Harvard Business Review publicó un artículo sobre la pregunta hecha a más de 250 moribundos: ¿de qué te arrepientes en la vida?
Las respuestas más comunes fueron las siguientes:
- De no haber pasado más tiempo con mis verdaderos amigos y con mi familia.
- De no haber buscado ser más feliz y hacer a otros más felices.
- De haberme rendido y no luchar por lo que quería.
- De no haber tenido la valentía de expresar mis sentimientos y defender mis pensamientos y principios.
- De no haber aprovechado la vida y sacarle el jugo.
Sabias respuestas de personas en la antesala de lo inevitable, que reflejan la experiencia del equipaje de toda una vida.
Si nos hiciésemos la misma pregunta, ¿qué contestaríamos? Es triste que muchos reflexionen hasta el final de su vida, pero ¡qué bueno que tú y yo podemos cuestionarnos y plantearnos hoy lo que vamos a hacer con el resto de la nuestra!
Las respuestas anteriores nos dejan imaginar cierta tristeza de la gente por no haber vivido, o peor aún, por haber vivido la vida que otros querían para ellos y no tener el valor de tomar las riendas de la misma. En algún momento, a todos nos sucede.
Cuánta depresión y cuánta melancolía por no reflexionar a tiempo sobre el tipo de vida que vivimos y si vamos por el camino correcto. Al final, la vida no se mide en años, meses o días, sino en momentos, y éstos mueren rápido. Lo importante del viaje no es correr, es disfrutar y valorar lo que experimentamos mientras viajamos, sin menospreciar ningún instante.
Nos arrepentimos por no pasar más tiempo con quienes más amamos. Y es que muchas veces sacrificamos el hoy por un posible futuro mejor. Los workaholics solemos decir: “Es que estoy preparando el porvenir” para justificar la forma como vivimos. Acostumbrados a exprimir cada día y vivir a mil por hora, nuestros ratos libres –si acaso los tenemos– nos producen una sensación de pérdida de tiempo.
Esa forma de pensar y actuar implica necesariamente que estamos sacrificando el presente. Nos estamos perdiendo la foto de hoy. La pregunta es: ¿estuviste?, ¿te enteraste?, ¿conoces los miedos, retos, alegrías y tristezas de tus hijos? Eso es estar en la foto. Si no es así, tienes una familia, pero “de mentiras”, como dirían los niños.
Disfruta las pequeñas cosas porque tal vez un día vuelvas la vista atrás y te des cuenta de que ésas eran las cosas grandes, decía Robert Braul.
En ocasiones no vivimos felices por lamentarnos de algo que ya pasó. Nuestra mente traicionera viaja y se queda aferrada al pasado, anestesiada por la inercia de no querer cambiar y seguir en la rutina. No sabemos cerrar a tiempo un periodo que nos empobrece y perjudica.
Y es que el no reconocer la vida como es, impide que la aprovechemos. El huir del dolor y no aceptar las limitaciones siempre presentes (de salud, belleza, dinero, capacidad…), nos incapacita para vivir a plenitud. La vida se convierte en un problema insuperable para quien no puede adaptarse, contentarse, tener paciencia y aceptar que la realidad no es perfecta y que no lo somos nosotros ni los demás. Consecuencia de ello es una visión negativa que nos hace enfocarnos en lo que no tenemos; y por ende, nunca estamos contentos con nada.
Vive una vida que por muchos momentos sea unplugged; desconéctate del celular, de la laptop, del Facebook y conéctate con tus emociones.
El mañana llega muy rápido. Los días se convierten muy pronto en años. Detrás de cada aparente final descubre un nuevo principio. Detrás de cada logro hay otro desafío. Si extrañas lo que hacías, vuelve a hacerlo. No vivas de recuerdos llenos de polvo. Sigue aunque todos esperen que te rindas. Cuando no puedas correr, trota. Cuando no puedas trotar, camina. Pero ¡nunca te detengas! Ten el coraje de vivir la vida que quieres para ti.
La meta es el camino; no te obsesiones con el futuro, no tienes idea de qué pasará. Deja que llegue y será en función de lo que hagas hoy. Caminar despacio y concentrado es la mejor receta para correr lejos, muy lejos, sabiendo que el auténtico reto es saborear y apreciar cada parte del trayecto.