No hace mucho tiempo saludé a un viejo conocido. Actualmente tiene alrededor de 40 años y es asesor financiero. Como tenía algunos años de no verlo, le pregunté si se había casado y me contestó:
-Casado, en estricto sentido, no. Vivo en un departamento con una compañera de trabajo de 34 años y formamos una pareja “DINK”.
-¿En qué consiste eso? –le pregunté.
-Muy sencillo –me respondió. En inglés significa: “Double Income, No Kids” (DINK: dos ingresos, sin hijos). De este modo nadie se compromete a nada. Estamos “a prueba”. Si nuestra relación funciona, quizá con el tiempo podríamos llegar a casarnos. Si no, nos diremos adiós y asunto concluido. La razón es que no queremos tener “crisis” en nuestra unión, y sobre el tema de tener hijos, ¡ni pensarlo!, son una complicación. Además, como los dos ganamos buen dinero, nos divertimos mucho: viajamos con frecuencia, hemos comprado varios coches, una moto y un par de cachorros preciosos.
Por asociación de ideas me vino el recuerdo de mi abuelita Rosa que se casó muy joven con mi abuelo. Tuvieron once hijos y cada uno, a su vez, engendró un promedio de cinco descendientes. Mis abuelos se quisieron mucho durante toda su vida. Como es natural, tuvieron algunas fricciones, pero jamás hubo una “crisis matrimonial”. ¿Por qué? Porque desde el principio sabían que se casaban para toda la vida y juraron ante Dios ser fieles hasta la muerte. La mayor ilusión de ambos era tener una familia numerosa.
Para sacar adelante a los once hijos, mi abuelo tenía que trabajar intensamente, y mi abuela, aprovechar lo mejor posible su jornada para atender a la numerosa prole. En ese hogar reinaba la alegría, el buen humor, el mutuo afecto. Hubo estrecheces económicas pero siempre fueron llevadas con naturalidad y optimismo. Esto lo digo porque erróneamente se ha divulgado en ciertos ambientes la visión de que el tener una familia numerosa es poco menos que caer en el caos, la angustia, la anarquía y hasta la irresponsabilidad.
Nosotros fuimos siete hermanos y pasamos temporadas duras, económicamente hablando. Cierto día, mi padre, que era agricultor y notario, me confesó: “Los años que recuerdo con más cariño, son aquellos en que tenía que esforzarme por completar la semana de tu mamá para los gastos de la casa. La pobreza tiene la rica enseñanza de que aprendes que la felicidad no se encuentra en los bienes materiales, sino en la unidad y el afecto familiar; ese es su tesoro espiritual”.
Cuando en un matrimonio existe un claro sentido de la vida, de fundar una familia, de traer hijos al mundo y educarlos con cariño, de poner en los descendientes todo el empeño y los nobles afanes, lo más seguro es que esos esposos serán fieles y nunca aparecerán las llamadas “crisis matrimoniales”; y si surgen dificultades y roces, el amor y el perdón siempre acabarán ganando.
La mayoría de los matrimonios de nuestro siglo XXI combinan el ejercicio de su actividad profesional con sus responsabilidades familiares. Sin duda, se requiere un mayor esfuerzo para cumplir bien con ambos deberes, pero se puede salir adelante gracias al amor mutuo y por los hijos. Como decía el literato francés Antoine de Saint-Exupery: “Amar es mirar juntos en la misma dirección”.
¿Por qué fracasan las uniones “DINK”? Porque son una burda caricatura del matrimonio. No tienen un profundo sentido para vivir la fidelidad ni para tener hijos. En esas relaciones todo es provisional, entonces se pierde fácilmente el “para qué” y las rupturas son casi inevitables porque impera la esclavitud del egoísmo.
Es cierto que muchos matrimonios terminan en separación. Pero por fortuna, existe una inmensa mayoría que no son “noticia”, que son fieles y no desean otra cosa que el bien de los miembros de su familia. Esto es lo que no hay que perder de vista, estos son los valores que hemos de conservar y promover en nuestro entorno familiar y social.
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