El arte de escuchar y narrar acompaña a los grandes cronistas a lo largo de su vida. Cuando hablamos de aquellos que le han dado voz a la sociedad mexicana en los últimos años es imposible no mencionar a Germán Dehesa.
Durante casi 17 años, en su espacio en el periódico Reforma, publicó su columna llamada la Gaceta del Ángel, en la que contaba los hechos de la vida de la política nacional a través de sus anécdotas familiares.
Cuando le preguntaban de dónde nacía esa chispa para hacer sus textos agudos, irónicos y hasta bromistas, él contestaba que era gracias a su hermano Ángel, quien sufrió una enfermedad en la que sólo podía mover una mano a voluntad,
por lo que Germán desde muy chico le narraba historias.
Cuando comenzaba un relato, Ángel sostenía la mano de Germán y la apretaba, pero si empezaba a ser aburrido o repetitivo observaba como perdía fuerza, de tal modo que tuvo que desarrollar la capacidad de darle un giro interesante o incluso cambiar de tema para no perder su atención.
German Dehesa consideraba que la enfermedad de su hermano le permitió desarrollar cualidades que le ayudaron como escritor. En palabras del propio Dehesa: “Adquirí dominio de la palabra, adquirí el dominio del diálogo, de hablar desde el otro preguntándome quién es el otro y qué quiere, imaginándomelo, suponiéndomelo”.
La importancia de narrar historias que cambien vidas no tiene fronteras.
Como ejemplo está Valeria Luiselli, escritora mexicana radicada en EE.UU., que en su libro Tell Me How It Ends, relata su experiencia como traductora en la Corte de Nueva York en los juicios de los niños centroamericanos que llegan a E.U.A. solos a pedir asilo.
La escritora decidió ser traductora al ver problema que existía en los tribunales con la falta de entendimiento entre niños y adultos. Al sentirse impotente pensó que la mejor manera de cooperar sería relatando de la forma más fiel y clara las historias de los niños.
Luiselli expone a través del cuestionario de 40 preguntas que la justicia exige a los menores responder para estudiar cada caso. Algunas de las preguntas son tan simples y profundas como: ¿Por qué decidiste venir a EE.UU.? ¿Cómo era tu vida en tu país de origen? ¿Haz sufrido violencia?
Evidentemente las respuestas arrojan historias que reflejan la realidad de los países latinoamericanos y la crisis que los obligan a irse de sus países.
El nombre del libro nació de la última pregunta que el hijo de la escritora siempre le hacía cada vez que le contaba una de las historias de los niños que conocía en la Corte: cuéntame cómo acaba.
Pocas cosas son tan humanas como platicar nuestra historia, pues al hacerlo le damos un significado. Además de crear un lazo con aquel que la escucha, es una forma de generar corresponsabilidad con el que presta atención.
Una de las grandes cuestiones de las tensiones políticas actuales es vislumbrar los obstáculos que tienen seres de contextos y culturas distintas para que tiendan puentes para conversar.
Al aceptar conocer otros relatos y condiciones de vida diferentes a las nuestras comprenderemos mejor aquello que somos y nos rodea.
La importancia de narrar historias que cambien vidas no tiene fronteras.
Encontrémonos en persona, conversemos y preguntémonos cómo acaban nuestras historias para comenzar a narrar una nueva juntos.