Asistí a celebrar el primer aniversario de matrimonio de unos amigos. Cuidaron todos los detalles para que fuera inolvidable: la música era excelente, los bocadillos riquísimos y había bebida suficiente para nunca dejar de brindar.
Y ¡ese fue el problema! Todos, uno a uno, quisimos brindar personalmente con los ‘novios’. Ella apenas se mojaba los labios. Él no tuvo el mismo cuidado y fue pasando de la alegría a la euforia.
El festejado es más bien introvertido, discreto y callado, pero surgió de él «la bestia que todos llevamos dentro» y que no debería salir nunca. Estaba totalmente desinhibido, hablaba sin parar y era simpatiquísimo; bueno, en realidad, él hacía el ridículo y nos divertíamos a costa suya. Poco a poco, él y la fiesta se descompusieron. Él subía cada vez más el tono de voz y de repente mientras reía a carcajadas, empezó a llorar.
De pronto se puso pálido y tembloroso, sudaba copiosamente, tenía terribles náuseas y en su camino al baño se tropezó y cayó, tiró varias copas que se rompieron y derramaron, tiñendo de rojo el piso blanco. Lloró porque no podía levantarse. Al tratar de ayudarle intentó hablar infructuosamente y se puso muy agresivo. Finalmente se quedó ahí tendido sin conocimiento. Él parecía muerto y la fiesta un funeral.
¡ERA COMA ETÍLICO!
¡Menos mal que había un doctor! Procedió a valorar su estado de conciencia, respiración y pulso. Hubiera convenido que vomitara y tomara café para evitar la depresión del sistema nervioso, o un jugo de frutas frío y azucarado para compensar el descenso de azúcar en la sangre (en ningún caso una bebida energética), pero estaba inconsciente. En esas condiciones o si hubiera estado somnoliento, no se le debía dar nada de beber. Al asomar una leve señal de vida, lo recostaron de lado para evitar que pudiera ahogarse si vomitaba y lo cubrieron para que no se enfriara. El doctor explicó que si no se está preparado, es mejor abstenerse de realizar cualquier procedimiento y llamar de inmediato al servicio médico de emergencia (065 ó 066) para acelerar el traslado de la persona. Así lo hizo él para garantizar la mejor recuperación del festejado y ¡se acabó la fiesta!
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