a nuestro marido con esta edad, con ese bagaje y con ese constante desarrollo que tenemos los seres humanos.
Aprender a mirar a mi esposo o esposa y entenderle requiere un acto de voluntad. Es un demostrar que le quiero querer en su necesidad, aún cuando no lo comparta. Es un ponerme en su lugar y un caminar junto a él o junto a ella. Aprendemos a decirnos las cosas, pero diciéndolas desde el cariño y desde el respeto, a no callarnos. A saber pedir perdón y a perdonar. Un poner a prueba ese amor maduro, que como el buen vino mejora con el tiempo pero hay que saber tomarlo en el momento adecuado.
Un diálogo, ¿en qué sentido?
El entendimiento entre dos personas es fruto de un diálogo maduro:
De un diálogo interior conmigo (conocerme y aceptarme en mi imperfección).
Y de un diálogo exterior con mi esposo o esposa (conocer y aceptar al otro en su imperfección).
“La vocación al matrimonio es una llamada a conducir un barco incierto —pero seguro por la realidad del sacramento— en un mar a veces agitado”.
Carta del Papa Francisco a los matrimonios
Conscientes de nuestra imperfección
Es en ese caminar juntos, a pesar de las dificultades, donde podemos seguir descubriendo la belleza de nuestro matrimonio. Vemos el verdadero sentido que cada situación tiene, dialogando de manera constructiva con nuestro esposo o esposa. A pesar de nuestra imperfección humana, es posible vivir de manera más plena nuestra relación por muchos años que hayan pasado desde nuestro sí el día de la boda.