Ojo: una mamá deprimida contagia su tristeza a los hijos
Por Gala Camberos
De vez en cuando hago un análisis de qué tal lo he hecho y lo sigo haciendo como madre de mis dos hijos. Aquí les va una de mis anécdotas, de las cuales he aprendido mucho sobre la maternidad y el amor verdadero, ese que hoy llaman «amor incondicional». Tal vez a alguien pudiera ayudarle mi experiencia:
Tenía yo 28 años y mi hijo mayor entonces sólo dos. Yo pasaba los días trabajando como burro, era una joven ejecutiva, que usaba el resto del tiempo que me quedaba sólo para dormir y con ello evadir todo lo que entonces me ocurría, saltaba de la cama a la oficina y viceversa. Recuerdo en particular un fin de semana en que me encontraba en franca depresión, acostada, encerrada a piedra y lodo, sin comer por muchas horas, serían como las 12 del día cuando alcancé a escuchar a mi hijito entrar a mi recámara.
Se acercó despacito y besó mi mano que salía de la cama, y con su dulce vocecita me dijo: «Mami, por favor ya levántate, ya estoy poniéndome triste como tú…»
Esas palabras me taladraron el corazón, no saben de qué manera, si bien yo tenía razones para sentirme terrible en esa época, mi hijo era el motivo más bello y poderoso para levantarme de nuevo, una vez y las que fueran necesarias. Como pude me paré, abrí las persianas, tendí mi cama, me metí a bañar, me arreglé, cargué a mi chavito y salí a la calle a darle un día hermoso. Aún recuerdo su enorme sonrisa de ese día.
No me había dado cuenta de que toda la tristeza y el enojo que yo sentía en ese entonces y que claro estaba no era con mi hijo, yo se lo transportaba erróneamente a él. Jamás me permití otro día igual, busqué ayuda para salir de ese estado, trabajé mucho en mí por esta hermosa criaturita que adoro, el cual hoy tiene 21 años y quien es un estupendo ser. Me he ganado su respeto además de su confianza. Ahí comenzó mi camino de guerrera, mi elección por sanarme, ahí empezó el despertar de mi conciencia, el anhelo de vivir para darnos lo mejor de mí. Había mucho trabajo interno que hacer… pero el brillo de los ojos de mi niño eran esa estrella luminosa en un cielo negro todavía.
Evitemos transportar a nuestros hijos el dolor, el enojo, la tristeza, la frustración, la apatía, el miedo, la falta de esperanza… llenémoslos sólo sentimientos expansivos, esos que te ayudan a convertirte en la mejor versión de ti mismo. Aún puedo mejorar en muchas cosas, pero esta madre que hoy soy me está quedando a toda madre!