Ha soportado dos terremotos y el pasado 30 de abril de 2016 cumplió 60 años; ha visto pasar en su mirador a varias generaciones de chilangos
La Torre Latinoamericana es testigo y sobreviviente de la peor tragedia del último siglo en la ciudad: el terremoto del 19 de septiembre de 1985. El reloj que estaba en su fachada, y que quedó detenido a las 7:19 de la mañana, está hoy en el museo de la torre, en el piso 38.
La construcción resistió, como dice el ingeniero residente del edificio, Víctor Hugo Ariceaga, porque fue la primera en México diseñada dinámicamente.
“Se utilizó un método ideado por Nethan Newmark. Su estructura está diseñada para resistir terremotos, basada en estudios de mecánica de suelos”.
Era el año de 1956: el Regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu, seguía con su campaña para “adecentar” la ciudad, clausuraba teatros, cabarets y censuraba películas. María Félix filmaba Tizoc junto a Pedro Infante. El Ratón Macías no tenía rivales y se convertía en la estrella del boxeo mundial. Y en el país iniciaba el periodo conocido como el desarrollo estabilizador.
Ese año, el 30 de abril, la Torre Latinoamericana abrió sus puertas y cambió para siempre la cara de la Ciudad de México.
Una mole de 44 pisos con 181 metros de altura, construida de concreto y acero se erigió en la esquina de Francisco I. Madero y San Juan de Letrán.
A seis décadas de distancia el edificio es uno de los referentes de la ciudad, se convirtió en una postal, con un mirador en el piso más alto, y en lugar obligado de visita para todos los turistas y para todos los chilangos.
En la actualidad, desde su mirador, por donde han pasado familias, amores, amigos, y una que otra soledad, se puede ver “una ciudad triste, gris, monstruosa”, como dice el poema de José Emilio Pacheco.
Los altos índices de contaminación que en últimas fechas aquejan al Valle de México son perceptibles desde esa altura como brumas que a lo lejos se escurren entre montes, en medio de cláxones e imecas.
Hija de su tiempo
Pareciera que cada siglo deja a un testigo de su época en ese espacio del centro de la ciudad.
La reforma juarista perdonó a la iglesia del convento de San Francisco, uno de los más grandes e importantes de la Nueva España.
Enfrente de la torre sobrevive La casa de los azulejos, construida en el siglo XVI por los Condes del Valle de Orizaba y es otro vestigio de la época virreinal.
A lado, el edificio Guardiola, de estilo Art Decó, obra de Carlos Obregón Santacilia, es ahora anexo del Banco de México y representante de un estilo arquitectónico de principios del siglo XX.
En contra esquina está el inmueble de La Nacional, del mismo estilo arquitectónico, inaugurado en 1934 y considerado el primer rascacielos de la ciudad.
Pero fue la Latino, como todo mundo la conoce, la que impuso otro estilo en ese cuadrante.
“En su tiempo fue muy criticada. Sus líneas tan rectas son reflejo de lo que es la arquitectura moderna”, señala Ramón Abud, catedrático de la Facultad de Arquitectura de la UNAM.
“Hay que recordar que la modernidad ignoraba o desdeñaba lo que tenía junto. Es un reflejo fiel, es una hija de su época”, asegura.
La madrugada del 28 de julio de 1957, un año y tres meses después de abierta la torre, un terremoto de 7.9 grados despertó a la ciudad con un sacudón que tiró el Ángel de la Independencia.
Ese mismo año Pedro Infante murió en un avionazo y el Ratón Macías perdió el invicto ante el francés Alphonse Halimi. Ídolos se derrumbaron y el país, dentro de su ilusión de desarrollo, se enfilaría hacia épocas de crisis años después.
Pero la Latino resistió y sigue pie en lo que se convirtió en Eje Central, en la esquina con Madero.
A 60 años de su apertura, la torre se mantiene como el primer día, destaca el ingeniero Ariceaga. “Si fuera una persona de 60 años gozaría de una perfecta salud”.
FUENTE: http://www.razon.com.mx/spip.php?article305579