Ernest Hemingway fue un hombre de excesos, no hay equilibrio: el negro es muy negro y el blanco muy blanco. Un hombre de pasiones: los toros, la pesca, la caza, las mujeres, la bebida, España y Cuba, ésos fueron sus grandes amores, y toda su obra se centra en dichos países, integrando el drama humano en su expresión más simple, profunda y sencilla.
El premio Nobel de Literatura 1954 nació el 21 de julio del año 1899, en Oak Park, Illinois. Hijo de un prestigiado médico y de una amante de la música, estudió en el Oak Park and River Forest High School, donde aprendió a tocar el violonchelo y se hizo aficionado al boxeo. Al acabar sus estudios, en 1917, quizá como una expresión de rebeldía contra su padre, no prosiguió sus estudios universitarios, por lo que se trasladó a Kansas y comenzó a trabajar como reportero del Kansas City Star.
Al entrar Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, Hemingway intentó alistarse como soldado, pero un defecto en un ojo le obligó a aceptar el puesto de conductor de ambulancias de la Cruz Roja. En mayo del 1918 se trasladó a Italia, donde fue herido de gravedad por la artillería austriaca. Con las piernas heridas, consiguió cargar en hombros a un soldado italiano para ponerle a salvo. La heroicidad le valió el reconocimiento del gobierno italiano con la Medalla de Plata al Valor. Durante su recuperación en el hospital de Milán se enamoró de una joven enfermera, Agnes von Kurowsky, quien le abandonó poco después al enamorarse de un oficial. Desolado, regresó a Estados Unidos en enero de 1919, donde reanudó su trabajo como periodista en el Toronto Star y como redactor del mensual Cooperative Commonwealth. Se casó con la que sería la primera de sus cuatro esposas, Elizabeth Hadley Richardson, ocho años mayor que él, el 3 de septiembre de 1920. El matrimonio de mudó muda a París, donde los escritores exiliados Ezra Pound y Gertrude Stein le dieron cobijo, animándole a escribir novelas.
En 1926 publicó su primer triunfo literario: “Fiesta”, donde narra la historia de un grupo de estadounidenses y británicos que vagan sin rumbo fijo por Francia y España, miembros de la llamada generación perdida del periodo posterior a la I Guerra Mundial. En 1929 publicó su segunda novela importante: “Adiós a las armas”, conmovedora historia autobiográfica de un amor entre un oficial estadounidense del servicio de ambulancias y una enfermera inglesa que se desarrolla en Italia durante la guerra. Con su ritmo sostenido e inexorable, su preocupación por la carne, la sangre y los nervios, más que por las divagaciones del intelecto, “Adiós a las armas” es una de las más grandes novelas del siglo. Su cualidad está en el impulso profundamente humano del héroe de abandonar el campo de batalla para ir a reunirse con la mujer que ama. Frente a un mundo que se desmorona, los amantes de Hemingway están siempre instintivamente juntos. Cuando la violencia hace tambalearse al mundo que no ofrece al hombre ningún punto de apoyo, nada sólido bajo sus pies, el amor es, para los héroes de Hemingway, el supremo refugio, la única religión posible.
Para alejarse de las influencias literarias y encontrar su propio estilo, el escritor se trasladó a España, donde de inmediato se sintió hipnotizado por la imagen del valiente y apuesto torero y la fiesta brava. Su libro “Muerte en la Tarde” (1932) es un auténtico tratado para los fanáticos de la tauromaquia. En esa obra comparte sus intentos como escritor: “Me esforzaba para aprender el arte de escribir comenzando por las cosas simples, y una de las cosas más simples y fundamentales de todas, es la muerte violenta”.
Al estallar la Guerra Civil Española, Hemigway se enlistó de inmediato como corresponsal de guerra, donde pronto su participación superaría la de un simple periodista, pues se involucró en el conflicto abrazando la causa republicana. Adiestró a jóvenes reclutas en el manejo del fusil, participó en combate durante sus visitas al frente. En sus artículos intuyó la derrota de la España Republicana por la falta de disciplina de sus tropas, su poca coordinación y la cada vez mayor influencia del Partido Comunista Español en las decisiones políticas y bélicas, apoyado por la Unión Soviética.
Plasmó sus experiencias en su libro “Por quién doblan las campanas”, publicado en 1940, que se convirtió en el éxito rotundo que Hemingway anhelaba desde hacía casi una década. En un año vendió casi un millón de ejemplares y la crítica le dedicó elogios que aspiraban a agotar los superlativos: “El mejor libro que ha escrito Hemingway; el más completo, el más profundo, el más auténtico”, publicó el New York Times. “Por quién doblan las campanas” comienza y termina con Robert Jordan, el norteamericano experto en explosivos que tiene la encomienda de volar un puente con la ayuda de un grupo de guerrilleros, con el objetivo de evitar que llegue la ayuda del bando nacionalista en la batalla del Ebro, donde la República se jugó su ultima carta, pecho a tierra, sintiendo en su cuerpo las agujas de pino del bosque español. Un sombrío presagio rodea la empresa de volar el puente: Jordan llega a sustituir a un dinamitero que cayó en combate. Pilar, la verdadera líder del grupo, lee las líneas de su mano y se niega a decirle su fortuna. En la sierra de Guadarrama el puente vincula dos tiempos, el pasado que cobró la vida de un hombre y el futuro que amenaza a su sucesor. En forma paralela, Hemingway reconstruye el amplio mural de la Guerra Civil.
Sus letras lo traducen. Su búsqueda incansable de algo más allá de la mundanidad plaga cada una de las páginas de sus libros, que aluden a humanos en situaciones extremas: la violencia y muerte en las guerras; el enfrentamiento del hombre con la naturaleza y contra las bestias, que temen tanto o más que quien las enfrenta; la terquedad y la obsesión de obtener y mantener la presea buscada. Para Hemingway, el verdadero acto heroico es la vida; la muerte llega sola.
Todos los héroes de sus novelas retan a la muerte, que se muestra en forma de metralla, en las astas de un toro o en fieras salvajes. El escritor construye personajes sin sentimientos, fríos, que viven sin temor; pero, en verdad, ocultan debajo de esas máscaras mucha ternura y un gran miedo de continuar existiendo en un mundo donde predomina la guerra. Hemingway, cuando participó en la Guerra Civil Española, así como en la Primera y la Segunda Guerra Mundial, siempre vio a la muerte ensañándose en los otros y no en él, que la buscaba.
En su novela «El Viejo y el Mar”, por la que obtuvo el Pulitzer Prize en 1953 y que contiene 27,000 palabras, el escenario es un pueblo costero de Cuba. Su protagonista es Santiago, un viejo pescador que se mantiene con lo poco que gana en su oficio. Al comenzar el relato, hace ochenta y cuatro días que el protagonista vuelve del mar con las redes vacías, por lo que los padres del pequeño Manolín, que el viejo ha enseñado a pescar, obligan a éste a dejarlo. Ese día, el viejo pescador tiene que lanzarse en solitario a la mar. Luego de una titánica lucha de dos días y medio vence a un gigantesco pez espada, al que ata a su pequeño bote sólo para perderlo al día siguiente, en otro combate no menos heroico contra las mandíbulas de los voraces tiburones del mar Caribe. Gracias al talento de Hemingway, una anécdota de la vida vulgar y cotidiana se convierte en símbolo del destino de la humanidad que, al igual que el viejo pescador, se empeña en acometer empresas desmesuradas.
Lo que da su extraordinario horizonte a la aventura del pescador cubano en aquellas aguas tropicales, es que, a manera de ósmosis, el lector percibe en el enfrentamiento del viejo Santiago contra los silentes enemigos que terminarán por derrotarlo, una descripción de algo más constante y universal, el desafío permanente que es la vida para los hombres, así como esta enseñanza espartana: que, enfrentándose a estas pruebas con la valentía y la dignidad del pescador del cuento, el ser humano puede alcanzar una grandeza moral, una justificación para su existencia, aunque termine derrotado. Ésa es la razón por la que las penalidades de Santiago, al regresar al pueblo con el esqueleto inservible del gran pez devorado por los tiburones, exhausto y con sus manos ensangrentadas, no es un perdedor, sino, por el contrario, es alguien que, gracias a la experiencia que acaba de protagonizar, se agigantó moralmente y se superó a sí mismo, trascendiendo las limitaciones físicas y psíquicas del común de los mortales.
La historia es triste, pero no pesimista; por el contrario, nos muestra que siempre hay esperanza de que, aun en las peores tribulaciones y reveses, la conducta de un hombre puede mudar la derrota en victoria y dar sentido a su vida. Santiago, al día siguiente de su retorno, camina digno y con la cara en alto, y eso es lo que hace llorar al niño Manolín, la admiración por el anciano inquebrantable, más todavía que el cariño y la piedad que siente por el hombre que le enseñó a pescar. Éste es el sentido de la famosa frase que Santiago se dice a sí mismo en medio del océano, y que ha pasado a ser la divisa antropológica de Hemingway: “Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. No todos los hombres, se entiende, sólo los héroes de sus ficciones: guerreros, cazadores, toreros, contrabandistas, aventureros de toda suerte y condición que, como el pescador, están dotados de la virtud emblemática del héroe de Hemingway: el coraje.
El incomprendido y sufrido genio de las letras murió en su casa de campo en Ketchum, Idaho, el 2 de julio de 1961, al darse un tiro en la sien, igual que su padre, con una de esas armas que tanto amó, para liberarse de una enfermedad que le había hecho perder su lucidez y lo mermaba físicamente cada día.
FUENTE: http://hellodf.com/el-talento-consiste-en-como-vive-uno-la-vida-ernest-hemigway-rafaborbolla/