Ramón y Mara: una historia peculiar

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La trama de esta historia es inusual. No andaré por las ramas y sin demora contaré cómo, el que se arrima, consigue siempre en su vida un poco de amor y de rima. Ramón solía pasear por las tardes junto a la támara que el leñador cortaba en el bosque mientras que Mara lo contemplaba de lejos, suspirando por su aroma y su galanura. Elucubraba que, si se acercaba nada más así, el joven hombre, marro en expresión y al parecer en sentimientos, la rechazaría. Pero el bosque, su entorno cotidiano, la invitaba a armar un romance lleno de pasión. Y así, loca de atar y sin dar cabida a la razón, Mara se decidió a cocinar un marón e invitar a Ramón a una cena como ésas que aparecen en los filmes ubicados en Roma, donde todo es amor y emoción. Habían sido amigos desde niños, así que, pensaba, no sería difícil convencerlo de aceptar su invitación. La joven preparó todo, consiguió el pescado fresco pues el mar no estaba lejos, y de paso compró un poco de maro para la herida del dedo, que se había hecho rebanando zanahorias. Puso en la mesa velas, flores y vino para crear el ambiente adecuado. Más que nada, rogó para que todo saliera bien y que en su velada no apareciera ‘Martha’, esa rata que todas las noches la visitaba buscando algo qué comer. Tanto la veía, que hasta un nombre le había dado pues, aunque les tenía aversión a los roedores, los bigotes del animal le recordaban a su amada tía, llamada igual, sólo que ésta, en paz descanse, en vez de un pequeño mamífero, en sus buenos tiempos, una morsa parecía. Pero eso sí,
alegre y cariñosa como nadie.

Al día siguiente, ya con todo listo, acudió al bosque pues sabía a qué hora Ramón hacía sus caminatas
habituales. Pasando entre los arbustos de moras, llegó junto a él, y sin más, le lanzó una mirada de esas que matan y al oído le murmuró algo que ignoro, logrando que, sin chistar, el majo chico aceptara su elaborado plan. Ella misma no estaba mal, se decía Mara con seguridad, pero su mayor arma, sin duda, eran sus expresivos ojos y su gran elocuencia. Ramón era tímido, así que habría que darle mucho vino y sentarse cerquita de él. Mara sabía que, en el fondo, ella le había atraído siempre y que él sólo necesitaba un empujoncito para que su karma se uniera en uno sólo. Estaba decidida a romper todas las normas.

Después de la cena, el joven elogió el pescado, agradeció el convite y lánguidamente le hizo notar a Mara lo bien que lucían sus rizos dorados que le caían sobre sus hombros, pero nada más. Ella, impaciente, pensaba qué estrategia seguir, cuando de pronto, frente a su mesa pasó corriendo Martha, la rata, buscando ávidamente cualquier rastro de comida para llevárselo a sus afilados dientes. Era negra, gorda y repulsiva, por lo que la chica, alarmada, no pudo más y sin pensarlo saltó a las piernas de Ramón, rodeándolo del cuello y gritando que sacara a la rata de allí. Tal vez la tan querida tía Martha sí había poseído al roedor y había calculado el momento exacto para hacer su aparición, pues una vez en los brazos de Ramón, no hubo poder en él que resistiera los encantos de la muchacha, haciendo que el frenesí de la pareja superara cualquier película de ficción.

Mara agradeció toda su vida a la rata Martha su oportuna intervención.

Por: Yolanda García Mier