¿Qué dirá Jesús al vernos
preparar tantos festejos?
Si es su fiesta la que hacemos
y al final, por cosas vanas,
lo dejamos a Él tan lejos.
Preparamos la gran cena
con champaña y con faisán;
Jesús prefiere al que llena
las carencias de un hermano
con esperanzas y pan.
Nos ponemos todos guapos
la noche de Navidad;
y donamos unos trapos,
que más parecen harapos,
a la iglesia del lugar.
Jesús prefiere que demos
lo que nos cuesta trabajo,
es tanto lo que tenemos…
y hay quien tiene mucho menos,
basta mirar hacia abajo.
El afecto lo compramos
para quedar bien con otros;
pretendiendo demostrarlo
entre lazos y envoltorios,
sin dar nada de nosotros.
Jesús prefiere al que dona
un rato de compañía,
un lugar extra en la mesa,
la sonrisa que perdona
o un momento de alegría.
En los niños inculcamos
la costumbre de pedir,
con listas interminables
de juguetes y regalos,
cuando Santa va a venir.
Jesús prefiere a aquel niño
que se siente conmovido
y comparte con un pobre
no solo lo que le sobre,
sino un juguete querido.
En un día tan especial
que incluso en la guerra es tregua,
¿hará feliz a Jesús
una máscara cordial
si la paz mañana mengua?
La decisión del lugar
donde habrá de ser la cena,
para algunos es motivo
de conflicto familiar
al llegar la Nochebuena:
“Que no toca con la suegra…”
“Pues tampoco con tu tía…”
Jesús prefiere al que integra
una mesa navideña
con cariño y armonía.
Prisas, gastos y tensión
invaden el pensamiento;
¿dónde está la devoción
que nos debería inspirar
tan gran acontecimiento?
¿Para qué complicar tanto
una noche tan alegre?
si al nacer Jesús prefiere
aun después de tantos años
la sencillez del pesebre.
Celebremos lo esencial
teniendo a Jesús por centro;
y al cerrar el año viejo,
una fiesta universal
hagamos de ese momento.