Mande Usted
Por Héctor Mendoza – La pluma ecléctica
30 de octubre de 2017
De niño me enseñaron que si alguien me hablaba, mi respuesta -respetuosa- debía iniciar por un “mande”, si quien me hablaba era por ejemplo un adulto, o peor aún mi maestro, la respuesta debía ser: “mande usted”.
Hace tiempo que vengo diciéndoles a mis hijos o a mis estudiantes, que eviten ese tipo de expresiones, que nadie debe “mandarnos” y que por lo tanto la expresión, “mande usted”, deberíamos eliminarla de nuestro vocabulario.
Creo que es necesario encontrar expresiones que sean neutrales, que no denoten sumisión frente al otro. Se me ocurre, por ejemplo, un “dime” (o dígame según sea el caso), un “en qué puedo ayudarte”, o ya de plano un “qué onda”.
Igual sucede cuando -queriendo ser corteses- decimos, por ejemplo: “perdone, ¿podría indicarme -si es tan amable- hacia donde quedan las pirámides de Teotihuacán (o cualquier otro lugar)?”.
¿Por qué pedir perdón anticipado? Eso realmente no lo entiendo, si se analiza bien y despacio, no tiene sentido.
Nos dijeron que eso era respeto, sin embargo, en mi opinión me parece que no es así, ese tipo de expresiones creo, denotan sumisión. Y lo peor del caso es que termina siendo, auto-sumisión.
¿Por qué no iniciar con un, “hola, ¿sabes [o sabe] hacia dónde queda la torre de rectoría?” (o cualquier otro lugar).
Me parece, que todo lo anterior, tiene que ver con una cultura de la capitulación anticipada, del sometimiento y de la subordinación, cultura, por cierto, muy conveniente para algunos.
Así, el mensaje subliminal es que hay que ser sumiso frente a los padres o los abuelos (y frente a los tíos y demás parientes). Ni qué decir frente a los maestros o -peor aún- frente a los curas o confesores, sin olvidar que hay que ser sumiso -también- frente a la autoridad.
Pues me opongo.
Creo sinceramente que no tenemos que ser sumisos frente a nadie, y no se me mal interprete, esto no quiere decir que soy o pretendo ser un pedante irrespetuoso. Nada de eso, de hecho, soy un ferviente admirador de las relaciones interpersonales respetuosas, me gusta respetar y que se me respete. Pero para ello no necesito de estas fórmulas caducas, decimonónicas y peor aún, cargadas de culpa.
Creo además, que estas “supuestas fórmulas de cortesía” nos limitan, nos hacen pequeños. Estas formas de pensar nos dejan siempre, en la minoría de edad -intelectualmente hablando-.
Igual sucede con otro tipo de tradiciones que aún conservamos, por ejemplo, el excesivo uso de los títulos, académicos o no. En ese sentido, es común que cuando se le pide su nombre a alguien, ese alguien inicie por decir soy el Arquitecto tal o el Licenciado tal. Recuerdo cuando estudié mi maestría en Canadá, allá mi asesora de tesis, quien ostentaba un grado doctoral, era Madame Nicole Lacasse y yo era solamente Monsieur Héctor Mendoza, es decir, la señora Lacase y el señor Mendoza.
Nuestra relación, aunque era una relación de subordinación entre asesor-estudiante, siempre fue mucho más neutral, no recuerdo haber tenido que utilizar estas fórmulas arcaicas de las que hablo.
Igual sucede, en los llamados “actos solemnes”, en los que es común terminar con las manos inflamadas de tanto aplaudir a cada “invitado de honor,” del que además y particularmente en el ámbito académico, hay que escuchar previamente su currículum en extenso. Creo que estas fórmulas no ayudan, que terminan entorpeciendo nuestra forma de relacionarnos, es tiempo de cambiar, de superar esos atavismos culturales.
Mucho hablamos de la igualdad de los seres humanos, pero todo indica que, en realidad, en el fondo y como dicen algunos, siempre hay niveles, en muchos casos definidos por los códigos postales.
Fuente: El Semanario