Raúl Espinoza Aguilera
Hace unos días falleció un amigo mío, de un ataque masivo al corazón, y de una forma sorpresiva, ya que no presentaba ningún padecimiento cardiaco previo. Como es lógico, a todos los demás familiares y amigos nos afectó la inesperada noticia.
Había un divertido ganadero en el Valle del Yaqui que cuando ocurrían este tipo de acontecimientos imprevistos, solía repetir la frase: “No, hombre, si es que cuando te toca, te toca”.
Me hizo recordar el lamentable accidente aéreo de cuando se desplomó la aeronave “Learjet 45” en la que, entre otros acompañantes, viajaba el Secretario de Gobernación, Mtro. Juan Camilo Mouriño. El avión cayó a poca distancia del aeropuerto de la CDMX. Era un 4 de noviembre de 2008.
En ese entonces y desde hacía varios años, vivía en la calle Sierra Madre, casi esquina con Prado Sur, Lomas de Chapultepec. Tenía por costumbre caminar todas las tardes, para hacer ejercicio, alrededor de una hora por las calles aledañas al sitio justo donde se cayó el avión en el que falleció este destacado político.
Tengo una sobrina, que en ese entonces estudiaba Comercio Internacional en una reconocida universidad de Santa Fe. Me comentó que uno de sus maestros les había propuesto a sus compañeros del salón, el que se implementara la materia “Temas de Actualidad”. Y sacar la materia a base de expositores invitados por los mismos alumnos. Como soy comunicador y escritor, pronto me marcó para proponerme que fuera a hablarles a sus compañeros de algunos de los temas en boga en los medios de comunicación. Que ya lo había consultado con su maestro y le había parecido bien su sugerencia.
Como me he dedicado por más de 12 años a la docencia, acepté con gusto el ir a tener una reunión interactiva con los alumnos. Me dijeron que era tema libre. Pregunté por la duración aproximada de mi exposición. Y todo quedó acordado pocos días antes de esa clase.
Pero la noche del 3 de noviembre, previa al accidente, algo me cayó mal de la cena. De tal manera, que el 4 me encontraba indispuesto. Me tomé de inmediato un medicamento, pero no me acabó de funcionar bien. Reposé durante la mañana para ver si mejoraba y al dar el mediodía, al no ver mejoría, decidí llamarle a la sobrina para darle la mala noticia. La verdad es que pensé que al no poder dar esa clase, me vendría mejor caminar serena y relajadamente por esa zona donde se desplomó el avión donde viajaba Juan Camilo Mouriño.
Pero de inmediato la sobrina me replicó: “¡Tío, no seas ‘mala onda’! ¡Toda la clase te está esperando hoy en la tarde, incluido mi profesor! ¡Por favor, hazlo por mí; ¿no te das cuenta que me ‘voy a quemar con mis compañeros’?” Así que el cariño por la sobrina pudo más que el malestar estomacal y llegué a buena hora a la universidad. Expuse un tema que les pareció interesante, a decir por el buen número de preguntas que hubo. Mi sobrina quedó muy agradecida, lo mismo que el profesor y sus compañeros. Incluso me invitaron a alguna otra futura exposición.
Al dirigirme hacia mi coche en un cercano estacionamiento, una señora abiertamente me preguntó: -¡Oiga, usted hacia a dónde va? –A las Lomas de Chapultepec, cerca de la Fuente de Petróleos. -¡Pues llame pronto a su domicilio porque se acaba de caer un jet y no vaya ser que sea en su casa! En efecto, marqué por el celular pero no daba línea. Después de mucho llamar a mi casa me comentaron que la nave aérea se había desplomado a tan sólo cuadra y media y que toda esa zona estaba acordonada por soldados.
Cuando me enteré exactamente de esas pequeñas calles por dónde cayó el avión y por donde pensaba caminar esa tarde, le llamé a mi sobrina y le dije simplemente: “¡Me salvaste la vida!” Y le explique la historia. Sin duda, como decía aquel simpático ganadero del Valle del Yaqui: “¡Mira, hombre, ni de qué preocuparse, porque cuando te toca, te toca!”
-“Así es –añadió su compadre Crisóforo, presente en la reunión- pero hay que tener el pasaporte en regla y al día para darle -en cualquier momento- cuentas claras al Patrón, de “Allá Arriba”.
“-¡Eso que ni qué!”.-respondió pensativo su compadre.