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Necesitamos organizar la educación de los niños tanto en el tiempo como en su atención.
Por Ignasi de Bofarull
Todo el mundo habla de los beneficios de organizarse. Sobre todo, cuando nos marcamos un objetivo que se han de alcanzar con el esfuerzo de unos cuantos y además contamos con observadores internos y externos que nos va a evaluar en la calidad del proceso y en la calidad del resultado.
Pasa en nuestros trabajos, pero también en el ocio si practicamos un deporte, en el mundo sindical y al organizar las vacaciones sobre todo si nos hemos propuesto viajar lejos. Buscamos la calidad de nuestros procesos, establecer rutinas, reuniones, consultas; intentamos documentarnos, y sobre todo valoramos hablar e intercambiar impresiones hasta hallar la mejor opción para seguir avanzando.
Eso sucede en los trabajos en los que existe un liderazgo colaborativo y andamos ya lejos del ordeno y mando tan poco motivador. Insisto, no solo en el trabajo: en la vida parroquial, en el inmueble donde vivimos y existe una organización de vecinos con su junta y presidente para tomar decisiones. En casi todo hay que guardar un orden. Nadie rechaza el orden. Un orden basado en las interacciones inteligentes, de calidad, entre personas que se respetan y buscan el bien común. Por ejemplo, que la empresa prospere, que gane dinero y conserve los puestos de trabajo de todos.
Algunas familias no se organizan
Van a salto de mata. Tapan agujeros, apagan fuegos. Hay hogares que son pura improvisación. Salvo la compra del sábado, a menudo sin lista, todo va a menudo manga por hombro. A veces se pierden las facturas y en otras nos dejamos las luces encendidas por horas. Y si hay niños la desorganización aún es mayor. Los niños pequeños tienen tantos cambios de humor, y a menudo se mueven tanto, que necesitamos ocuparlos en algo muy motivador para que no molesten. Que palabra tan dura: sin embargo, es la palabra exacta.
Esta es una de las claves: lograr que los hijos no molesten, que la comida se haga sola, que la limpieza se simplifique al máximo y que los gasto se reduzcan para llegar a fin de mes por arte de birlibirloque. Sin cálculos, sin dedicarle tiempo. Llegamos a casa y todos estamos cansados y los niños inquietos y nada apetece menos que establecer unas reglas en función de un objetivo.
Cuál es el objetivo en una familia
Existe dos objetivos muy complementarios: que los esposos, la pareja, se ame y que este amor se convierta en unos hijos que, segundo objetivo, deben ser educados. El objetivo es la felicidad: que los padres estén a gusto con los hijos. En una palabra: que todos se amen y que esa paz y seguridad haga que podamos pronunciar la frase conocida: hogar dulce hogar.
Pero a menudo estos objetivos carecen de plan. La felicidad llegará sola, se piensa y se argumenta, la pareja se amará porque se casó enamorada y los niños prosperarán porque son muy listos y van a un buen colegio. ¿Pero cómo se desplegará en el hogar la educación de los hijos? No hay respuesta. Iremos tirando. Inicialmente todo saldrá bien. ¡Ah!, y porque los abuelos son muy buenos y a menudo se hacen cargo de ellos. Pero las cosas no salen solas. Hay que poner la cabeza y orden, prioridades, proyecto.
El amor de la pareja
En este artículo voy a acotar mucho el tema. Por ejemplo, no me dedicaré a reflexionar casi nada sobre el amor de los esposos. Algo se ha de decir, pero muy poco. La base de un hogar, la primera base de la que parte cualquier proyecto familiar, es el amor de la pareja. Si los padres se aman y trasmiten paz entonces dan amor y esa felicidad se contagia pues los niños se sienten amados. ¡Qué importante que los niños se sientan amados!
Lo contrario es fuente de heridas y de inseguridad. Pero el amor de la pareja tampoco se improvisa. Y necesita también tiempo, conversaciones, salidas, humildad.
La educación de los hijos
En estas líneas estamos pensando solo en los niños antes de que lleguen a la Educación Primaria ya con 6 ó 7 años. Este es un tema que cada día se hace más difícil pues hay muchos competidores que nos desmontan el tinglado cuando los niños necesitan más atención y cuidados. La publicidad que emerge en cada esquina ofreciendo de todo nos desmonta mucha paz familiar. Regalos, chuches, helados, juguetes de todos los colores, etc.
Y la publicidad tiene sus aliados: las pantallas. Las pantallas, empezando por la TV y siguiendo por los más modernos dispositivos digitales, son una fuente de desorganización en el hogar si no están muy bien calibrados los límites. Verdaderos ladrones de tiempo educativo y de calidad.
Las pantallas, salvo que tengan su sitio y su momento, andan en contra de los objetivos de la educación de los niños. Los niños necesitan más a los padres que a las pantallas. La Asociación Americana de Pediatría señala que entre 0 y 24 meses no debe el niño estar expuesto a ninguna pantalla. Y entre 2 años cumplidos y los 5, máximo una hora diaria.
“¿Manejar a los niños sin pantallas es imposible?”
Esa es la respuesta que podría recibir ahora mismo de cualquier padre actual que además me añadirá que las pantallas, la televisión educan. Pues más bien la respuesta es que no. Hay que leer la ciencia pediátrica. Hay que conocer algún estudio sobre el tema y hay que escuchar al propio sentido común y no a la comodidad.
Los niños empantallados, los pequeños niños enganchados a una tableta, no “molestan” en el momento, pero si carecen del artilugio cogen unas pataletas que no auguran nada bueno. Y entonces nosotros, los padres, la pareja ¿qué debemos hacer? Pues ser muy austeros con las pantallas y acompañar a los niños para que aprendan a jugar, a entretenerse solos, a recoger los juguetes.
“¿Para qué?”, se me responderá: pues para educarlos. Educar a un niño es apostar para que, en cada momento, de pasos hacia su autonomía, hacia su madurez. Olvidarse de este objetivo es pan para hoy y hambre para mañana.
“¿Cómo educar a los niños entre 0 y 6 años?”
Pues para educarlos hay que tener un plan, unos objetivos, unos pasos trazados hacia una meta final. Y organizarse para dedicarles tiempo de calidad. Improvisar es encontrase con un niño, permítame el lector, con muy pocas ganas de esforzarse: primero para jugar por su cuenta y luego para atender al maestro en Primaria.
Y después para obedecer al maestro y llevarse bien con los compañeros y finalmente para perseverar en la lectura, la escritura y el cálculo. La divisa de la Educación Primaria en Francia es la siguiente: leer, escribir, contar (calcular) y respetar al otro (lire, écrire, compter, respecter autrui).
Y Francia ya ha pasado por todas las innovaciones posibles y los resultados no han sido muy positivos. Hay allí un gran consenso al respecto en el mundo educativo.
“Bien: que la escuela se ocupe de enseñar a leer, escribir, calcular”
Pues la respuesta es que las base se ponen en casa. Y se necesita que aprendan, basándose en nuestro modelo y en nuestras palabras, a manejarse solos: irse a dormir, comer, vestirse, jugar, que aprendan a auto-regularse.
Invertir en tiempo educativo de calidad. No hablamos de disciplinar a los hijos, hablamos de enseñarles a ser autónomos a partir de su propia capacidad de gobernarse a sí mismos. Este paso es clave en la Educación Infantil, pero en la Educación Primaria es absolutamente necesario.
Los niños que no se controlan no aprenden. No están atentos, aún más, no entienden al profesor. Si cuentan con un lenguaje refinado que se asimila en el hogar y si se auto-obedecen en sus tareas sabrán descifrar las palabras y consecuentemente comprender todo aquello que se les explica.
La clave está en que comiencen por descubrir la realidad que hay a su alrededor
Acompañar a un niño para descubrir esa realidad (aprendizaje) solo es posible cuando alguien que le ama locamente (dado que es su hijo) es capaz de dedicarle incondicionalmente su tiempo.
Alguien que es capaz, en una interacción delicadísima, de acompañarle y cuidarle sin cálculos para dirigir sus pasos, exploraciones, juegos, preguntas.
Un psicólogo sabio, Urie Bronfenbrenner, señala que para prosperar “cada niño necesita al menos un adulto que esté irracionalmente loco por él o ella” (Every child needs at least one adult who is irrationally crazy about him or her). Es decir, un padre, una madre enamorados de su hijo incondicionalmente, locamente.
Ese es el primer paso de este objetivo que apuntamos más arriba: dedicarle tiempo al niño -o lograr que alguien muy entregado, un maestro- le dedique tiempo para que el niño reconozca la realidad a través de un cuidado lleno de palabras enamoradas que son el primer paso de su educación. Intentar, en una palabra amar a nuestro hijo, como Dios lo ama: y es que el amor es quien verdaderamente educa.