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El olvido de la filosofía

Pese a la omnipresencia de conceptos filosóficos, existe quien piensa que tenemos muy poca necesidad de cultura y, en concreto, ninguna necesidad de la más aparentemente inútil y menos rentable de las expresiones culturales: la filosofía.

La indiferencia ante la filosofía, una disciplina clave en la historia de la humanidad, tiene consecuencias en la sociedad actual.

Es difícil encontrar una sola disciplina científica, técnica, social o artística cuyos expertos no acaben empleando conceptos filosóficos cuando de lo que se trata es de llevar dichas disciplinas al extremo. Desde la arquitecta hasta el sociólogo, del físico a la abogada, del cocinero a la economista… todos echan mano de la filosofía cuando deciden profundizar en sus disciplinas.

Baste poner algunos ejemplos: cuando un cocinero habla de deconstruir una tortilla de papa, alude a un término acuñado por el filósofo Jacques Derrida. O cuando una arquitecta proyecta una construcción, sus ideas se materializan: no transmiten la misma cosmovisión una vivienda unifamiliar, un rascacielos de cristal o un bloque de viviendas sociales. O cuando un abogado defiende a un cliente, presupone la noción de sujeto de derecho. Las leyes nos dicen mucho acerca de la visión que una sociedad tiene sobre los sujetos que la forman (un tema que apasionaría a un sociólogo). En las sociedades en las que rige la pena de muerte, por ejemplo, la idea que se tiene del individuo y el valor que se le otorga a la vida es muy distinta a aquellas donde la pena de muerte ha sido derogada. Cuando el físico Stephen Hawking dice que “la creación espontánea es la razón de que exista algo, en vez de nada, de que el universo exista, de que nosotros existamos” no está haciendo ciencia, sino filosofía (y bastante ramplona, por cierto).

La filosofía es el pensamiento de todos los otros mundos posibles que están en éste.

Sin embargo, pese a esta omnipresencia de conceptos filosóficos, existe quien piensa que tenemos muy poca necesidad de cultura y, en concreto, ninguna necesidad de la más aparentemente inútil y menos rentable de las expresiones culturales: la filosofía. Lo pensaba en los años noventa el líder republicano estadounidense Newt Gingrich, quien hizo todo lo posible por suprimir el Fondo Nacional para las Artes y el Fondo Nacional para las Humanidades. No lo consiguió. Lo que le ocurría a Gingrich le pasa a mucha otra gente que no termina de ver por qué el Estado (y mucho menos la iniciativa privada) debe invertir en pensamiento. Cuando son el legislador y el gobernante los que no son capaces de ver la importancia de la filosofía. Y cuando no entienden demasiado bien lo decisiva que para una sociedad puede ser esa disciplina, entonces llegamos a la situación actual.

El futuro se presenta sombrío. Quizá por vez primera en la historia vivimos en tiempos de miedos globales: terrorismo, catástrofes naturales, hambrunas, pandemias… La desgracia ha comenzado a deslocalizar sus sucursales. Ante el constante bombardeo mediático de estas realidades, el olvido de la filosofía arrastra a las personas
hacia las respuestas esotéricas, prelógicas y acientíficas, cuando no al fanatismo
religioso o totalitario.

Retos para cada individuo

A diario nos encontramos con dilemas morales que requieren de un razonamiento ético. También nos enfrentamos a situaciones límite sobre las que se ha interrogado la filosofía durante milenios: la muerte, la búsqueda de la felicidad, los límites de la libertad, la construcción de la identidad individual y colectiva… Estos retos afectan a cada individuo, con independencia de su extracción social o formación académica. “La filosofía es para los profanos. Siempre lo fue, ningún filósofo escribió para colegas. Son muchas las personas que desean saber algo más y para ello escuchan programas de radio o de televisión en los que encuentran algo de filosofía, y siguen cursos en los que se les propone un acceso posible a los términos filosóficos”, apunta Maite Larrauri, profesora de esta asignatura en centros públicos de enseñanza media durante 36 años y coautora de la colección de libros Filosofía para profanos (Tàndem Edicions).

Sin embargo, la natural curiosidad de muchas personas que no han tenido la oportunidad de entrar en contacto con la disciplina acaba canalizada en libros de autoayuda. Las listas de superventas se ven copadas por estas temáticas cuya raíz profunda, irreconocible para la mayoría de los lectores, se halla en la filosofía. Y así, junto a autores de éxito, vemos proliferar todo tipo de gurús y coaches, muchas veces admirados por esos defensores de las necesidades del mercado que, paradójicamente, no ven necesaria la Filosofía en los planes de estudio.

Este tipo de refugios (en los que nos parapetamos para huir de los miedos que nos han sido inoculados) son una herramienta de control social, según Maite Larrauri: “El miedo tiene inductores, porque de eso sí que algunos sacan rédito. Ahí sí que hay estrategia, aunque no tenga por qué ser muy elaborada. Hace falta bien poco para meter miedo, basta decirle a un niño que tenga cuidado, que se va a caer, para tener ya el terreno ganado. Kant decía que los dos vicios que la humanidad tiene que sacudirse para progresar son el miedo y la pereza. Para suprimir el miedo, hay que suprimir a los tutores (así los llamaba él) que meten miedo. Los que Kant nombraba eran los médicos, los curas, algunos informadores. Sacudirse esas voces de encima, aprender a escucharse a sí mismo deviniendo sujeto de reflexión y de acción ya es un buen camino para superar los miedos. Las mujeres sabemos de lo que hablamos. ¡Cuántas veces hemos tenido que oír amenazas de caídas, cuántas veces esas amenazas nos han paralizado, cuántas veces nuestras caídas han reforzado el ejemplo del miedo! Y, sin embargo, hemos producido el mayor cambio humano esperanzador en el menor tiempo posible”.

Cambio en las sociedades

No nos enfrentamos sólo a miedos y a dilemas morales de carácter necesariamente negativo, también nos vemos emplazados a pensar la incertidumbre, a intentar procesar el cambio acelerado y multidireccional que están viviendo nuestras sociedades. La filosofía nos puede servir para proponer una descripción de lo que acontece y una prescripción de lo que debería acontecer. Esta evolución social se da tanto en la esfera colectiva como en la más profunda intimidad. Los roles de género están en plena fusión, también las categorías tradicionales de identidad de género. A masculino y femenino se suman transgénero, intergénero, agénero, bigénero, demichicas, demichicos, génerofluido, pangénero, neutrosis… (y lo que se les ocurra esta semana).

Las relaciones interpersonales ya no sólo están mediatizadas por construcciones sociales, lingüísticas y culturales: cada vez está más presente la mediación tecnológica, lo que está obligándonos a repensar conceptos tan asentados como los de amistad, familia, pareja, etcétera. “Uno de los grandes interrogantes del futuro inmediato es cómo se articularán las relaciones personales cara a cara, cómo será nuestra convivencia física”, dijo el filósofo Zygmunt Bauman el año pasado en Madrid.

El olvido de la filosofía arrastra a las personas hacia las respuestas esotéricas, prelógicas y acientíficas, cuando no al fanatismo religioso o totalitario.

Las experiencias inmersivas que ofrece la realidad virtual y los entornos artificiales en 3D están llegando incluso a la esfera sexual. Desconocemos aún los dispositivos de simulación y recreación sensorial del futuro; pero no es absurdo augurar que las relaciones sexuales mediadas por la tecnología acaben arrinconando a las relaciones sexuales tradicionales. Ya dijimos en otra ocasión que incluso la relación del individuo con su propio cuerpo está mediatizada por la tecnología: cada vez hay más artefactos dirigidos a la gestión del descanso, del rendimiento físico, del aseo personal o de la autosatisfacción sexual. Esos aparatos, además, recogen y distribuyen información generando enormes yacimientos de datos, el auténtico petróleo del futuro más inmediato. Ninguno de estos escenarios es ajeno a la filosofía, porque la filosofía es el pensamiento de todos los otros mundos posibles que están en éste.

En definitiva, la filosofía nos permite vivir más intensamente, relacionarnos con los demás y con nosotros mismos y, también, conocer nuestras propias limitaciones, individuales y colectivas. Pero nos permite, sobre todo, pertenecernos a nosotros mismos y a nadie más. En realidad, preguntarse para qué sirve la filosofía es igual que preguntarse para qué sirve bailar. Lo importante es que a nosotros nos encanta hacerlo.

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