Lo de elegir uno entre el abanico de superpoderes alguna vez imaginado por los creadores de cómics es uno de esos temas de conversación surgen de vez en cuando en las reuniones informales de amigos —o quizá es que yo soy un poco friki y me rodeo del tipo de gente con la que se termina hablando de cosas un poco absurdas—.
Siempre hay alguien que dice que le gustaría volar, o poder leer el pensamiento de los demás. O el típico graciosillo/pervertido que querría poder hacerse invisible para espiar en los vestuarios del gimnasio. Hasta ahora yo me había dejado llevar por el pragmatismo y siempre había elegido el poder de teletransportarme. Aunque solo fuera por el hecho de ahorrarme el billete de avión cada vez que quisiera dejarme caer por España. Lo que pasa es que luego me acuerdo de lo muchísimo que me gusta viajar en tren y lo del teletransporte pierde un poco el encanto.
Pero no sé si será la edad, porque de repente he llegado a la conclusión de que el superpoder que de verdad me gustaría tener es el de ser capaz de hacer una única cosa cada vez.
Con pocos memes me he sentido tan identificada como con este en el que el protagonista le explica a su terapeuta que su cabeza es como un navegador de internet, con diecisiete pestañas abiertas, cuatro de ellas congeladas y sin saber a ciencia cierta de dónde sale la música. Una descripción que por cierto encaja también a la perfección con mi portátil en este preciso instante.
No sé si el síndrome del hombre/mujer orquesta tiene página en Wikipedia, pero de ser así no me extrañaría nada que pusieran mi foto como ejemplo significativo para ilustrar la entrada. Se me da de maravilla eso de la multitarea, y puedo estar editando un vídeo mientras escucho un podcast, al mismo tiempo que contesto emails de trabajo o respondo a los mensajes que me van llegando al móvil, haciendo solo pausas puntuales para terminar de hacer la compra de la semana en la web del supermercado.
Cuando intento centrarme en una sola cosa para terminarla antes de pasar a la siguiente tengo la sensación de que soy un fracaso porque no estoy siendo lo suficientemente productiva o no estoy aprovechando bien mi tiempo.
Y aunque consigo salir bastante bien del paso y hacer a tiempo casi todas las cosas que tengo que hacer, sé que obtendría muchos mejores resultados y disfrutaría muchísimo más del proceso de hasta la más insignificante de las tareas si fuera capaz de cerrar todas esas pestañas del navegador de mi cabeza y consiguiese ignorar todas esas distracciones al acecho.
Tengo muy claro que el único camino para crear algo grande, ya sea una obra de arte o un descubrimiento importante en el campo de la investigación, pasa por obsesionarse con ello hasta el punto de dedicarle hasta el último minuto de nuestro día. Cuando uno está obsesionado no hay espacio para mucho más.
Me dan una envidia tremenda los músicos, los atletas y todas esas personas que tienen una actividad que les apasiona y que es capaz de absorber su tiempo y su atención, y de transportarlos a La Zona, ese estado mental de concentración absoluta donde la creatividad y el subconsciente se alían para llevarnos de la mano por cada paso del proceso.
He tenido la suerte de experimentarlo en momentos puntuales a lo largo de mi vida, como cuando practicaba a solas en el gimnasio los poomsaes de mis clases de Taekwondo, o durante la parte de las clases de ballet que pasábamos haciendo barra —nunca fui una buena bailarina, pero las rutinas de barra no se me daban mal del todo; eran para mí casi el equivalente a una sesión de meditación, con la música de piano de fondo y con toda la atención centrada en el cuerpo y en las repeticiones de los ejercicios—.
Supongo que también disfrutaba de un estado mental parecido durante los años en los que me dediqué a la magia, cuando tenía que ensayar algún número nuevo. Recuerdo que con ciertas rutinas de magia musical empezaba a ensayar y de repente habían pasado tres o cuatro horas y se me había quemado la olla en la que había puesto agua a calentar para hacerme una sopa.
Y me gustaría ser capaz de replicar ese estado de flujo con la escritura, pero reconozco que aún me cuesta un poco. Un ordenador es una bomba de relojería en lo que a distracciones se refiere. Se abre un momento el navegador para consultar una duda de ortografía o gramática y se termina comprando ebooks en Amazon o viendo el tráiler de la nueva temporada de esa serie que nos gusta tanto de Netflix. Resistir la tentación de asomarse a internet es todo un reto.
Para entrenar la concentración me he propuesto hacer un poco de meditación todos los días. Descubrí la meditación de la mano de uno de mis maestros de artes marciales durante mi adolescencia y me ayudó mucho en mis años estudiantiles, así que ahora me ha parecido el momento perfecto para retomarla. Me he descargado un puñado de apps con meditaciones guiadas en el móvil y hago pequeñas sesiones al levantarme, antes de ponerme a escribir y antes de irme a la cama.
Hace no tanto tiempo para aprender a meditar había que ir al gimnasio, escuela de yoga o dochang y encontrar a algún profesor o maestro para que te guiase un poco, al menos al principio. Ahora lo tenemos todo en el bolsillo, a tan solo un toque de nuestro dedo. Es algo por lo que creo que nunca voy a dejar de maravillarme.
Apenas llevo un par de semanas haciendo estas pausas para meditar, pero ya empiezo a notar cierta mejoría. Todavía sigo teniendo diecisiete pestañas de mi navegador mental abiertas, pero cada vez soy más capaz de concentrarme en cada una de ellas el tiempo suficiente como para ir resolviendo las cosas, si no de una en una, al menos no de cinco en cinco.
Mi meta a medio-largo plazo es ser capaz de dedicar en cada momento mi atención de forma totalmente consciente a lo que sea que tenga entre manos. El mejor regalo que podemos hacerle a alguien es dedicarle toda nuestra atención porque implica, no solo que le estamos regalando nuestro tiempo, sino que estamos luchando de forma activa contra ese galimatías que tenemos muchos en la cabeza para dar prioridad a una conversación, a escuchar y asimilar lo que esa otra persona quiere compartir con nosotros.
Las grandes empresas tecnológicas y el imperio de industrias del entretenimiento saben que nuestra atención es lo más valioso que tenemos y por eso están dispuestas a todo para competir por ella, incluso si eso implica jugar sucio y comerciar con toda la información sobre nosotros que sean capaces de obtener. Lo que sea con tal de desgranar nuestros gustos, nuestras inquietudes, para engatusarnos y hacernos pasar cinco minutos o una hora más delante de la pantalla. Y por eso nuestro deber tendría que ser ponérselo lo más difícil posible.Dejemos de matar el tiempo, porque no nos sobra.
Autor: Carmen
Fuente: Getrevue