¿Qué hacer con ese amigo que ya no se deja ayudar y nos hace daño?

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Luz Ivonne Ream

Amar es buscar el bien del otro en cuanto otro. Y en este caso amar es soltar al amigo para permitirle que madure y toque fondo, aunque duela.

“Tengo algo que consultarte – me dijo Ana –.  En el fondo ya sé qué es lo que tengo que hacer, pero me hace falta el último empujón para tomar la decisión”.

Ana y Luisa eran amigas y compañeras de trabajo desde años. Iniciaron su amistad desde el campo laboral hasta que se tornaron inseparables. Ambas casadas y con hijos.

Nadie pensaría que eran mejores amigas porque juntas parecían el agua y el aceite. Ana era profundamente mística, espiritual y muy entregada a Dios, a su familia, a su trabajo y al servicio de los demás. Luisa era lo contrario. Una vida de excesos, de infidelidad, poco piadosa y madura. Y para rematarla sufría de depresión y ansiedad y debía estar medicada, pero no hacía caso de eso.

Por años, Ana hizo todo lo que estuvo en sus manos para apoyarla a que saliera adelante de ese laberinto en que se había convertido su vida. Consejos, abrazos, muestras de amor, apoyo y solidaridad no faltaron. Hasta que llegó el momento en que se pasaron los límites de una amistad sana y a ella también le comenzó a afectar el estilo de vida de Luisa, tanto a nivel personal como familiar.

Ana, más que su amiga, se había convertido en una especie de mamá, donde además de los discursos diarios que le daba, vivía preocupada de ella. No dormía pensando si estaría bien o no. Le supervisaba los medicamentos, sus citas al psiquiatra, etc.

Esta amistad se había convertido en una relación tóxica codependiente. Ana había perdido la paz… Ya no sabía que más hacer por su amiga o si continuar con esa amistad o no.

Ana me consultó porque estaba agotada emocional y físicamente por esta situación. Sabía que lo más sano era terminar con esa amistad, pero se sentía culpable de hacerlo porque sentía que faltaba a la caridad.

Para comenzar, en las relaciones de amistad como en todas, es imposible ayudar a quien no se quiere dejar ayudar.

Yo no soy de la idea de que nos alejemos de las personas a las que consideramos tóxicas, pero si de poner espacios y límites sanos por el bien de ambos y de la relación.

Amar es buscar el bien del otro en cuanto otro. Y en este caso amar es soltar a -Ana a Luisa, permitirle que toque fondo, aunque duela, y dejar que madure.

Si Ana sigue subsidiando los comportamientos irresponsables de Luisa, si de alguna manera sigue solapando sus decisiones o actitudes poco adultas por miedo -que de alguna manera es inconsciente-, no le está ayudando a madurar.

No se trata de dejarle de hablar al amigo de un momento a otro o de desaparecer de su vida sin dejar rastro. No. Hay que dar la cara, hacernos escuchar, decir cómo nos sentimos y pedir perdón de ser necesario.

No esperemos que nos entienda ni que nos apruebe la decisión de alejarnos. Al contrario. Generalmente habrá una reacción agresiva, de mucho enojo, y hasta de venganza y ofensas. Lo mejor que podemos hacer es no tomarlo como algo personal.

Sí, es verdad que a nosotros nos duele el amigo que -por salud mental y el bien común- estamos soltando, pero necesitamos confiar en Dios. De alguna manera, hay que sentirnos tranquilos y con la certeza de que nadie ama más a nuestro amigo que Él, nadie.

Nuestra obligación es seguir a su lado, pero de forma espiritual y no tanto física, por medio de nuestras oraciones.

Al alejarnos -por amor y no por miedo o egoísmo- lo único que estamos haciendo es permitirle que toque fondo para que su resurgir sea aún más profundo; lo que estamos haciendo es soltarle en los brazos de alguien que le ama mucho más que nosotros: en los brazos de Dios.

Y también pensar que, si Dios no ha permitido su conversión, nosotros no somos nadie para apresurar su proceso. Si Dios sigue permitiendo que ese corazón aún no cambie es por algo y tú y yo debemos confiar en su sabia voluntad.

 

Fuente: Aleteia