La herencia de los más grandes

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Con nuestra actividad diaria, de una manera u otra, construimos el futuro; los mejores lo hacen con una mayor intención y los más grandes lo fincan en la educación. Más allá del éxito en su ámbito profesional, saben que si quieren heredar algo valioso y perdurable tendrá que estar ligado a la educación de las nuevas generaciones. Por ejemplo, John Harvard o Leland Stanford son reconocidos y recordados no sólo por ser grandes empresarios sino, sobre todo y principalmente, porque legaron dos instituciones educativas notables y perdurables.

Más allá del valor y la pasión que nos provoque nuestro trabajo está su sentido de trascendencia. ¿Por qué y para qué hacemos lo que hacemos? ¿Cómo conecta nuestra actividad diaria con los demás? ¿Qué aporta para el futuro de la sociedad? Muchos de los males que vivimos como sociedad radican en la falta de respuesta a estas cuestiones que, en ocasiones parecen demasiado lejanas, sin serlo.

El pensamiento social se basa en la certeza de que lo que hacemos va más allá de los límites de lo diario y lo personal; creer que tiene que ver con las personas, con las empresas, con el gobierno, en fin, con la sociedad en su inmensa complejidad. Y eso implica un compromiso para transformarla. Aristóteles decía que el ser humano nace para vivir una vida buena, en comunión con los demás y con Dios; de ser así, todo lo que hagamos tiene ecos de trascendencia. Como lo entendieron Harvard y Stanford.

En estos momentos de cambios y transformación, vale la pena recordarlo. Una guía para hacerlo la presenta el prestigiado profesor Cristian Mendoza, de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma, en su libro Persona, empresa y sociedad, publicado en México por el IPADE y la Editorial LID Mexicana.

Antoine de Saint Exupéry decía que para construir grandes barcos es necesario enseñar a los hombres a cortar madera, pero más importante es hablarles de la grandeza del mar, la belleza del océano y la pasión de la aventura. Esta obra habla de la actividad empresarial pero, sobre todo, recuerda el encanto de la creatividad, el valor del esfuerzo, el poder del emprendimiento y la capacidad del ser humano para entregarse a los demás. O sea, la belleza, la pasión y la grandeza del día a día que construye el futuro común.