Por Lucía Legorreta de Cervantes
El motor del trabajo es la familia, pero el motor de la familia es mucho más elevado, es el amor.
En el marco del Día del Padre me gustaría plantear una reflexión. Mucho se ha hablado del equilibrio que tiene que lograr la mujer entre su familia y su trabajo, sin embargo, estoy convencida de que la lucha por este equilibrio también es tarea del hombre. Incluso, valdría la pena preguntarnos: ¿hasta dónde tiene el hombre asumida su misión en la familia?
En nuestro país seguimos pensando y viviendo el viejo modelo de pareja: el papá es proveedor y es quien delega funciones, entre las cuales se encuentra que la mamá sea quien eduque a los hijos. Sin embargo, tanto el padre como la madre pueden caer en el error de dirigir su trabajo a robustecer su YO, a tener popularidad, dinero y a amar su profesión por encima de todas las cosas, mientras buscan el bien para su familia.
El trabajo debe estar subordinado a la familia, no debemos situarlos al mismo nivel, ya que el motor del trabajo es la familia, pero el motor de la familia es mucho más elevado, es el amor. De hecho, importa menos fracasar en el trabajo si la persona continúa siendo admirada y apoyada por su propia familia. En cambio, una vez rota la familia se incrementa la probabilidad de fracasar también en el trabajo.
Esto lo digo porque los hijos necesitan, desde que nacen, el apoyo y cercanía de su padre. La excesiva presencia del padre en el trabajo no justifica su ausencia en la vida familiar. Esto es un punto importantísimo y considero que muchos de los padres actuales ni siquiera se han planteado el problema.
Se ha demostrado que la ausencia física del padre puede hacer mucho más daño psicológico a su hijo que la natural ausencia que se produce cuando el padre muere.
Algunas de las consecuencias – estudiadas por expertos– ante la ausencia del padre pueden ser: disfunciones cognitivas, déficits intelectuales, privación afectiva, inseguridad, baja autoestima y mal desarrollo de la identidad sexual.
En la Universidad de Valencia, España, se ha investigado al respecto. Se llevó a cabo un estudio entre niños de siete y catorce años, preguntándoles cuáles eran las dos cosas que los hacía más felices; casi un 90% contestó: “estar con mis papás” y “tener hermanos”.
Muchas veces los papás estamos inmersos en el trabajo con la idea de generar bienes materiales, pero nos olvidamos de estar con los hijos, en especial, es el hombre quien se pierde de ese gran valor y satisfacción que da el ser un auténtico padre de familia.
En el matrimonio y en el hogar hay dos cabezas que pueden alternarse, suplirse, complementarse, delegarse o actuar simultáneamente según, convenga a los hijos y a la familia.
Sin duda, más allá del aspecto económico, lo que realmente nos debe importar es el “patrimonio vital”, las vivencias que desde niños guardamos en el corazón y que recordamos por siempre.
De ahí que puede ser interesante preguntarnos: “¿qué nos gustaría que nuestros hijos recordaran de nosotros como padres y de la educación que damos?”, o simplemente, “¿qué recuerdos tenemos de nuestro papá?”.
Si tu respuesta no es tan clara, ahora es el momento de hacer cambios que te hagan replantear el significado de la paternidad. Vale la pena intentarlo, ¿no crees?