Lo bueno, lo malo y lo feo de MONARQUÍA, DEMOCRACIA Y ORDEN NATURAL (Hans-Hermann Hoppe).

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LO BUENO: el autor hace un diagnóstico interesante (aunque no nuevo) sobre la disolución de gran parte de la vida comunitaria a causa del avance del estatismo. El Welfare State fue comiendo funciones de un sinfín de organizaciones sociales que creaban comunidad de intereses: clubes, asociaciones, vecinales, sociedades de beneficencia, etc. Se ha centralizado esa búsqueda de comunidad haciendo núcleo en un Estado que pretende abarcar todo y que desconfía de personas agrupadas privadamente. (El caso de la desaparición de sociedades de socorros mutuos y el declive de la beneficencia privada en Argentina está bien documentado en EN DEFENSA DE LOS MÁS NECESITADOS, de Krause y Benegas Lynch).

Otro análisis apropiado es que la democracia bajó la tradicional guardia de los ciudadanos respecto del poder. Una vez que la gente sintió que ejercía el poder, ya no le encontró tanto sentido a limitarlo. Esto ya lo advertía John Stuart Mill en SOBRE LA LIBERTAD. “Luego de siglos de resistirse contra el poder gobernante, a partir de la elección periódica de los gobernados, muchas personas comenzaron a sentir que limitar el poder no era demasiado importante. La nación no tendría necesidad de ser protegida contra su propia voluntad. No habría temor de que se tiranizase a sí misma”.

LO MALO: de estas observaciones pertinentes, Hoppe sale para cualquier lado. Acaso porque lo motiva menos la libertad que el “orden natural”, hace una ensalada de conceptos, mezclando propiedad privada con gobierno privado (cosa que Alberto Benegas Lynch (h) le critica en un paper, que luego el alemán contesta con muy pocas pulgas), propone la monarquía hereditaria como mejor sistema, en el que una elite “natural” mande para siempre y el resto para siempre sea mandado. La elite debería casarse dentro de la familia extendida para no contaminar el círculo con plebeyos. Desde la teoría política lo de Hoppe es un delirio constructivista muy poco serio. También resultan muy llamativas las limitaciones que le pone a la propiedad privada y a la libertad en sus comunidades de arrendatarios. Toda esa parte es colectivismo puro. El individuo no es el sujeto de análisis sino la “comunidad”, a quien hay que defender de cosas tan diferentes como la democracia, la homosexualidad o el hedonismo. En fin, su teoría no es ni tan enemiga del poder ni tan amiga de la propiedad y la libertad como parece. Orden natural es en realidad el concepto clave, concepto que sirve para imponer voluntades por sobre otras con un esmalte de legitimación ficticia.

LO FEO: Hoppe es un tipo desagradable que escribe para defender desagradables ideas. Dice que el enemigo es la “decadencia familiar, el divorcio, la bastardía, la pérdida de autoridad, el multiculturalismo, los estilos de vida extravagantes, la desintegración social, el sexo y el crimen” (p. 254). Las leyes que permiten que la gente se divorcie son inconcebibles para Hoppe, lo que muestra que su respeto a los contratos sólo existe, de nuevo, si estos no contrarían la “moral tradicional”. Que el sexo y el crimen sean puestos en un mismo plano resulta, a lo menos, llamativo. El autor repite estar preocupado por el “aumento de todos los indicadores de desintegración y disfuncionalidad de la familia (tasas de divorcio, bastardía, abusos infantiles y conyugales, familias monoparentales, soltería, estilo de vida excéntricos y aborto)” (p. 261). Para Hoppe, como se precia, ser soltero y abusar de un niño, abortar y llevar una vida excéntrica es básicamente lo mismo. Queda así todo igualado y mezclado en una sopa de perversiones que Hoppe promete exorcizar con su teoría. En otro borbotón que aúna maldades reales con imaginarias, el autor pretende acabar con “la vulgaridad, la obscenidad, la profanación, el uso de drogas, la promiscuidad, la pornografía, la prostitución, la homosexualidad, la poligamia, la pedofilia o cualquier perversión o anormalidad concebible” (p. 273). Casi resulta gracioso —como Abe Simpson gritándole a la nube— que Hoppe llegue a quejarse también de que actualmente “todo el mundo se trata por el nombre de pila” (p. 279).

En fin, una utopía constructivista más. En este caso de derecha. Un libro malo en lo que a teoría respecta y desagradable en lo que a fines respecta.