Aprende a soltar ¡No pasa nada!

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…Y me di cuenta… de que no pasa nada… ¡No pasa nada!», dijo con el alivio y la paz de quien aprendió a «pararse» desde un lugar más sano, donde las cosas no duelen tanto.

Él era muy exigente en sus trabajos, en su pareja, con sus hijos, con él mismo. Siempre discutiendo porque los otros no entendían (o no querían entender) que las cosas debían hacerse de una determinada manera, que lo que estaba mal, estaba mal, que es importante ser responsables. Y frente a ese resultado, el enojo y la frustración crecían. Se sumaba la tristeza por no alcanzar el resultado de que las cosas fueran como él creía que tenían que ser: correctas. Y, como solución, él cargaba en su «mochila» los errores ajenos,
tapándolos, solucionándolos.

Vino a terapia buscando cómo no enojarse, no frustrarse. En definitiva, buscando cómo hacerlo mejor. Le ofrecí algo diferente. «No lo hagas más. Vacía tu mochila. Que cada uno resuelva su vida; que se equivoque y se haga cargo de las consecuencias; que siga sin aprender, si no quiere. Deja de querer salvar a todos, porque nadie te pidió ser salvado.» Él temía que todo se derrumbara, que los demás no pudieran, que la culpa por «abandonarlos» lo hundiera. A pesar del miedo, lo intentó. Dejó de dar consejos que nunca le pidieron. Dejó de marcarle los errores a quien no le importaba equivocarse. Dejó de «curar» a quien se lastimaba a propósito. Dejó que cada uno fuera como quisiera (aun cuando quisiera ser incorrecto)… ¡Y no pasó nada! Nadie se murió, nadie sufrió por su culpa, nadie se deprimió. Nada grave pasó. Todos siguieron igual. Esa fue la mejor prueba de que su sacrificio había sido inútil.

Dejar de dedicar tu vida a arreglar la de los demás no es egoísmo. Los demás no necesitan tu vida. Necesitan la suya. Y para que aprendan a hacerse cargo de ella, tienes que dejar de estar tú ahí, «salvándolos».

Anímate. Suelta los mandatos heredados, rompe tus estructuras, vacía tu mochila.
El mundo sigue girando igual. De verdad… no pasa nada.