Este artículo parte de una reflexión sobre la naturaleza de las relaciones interpersonales en el siglo XXI. Utilizando el ejemplo de Tinder, se analiza el papel de las nuevas tecnologías y la fragilidad de los vínculos humanos en el contexto de este nuevo metarrelato, catalogado por Zygmunt Bauman como “modernidad líquida” o “segunda modernidad” por Ulrich Beck.
Me parece buena idea comenzar con una cita delran filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman: “[..] el amor es la supervivencia del yo a través de la alteridad del yo”.[1]
Querido lector: no pretendo (o ¿quizás sí? Júzguelo mejor usted mismo) hablarle del amor ni de lo bonito que es, ni de lo odioso que puede llegar a ser, ni de los dolores de cabeza que trae o de los que a veces quita. Quiero hablarle de la falta de emociones, del descalabro de las relaciones conocidas como “normales” (sólidas, diría Bauman), de la falta de compromiso, del individualismo extremo, del “todo vale”, de cómo se escurre el amor en este renacimiento de los “tiempos modernos” como se escurren los relojes de Dalí en las fauces del tiempo.
La sociedad actual nos ha transformado en máquinas expendedoras de sentimientos, en objetos para ser expuestos, consumidos, usados y luego tirados. Los jóvenes nos hemos convertido en precariado emocional. Y lo peor es que está de moda, es trendy, como dirían los más “hípsters”. Y no hablo sólo de las relaciones interpersonales, sino del amor al prójimo, tan olvidado hoy en día. En general, nuestro individualismo y desapego, a menudo confundido con racionalidad, nos ha vuelto sordos y mudos frente al sufrimiento ajeno. Estoy cansada de indignarme por las miles de injusticias que veo todos los días en la prensa y de recibir contestaciones de mi entorno como “Tú no te hagas la heroína”, “Tú cuida de ti, que de los demás ya cuidarán otros”, “Aunque tú hagas equis cosa, no vas a resolver el hambre en el mundo”. Claro, es mucho más fácil apartar la mirada, aislarse, centrarse en uno mismo y seguir uno su camino con una venda ante los ojos, pero si todos hiciéramos esto, la sociedad nunca cambiaría.
Esa sociedad irrefrenablemente consumista que hemos ido construyendo desde los años 20 nos está pasando factura. En mi opinión, es la segunda modernidad lo que nos ha convertido en esta clase de personas, y esta modernidad está influida y moldeada por múltiples procesos, entre ellos, el consumismo. Y, por supuesto, inmensamente influida también por la explosión tecnológica de las últimas décadas. Es esta misma tecnología la que nos hace caer en la trampa fácil de lo consumible, del amor reflectante de una pantalla, de lo breve, del “amor Nesquik” (instantáneo). El mejor ejemplo es Tinder, del que más adelante hablaré. Sin embargo, antes de continuar, será mejor explicar ciertos conceptos que debemos tener claros.
¿Qué entendemos por “líquido”, por modernidad líquida, por segunda modernidad? Si bien el líquido hace referencia al estado físico de una sustancia, la misma palabra es una metáfora o, mejor dicho, un símil de la realidad actual.
Hasta hace aproximadamente dos generaciones la realidad social era sólida en España, pero luego, en cuestión de pocos lustros, todo se derritió; nos modernizamos, nos abrimos al mundo. Después entramos en la UE y, poco a poco, nuestra sociedad se fue disolviendo. Las seguridades que antes teníamos desaparecieron, ciertas maneras de pensar se empezaron a extinguir; entramos en la segunda modernidad, en la modernidad líquida. Mi abuelo supo que durante toda su vida se dedicaría a lo mismo, a llevar inmigrantes españoles a Alemania; supo que viviría toda su vida en la cuenca minera asturiana y supo, hasta el día en que murió, que siempre estaría con mi abuela. Sin embargo, yo no sé dónde estaré el año que viene. No sé qué deparará el futuro. No sé dónde trabajaré, ni sé dónde viviré y menos todavía quién será mi esposo.
A esto nos referimos con que todo ha pasado de ser sólido a ser líquido; ya no existen las seguridades de ningún tipo. Concretamente, el concepto de “modernidad líquida” fue acuñado por Bauman, en contraposición a lo que se entiende como modernidad sólida. Para Bauman, “modernidad líquida” hace referencia a la sociedad actual, carente de cimientos fuertes que soporten los embates del tiempo. Las referencias obligadas que aclaran este concepto nos remiten siempre a los viejos tiempos, en los que el contrato civil del matrimonio era eterno e inquebrantable, y el trabajo, estable y duradero.[2]
Tal y como yo lo entiendo, a esto se refería Ulrick Beck cuando hablaba de la primera y segunda modernidad, de este gran cambio en el metarrelato, cuya condición líquida lleva consigo la disolución y el cambio de las sociedades tal y como las hemos conocido siempre (en términos étnicos, culturales y también en términos del sistema. Nuestras identidades personales, socioculturales y políticas han cambiado mucho). El mayor producto (o ¿productor?)[3] de esta liquidez y segunda modernidad es la globalización, y Beck habla largo y tendido de ella en su libro ¿Qué es la Globalización?, pero ese es otro tema en el que no podemos centrarnos ahora.
Volviendo a las relaciones afectivas, se podría decir que antes se nadaba, mientras que ahora sólo fluimos. Por eso, especialmente hoy en día, son tan complicadas las relaciones: porque algunos de nosotros parecemos salidos de la primera modernidad, y… eso no es trendy. Es este cambio de nuestras sociedades lo que nos permite hablar del concepto de amor líquido. Vivimos en la sociedad del “todo vale”, del “es sólo temporal” y esto se ve directamente reflejado en las relaciones afectivas, en cómo surgen, se construyen y se destruyen, con la facilidad con la que se moldea la plastilina. Tres características muy significativas y propias de esta nueva modernidad que han afectado la manera en que nos relacionamos y construimos nuestras relaciones afectivas son: el consumismo, el individualismo y la instantaneidad.
Pensemos, por ejemplo, en los planteamientos de Samuel Huntington. Él, a diferencia de Fukuyama, no creía en el fin de la historia, sino en el cambio de metarrelato, en el cambio de actores. Es muy interesante, leyendo a Huntington, mencionar lo que él llama, citando a George Weigel, la “des-secularización del mundo”. Cuando hablamos de “des-secularización”, nos referimos a uno de los hechos sociales dominantes de la vida de finales del siglo XX.[4] Uno de los factores clave en este proceso es la pérdida del Estado-nación como fuente de identidad en un mundo globalizado. Las diferencias entre civilizaciones son notables y variadas, pero probablemente la mayor de ellas, es la religión; por tanto, ante la pérdida de las identidades regionales y nacionales, surgen otros mecanismos identitarios vinculados a la religión. En gran parte del mundo el hueco proporcionado por la pérdida de la identidad del Estado-nación, está siendo sustituido por lo que se conoce como “fundamentalismos”, que proporcionan una base de identidad y compromiso que trasciende fronteras nacionales y une civilizaciones.[5] Se puede decir que estamos ante un fenómeno muy actual, fruto de la creciente globalización; por eso no es de extrañar que las personas más activas de estos movimientos sean jóvenes, la mayoría de estos, además, con educación superior.
En mi opinión, es un ejemplo claro de cómo se produce una reacción ante la extremada fluidez y licuefacción de la sociedad que vivimos. Cuando nos sentimos amenazados, nos protegemos, volvemos a casa; volvemos a las raíces, que es lo que está ocurriendo ahora. Extrapolando este fenómeno cultural al campo de las relaciones afectivas, podemos observar que está ocurriendo algo similar. Vemos este ejemplo, ni más ni menos, que en varias influencers (o “marketing influyentes”) españolas, quienes, a través de la red, tienen credibilidad y peso sobre determinados sectores. Podríamos pensar en Laura Escanes o Grace Villareal. La primera se casó con 21 años recién cumplidos y la segunda con 20. Personalmente, interpreto esto como una reacción a la extrema fluidez de la segunda modernidad.
Volvamos a las tres características mencionadas anteriormente respecto a las relaciones afectivas (el consumismo, el individualismo y la instantaneidad). En primer lugar, ¿por qué hablo de consumismo? Porque hoy en día las relaciones se parecen mucho a irse de compras (como es el caso de Tinder, que explicaré más adelante). Nos hemos convertido en mercancía, y nuestro valor ya no depende enteramente de nosotros, sino del que nos dan los demás (en el caso de Tinder, la cantidad de matches; en el caso de Instagram, la cantidad de likes; etc.). Por lo tanto, en lugar de conferirnos este valor nosotros mismos, a través de la verdadera realidad, nos construimos un perfil virtual, bello, bonito y barato. Ante todo, un perfil que venda bien, que nos venda bien.[6] Personalmente, hay ciertas prácticas que me ponen de los nervios y me parecen tan ridículas que, aunque lo intente, no puedo evitar juzgar el nivel intelectual de las personas que las practican. Por ejemplo, visto con mis propios ojos, el pie de foto de las imágenes de Instagram y la hora de subida.
La semana pasada paseaba yo por Madrid, haciendo turismo con una amiga extranjera; en lugar de disfrutar de la ciudad y de observar lo que había a su alrededor, mi amiga se dedicó durante más de media hora a mirar su móvil, mientras iba pensando qué pie de foto podía escribir que le diera más likes (porque claro, ¡cómo iba a esperar a otro momento, si en su país ya era la hora perfecta para subir la foto!). Estas prácticas son sólo pequeños detalles que revelan hasta qué extremos hemos llegado. Otro ejemplo: estaba tomándome un vino con esta misma amiga y otra chica, y cuál no sería mi sorpresa cuando en un determinado momento regresé del baño y me las encontré a las dos haciendo tindering (que es como se llama en inglés el acto de usar Tinder mientras esperas un posible match). Yo, asombrada, le pregunté a mi amiga que por qué estaba haciendo tindering si en tres días en Madrid no iba a tener tiempo de quedar con nadie, y me contestó “because it’s fun, it’s like going shopping” (o sea: “Porque es divertido, como irse de compras”). Esto me hizo pensar y de nuevo comprobar que ya no somos personas, sino mercancías. Este ejemplo me da pie para hablar de la segunda característica, el individualismo.
Progresivamente, estamos retrayéndonos en nosotros mismos y dejando de observar la realidad que nos rodea. Vemos las realidades a través de una pantalla y esto es preocupante no sólo a nivel de las relaciones afectivas, sino a nivel general. Nuestra falta de amor al prójimo sobre la que hablaba al principio, proviene de este fenómeno. Nos hemos acostumbrado a percibir las realidades de manera fácil, rápida y sencilla, a través de un display artificial, de una app que, además, filtra nuestras preferencias; todo debe estar personalizado y adaptado al gusto del consumidor. Esto nos hace, primero, ignorantes de muchas otras realidades que ocurren en el mundo, ya que sólo vemos nuestras “preferencias”.
Por otro lado, vemos estas realidades según nos las cuentan, pues toda la información, todo lo que nos llega, está en cierto modo manipulado, ya que nada ni nadie está exento de ideología. El mero hecho de que un acontecimiento o noticia lo cuente una persona u otra, un cierto medio u otro, ya los mancha; mancha su esencia, y mancha la realidad. La única manera de conocer algo tal y como se ha producido es experimentarlo uno mismo. El caso es que, de un modo u otro, esta espiral nos ha vuelto ciegos y sordos al dolor ajeno. El amor al prójimo —y a Dios— han muerto, y nosotros los hemos matado. Es paradójico cómo algo que debería hacernos más conscientes del dolor ajeno a nivel global, y facilitar las relaciones afectivas en la distancia (cada vez más comunes en esta época), causa más ceguera y desapego de lo que en principio podríamos pensar.
Por último, la instantaneidad, la cual está estrechamente ligada al factor del consumismo. Cuanto más instantáneo sea un bien o un servicio, más se consume, y —normalmente— menor es su calidad. Erróneamente, hemos comenzado a identificar lo rápido o lo instantáneo con lo productivo y, en último término, con algo que es “bueno”; sin embargo, no todo lo productivo es bueno, puesto que hay cosas que simplemente no caben en dicha categoría. Las cosas demasiado instantáneas, al igual que las dietas milagro, son efectivas y rápidas, pero el efecto yoyó no te lo quita nadie, y el “rebote”, cuando se produce, te deja peor de lo que estabas, como Tinder. La instantaneidad en las relaciones afectivas es la peor medicina para la soledad y la tristeza, como ir de compras, que es muy entretenido mientras estás obnubilado con la música y los maravillosos artículos en oferta, pero que cuando llegas a casa te provocan una sensación de vacío. Lo que rápido se consigue, rápido se pierde.
Pasemos ahora a explicar qué es Tinder y cómo funciona.
Tinder es una aplicación móvil gratuita que salió al mercado en 2012 y que desde entonces se ha vuelto progresivamente más popular y socialmente aceptada. ¿Cómo podríamos definirla? Quizás el término adecuado sería “citas online exprés” o algo por el estilo. El objetivo es lograr matches o “contactos” (establecer un matches establecer un posible “contacto exitoso”). El sistema funciona de manera bastante simple. Primero, se debe crear un perfil con varias fotos. Casi siempre, este perfil es conectado a la cuenta de Facebook del usuario, lo cual ayuda también a la hora de sugerir posibles “matches”. Una vez creado el perfil, este utiliza la localización del usuario para mostrarle y sugerirle perfiles cercanos (se puede ajustar el radio de distancia; por ejemplo, ver sólo perfiles que estén a un máximo de 4 km. Y también se puede ajustar el rango de edad que el usuario desee).
Estos perfiles se van sucediendo en la pantalla uno detrás de otro, y el usuario debe arrastrar la foto hacia la derecha o la izquierda, según le interese el perfil o no. Si se da el caso de que dos usuarios se hagan mutuamente swipe right (el hecho de deslizar la foto de la otra persona hacia la derecha), entonces se desbloquea un chat (es decir, se da un match, y se establece contacto) y se puede pasar a hablar con la persona seleccionada. Como vemos, es un sistema rápido, sencillo y productivo. Nada de pasarse horas y horas en una página web de citas, rellenando una infinidad de preguntas personales. Tinder es menos comprometido; requiere menos tiempo, menos esfuerzo, y el usuario está menos expuesto… Todas estas características están relacionadas con lo ya mencionado; ante todo, productividad, rapidez, facilidad… Tinder se ha hecho tan popular que incluso podríamos afirmar que ya no es un simple medio para conocer a una potencial pareja, sino que se ha convertido en una red social más (de mayor o menor difusión, dependiendo del país o la ciudad de los que se trate).
Entonces, ¿cuál es el fin de Tinder? ¿Conocer gente nueva en una nueva ciudad? ¿Conseguir pareja? ¿Tener encuentros casuales? La conclusión a la que he llegado, tras estudiar el funcionamiento de esta red y preguntar a algunas personas de mi círculo más cercano que son o han sido usuarias de Tinder, es la siguiente: quizás esta aplicación comenzara con un objetivo concreto y un nicho de mercado muy específico, pero su popularización —especialmente entre los millenials— ha hecho que su uso y objetivos se diversifiquen: desde buscar amistades, tras mudarse a vivir a una ciudad nueva, hasta localizar gente con intereses similares o que se encuentre en situaciones parecidas (por ejemplo, dos personas que estén de viaje durante unas semanas en la misma ciudad y quieran conocer el lugar acompañados de alguien más). De todos modos, su uso preferente sigue siendo el de mantener relaciones casuales y rápidas, exentas de compromiso.
Otra pregunta que viene a mi mente al pensar en esta aplicación es por qué Tinder triunfa más en las grandes ciudades como París o en países como Estados Unidos. ¿Está quizás unido al estilo de vida o al nivel de consumismo o educación de una sociedad? Una buena amiga mía tiene Tinder desde hace más de tres años, ya que su vida le requiere estar cada año en una ciudad diferente. Me ha hablado de Tinder y de su uso distinto en las ciudades en las que ha estado y en los diversos países. Me parece muy interesante el caso de París, en contraposición con el de Madrid. Según ella, en París todos los millenials tienen Tinder. Es algo tan común como tener Facebook, y no lleva consigo ninguna connotación específica. Es sólo una red social más. Sin embargo, en Madrid no tanta gente usa Tinder y, además, el hecho de tenerlo sí supone cierto tipo de connotaciones, ya que no es tan normal o no está tan normalizado. Tras pensar en las razones por las cuales ocurre esto, he concluido que quizá tenga que ver con el modo de vida. En España, en Madrid, la vida es más “tranquila”, la vida no va tan “rápido”.[7] Estamos, de alguna manera, en otra frecuencia… no sabría cómo explicarlo, pero en Madrid quedan aún vestigios del mundo “antiguo”, y ciertas resistencias al modo de vida de la segunda modernidad, un way of life autóctono[8] que los españoles nos preocupamos mucho por defender y que espero que nunca muera, ya que en un mundo progresivamente más consumista, rápido y neurótico España aún resiste, aunque sea a base de pequeños detalles.
Otras cuestiones que me he planteado están relacionadas con el uso de Tinder, el tipo de uso y la duración… ¿Es oro todo lo que reluce? ¿Es adictivo? Me pregunté algunas de estas cosas tras observar el uso que algunas amigas hacían de dicha aplicación. Estas y otras cuestiones me llevaron a investigar hasta que encontré un artículo muy interesante sobre el uso problemático de Tinder (Problematic Tinder Use Scale —PTUS—) y lo que en psicología se denomina behavioral addictions; es decir, las “adicciones conductuales”.
Siendo más técnicos, este estudio sobre el PTUS enumera seis modelos de componentes para identificar usos problemáticos de Tinder:
(A) Prominencia (el uso de Tinder domina el pensamiento y el comportamiento); (B) modificación del estado de ánimo (Tinder modifica/mejora el estado de ánimo); (C) tolerancia (incremento de la cantidad de tiempo que se le dedica a Tinder); (D) abstinencia (se producen sentimientos desagradables si se descontinua el uso de Tinder); (E) conflicto (el uso de Tinder compromete las relaciones sociales y otras actividades); (F) recaída (tendencia a la vuelta a ciertos patrones tempranos del uso de Tinder tras la abstinencia o el control de dicho uso)”.[9]
Además de esto, el estudio menciona algunos comportamientos y testimonios reales que son un tanto perturbadores… Se menciona, por ejemplo, la adicción del tindering, algo que yo he visto en la amiga extranjera que he mencionado antes. En otra parte se lee, en las declaraciones de una usuaria, que lo adictivo en sí mismo es hacer swipe o tindering, de modo que contactar con alguien para una cita es un hecho que realmente no tiene importancia. Otras declaraciones hablan también de un aspecto muy interesante: la búsqueda constante de validación personal en relación con el uso de Tinder. El hecho de usar Tinder y conseguir matches hace que el usuario se sienta mejor, porque se siente validado por los demás (esto ilustra, como ya mencioné previamente en este trabajo, cómo nos hemos convertido en mercancías cuyo valor nos lo dan los demás, en lugar de nosotros mismos).
También se mencionan otros aspectos, como el cambio de humor del usuario y la consiguiente mejora de su estado de ánimo, ya que, al sentirse aceptado por otros y tener más matches, se siente más “querido”. Pero haríamos bien en recordar que todo esto es en realidad una gran mentira, porque no es el usuario el que se acepta a sí mismo, sino que la dinámica de Tinder crea una ilusión. Sería algo así como tomarse un antidepresivo, en vez de tratarse con un psicólogo. Lo primero ayuda de manera más o menos inmediata, y durante un tiempo reducido, pero lo segundo es lo que realmente cura el problema.
A modo de conclusión, me gustaría hacer una reflexión sobre la tecnología y la manera que tiene de cambiar nuestros patrones de conducta, sobre todo, en cuanto a las relaciones afectivas y sociales.
Mis abuelos conocían a sus futuras parejas en la verbena o en las fiestas del pueblo, o través de un amigo que tenía una amiga que tenía una prima que estaba soltera, etc. Sin embargo, yo, como millenial, tengo otras maneras (propias de la segunda modernidad) de conocer gente, y me pregunto: ¿cuáles serán las de mis nietos? ¿Las de la hipotética tercera modernidad?
A veces debemos pararnos a pensar de dónde venimos, hacia dónde vamos y qué tipo de sociedad estamos legando a nuestros hijos… ¿Es mejor? ¿O es peor? Sea como fuere, el primer paso es ser conscientes de los procesos “macdonalizados” a los que nuestra sociedad nos somete. Ese, es el primer paso para desarrollar resistencia a ellos. Debemos descubrir nuestra propia penicilina para resistir las dinámicas de la sociedad actual y encontrar el equilibrio entre la modernidad, el progreso y la “esencia” de la vida y la existencia. Solo así evitaremos convertirnos en máquinas.
Fuente: reflexionesmarginales.com
Bibliografía
- Campiña, Judith, Tres ideas de Zygmunt Bauman para hablar de la forma en que funcionan nuestras vidas, Televisa, México, 2017. Sitio web: [http://noticieros.televisa.com/especiales/tres-ideas-de-zygmunt-bauman-para- hablar-de-la-forma-en-que-funcionan-nuestras-vidas/]
- Editorial, El pensamiento de Zygmunt Bauman en 12 frases, La Vanguardia, España, 2017. Sitio web: [http://www.lavanguardia.com/cultura/20170110/413219646963/zygmunt-bauman-frases-celebres-pensamiento.html]
- Guillenea, Javier, “Hay una banalización del sexo que tiene como víctimas a las chicas”, Diario Vasco, España, 2016. Sitio web: [http://www.diariovasco.com/gipuzkoa/201606/26/banalizacion-sexo-tiene-como-20160626001653-v.html]
- Orosz, Gábor; Istvántoth-Király; Böthe, Beáta; Melher, Dora. Journal of Behavioral Addictions 5(3), pp. 518–523, Akadémiai Kiadó, Hungría, 2016. DOI: 10.1556/2006.5.2016.016 Sitio web:[http://akademiai.com/doi/full/10.1556/2006.5.2016.016]
- Velasco Criado, Demetrio, Pensamiento Político Contemporáneo, Universidad de Deusto, Bilbao, 2001.
- Ward, Janelle. What are you doing on Tinder? Impression management on a matchmaking mobile app, Taylor&Francis online, Reino Unido, 2017. Sitio web: [http://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/1369118x.2016.1252412]
Notas
[1] Editorial, El pensamiento de Zygmunt Bauman en 12 frases, La Vanguardia, España, 2017. Sitio web: [http://www.lavanguardia.com/cultura/20170110/413219646963/zygmunt-bauman-frases-celebres-pensamiento.html]
[2] Cfr. Campiña, óp. cit.
[3] Me resulta especialmente interesante pensar en el hecho de ¿Qué vino primero, el huevo o la gallina?
[4] Cfr. Velasco Criado, Demetrio, Pensamiento Político Contemporáneo, Universidad de Deusto, Bilbao, 2001.
[5] Cfr. ídem.
[6] Y, al igual que nosotros mismos, también el sexo se ha convertido en una mercancía o, para ser más exactos, en un fin en sí mismo y no en un medio para un fin. Es decir, en lugar de ser un medio para llegar a un fin donde es posible construir algo entre dos personas y de manifestar su amor mutuo, se ha banalizado, se ha vaciado y, por eso, mucha gente, por mucha vida sexual activa que tenga, se siente vacía por dentro; esto se debe en parte a la normativización del sexo, que ha derivado en las últimas décadas en la pérdida de valor del mismo. Veo este ejemplo en una conocida de mi entorno: está claro que le gusta sentirse querida y busca esta afección por medio del sexo, pero basta ser un poco observadora para darse cuenta de que esas ansias de amor no son satisfechas; esto le lleva a estar “encerrada” en un círculo vicioso en el que la búsqueda afectiva nunca termina.
[7] Algo de lo que uno se da cuenta cuando vive en una gran ciudad diferente a Madrid.
[8] Aquello de “Spain is different!”, de nuestros años sesenta, pero al modo del siglo XXI.
[9] Orosz, Gábor; Istvántoth-Király; Böthe, Beáta; Melher, Dora, Journal of Behavioral Addictions 5(3), pp. 518–523, Akadémiai Kiadó, Hungría, 2016. DOI: 10.1556/2006.5.2016.016 Sitio web: [http://akademiai.com/doi/full/10.1556/2006.5.2016.016]