“Mal hace el que menosprecia a su prójimo, mas el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado”. (Proverbios 14, 21).
Al asumir el pontificado, SS. Francisco dijo: “¡Cómo me gustaría tener una Iglesia pobre y para lo pobres!”, y nos lo recuerda en cada ocasión.
Para la Madre Trinidad, la pobreza fue una constante en su vida y la testimoniaba ante sus hermanas religiosas: “Espero de ustedes, más humildes misioneras que conquisten el corazón de los niños para Dios, que maestras doctoradas con salarios”.
Ella siempre se abandonó a la voluntad de Dios confiando sin reparar en lo material: “¡Qué bueno es el Señor! que abate a los grandes de la tierra, y levanta la miseria y la nada para obrar en ella con infinito amor y misericordia. En la pobreza y en el trabajo son más gratas las obras a Dios, en las que solo se busca su gloria. Lo demás, el Señor lo da por añadidura”.
Uno de sus principales fundamentos fue el servicio a los más necesitados, que junto con la adoración y la educación de los pequeños constituyó el eje de su existencia: “El Padre de misericordia y de bondad dice: ‘¡Traedme a los fatigados, a los pobres, los enfermos, los moribundos, los perseguidos, los defensores del honor, los fracasados y los abandonados en la miseria. En mí encontrarán consuelo, socorro y remedio!”
Max Weber decía que los Evangelios hablan bien de los pobres y mal de los ricos, señalando el abismo que media entre unos y otros. Hoy el Papa Francisco, como lo hizo la Madre Trinidad, no habla mal de los ricos, pero enfoca la mirada en los pobres.
En el Evangelio y en las palabras del Papa, los pobres aparecen como los maestros privilegiados en el conocimiento de Dios, que nos guían a la cercanía y la ternura de Dios. Son la imagen del Señor (“cada vez que lo hicistéis a uno de ellos -los más pequeños-, a mí me lo hicistéis”) y la oportunidad de transformar el mundo.
El Papa señala con claridad: “La caridad que deja a los pobres como están, no es suficiente. La misericordia pide justicia y que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo”. Es preciso abrir los ojos; están al alcance de nuestra mirada y de nuestras manos. No los olvidemos.