Como muchos de los aspectos humanos, desarrollar una capacidad de aprendizaje no se trata de recetas, sino de interiorización. No basta con seguir ciertas técnicas, es necesario incorporar hábitos sólidos
Por Santiago García Álvarez / 21 de Marzo de 2021
Se atribuye a Bernard Shaw aquella ironía que advierte que los humanos aprendemos de la historia que no aprendemos de la historia. Una frase aguda del polemista irlandés, quien, como dato curioso para el contexto actual, se oponía a la vacunación de su época. Más allá de que la afirmación es inexacta, nos hace reflexionar sobre un fundamental aspecto de la vida humana, con un enorme potencial apenas aprovechado y frecuentemente obstaculizado, que es el aprendizaje.
El profesor Ken Bain, después de documentar numerosos casos de estudiantes universitarios, concluye, en su libro Lo que hacen los mejores estudiantes de universidad, que los alumnos más destacados son aquellos que toman en sus manos el control y la responsabilidad de su propia formación y desarrollo, tienen metas claras y propósitos definidos, se conocen a sí mismos, son autocríticos, encuentran una fuente de motivación, aspiran a un desarrollo pleno de su ser y aceptan el fracaso. Estas condiciones son la estructura fundamental que permite a los jóvenes conseguir la más importante condición universitaria: la capacidad de conseguir un aprendizaje profundo, sensible y apegado a los problemas reales.
Estos estudios y sus consecuentes conclusiones no son exclusivos para universitarios, sino que en realidad aplican a personas de cualquier edad. El aprendizaje profundo, tanto en la academia como en la vida, más allá del natural uso de la razón, presupone sensibilidad, apertura y determinación. Nuestras barreras internas suelen ofrecer más obstáculos que las externas. Una vez que encontramos motivaciones adecuadas, el aprendizaje fluye de modo eficaz. A pesar de que las motivaciones externas son útiles para aprender, es, sin duda, la motivación intrínseca la más sólida para conseguir objetivos de largo plazo. Conviene, por tanto, no depender de factores extrínsecos, sino encontrar pilares internos; asumir el control y la responsabilidad de lo que enfrentamos o pretendemos.
La memoria y la imaginación son dos sentidos humanos que interactúan de manera muy estrecha con la mente. La memoria, más que una función que nos permite recordar datos históricos o geográficos, es una herramienta sumamente poderosa con la que funcionamos desde el primer hasta el último minuto del día. A partir de ello, la imaginación es capaz de establecer vinculaciones y alianzas nuevas. Curiosamente, tanto la memoria como la imaginación guardan, a la vez, una estrecha relación con nuestra esfera afectiva. Es por eso que resulta mucho más sencillo aprender aquello que nos gusta o atrae, o que los eventos traumáticos afecten nuestros razonamientos o percepciones futuras. Una persona que maneja correctamente sus emociones será capaz de aprender mejor.
Aprender no se reduce a acumular conocimiento, pues las actitudes frente a las distintas circunstancias que la vida nos depara también se aprenden. No es casualidad que, ante la pandemia, quienes han salido mejor librados sean aquellos que han conseguido mayor capacidad de aprendizaje y adaptación.
Como muchos de los aspectos humanos, desarrollar una capacidad de aprendizaje no se trata de recetas, sino de interiorización. No basta con seguir ciertas técnicas, es necesario incorporar hábitos sólidos. No se trata de estimulación neuronal, sino de equilibrio humano.
Como dijo alguna vez Douglas Adams, los seres humanos, que son los únicos con capacidad de aprender de la experiencia de otros, también son notables por su renuencia a hacerlo. Curiosamente, la capacidad intelectual está condicionada por el resto de facultades humanas. Llama mucho la atención que Bain menciona como condicionantes al aprendizaje profundo aspectos no relacionados de modo directo con la razón. A la larga, las virtudes humanas más básicas y la inteligencia emocional pueden ser un mayor garante de aprendizaje profundo que un coeficiente intelectual alto. La motivación intrínseca, la autoestima correcta, la tolerancia a la frustración, la pasión enfocada, la persistencia e incluso el sentido del humor son los mejores mecanismos para abrir nuestra mente.
Aprendemos de un modo complejo, articulado e integral, es decir, humano. Si lo pensamos con detenimiento resulta verdaderamente asombroso, aunque nos hemos acostumbrado a esa realidad y quizá la hemos trivializado. Las posibilidades del aprendizaje son infinitas y estimulantes, como lo expresa la obra Maravilla de maravillas: conocemos, de Alejandro Llano. La buena noticia es que nunca es tarde para descubrir nuevos horizontes y volver a ilusionarnos con esta increíble característica humana que es la capacidad de aprender.