Muere Fernando Múgica, testigo directo del siglo XX. El fotoperiodista navarro cubrió conflictos bélicos en Sarajevo, Vietnam, Afganistán o Iraq.
El escritor Arturo Pérez-Reverte compartió con Múgica 20 años de trabajo, guerras, aventuras y respeto: «Con la muerte de Fernando se nos va el último gran clásico del periodismo español. Nunca perdía el sentido del humor, incluso en las situaciones más trágicas o peligrosas. En el Sarajevo asediado por los serbios nos enteramos de que llegaba al hotel Holiday Inn en un avión y fuimos a por él en el Nissan blindado. Cuando íbamos de vuelta comenzaron a caer bombas a un lado y al otro de la calle. El conductor empezó a acelerar y a esquivar los morterazos a 180 kilómetros por hora en una ciudad a oscuras. Fernando iba detrás, de lado a lado. En aquel momento dijo: ‘Esto lo habéis montado vosotros para acojonarme, ¿no?’«.
La reportera Mónica García Prieto, colaboradora de EL MUNDO, rememora su relación laboral y personal con el fotoperiodista Fernando Múgica, sobre todo a raíz del asesinato del que era su marido, Julio Fuentes:
«Piensa en comer antes que en dormir. Come cuando puedas, no cuando quieras,porque nunca sabes cuándo será la próxima vez que veas comida. No te acerques tanto a la acción: el periodista muerto no sirve de nada. El mejor periodista es el que sobrevive para contarlo»…
Fernando disparaba sus consejos profesionales con el tono reposado de quien los ha aprendido a fuerza de hambre, de sueño y de miedo por su vida. Pocas veces presumía, sin embargo, de su experiencia. Como si su cobertura del conflicto de Vietnam no fuera suficiente carta de presentación, o sus años en Bosnia, o sus viajes por medio planeta, desde América Latina al Sureste Asiático, en busca de víctimas a las que poner nombre y cara. Sentía la necesidad de trabajar en nuevos conflictos como si tuviese algo que demostrar, para exasperación de sus compañeros. En febrero de 2003, me llamó a Bagdad para pedirme que suplicase un visado a su nombre a las autoridades, desconociendo que mi propia permanencia en la ciudad pendía -como la de todos mis colegas- del capricho del régimen de Saddam Hussein. «Esta puede ser mi última oportunidad de volver a la acción», me dijo con la voz ahogada en urgencia. No era verdad y la vida lo demostraría.
Fernando fue mi jefe en la sección Internacional de la redacción de EL MUNDO durante casi cuatro años, pero la nuestra era una relación más que profesional.Insistió en culparse por la muerte de Julio Fuentes en Afganistán, entonces mi marido, y transformó su dolor en una dedicación que rozaba el exceso. Se preocupaba de cuánto comía, de cómo gestionaba mi duelo, de mis coberturas y del impacto que podían tener los conflictos sobre mí hasta el punto de acompañarme a Afganistán para rendir entre ambos un homenaje en nombre del periódico, visitando el lugar de la emboscada y colocando una placa en memoria de los caídos en la misma.
Lloró conmigo, veló mi sueño, me acompañó como una sombra fuera cual fuera la ocurrencia que yo pergüeñase para demostrarme a mí misma que viajaba en calidad de profesional, y no de viuda, y se transformó en un querido amigo hasta que nuevos imprevisibles me llevaron fuera de España y la vida nos separó. La vida y los infinitos imponderables que la rodean, la misma a la que él tanto se aferraba, con la misma pasión que ponía en su trabajo, convirtiéndola en protagonista de una de sus muchas máximas. «Lo único importante es estar vivos», me repetía cada vez que me enfadaba con mi propio destino o cuando renegaba del milagro de respirar. «No importa el dolor, porque el dolor es sólo una etapa de una aventura maravillosa. Vivir, eso es lo único importante». Su ferviente defensa de la vida pese a malditos imprevistos como el que se lo llevaron me sabe ahora amarga. Como él mismo me dijo, siempre nos quedará Kabul.
FUENTE: http://www.elmundo.es/internacional/2016/05/12/5734c6dae5fdea9b648b4616.html