La política postmoderna es una contienda por la percepción y sus reglas. Y si no, mira cuántas horas extra está haciendo el periodismo desde el asesinato de catorce personas el miércoles en Los Ángeles, para poder encajar las evidencias, cada vez más inquietantes, en la percepción de que no es más que otro caso de descontrol de las armas de fuego en Estados Unidos. Que encajen en lo que conviene, aunque sea a martillazos.
Se sabe ya que los dos atacantes que mataron a catorce personas durante una comida de Navidad de los empleados de un centro de servicios sociales de San Bernardino, al este de Los Ángeles, son el matrimonio Syed Farook, de 28 años, y Tashfeen Malik, de 27, estadounidense de origen saudí él, paquistaní ella. Se sabe que iban vestidos con ropa militar y armados con fusiles de asalto, y también que en su casa guardaban un arsenal de bombas y armas automáticas.
Durante las últimas 36 horas, hemos visto de todo para lograr que la percepción conveniente, y políticamente correcta, no se desmadre ante los datos cada vez más tozudos de la matanza de San Bernardino.
En los primeros momentos, se dijo que el ataque era obra de un grupo de extrema derecha con vínculos con el Ku Kux Klan. La cadena MSBNC apuntó que en el distrito de San Bernardino también había un centro de Planned Parenthood. El presidente Obama, todo el mainstream de la Opinión progresista han salido en tromba a enfocar el caso como un problema de descontrol sobre la posesión de armas en Estados Unidos. A un grupo de tuiteros, entre ellos algunos políticos del Partido Republicano, se les ocurrió, en los primeros momentos tras el ataque, la idea de invitar a rezar por las víctimas, y recibieron una marea de descalificaciones y burlas de líderes de opinión izquierdistas, cuando aún se especulaba con que el tiroteo era obra de la extrema-derecha.
Ahora que la Policía no descarta que sea un ataque terrorista, la izquierda previene contra la “odiosa islamofobia” y moviliza a la policía del pensamiento.
Con muchos menos datos, el asesinato de tres personas por un loco adicto al sadomasoquismo y las drogas, hace una semana en un centro de la cadena abortista Planned Parenthood en Colorado Spring, ha dado pie a una demonización del movimiento provida y su “retórica del odio”, que es como si Adolf Eichmann diera lecciones de amor desde la sala de mandos de una cámara de gas.
Ambos casos ilustran la importancia que la percepción y el modo en que se construye tienen para la política en la era del espectáculo. El poder es un asalto, casa por casa, a la mirada de la gente. Se conquista y se conserva por el habla y por la gramática; por el ojo y por las lentes de contacto.