Es muy corta la distancia entre el Distrito Federal y Tepotzotlán. Las vías de acceso son varias. La señalización es buena. El pueblo mágico.
De entrada el costo de admisión se me hizo caro. No había ni mapas, ni guías disponibles, ni información impresa del recinto. Desilusionada inicie mi visita.
Solo entrar por los pasillos decorados con imágenes del fundador de los jesuitas, lograron transformar ese sentimiento. Erróneamente pensé que esto era un convento. La visita corrigió mi error. Este fue un colegio. Una Ibero del siglo XVII.
En 1964, se quería convertir a este colegio en una penitenciaria de dónde hoy, hubiera escapado el Chapo Guzmán. Gracias al presidente López Mateos este recinto se convirtió en el Museo del Virreinato.
Los pasillos te llevan a habitaciones llenas de historia. Hay maquetas que reflejan pasajes de la vida de ayer. Objetos religiosos ocupan lindas vitrinas. Muebles de época nos conducen al pasado.
No solo pasillos dirigían mis pasos, también escaleras me transportaron a lugares espectaculares. El templo de San Francisco Javier me dejo atónita. Mis ojos no dejaban de ver esos retablos de oro que platican, con imágenes, eventos religiosos.
La Virgen de la Luz, la gran intercesora de las almas del purgatorio resplandecía con su propia luz. Ángeles por doquier decoraban cada uno de los espacios. No existe hueco sin ornamento. Podría haberme quedado horas. Imposible, había mucho mas que ver.
Patios con naranjos, jardines bien cuidados, estatuas de las que se saben leyendas, pequeñas capillas, lugares de rezo, hacen al lugar maravilloso.
En lo alto, un mirador. Una montaña jorobada. De ahí el nombre. Tepotzotlán quiere decir lugar del jorobado.
El costo pagado fue mínimo a lo que pude ver, a lo que aprendí, a lo que disfrute. Una visita inolvidable. Una visita que se debe hacer.