Con frases tan simples como directas, el Papa se acercó el domingo 14 de febrero a Ecatepec, uno de los municipios más pobres y violentos de México, para pedir un país “donde no haya necesidad de emigrar para soñar, de ser explotado para trabajar, de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos”.
Por si no hubiese quedado claro en sus discursos del sábado ante el poder político y eclesial, Jorge Mario Bergoglio redobló su denuncia contra la corrupción y “los traficantes de la muerte”.
Al dirigirse a los laicos, lo hizo con un tono paternal y pedagógico: «Dios es Padre Nuestro, no padre mío y padrastro de los demás.»
Alertó sobre las tres tentaciones que tenemos los cristianos, las cuales nos envuelven en un círculo de destrucción y nos degradan tanto a nosotros como a los demás:
«1- La riqueza: la tentación de adueñarnos de bienes que han sido dados para todos y no deben ser sólo para el beneficio propio y de los míos.
El pan con sabor a dolor causa amargura, sufrimiento. En una sociedad corrupta, ése es el pan que se les da a comer a los propios hijos.
2. La vanidad: la búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la fama de los demás.
3. El orgullo: la peor tentación es la de ponerse en un plano de superioridad, creyendo que tu vida no se compara con la común vida de los mortales. Rezar todos los días: Gracias Señor porque no me has hecho como ellos.
Vale la pena que nos preguntemos: ¿hasta dónde somos conscientes de estas tentaciones?, ¿hasta dónde nos hemos habituado a un estado de vida en el que pensamos que en la vanidad y el orgullo está la fuerza de la vida?»
Asimismo, no es la primera vez que Francisco afirma la existencia del demonio, que en estos tiempos se tiende a negar, y en esta homilía aconsejó evitarlo: «¿Hemos optado por Jesús y no por el demonio? Jesús no le contesta al demonio con ninguna palabra propia, sino con las palabras de la Escritura. Con el demonio no se dialoga porque nos va a ganar siempre. Sólo la fuerza de la palabra de Dios lo puede derrotar.»
Como el máximo jerarca católico, puntualizó que la Iglesia nos invita a la conversión con una sola certeza: «Él nos está sanando los corazones de todo lo que degrada. Es el Dios que tiene un nombre: Misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, nuestra fama, nuestro poder, y por eso nos atrevernos a decir: Tú eres mi Dios, en ti confío.»
El Papa Francisco envió un mensaje sencillo, pero importante; cálido, pero directo; cariñoso, pero firme; simple, pero profundo… Un mensaje fácil de comprender para todo aquel que lo quiera escuchar.
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