Por Andrés Jaromezuk
La Iglesia nos enseña que cada uno de nosotros tiene un ángel de la guarda que nos acompaña a lo largo de nuestra vida. Si bien sabemos que están junto a nosotros e interceden en nuestro beneficio, jamás debemos intentar conocer su nombre. ¿Por qué? Aquí hay al menos cuatro razones.
Los ángeles de la Biblia se negaron a dar sus nombres cuando se les preguntó
Dios creó una multitud de ángeles pero eligió solo revelarnos el nombre de tres: San Gabriel, San Miguel y San Rafael. Esta fue una disposición de Dios y no una solicitud humana.
Más aún, en el Libro del Génesis, el patriarca Jacob no logró obtener el nombre del ser misterioso que luchó con él en el desierto. Jacob le preguntó: “Por favor, dime tu nombre”.
El ángel respondió: “¿Por qué preguntas mi nombre?” (Génesis 32:24-29). Jacob no recibió más respuesta que una gentil reprimenda en forma de pregunta.
Estas reprensiones angelicales nos dicen que respetemos la ocultación de los nombres que estos espíritus han recibido de Dios.
Nombrar algo es reclamar autoridad sobre ello, y no tenemos autoridad sobre los ángeles
El acto de nombrar tiene un gran significado. Nombrar algo es reclamar autoridad sobre ello.
Dios dio a Adán el dominio sobre los animales y el poder de nombrarlos, pero se trataba de criaturas de naturaleza inferior a la humana. En cambio, no está dentro de nuestra autoridad dar nombres o averiguar los nombres de criaturas que pertenecen a un orden creado superior al nuestro.
Debido a que los ángeles son espíritus simples, conocer su nombre es conocer su esencia, el núcleo mismo de su ser y el propósito de su creación. Este conocimiento es solo para Dios y para aquellos en el cielo con quienes Él comparte este conocimiento.
Los ángeles caídos pueden interferir en nuestro intento de aprender los nombres de los ángeles de la guarda
Cuando una persona quiere conocer el nombre de su ángel de la guarda, busca comunicarse con el mundo espiritual, pero con esta actitud corre el peligro de vincularse con demonios.
Si bien La Biblia condena toda práctica esotérica que tienda a comunicarse con espíritus, tales acciones predisponen a recibir influencias e inspiraciones que pueden provenir de criaturas demoníacas.
La Iglesia nos dijo que no lo hiciéramos
Hay una última razón por la que no debemos nombrar a nuestros ángeles: la Iglesia advierte contra esta práctica.
Según el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede:
“Debe desalentarse la práctica de asignar nombres a los Santos Ángeles, excepto en los casos de Gabriel, Rafael y Miguel, cuyos nombres están contenidos en las Sagradas Escrituras”.
Así que ya sabes, nunca intentes conocer el nombre de tu ángel de la guarda. Solicita su intercesión y ten la esperanza de que, cuando vayas al cielo con Jesús, podrás conocer a aquel ser espiritual que Dios quiso regalarte para acompañarte en tu vida.