Por Dolors Massot
La humildad auténtica es fecunda y genera muchos beneficios en la persona y en su entorno laboral, familiar y social.
La imagen popular del humilde da como para que, en principio, nadie quiera serlo. Suelen presentarlo, en la publicidad y en las series, como el ingenuo al que es fácil tomar el pelo.
Es primo hermano del friki y del nerd (empollón). No consume marcas, no se impone, no brilla por nada, pasa desapercibido, no hace la competencia en el trabajo porque no tiene ambición y es fácil aprovecharse de él sin que lo note.
Ese perfil de supuesto humilde más bien suele ir con la cabeza gacha, una media sonrisa de bondad angelical y nunca levanta la voz.
Vaya. ¡Qué error creer que eso es la humildad auténtica!
Por suerte, alguien de una escuela de negocios se puso a inspeccionar qué era de verdad aquello de ser humilde ¡y le pareció muy provechoso para el mundo de la empresa!
Hay headhunters que entre los valores que persiguen en un directivo está la humildad. Veamos por qué.
- La humildad real es la del que trata de conocerse a fondo. Se hace un 360 grados, sabe cuáles son sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Si hace un DAFO en un proceso de selección, llena enseguida las Debilidades, Aptitudes, Fortalezas y Obstáculos. Y al mismo tiempo lo hace sin miedo. Se tiene tomadas las medidas.
- El humilde se sabe consciente de limitaciones, pero al mismo tiempo tiene clara idea de cómo somos las personas: nadie es perfecto, todos somos mejorables si queremos.
- El humilde quiere ser mejor, por tanto pondrá los medios para serlo. Ahí está una diferencia importante con el orgulloso, que no asume sus defectos; y con el pesimista, que no se ve capaz de cambiar a mejor.
La auténtica humildad creo que puede ser comparada con el bambú. En apariencia es frágil, delgado y poca cosa. No hace sombra a nadie. Sin embargo, crece, oxigena el ambiente y es flexible.
- Crece: la persona humilde se enriquece con valores en el terreno familiar, personal, laboral… Siempre busca cómo mejorar y tira de sí misma hacia arriba.
- Oxigena el ambiente: crea a su alrededor una buena conversación pública, es buen ciudadano, mejora su calidad de vida y la de las personas que lo rodean.
- Es flexible: cuando llega un vendaval, así como muchos árboles crujen y se rompen, el bambú se orienta de tal forma que deja pasar la tormenta y sigue en pie. Claro que la nota y es consciente del problema, pero su fortaleza está en hacer un esfuerzo para adaptarse al cambio sin perder las raíces ni el tronco.
Ser humilde se consigue cuando uno tiene habilidad en hacer examen y pronto valora las cosas que tiene por delante: ¿mi vida me lleva a mi objetivo? ¿esto me hará feliz? ¿me ayuda en el camino de la vida que pretendo? ¿o es un espejismo? ¿sintoniza mi conciencia con lo que luego llevo a cabo? Y llegamos a un punto importante: aceptar que no somos perfectos.
A nadie le gusta que le pongan el foco sobre los defectos, pero es que hemos de ser nosotros mismos también quienes nos conozcamos a fondo.
No hay que tener miedo a escanear el interior, a sumergirse e ir descubriendo cómo tenemos nuestro “fondo marino”. A veces será una barrera de coral, pero otras veces encontraremos aspectos negativos. Hay que ser valiente y llevarlos a la superficie para extraerlos y arreglar lo que haga falta.
Humildad es aceptar en qué nos hemos convertido y poner los medios para salir de esa situación. A veces, hará falta una grúa para remover todo eso. Y hay que ponerle nombre a esa grúa: pedir perdón, rectificar, buscar la ayuda de otros, reconocer en público o ante una persona concreta lo que hemos hecho mal, luchar contra una adicción… Asumir que hay un presente que no nos gusta pero que es real.
Humilde es la persona que pide ayuda. Contar con alguien que nos hace acompañamiento espiritual. No hablo de coach profesional sino de coach que guía en lo fundamental. Mi mejor coach puede ser mi madre o mi padre, un hermano, un primo, un amigo íntimo, un sacerdote, un sicólogo, un siquiatra… Es, eso sí, alguien que nos ve desde fuera pero va a nuestro favor porque nos quiere y quiere para nosotros la felicidad.
A veces nos tratará con guantes de seda, pero otros será preciso un bisturí. Y el humilde es quien sabe mostrar la herida para que limpien el pus: que le recuerden cómo se manifiesta su vanidad, qué tanto de pereza tiene, por qué no controla su ira…
Con esas características no da miedo convivir con una persona de carácter fuerte o con alguien que mete la pata, porque es muy tranquilizador ver que acepta lo que se le dice y observar cómo resuelve cada conflicto con humildad (unos lo hacen a los cinco minutos y otros necesitaremos algo más de tiempo, ejem).
El humilde reconoce sus fallos y con el paso del tiempo vemos que mejora. ¿Y cómo se reconoce eso desde el primer día? Porque muestra alegría y da las gracias, muestra empatía y se compadece.
Facilita las cosas poder “visualizar” a una persona que nos resulte modelo de humildad. Conozcan su vida, lean su biografía, estudien cómo se desenvolvía ante las situaciones que se le plantearon… No hay un modo único de ser humilde, pero sí coincide siempre que los humildes presentan rasgos comunes como:
- Desprenden humanidad, en el sentido de que a su alrededor el clima es agradable: entiéndase familia, vecindario, población, amistades, sector profesional, empresa… Y tienen sentido del humor.
- Animan a otros, puesto que no buscan el beneficio único de sí mismos. Crean escuela, forman a los de alrededor, transmiten experiencia con generosidad, valoran lo que hacen los demás… Son motor para otros.
¿Puede ser alguien líder siendo humilde? Desde luego que sí. El líder atrae como un imán y mueve a actuar. El tiempo, además, da la razón al humilde porque consolida sus obras y se ven mejor los frutos de aquello que fue construyendo, quizá sin alharacas.
Para ser humilde, no tengas miedo de pedir lo que necesitas, ni de dar gracias, ni de elogiar a quien lo merece ni de pedir perdón cuando hayas obrado mal.
Fuente: Aleteia