Néstor García Canclini: “Hay un conjunto de condicionamientos para conformar una sociedad menos emancipada”
Por Daniel Gigena
Foto: Martín Felipe / AFV
Invitado a participar de la tercera edición de La Noche de Filosofía, que se realizó el 24 en el CCK, el profesor argentino residente en México Néstor García Canclini (La Plata, 1939) estará en Buenos Aires durante una semana. En ese lapso grabará una entrevista con el Colegio de Graduados en Antropología de la República Argentina para la sección Trayectorias de la página web www.cga.org.ar y se hará tiempo para investigar sobre la obra del fotógrafo Andy Goldstein, que prepara una muestra en FoLa para 2018. García Canclini, doctorado en Filosofía por la Universidad Nacional de La Plata y la de París, desarrolló una carrera internacional como docente e investigador en temas de consumos culturales, globalización e interculturalidad en América latina.
Ha escrito varios libros, como Culturas híbridas (1990) y La sociedad sin relato. Antropología y estética de la inminencia (2010), además de publicar compilaciones de trabajos sobre industria cultural, consumos juveniles e hibridación en América latina, fuente de consulta para los interesados en ciencias sociales. En 2014, recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en México.
Observador y crítico de la tecnología, García Canclini siempre parece pensar con vistas a la emancipación de las comunidades. Antes de su exposición en La Noche de la Filosofía (el sábado, a las 20.30, en la Sala Argentina), dialogó con LA NACION sobre nuevas formas del control social, la coyuntura nacional y regional. Reveló, además, aspectos de su obra en marcha.
-¿Qué expectativas tiene de su participación en La Noche de la Filosofía?
-Es la primera vez que participo. He leído que asiste mucha gente y siento interés en hacer la experiencia. En Buenos Aires hay muchos eventos culturales masivos, como el Bafici o, antes, Buenos Aires No Duerme. Como investigador del tema de los públicos, me interesa esta convocatoria. Van a llegar pensadores franceses y alemanes. Miré la grilla de participantes y vi que hay nombres inobjetables, como Georges Didi-Huberman, Rita Segato o Slavoj Zizek. Me siento en buena compañía. Es una propuesta plural, donde se escucharán voces distintas.
-¿Su exposición se referirá a las protestas en tiempos de redes sociales?
-Sí. En la conferencia “Ciudadanos reemplazados por algoritmos”, voy a hablar de la protesta y haré una reflexión sobre las condiciones de la ciudadanía en la actualidad, como la videopolítica, que es un tema que se investigó hace más de veinte años, pero ahora se lo hace en relación con otros desafíos, vinculados con el uso de la información personal que hacen servidores como Google o redes sociales como Facebook. Hay un conjunto de condicionamientos para conformar una sociedad menos emancipada. Voy a presentar otras formas de organización de la ciudadanía ante eso. En la Unión Europea las autoridades han llamado a los países para crear ciertas formas de regulación de Google o de Facebook. Se debate el destino de la información que nos capturan y se envía a corporaciones económicas o Estados. Esto se incluye en un debate más amplio, sobre el modo en que estas redes crean opinión. Se vio en las elecciones por el Brexit o en las presidenciales de Estados Unidos. Muchos datos interconectados tratan de influir en las decisiones de los ciudadanos. Eso irá asociado a otras discusiones, como nuevas formas de conexión. En Francia este año se propuso que los empleados tuvieran derecho a once horas de desconexión entre una jornada laboral y otra. Son muchos aspectos en que la información concentrada contrarresta la libertad.
-Pero ¿no existen usos libertarios de esas herramientas?
-Sin duda. Movimientos sociales que enfrentaron dictaduras o que quebraron la censura impuesta, la solidaridad internacional en los movimientos de jóvenes, de “indignados”, en Chile, España o México. Ante el riesgo de un no tan nuevo Gran Hermano, existen iniciativas para repensarlo. Aún pensamos en Estados nacionales, pero en un mundo globalizado es necesario que existan organismos internacionales como la UE o el Mercosur, aunque los países latinoamericanos han estado ausentes de estas discusiones. Los europeos fueron los primeros que trataron de regular y poner equilibrio entre partes desiguales.
-¿Está al tanto de los cambios en las políticas culturales instrumentados por el nuevo gobierno argentino?
-Leo los diarios y suplementos culturales de la Argentina; además, en México hay una red noticiosa de “argenmex” que nos tiene al tanto de lo que pasa. Tengo algunas discrepancias sobre determinadas políticas; lo que ocurrió con el Incaa es inquietante. Fue importante que se hiciera una movilización de profesionales del mundo del cine y de la sociedad, como pasó también cuando se conoció el fallo del 2×1 por crímenes de lesa humanidad. Por supuesto, considero totalmente rechazable ese fallo de la Corte.
-¿Cómo es el desarrollo cultural actual en América latina?
-En casi todos los países, los gobiernos actuales han hecho ajustes presupuestarios en materia cultural y ninguno cumple con el índice recomendado por la Unesco (el 1,1% del PBI). En países como Brasil, México o la Argentina hay nuevas creaciones y debates en los que intervienen artistas, gestores culturales, jóvenes. Eso ha crecido enormemente. En ciudades como Buenos Aires, La Plata, Rosario o Córdoba hay una creatividad exuberante. Buena parte de esas prácticas la producen grupos de jóvenes. Falta no sólo presupuesto, sino también la creación de plataformas por parte de los Estados. Por ejemplo, promover Internet y posibilidades de acceso, infraestructuras para comunicar. No sólo se trata de abrir museos; hay que estar atento a los sectores jóvenes, que son también los más precarizados. Se les debe dar cierta seguridad social a los trabajadores de la cultura. En cambio, muchas veces los Estados y las empresas contratan a los trabajadores de forma precaria. Eso se debe a una deficiente responsabilidad del poder público, que en América latina se ha erosionado.
-¿Por qué?
-Por la transferencia de responsabilidades a agencias internacionales, que pasan a administrar la economía, la comunicación. También el aumento de la deuda, como pasa ahora en la Argentina, debilita a los países a la hora de defender a sus poblaciones y el sentido de lo público.
-¿A qué llama la estética de la inminencia?
-Fue un concepto que tomé de Borges y que se refiere a una serie de experiencias estéticas en las que algo no se dice de manera plena, tajante, sino sugerido. Es una característica del arte, más visible en el arte moderno o contemporáneo, un arte no panfletario, no explícito, sino que interactúa con el espectador para que lo complete. Esos lenguajes indirectos tienen también un sentido social, porque permiten imaginar distintas interacciones. En La sociedad sin relato. Antropología y estética de la inminencia, tomo el caso argentino de León Ferrari, que articuló metáforas a partir de cadenas de significados de la iconografía religiosa y de las represiones políticas. Guillermo Kuitca plantea algunas imágenes a medio camino entre la arquitectura teatral y el diseño urbano. Así se crean zonas de incertidumbre con elementos que van en distintas direcciones. Si uno asocia direcciones en apariencia desconectadas, puede generar otra interpretación de lo que ocurre en la actualidad.
-¿Presentará un nuevo libro?
-Hace poco presenté en México Hacia una antropología de los lectores, que se puede descargar gratis de Internet. Es una investigación en equipo sobre cómo se lee actualmente. Se lee tanto en pantalla como en papel, aunque en dosis distintas. Los jóvenes no han dejado de leer en papel. La lectura tiene dimensiones sociales muy importantes. Vamos a ferias del libro, a presentaciones; aunque los editores se quejen por la baja de ventas, los libros se venden, se transmiten entre personas y grupos. Hay una circulación social de los textos. Si uno quiere comprender la dinámica de la lectura y la escritura, debe estar atento a esas escenas y esos circuitos. Otro problema es la calidad de lo que se lee, pero se lee y se escribe mucho.