En su artículo “The end of men” (el fin de los hombres), Hanna Rosin desató la polémica con algunas declaraciones:
<<Existe la percepción de que el modelo de liderazgo en los negocios está cambiando. El viejo modelo de mando y control, en el que el poder de decisión se concentra en una cabeza, está cediendo el paso a un nuevo modelo donde el líder se comporta como un buen coach y enfoca su carisma para motivar a los demás con objeto de que sean productivos y creativos. Este modelo no es descrito como explícitamente femenino, pero habla de un liderazgo con sensibilidad e inteligencia social, incluyendo la habilidad para leer las expresiones faciales y el lenguaje corporal. Claramente, implica la necesidad de desarrollar el lado femenino.
Los psicólogos evolucionistas aseveran que traemos grabados imperativos de adaptación de un pasado distante: los hombres son más rápidos, fuertes y están programados para luchar para abastecerse de recursos, lo que se manifiesta en su habilidad para triunfar hoy en día en Wall Street; mientras que las mujeres están programadas para encontrar buenos proveedores y cuidar de las crías, por lo que su comportamiento es más flexible. Pero ¿y si los hombres y las mujeres no están cumpliendo imperativos biológicos sino roles sociales, basados en lo que ha funcionado a lo largo de la historia de la humanidad? ¿Y si dicha era ha llegado a su fin? Al punto: ¿Qué pasa si la economía de la nueva era congenia mejor con la naturaleza femenina que con la masculina?
A principios de este año, por primera vez en la historia de los Estados Unidos, la balanza en la fuerza de trabajo se inclina hacia las mujeres, que hoy son mayoría en los puestos de trabajo. La clase trabajadora está tornándose poco a poco en un matriarcado. La economía postindustrial es indiferente al tamaño y la fuerza física de los hombres, mientras que los atributos más valorados ahora —la inteligencia social, la comunicación, la habilidad para mantener la compostura— no son predominantemente masculinos.
La primera ministro de Islandia Johanna Sigurdardottir, que en su campaña electoral culpó a la élite masculina de haber destruido el sistema bancario de su nación, anunció el fin de la era de la testosterona>>.
Después de exponer estos y otros argumentos, Rossin concluye que estamos ante ¡el inminente fin del hombre!
Como hombre, me perdonarán que no esté de acuerdo con Hanna Robin. Acepto, sin embargo, que vivimos en un mundo en el que ser mujer, con todo lo que eso implica, puede ser un activo más que un estorbo en la carrera profesional; porque las llaves del éxito son más perceptibles para la intuición femenina que para la mente estereotipada del hombre. Nos guste o no admitirlo, los hombres deben voltear a ver a las mujeres para aprender las habilidades que están a la alza en el mercado.
Las mujeres suelen ser mejores que los hombres en lo que se refiere a empatía, trabajo en equipo y liderazgo compasivo, y logran que en el lugar de trabajo se dé un ambiente laboral más propicio para el crecimiento profesional.
A pesar de ello, seguido noto que hay mujeres tratando de imitar las cualidades masculinas en el trabajo. Algunas copian la agresividad de sus colegas hombres, tal vez confundiendo eso con asertividad. Los hombres tienden a ser más agresivos que las mujeres, pero eso no necesariamente es algo que conviene emular.
El comportamiento agresivo en el lugar de trabajo puede llevar a tratar de vencer y subyugar a los demás, ignorando las opiniones muy válidas de los demás. La asertividad, no obstante, permite comprender los puntos de vista y los valores de los otros, sin faltar el respeto a nadie.
A aquellas mujeres que se desenvuelven en un lugar de trabajo donde aún son minoría, les puedo asegurar que no necesitan amar el lunes de futbol ni beber y fumar con los hombres para asegurar su sitio. Si quieren hacerlo, es su problema; pero no responsabilicen de sus decisiones a los hombres. El club de los chicos está sobrepoblado.