Autor: Lucía Legorreta de Cervantes
… Perdón….perdón…se me hizo tarde… ¡Qué pena!
¿Cuántas veces hemos dicho esto al llegar tarde a una reunión, comida o junta de trabajo? Yo en lo personal, no recuerdo cuántas.
Culturalmente somos impuntuales y estamos acostumbrados (incorrectamente) a que nos citen media hora antes a un bautizo, comida, boda o cualquier evento. ¡Es más!, nos vamos al extremo y llegamos a considerar a la persona que llega puntual como mal educada.
Es increíble que en nuestro país se otorguen medallas de asiduidad en las escuelas, bonos de puntualidad en las empresas, y hasta prestaciones extras para nuestros Asambleístas por no faltar a las sesiones, cuando esto es parte de la responsabilidad de un trabajo o etapa de la vida.
La puntualidad es un hábito y por lo tanto puede aprenderse y mejorarse, pero primero tenemos que estar convencidas de lo que esto representa para nuestra persona y para quienes nos rodean.
Lo más valioso que tenemos como personas es la vida, y nuestra vida está compuesta por minutos, horas, días, meses y años. Al no valorar nuestro tiempo y el de los demás, estamos restando importancia al mayor tesoro que tenemos.
Hay quien afirma que la puntualidad o impuntualidad a una cita o actividad programada, está dada a partir del interés que tengamos en la misma. Coincido con esto, ya que por lo general no llegamos tarde con alguien o a un lugar que realmente nos interesa.
Sin embargo, pienso también que es una falta de respeto hacia los demás; alguien sabiamente me comentó: si llegas diez minutos tarde a una reunión, y hay cuatro personas esperando, no sólo fueron diez, sino 40 minutos los que te atrasaste.
Por supuesto que puede haber factores externos ajenos a nosotras, y más en una ciudad como la nuestra que nos hacen llegar tarde a un compromiso: el tráfico, la lluvia, una manifestación o un imprevisto; pero seamos sinceras, estas situaciones no son del todo común, y en su caso, habría que prevenirlas.
¿Qué se esconde de nuestra personalidad cuando somos impuntuales?: puede ser inseguridad, baja autoestima, o bien, el querer demostrar ante los demás que somos personas muy ocupadas; una falta de interés hacia lo que hacemos, o simplemente un gran egoísmo o soberbia dentro de nosotros.
Descubramos qué hay en el fondo de nuestro comportamiento, respetemos nuestro tiempo y el de los demás; cambiemos esta mentalidad de que quien llega a tiempo es porque no tiene nada qué hacer.
El impuntual daña su imagen, impide su crecimiento personal y reduce la productividad de su trabajo; afecta la vida de quienes lo rodean y deteriora el respeto que los demás le tienen.
En un medio en el cual la impuntualidad es cosa muy común, el ser puntual vale millones.
Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. Exalumna del Colegio Miraflores.
cervantes.lucia@gmail.com
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