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¿Te imaginas a un científico buscando a Dios con su microscopio? Las afirmaciones más irónicas de la ciencia

¿Existe Dios?, «Diez mil dificultades no hacen una sola duda» afirmaba con una basta experiencia Newman. El problema no son tanto las dificultades cuanto afrontar (y aceptar) el riesgo del salto; ese que nos permitirá abrazar, o mejor dicho ser abrazados, por el misterio. La fe (sobrenatural) es un don que no se impone. La fe es un tejido de múltiples hilos que bajan desde el cielo y suben desde la tierra. La fe es mucho más que una mera convicción. La fe es contacto que nos transporta a vislumbrar el horizonte infinito (en una especie de presencia-ausencia de esa realidad invisible que sostiene el mundo).

Para realizar un asentimiento auténtico –pues no basta creer y ya– (los demonios también creen), se requiere un espíritu dispuesto. Los primeros pasos por ello deben ir en dirección a disponer mejor nuestro espíritu. En ese sentido creo que es fundamental superar el nivel más mecánico y funcional de la realidad, pues en relación a su estructura matemática y a la efectividad manipulativa, todos más o menos tenemos una idea bastante clara y compartida del mundo, esto es así porque en esta dimensión mecánica y más horizontal, el mundo no expone lo decisivo acerca del misterio del hombre. Mientras nos quedemos pegados solo a un nivel matemático no haremos más que progresar técnicamente (que no es equivalente a progresar humanamente) hasta convertirnos en un engranaje más del complejo mecanismo cosmológico. En cambio, si re-flexionamos y vamos más allá del plano de la factualidad de la materia, es decir, si abrimos nuestro espíritu y nos elevamos sobre la materia para preguntarnos sobre el por qué de la misma y de su eficiencia, y el sentido de ambos para nuestra vida; entonces nos adentraremos en un mar de infinitos pensamientos que nos harán rozar por un instante un horizonte infinito, de un ya pero todavía no, que constituye nuestra infinita superioridad sobre el universo, pero la razón nunca será suficiente. El hombre, decía Pascal, «no es más que un junco, el más débil de la naturaleza; pero es un junco pensante. No es necesario que el universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua basta para matarlo. Pero, aun cuando el universo lo aniquilara, el hombre sería todavía más noble que lo que lo mata, porque él sabe que muere y conoce la ventaja que el universo tiene sobre él; el universo no sabe nada» (Pensamientos 347).

Este es el primer paso necesario para encaminar nuestro espíritu hacia la acogida del don: debemos vencer el terrible indiferentismo para buscar y afrontar con seriedad las preguntas decisivas de nuestra existencia, e ir hasta el fondo en las respuestas. ¿Por qué existe algo en vez de nada?, ¿por qué brota orden y regularidad de una materia que en su estructura más íntima se comporta en modo indeterminado?, ¿por qué este micro-cosmos luego se amalgama hasta conformar un macro-cosmos con el cual parece ni siquiera poder compaginarse (al menos según nuestros modelos actuales)? ¿Por qué a pesar de todo ello la realidad funciona con regularidad y responde a nuestros modelos científicos? Y más aún, ¿por qué podemos apreciar e inteligir la realidad en dimensiones que van más allá de su estructura matemática?, ¿por qué se suscitan en nosotros experiencias de belleza y estupor que nos llevan a plantear sistemas éticos, filosóficos, estéticos, que nos permitan relacionarnos de manera más profunda con la creación toda (especialmente con nuestros hermanos)? ¿Por qué existimos nosotros en primer lugar, a quienes estas dimensiones cargadas de misterio atormentan?

El hombre es un ser que consciente o inconscientemente vive de creencias donde la certeza y la duda se alternan; vive confiando y creyendo en realidades que no puede explicar del todo, o de las cuales, en muchos casos, ni siquiera comprende una pizca.

A este punto se pone también, casi inevitablemente, la pregunta decisiva por el Misterio (con mayúscula): ¿Quién o qué (si es que lo hay) es la fuente de todo estos fenómenos que llamamos cosmos y hombre?  Y aquí es inútil, como recordaba Chesterton, «hablar siempre de la alternativa entre razón o fe». Aquí nos encontramos más bien ante la alternativa entre fe y fe. El Misterio por más razonable que pueda ser no será jamás racional. El misterio, que constituye, por así decirlo, el tejido más profundo de la realidad, mientras más se le desvela, más crece, extendiéndose hacia las dimensiones de lo invisible. Por eso este jamás entrará en los límites de nuestra pura razón. Aquí el salto o traspaso es necesario: el corazón tiene razones que la razón no entiende del todo pero que intuye, entonces la razón se ensancha para aceptar y acoger lo que está más allá de sí misma. Hay realidades que solo se conocen plenamente con el corazón. Aun así no estamos del todo desprovistos para lograr este movimiento. En realidad si tomamos conciencia, nos venimos ejercitando cotidianamente (es algo natural a nuestra condición), pues de cierta forma cada día realizamos cientos de pequeños asentimientos de fe (natural) en los que nuestro corazón afirma la razonabilidad de tantas verdades que no podemos demostrar. Las esferas más importantes de nuestra existencia se mueven en estas coordenadas (culturales, éticas, filosóficas, religiosas). Incluso cuando usamos nuestra razón para afirmar algo tan banal como “Dios no existe” depositamos en nuestra afirmación un grado de confianza que constituye en sí misma un acto de fe, en cuanto que aceptamos de modo intuitivo lo que no podemos ni comprobar con una certeza matemática, ni corroborar a través de un experimento de laboratorio. Como decía con ironía Chesterton:

«Es un acto de fe afirmar que nuestros pensamientos tienen alguna relación en absoluto con la realidad. Si usted es tan sólo un escéptico, tarde o temprano tendrá que preguntarse: “¿Por qué ha de salir bien cualquier cosa; incluso la observación y la deducción? ¿Por qué la buena lógica no ha de ser tan engañosa como la mala lógica? ¿No son ambas movimientos en el cerebro de un mono confundido?” El escéptico joven nos dice: –“Tengo derecho a pensar por mi mismo”–. Pero el escéptico viejo, el escéptico total, nos dirá: –“No tengo derecho a pensar por mi mismo. No tengo derecho a pensar en absoluto”–» (Ortodoxia).

El hombre es un ser que consciente o inconscientemente vive de creencias donde la certeza y la duda se alternan; vive confiando y creyendo en realidades que no puede explicar del todo, o de las cuales, en muchos casos, ni siquiera comprende una pizca. En el fondo, como decía en otro de sus “pensamientos” Pascal, estamos embarcados y hay que apostar; esto no es voluntario. Y, querámoslo o no, en realidad ya lo hacemos. Así pues, el dilema es: ¿sobre qué apostaremos?, ¿cómo acogeremos el inevitable Misterio que se nos presenta y acucia nuestro corazón? Quizá algunos se desentenderán del todo llamándolo “caos ordenado por un azar improbable que siempre ha existido” y este será su Dios. Y cabe decir que hay que tener mucha fe y coraje para realizar este salto. «Yo no tengo tanta fe como para no creer», decía con ingenio un autor del que ahora no recuerdo el nombre. Otros dirán, buscando una componenda, que se trata de un “Relojero indiferente que ha abandonado su obra”, o tal vez, evitando culpar a alguien, algunos depositarán su fe en una “Energía cósmica impersonal”. Cada loco con su tema –como decimos en mi tierra–, pero se lo quiera o no al fin del día un tema hay que tener. En fin, habrá un grupo, y no son pocos, que verán en la belleza del cosmos un reflejo de un Dios que es “Verdad, Belleza, Bondad”, ya que nadie da de lo que no tiene –dirán–; solo así se explica que pueda existir y subsistir este cosmos que tiene tanto gusto a milagro imposible y del cual, además, brotan tantos destellos de verdad, belleza y bondad. Este grupo apostará por un “Creador” y buscarán (lógicamente) entablar una relación más profunda con Él. ¿Quién sabe?, tal vez Él les responda; ¿quién sabe?, tal vez Él ya les ha respondido, y ahora aguarda en silencio, pacientemente, a que le escuchen y den así ese pequeño gran salto, ayudándose de los cientos de hilos que se han tejido y se siguen tejiendo a lo largo de la historia; ¿quién sabe?, quizá Él estará allí para recibirlos y abrazarlos con un Amor Infinito. El corazón habla al corazón.

 

FUENTE: http://catholic-link.com/2016/02/15/existe-dios-contradicciones-ciencia-fe

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