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El Hijo se hace Niño para abrir los caminos divinos de la tierra

El censo
Los seis meses que siguen a estos sucesos son de gran gozo, para María y José. Su vida bien puede llamarse un cielo en la tierra. Cierto que los profetas dicen que el Mesías debe nacer en Belén, la ciudad de David; pero ya están acostumbrados a abandonarse en las manos de Dios, que dirige todo con su paternal providencia.

Cuando llega la noticia del empadronamiento en la ciudad de origen que es Belén, está a punto de nacer el Niño, y se dirigen a la ciudad de David. Se están cumpliendo las Escrituras.

«En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento» (Lc)

El nacimiento
La llegada a Belén antes del nacimiento no debió ser fácil. No había lugar en una casa cualquiera para la que va a dar a luz. Es normal inquietarse. Ya están acostumbrados a caminar con libertad en los planes de Dios; pero José busca hasta que encuentra una gruta reservada a los animales. Entran. La arregla. Y allí, aquella noche bendita, ve la luz del mundo el que es la Luz de los hombres.

María está gozosa. El nacimiento fue como una luz que atraviesa un cristal. Sin dolor, sin menoscabo físico, con el máximo gozo. Y abraza a aquel Niño, pequeño como todos los niños, sin palabras cuando es la Palabra que viene a este mundo. Y lo besa y lo envuelve en pañales bordados por Ella misma. José se acerca después del nacimiento, y también lo adora. El mundo está en la noche, nada sabe de lo que acaba de ocurrir. Ya se enterará. De momento, inerme en sus manos, necesitado de todo, llora, respira y vive el que trae al mundo la Vida que no pasa, la victoria sobre las tinieblas y el pecado.

Los testigos
Dios quiere que haya algunos sean testigos de lo sucedido y, en esta onda de humildad, se manifiesta a unos que difícilmente podrían ser testigos entre los hombres por ser incultos y pobres: unos pastores.

«Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo:
Gloria a Dios en las alturas
y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

Luego que los ángeles se apartaron de ellos hacia el cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos hasta Belén, y veamos este hecho que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado. Y vinieron presurosos, y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas acerca de este niño. Y todos los que escucharon se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho. María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón.

Y los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según les fue dicho»(Lc).

Luz y alegría
Una nueva lógica acaba de entrar en el mundo. La lógica de un amor tan grande que se anonada. El Hijo se hace Niño inerme para abrir los caminos divinos de la tierra. Los pastores son sus testigos y responden con fe a la luz que les viene de fuera. Y los ojos, acostumbrados a la noche y a la vida sin esperanza, se abren a la luz y a la alegría que viene del cielo y les llega hasta lo más profundo de sus vidas. María contempla, se alegra y medita en oración lo que está pasando.

Otras visitas
No se queda en los pastores la noticia del nacimiento. Al poco llegarán más personajes: los Magos de Oriente. «Nacido Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle. Al oír esto, el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén. Y, reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les interrogaba dónde había de nacer el Mesías. En Belén de Judá, le dijeron, pues así está escrito por medio del Profeta:
Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá;
pues de ti saldrá un jefe
que apacentará a mi pueblo, Israel»(Lc)

La noticia del Nacimiento de Jesús llega también a los intelectuales, y, a través de ellos, a toda Jerusalén. Los doctores de la Ley son informados e informan bien a Herodes, pero no van a Belén, se ve que les importa poco, o no se lo acaban de creer. Herodes urde violencias en su duro corazón. Hasta ahora todo ha sido un rosario de respuestas generosas y llenas de fe -María, José, Isabel, los pastores-: Y los ángeles se gozan en ellos. Pero ya se deja ver que el poder del pecado es fuerte y ha echado raíces hondas en muchos.

Los regalos de Jesús
«Entonces Herodes, llamando en secreto a los Magos, se informó cuidadosamente por ellos del tiempo en que había aparecido la estrella; y les envió a Belén, diciéndoles: Id e informaos bien acerca del niño; y cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a adorarle. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en marcha. Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrados le adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Y, habiendo recibido en sueños aviso de no volver a Herodes, regresaron a su país por otro camino»(Mt).

Oro como rey, incienso como sacerdote y mirra, signo de la inmortalidad. Los Magos saben mucho acerca de quién es Aquel que buscan. Por eso, emprenden un viaje tan largo y atraviesan caminos complicados. No importa el cansancio, si de verdad ha nacido el Rey de los judíos, que viene a salvar al mundo de sus pecados. La estrella es la luz que camina en la noche. Cuando se oculta se acude a los que guardan la palabra de Dios. Y se llenan de inmensa alegría al reencontrar la estrella, y más aún, ante el sol que se les presenta en brazos de su Madre, y le adoran, volverán a su país con la luz en sus almas.

Fuente: http://es.catholic.net/op/articulos/17611/cat/694/el-hijo-se-hace-nino-para-abrir-los-caminos-divinos-de-la-tierra.html

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