Los padres de familia buscan escuelas de prestigio y complementan la educación de sus hijos con un sinnúmero de clases adicionales; sin embargo, la violencia escolar y la drogadicción aumentan a ritmos alarmantes.
Algunos papás buscan una escuela donde no se hable de Dios para evitarles “traumas” a sus hijos. Otros no adoptan posiciones tan radicales pero tampoco le dan ninguna importancia al tema. Y en las escuelas oficiales, hace años que se evita hablar de Dios para no violar la ley.
En casa, cada vez se enseña menos sobre temas religiosos porque casi es una necesidad que la mamá se realice profesionalmente y no hay quien enseñe a los niños los principios y virtudes humanas. Los resultados que estamos viendo son una juventud confundida, que busca el sentido de la vida en satisfactores externos que no le terminan de llenar; y la palabra idealismo se encuentra casi en desuso.
Los atribulados adeptos de la mayoría de las religiones están acostumbrados a que se burlen de sus creencias y estilos de vida en esta sociedad posmoderna, donde pareciera que Dios ha muerto. Por eso resulta reivindicador el artículo de Andrew Whitehouse –profesor asociado del “Telethon Institute for Child Health Research” de la Universidad de Western Australia– sobre un estudio realizado en 2008, que analiza si el hecho de crecer en un hogar religioso representa ventajas o desventajas en el desarrollo emocional y conductual de un niño.
El estudio muestra una arrolladora diferencia a favor de los padres que practican e inculcan una religión a su prole. Los niños y las niñas de estos hogares –sin impotar su estrato sociodemográfico y económico– mostraron mayor autocontrol, habilidades interpersonales más efectivas y menos propensión a la depresión y a la impulsividad.
Claro que hay otros factores que deben tomarse en cuenta. No es lo mismo una religión que otra, y desde luego, la forma de transmitir la fe es también un factor crucial. ¡Cuántos jóvenes han abandonado los valores religiosos y morales de la familia por haberles metido la religión por las narices! Pero lo que el mencionado estudio deja en claro a los padres interesados en formar hijos íntegros, es que aunque es posible ser un padre bueno, cariñoso y efectivo sin ser religioso, todo indica que el serlo facilita mucho la tarea.
La educación del siglo XXI en la cultura occidental tiene a su disposición raudales de información y técnicas pedagógicas, pero está careciendo de lo más importante: la herencia de la cultura cristiana en la que sus naciones se forjaron.
La injusticia social, la drogadicción, el bullying en las escuelas, la violencia desatada, las injusticias económicas y el fracaso de tantos matrimonios, son las consecuencias sociales y personales que la ausencia de Dios genera. Tantos problemas que nos aquejan no podrán ser resueltos hasta que tomemos la decisión de volver sobre los pasos de nuestra fe cristiana, que hemos abandonado a nivel social y muchas veces personal.
Busquemos que nuestros hijos se formen con un sentido de justicia y de trascendencia, pues su misión en la vida se verá impulsada a lograr no solamente éxitos temporales, sino a labrar un destino eterno en el que casi ya nadie piensa.